viernes, 29 de enero de 2010

Borges, El otro tigre

[Tigre+&+Dragón.jpg]

Pienso en un tigre. La penumbra exalta
La vasta Biblioteca laboriosa
Y parece alejar los anaqueles;
Fuerte, inocente, ensangrentado y nuevo,
él irá por su selva y su mañana
Y marcará su rastro en la limosa
Margen de un río cuyo nombre ignora
(En su mundo no hay nombres ni pasado
Ni porvenir, sólo un instante cierto.)
Y salvará las bárbaras distancias
Y husmeará en el trenzado laberinto
De los olores el olor del alba
Y el olor deleitable del venado;
Entre las rayas del bambú descifro,
Sus rayas y presiento la osatura
Baja la piel espléndida que vibra.
En vano se interponen los convexos
Mares y los desiertos del planeta;
Desde esta casa de un remoto puerto
De América del Sur, te sigo y sueño,
Oh tigre de las márgenes del Ganges.


Cunde la tarde en mi alma y reflexiono
Que el tigre vocativo de mi verso
Es un tigre de símbolos y sombras,
Una serie de tropos literarios
Y de memorias de la enciclopedia
Y no el tigre fatal, la aciaga joya
Que, bajo el sol o la diversa luna,
Va cumpliendo en Sumatra o en Bengala
Su rutina de amor, de ocio y de muerte.
Al tigre de los simbolos he opuesto
El verdadero, el de caliente sangre,
El que diezma la tribu de los búfalos
Y hoy, 3 de agosto del 59,
Alarga en la pradera una pausada
Sombra, pero ya el hecho de nombrarlo
Y de conjeturar su circunstancia
Lo hace ficción del arte y no criatura
Viviente de las que andan por la tierra.


Un tercer tigre buscaremos. Éste
Será como los otros una forma
De mi sueño, un sistema de palabras
Humanas y no el tigre vertebrado
Que, más allá de las mitologías,
Pisa la tierra. Bien lo sé, pero algo
Me impone esta aventura indefinida,
Insensata y antigua, y persevero
En buscar por el tiempo de la tarde
El otro tigre, el que no está en el verso.

jueves, 28 de enero de 2010

Eddy Grant, Gimme Hope Joanna

Marian Anderson, Plaisir d'amour




En un posteo de abril de 2009, habíamos dejado la versión-también hermosa en su expresividad-
de Joan Baez. Aquí va la de Marian Anderson.

Marian Anderson, He's got the whole world

Habíamos relacionado, al principio de estos posteos a Paul Robeson con Marian Anderson (1897-1993).
Se cuenta que, al volver a Estados Unidos luego de varios años de cantar por diversos países de Europa, la organización Hijas de la Revolución le impidió dar un recital en el Constitution Hall de Washington, alegando que sólo estaba reservado para artistas blancos. El hecho causó indignación y un coletazo impensable, ya que, para desagraviarla, la primera dama Eleanor Roosevelt renunció a la entidad y organizó un concierto histórico en la plaza del Monumento a Lincoln, que congregó más de 75,000 espectadores.
Aquí dejamos a esta gran cantante.

miércoles, 27 de enero de 2010

Nicolás Guillén, Poema con niños

Naufragos de la Adoración

La sangre es un mar inmenso

que baña todas las playas...

Sobre sangre van los hombres,

navegando en sus barcazas:

reman, que reman, que reman,

¡nunca de remar descansan!

Al negro de negra piel

la sangre el cuerpo le baña;

la misma sangre, corriendo,

hierve bajo carne blanca.

¿Quién vio la carne amarilla,

cuando las venas estallan,

sangrar sino con la roja

sangre con que todos sangran?

¡Ay del que separa niños,

porque a los hombres separa!

El sol sale cada día,

va tocando en cada casa,

da un golpe con su bastón,

y suelta una carcajada...

¡Que salga la vida al sol,

de donde tantos aguardan,

y veréis cómo la vida

corre de sol empapada!

La vida vida saltando,

la vida suelta y sin vallas,

vida de la carne negra,

vida de la carne blanca,

y de la carne amarilla,

con sus sangres desplegadas...

Sobre sangre van los hombres,

navegando en sus barcazas:

reman, que reman, que reman,

¡nunca de remar descansan!

Ay de quien no tenga sangre,

porque de remar acaba,

y si acaba de remar,

da con su cuerpo en la playa,

un cuerpo seco y vacío,

un cuerpo roto y sin alma,

¡un cuerpo roto y sin alma!

Jacques Roumain, Mugre negro

Y bien así es;

nosotros

los negros

los niggers

los mugres negros

ya no aceptamos

tan sencillo

se acabó

ser en África

en América

sus negros

sus niggers

sus mugres negros

ya no lo aceptamos

les sorprende

decir: sí señó

cuando limpiamos sus botas

sí padrecito

al misionero blanco

sí amo

al cortar para ustedes

la caña al cosechar

el café

el algodón

el cacahuate

en África

en América

como buenos negros

como pobres negros

como mugres negros

que éramos

que ya no seremos

Se acabaron ya verán

nuestro yes Sir

oui blanc

sí señor

y

cuidado, sargento

sí, mi jefe

cuando se nos dé la orden

de ametrallar a nuestros hermanos árabes

en Siria

en Túnez

en Marruecos

y nuestros camaradas blancos en huelga

muertos de hambre

oprimidos

expoliados

como nosotros despreciados

los negros

los niggers

los mugres negros

Sorpresa

cuando la orquesta de sus cabarés

de las rumbas y los blues

les toque otra cosa

que no esperaba la putería aceda

de sus padrones y zorras enjoyadas

para quien un negro

es sólo un instrumento

para cantar, verdad

para bailar, of course

para fornicar, naturlich

sólo un artículo

que se compra se vende

en el mercado del placer

sólo un negro

un nigger

un mugre negro

Sorpresa

jesúsmaríajosé

sorpresa

cuando agarremos

con risa terrible

al misionero por la barba

para enseñarle ahora nosotros

a patadas en el culo

que nuestros abuelos

no son

galos

que nos importa un carajo

un Dios que

si es el Padre

bueno entonces nosotros

los negros

los niggers

los mugres negros

a creer que no sólo somos sus bastardos

inútil berrear

jesúsmaríajosé

como odre podrido reventando mentiras

tenemos que enseñarte

lo que en definitiva cuesta

predicarnos a punta de chicote y yo pecador

la humildad

la resignación

de nuestra suerte maldita

de negros

de niggers

de mugres negros

La máquinas de escribir mascarán órdenes de represión

castañeando los dientes

fusilen

ahorquen

deguellen

a esos negros

esos niggers

esos mugres negros

Embijados como enloquecidas moscas de carroña

en la telaraña de las gráficas

desplomadas de la bolsa

los grandes accionistas de compañías mineras y forestales

los propietarios de destilerías y plantaciones

los propietarios de negros

de niggers

de mugres negros

y el teletipo delirará

en nombre de la civilización

en nombre de la religión

en nombre de la latinidad

en nombre de Dios

en nombre de la Trinidad

en nombre de Dios pardiez

tropas

aviones

tanques

gases

contra esos negros

contra esos niggers

contra esos mugres negros

Demasiado tarde

hasta el corazón de las selvas infernales

retumbará precipitadoel tartamudeo terrible

telegráfico de los tam-tams infatigables repitiendo

repitiendo

que los negros

ya no aceptan

ya no aceptan

ser sus negros

demasiado tarde

porque habremos surgido

de las cuevas de ladrones de las minas de oro del Congo

y de Sudáfrica

demasiado tarde será demasiado tarde

para impedir en las plantaciones de Luisiana

en los grandes ingenios de las Antillas

la cosecha de venganza

de los negros

de los niggers

de los mugres negros

será demasiado tarde se lo digo

porque hasta los tam-tams aprenderán el idioma

de la Internacional

porque hemos escogido nuestro día

el día de los mugres negros

de los mugres indios

de los mugres hindúes

de los mugres indochinos

de los mugres árabes

de los mugres malasios

de los mugres judíos

de los mugres proletarios

Y aquí estamos de pie

todos los condenados de la tierra

todos los justicieros

yendo al asalto de sus cuarteles

de sus bancos

como un bosque de antorchas fúnebres

para acabar

de una

vez

por

todas

con este mundo

de negros

de niggers

de mugres negros

Jacques Roumain (1907-1944) quizás el único autor haitiano que aparecía en los kioscos argentinos, publicado por el Centro Editor de América Latina, tiene una novela-Gobernantes del rocío- que leí de adolescente, sin entender nada. Ahora, que entiendo algo, quiero compartir este poema.


Eddy Grant, Hello Africa


lunes, 25 de enero de 2010

Aniversario

Feliz cumpleaños!Happy birthday! Joyeuse anniversaire!
Alles gute zum Geburstag!Parabéns para nos, nesta data
querida!
Este blog, creado hace un año con la asistencia de Mauricio Iezzi
y asistido por la pericia de Daniel Paterson, celebra el espacio
de intercambio que hubo, hay y vendrá.
Gracias a todos los que pasan por aquí, un abrazo.

domingo, 24 de enero de 2010

United Colours of Discrimination

En medio de toda la corriente de solidaridad generada en torno de Haití, el racismo y la intolerancia
vuelven bajo el disfraz de la trivialidad.Quien quiera buscar un ejemplo, consulte en You Tube
el trailer de la película Bruno, donde el personaje central trae un niño negro desde África y afirma
haberlo canjeado por un i-pod. La escena, además de decir mucho sobre la masificación obligatoria
del pensamiento, trivializa una triste realidad, anterior al terremoto: el secuestro y venta de niños en Haití.
La trivialidad no es-como nos quieren hacer creer-"lo que le gusta a la gente".
La trivialidad es un arma política.

Altiery Dorival Ti ca

Dr Alban, Born in Africa

Alejo Carpentier, El reino de este mundo

La grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo.
Fragmento de la novela de Carpentier, publicada en 1949 y ambientada en Haití

viernes, 22 de enero de 2010

Ziauddin Sardar, Extraño Oriente

En los tiempos modernos resulta convencional entender la época medieval como un mundo muy alejado del pensamiento contemporáneo laico y científico. Este reflejo es un invento de la Ilustración. Los pensadores de la Ilustración dependían de ideas que en esencia eran medievales, por muy impopular que pueda ser esta valoración. La forma de esa dependencia constituye el punto más interesante. Para fundamentar su distancia respecto de los modos medievales de pensamiento y de fe, los pensadores de la Ilustración ubicaron aquellos aspectos del yo occidental que deseaban separar de su noción de progreso en el marco de la peyorativa construcción que habían hecho de la Edad Media. Del mismo modo, ubicaron gran parte de lo que habían decidido discutir con Oriente, o acerca de él, en una situación específicamente inferior. Y si Oriente era un elemento útil para la organización de su pensamiento, lo mismo ocurría con el concepto de lo medieval. Como consecuencia, la Edad Media siguió teniendo mala prensa en los anales de la modernidad, donde el epíteto “medieval” es siempre condenatorio.

Las ideas sobre Oriente son una parte del movimiento de las ideas en Occidente. La erudición orientalista se adecua a los giros y cambios del lenguaje. Se desplaza hacia un estudio basado en un programa que se propone “mejorar” Oriente haciendo que sea “moderno”. Esta transformación puede verse claramente en obras como las de W.C.Smith, Islam in the modern World, H.Gibb, Modern trenes in Islam, y P.K. Hitti, Islam an the West. En estos textos, la modernidad es la vara con que se mide a Oriente; y el espíritu del eurocentrismo se mantiene vivo gracias al tipo de preguntas que plantea el orientalismo. La nueva tesis, que en realidad es una nueva formulación de la antigua, sostiene que el Islam es incompatible con el mundo moderno.

La representación de los musulmanes como seres de carácter intrínsecamente violento y perturbado se halla tan generalizada en el vocabulario de las películas de Hollywood como lo está en las novelas mediocres dirigidas al gran público. El cine es, por supuesto, el medio dominante de la cultura popular del siglo XX. Y en la pantalla cinematográfica encontramos reciclados, refrescados y reinvertidos todos los viejos estereotipos. La representación de los musulmanes como malvados terroristas está tan profundamente arraigada en la conciencia de Hollywood, que ahora se los utiliza como maquinadores de conjuras incluso en relatos que no guardan ningún tipo de relación con Oriente. En Regreso al futuro (1985) se nos dice que los terroristas que ponen en marcha la historia son libios; los hombres sin rostro del desierto que sirven como blanco de práctica para G.I.Jane (1998) hablan árabe. Hoy, la amenaza del musulmán fanático desempeña la función argumental que un día cumplió el amerindio en las películas del Oeste.

El oriental ferozmente malvado, que apareció en una gran pantalla con el nacimiento del cine, permanece inalterado; de hecho, ha encontrado un nuevo impulso vital exactamente en el punto en que las películas del Oeste empezaron a ser políticamente problemáticas: es el caso de los terroristas árabes de Éxodo (1960) ; del trastornado Mahdi de Khartoum (1966) ; del chino malvado y peligroso de El rostro de Fu Man Chú (1965) ; de los turcos sádicos e inhumanos de El expreso de medianoche (1978); de los terroristas de Embajador de Oriente Medio (1984) ; de los secuestradores en Águila de acero (1985); del dirigente ávido de poder de Mentiras arriesgadas (1994); de los terroristas argelinos de Decisión crítica (1996); de los terroristas árabes de Estado de sitio (1998).

El conocimiento antiguo y su poder son los problemas que expone una reciente digresión relacionada con Oriente. En Aladino (1992) lo que necesita ser dominado y puesto al sevicio de Estados Unidos es el “extraordinario poder cósmico” del genio. De todas las películas de dibujos animados de la productora Disney, Aladino es quizá la más violenta desde el punto de vista cultural (*). Al principio de la película , nuestro héroe es simplemente Aladino, el servidor de Dios, pero al final del relato, tras haber comprendido en qué consiste la verdad y la belleza, dice “Llámame simplemente Al”.

(*) Este libro se publicó en 1999; la comparación que podría haber hecho Sardar con el etnocentrismo de Madagascar, donde los animales “salvajes” hablan con tonada mexicana, la señalamos nosotros; lo mismo vale para la confirmación de los prejuicios en el imaginario colectivo con los atentados del 11/9/2001 (Lisarda)

Khaled, Aicha

Al-Mu'tamid de Sevilla, Poemas

Te he visto
Te he visto en sueños en mi lecho,
Y era como si tu brazo mullido fuese mi almohada;
Era como si me abrazases, y sintieses
El amor y el desvelo que yo siento;
Era como si te besase los labios, la nuca,
Las mejillas y lograse mi deseo.
¡Por tu amor! Si no me visitase tu imagen,
en sueños, a intervalos, no dormiría más.

En sueños
En sueños tu imagen presentó a la mía, mejilla y pecho;
Recogí la rosa y mordí la manzana;
Me ofreció los rojos labios y aspiré su aliento:
Me pareció que sentía el olor a sándalo.
¡Ojalá quisiera visitarme cuando estoy despierto...!
Pero entre nosotros pende el velo de la separación:
¿Por qué la tristeza no se aparta de nosotros,
por qué no se aleja la desgracia?

El reflejo
El reflejo del vino atravesado por la luz
Colorea de rojo los dedos del copero,
Como el enebro deja teñido el hocico del antílope.

¿Quién entre los reyes…?
¿Quién entre los reyes ha llegado a los extremos de este rey valiente? ¡Largo! ¡Ha llegado a vosotros el reino del Mahdí!
Pedí en matrimonio a Córdoba, la bella, cuando había
Rechazado a los que la pretendían con espadas y lanzas.
¡Cuánto tiempo estuvo desnuda!, más me presenté yo
y se cubrió de bellas túnicas y joyas.
¡Boda real! Celebraremos nupcias en su palacio,
mientras los otros reyes estarán en el cortejo del miedo.
¡Mirad, hijos de puta, que se acerca el ataque de un león
envuelto en una armadura de valor!



Al-Mu'tamid de Sevilla (1040-1095), rey taifa de Sevilla (1069-1091). Hijo y sucesor de al-Mu'tadid, de la dinastía árabe de los Abadíes, que reinaba en Sevilla desde la disolución del califato de Córdoba. Al-Mu'tamid continuó la política expansiva, iniciada por su predecesor, con la incorporación de Córdoba al reino de Sevilla. Asimismo mantuvo la relación de vasallaje con los monarcas castellanos, lo que le obligó a pagar elevadas cantidades en concepto de parias. La costosa protección de Castilla se convirtió en amenaza cuando Alfonso VI conquistó Toledo (1085), lo que decidió a al-Mu'tamid a solicitar la ayuda de Yusuf ibn Tasfin, emir de los almorávides. Yusuf derrotó a Alfonso VI (1086), pero cinco años después, el emir almorávide ocupó Sevilla y al-Mu'tamid fue desterrado al Magreb, donde falleció en 1095. Fue un destacado poeta además de un importante mecenas de la cultura islámica, bajo cuyo reinado la ciudad de Sevilla se convirtió en uno de los principales núcleos intelectuales y artísticos de su tiempo.

Roberto Carlos, Amante a moda antiga

Ibn Hazam, Signos del amor

enamorados

Tiene el amor señales que persigue el hombre avisado y que puede llegar a descubrir un observador inteligente.

Es la primera de todas la insistencia de la mirada, porque es el ojo puerta abierta del alma, que deja ver sus interioridades, revela su intimidad y delata sus secretos. Así, verás que cuando mira el amante, no pestañea y que muda su mirada adonde el amado se muda, re retira adonde él se retira, y se inclina adonde él se inclina, como hace el camaleón con el sol. Sobre esto he dicho en un poema:

Mis ojos no se paran sino donde estás tu.

Debes tener las propiedades que dicen del imán.

Los llevo adonde tú vas y conforme te mueves,

como en gramática el atributo sigue al nombre.

Otras señales son: que no pueda el amante dirigir la palabra a otra persona que no sea su amado, aunque se lo proponga, pues entonces la violencia quedará patente para quien lo observe; que calle embebecido, cuando hable el amado; que encuentre bien cuanto diga, aunque sea un puro absurdo y una cosa insólita; que le dé la razón, aún cuando mienta; que se muestre siempre de acuerdo con él, aun cuando yerre; que atestigüe en su favor, aun cuando obre con injusticia, y que le siga en la plática por dondequiera que la lleve y sea cualquiera el giro que le de.

Otras señales del amor son: que el amante vuele presuroso hacia el sitio en que está el amado; que busque pretextos para sentarse a su lado y acercarse a él; y que abandone los trabajos que le obligarían a estar lejos de él, dé al traste con los asuntos graves que le forzarían a separase de él, y se haga el remolón en partir de su lado. Acerca de este asunto he compuesto estos versos:

Cuando me voy de tu lado, mis pasos

son como los del prisionero a quien llevan al suplicio.

Al ir a ti, corro como la luna llena

cuando atraviesa los confines del cielo.

Pero al partir de ti, lo hago con la morosidad

con que se mueven las altas estrellas fijas.

Otra señal es la sorpresa y ansiedad que se pintan en el rostro del amante cuando impensadamente ve a quien ama o éste aparece de súbito, así como el azoramiento que se apodera de él cuando ve a alguien que se parece a su amado, o cuando oye nombrar a éste de repente. Sobre esto he dicho en un poema:

Cuando mis ojos ve a alguien vestido de rojo,

mi corazón se rompe y desgarra de pena.

¡ Es que ella con su mirada hiere y desangra a los hombres

y pienso que el vestido está empapado y empurpurado con esa sangre!

Otra de las señales es que el amante dé con liberalidad cuanto pueda de aquella que antes disfrutaba por sí mismo, y ello como si fuese él quien recibiera el regalo y como si en hacerlo le fuera su propia felicidad, cuando solo le mueve el deseo de lucir sus atractivos y hacerse amable. Por el amor, los tacaños se hacen desprendidos; los huraños desfruncen el ceño; los cobardes se envalentonan; los ásperos se vuelven sensibles; los ignorantes se pulen; los desaliñados se atildan; los sucios se limpian; los viejos se las dan de jóvenes; los ascetas rompen sus votos, y los castos se tornan disolutos.

Claro es que estas señales aparecen antes que prenda el fuego del amor y el calor abrase y el tizón arda y se levante la llama, porque, una vez que el amor se enseñorea y hace pie, no ves más que coloquios secretos y un paladino alejamiento de todo lo que no sea el amado.

Unos versos tengo compuestos en que se declaran reunidas muchas de estas señales, y de ellos son los siguientes:

Cuando se trata de ella, me agrada la plática,

Y exhala para mi un exquisito olor de ámbar.

Si habla ella, no atiendo a los que están a mi lado

Y escucho sólo sus palabras placientes y graciosas.

Aunque estuviera con el Príncipe de los Creyentes,

No me desviaría de mi amada en atención a él.

Si me veo forzado a irme de su lado,

No paro de mirar atrás y camino como una bestia herida;

Pero, aunque mi cuerpo se distancie, mis ojos quedan fijos en ella,

Como los del náufrago que, desde las olas, contemplan la orilla.

Si pienso que estoy lejos de ella, siento que me ahogo

Como el que bosteza entre la polvareda y la solana.

Si tú me dices que es posible subir al cielo,

Digo que sí y que sé dónde está la escalera.

Otras señales e indicios de amor, patentes para el que tenga ojos en la cara, son: la animación excesiva y desmesurada; el estar muy juntos donde hay mucho espacio; el forcejear por cualquier cosa que haya cogido uno de los dos; el hacerse frecuentes guiños furtivos; la tendencia a apretarse el uno contra el otro; el cogerse intencionadamente la mano mientras hablan; el acariciarse los miembros visibles, donde sea hacedero, y el beber lo que quedó en el vaso del amado, escogiendo el lugar mismo donde posó sus labios.

Hay, sin embargo, señales contrarias a las declaradas, que obedecen al imperio de las circunstancias, a los accidentes que andan en juego, a las causas del momento o a la excitación de los ánimos. Los extremos se tocan muchas veces. Las cosas, exageradas hasta el colmo, producen efectos contrarios, y, llevadas al extremo límite de su discrepancia, acaban por parecerse, por un decreto de Dios Honrado y Poderosos que no podemos comprender. Así, la nieve, si se la aprieta mucho tiempo con la mano, quema como su contrario el fuego; la alegría excesiva mata, lo mismo que la pena desmesurada, y la risa muy continuada y violenta hace saltar las lágrimas. Todo esto acaece muy a menudo.

Pues del mismo modo hallamos que, cuando dos amantes se corresponden y se quieren con verdadero amor, se enfadan con frecuencia sin venir a qué,; se llevan la contraria, aposta, en cuanto dicen; se atacan mutuamente por la cosa más pequeña, y cada cual está al acecho de lo que va a decir el otro para darle un sentido que no tiene; todo lo cual es prueba que evidencia lo pendientes que están el uno del otro.

La distinción entre estos enfados y la verdadera ruptura o enemistad, nacida del odio y de la animosidad enconada de la querella, es la prontitud con que se reconcilian. A veces tú creerás que entre dos amantes hay tan hondas diferencias, que no podrían arreglarse más que pasado mucho tiempo, si se trataba de una persona de alma serena y libre de rencor, o nunca, tratándose de persona vengativa. Sin embargo, no tardarás mucho en ver que han vuelto a la más amigable compañía, que los reproches se han desvanecido, que la rencilla se ha borrado y que en el mismo instante vuelven a reírse y a chacear juntos. Todo esto puede ocurrir varias veces, en un solo rato. Pues bien: cuando veas que dos personas proceden de este modo, no dejes lugar a la duda, ni permitas, en absoluto, que te asalte la incertidumbre, ni vaciles en pensar que entre ellas hay un oculto secreto de amor. Puedes afirmarlo en redondo, en la seguridad de que nadie podrá desmentirte. No te hace falta prueba más clara ni experiencia más fidedigna. Tal cosa no sucede más que cuando existe un amor correspondido y una afección sincera. Yo he visto mucho de eso.

Otra señal de amor es que tú has de ver cómo el amante está siempre anhelando oír el nombre del amado y se deleita en toda conversación que de él trate. Este tema es su muletilla constante y nada le divierte como él, sin que le retraiga de hacerlo el temor de que las gentes adivinen su secreto y los circunstantes comprendan su inclinación. ¡El amor te vuelve ciego y sordo! Si el amante pudiera conseguir que en el sitio en que se halla no hubiera otra plática que la referente a quien él ama, jamás se movería de allí.

Acaece asimismo al verdadero amante que, a veces, se pone a comer con apetito, cuando de repente el recuerdo del ser amado le excita de tal modo que la comida se le atraganta en la garganta y le obtura el tragadero. Otro tanto le sucede con el agua. Relativo a la conversación, en ocasiones, la inicia muy animado, cuando, de improviso, le asalta un pensamiento cualquiera acerca del ser amado, y entonces se aprecia claro cómo se le traba la lengua y empieza a balbucear, y se observa claramente que se pone taciturno, cabizbajo y retraído. Hacía un momento su fisonomía era risueña y sus maneras desenvueltas; pero rápidamente se torna hosco e inerte; su alma está perpleja, sus movimientos son rígidos; se aburre de hablar y siente tedio cuando le preguntan.

Otras señales de amor son: la afición a la soledad; la preferencia por el retiro, y la extenuación del cuerpo, cuando no hay en él fiebre ni dolor que le impida ir de un lado para otro ni moverse. El modo de andar es un indicio que no miente y una prueba que no falla de la languidez latente en el alma.

El insomnio es otro de los accidentes de los amantes. Los poetas han sido profusos en describirlo; suelen decir que son los “apacentadores de estrellas”, y se lamentan de lo larga que es la noche. Acerca de este asunto yo he dicho, hablando de la guarda del secreto de amor y de cómo trasparece por ciertas señales:

Las nubes han tomado lecciones de mis ojos

y todo lo anegan en lluvia pertinaz,

que esta noche, por tu culpa, llora conmigo

y viene a distraerme en mi insomnio.

Si las tinieblas no hubieren de acabar

hasta que se cerraran mis párpados en el sueño,

no habría manera de llegar a ver el día,

y el desvelo aumentaría por instantes.

Los luceros, cuyo fulgor ocultan las nubes

a la mirada de los ojos humanos,

son como ese amor tuyo que encubro, delicia mía,

y que tampoco es visible más que en hipótesis.

Sobre el mismo asunto dije también en otro poema:

Pastor soy de estrellas, como si tuviera a mi cargo

apacentar todos los astros fijos y planetas.

Las estrellas en la noche son el símbolo

de los fuegos de amor encendidos en la tiniebla de mi mente.

Parece que soy el guarda de este jardín verde oscuro del firmamento,

cuyas altas yerbas están bordadas de narcisos.

Si Tolomeo viviera, reconocería que soy

el más docto de los hombres en espiar el curso de los astros.

Las cosas se enredan como las cerezas y unas traen otras a la memoria. En este poema he comparado dos cosas con otras dos en un mismo verso, el que empieza Las estrellas en la noche, etc…, cosa que tiene mérito en retórica. Pues aún he hecho algo más perfecto, y es comparar tres objetos con otros tres en un mismo verso, y cuatro objetos con otros cuatro en un mismo verso. Los dos casos se dan en el poema que cito a seguida:

Melancólico, afligido e insomne, el amante

no deja de querellarse, ebrio del vino de las imputaciones.

En un instante te hace ver maravillas,

pues tan pronto es enemigo como amigo, se acerca como se aleja.

Sus transportes, sus reproches, su desvío, su reconciliación

parecen conjunción y divergencia de astros, presagios estelares adversos y [favorables

Más de pronto, tuvo compasión de mi amor, tras el largo desabrimiento,

y vine a ser envidiado, tras de haber sido envidioso.

Nos deleitamos entre las blancas flores del jardín,

agradecidas y encantadas por el riego de la escarcha:

rocío , nube y huerto perfumado

parecían nuestras lágrimas, nuestros párpados y su mejilla rosada

Que no me censuren los críticos por haber empleado la palabra “conjunción”, ya que los astrónomos llaman así a la coincidencia de dos estrellas en un mismo grado.

Y todavía he conseguido algo más completo, que es comparar cinco cosas con otras cinco en un mismo verso, como puede verse en el siguiente poema:

Me quedé con ella a solas, sin más tercero que el vino,

mientras el ala de la tiniebla nocturna se abría suavemente.

Era una muchacha sin cuya vecindad perdería la vida.

¡Ay de ti! ¿Es que es pecado este anhelo de vivir?

Yo, ella, la copa, el vino blanco y la oscuridad

parecíamos tierra, lluvia, perla, oro y azabache.

Esta quíntuple metáfora no puede ser ya superada ni hay nadie capaz de incluir en un mismo verso más comparaciones, pues no lo consienten las leyes de la rima ni la morfología de los nombres.

También sufre el amante sinsabores en las dos situaciones siguientes:

La primera consiste en que el galán espere encontrar a su dama y se interponga de pronto un obstáculo que lo impida.

Yo conocía a uno a quien su amada había dado una cita y lo veía yendo y viniento; no podía estarse quedo ni pararse en ningún lugar; tan pronto iba para atrás como para adelante; la alegría aligeraba su natural serio y convertía su aplomo en vivacidad.

Sobre este tema de la espera de una visita amorosa, yo tengo los siguientes versos:

Hasta que llegó la noche estuve esperando verte,

oh deseo mío!, oh colmo de mi anhelo!;

pero las tinieblas me hicieron perder la esperanza,

cuando antes, aunque apareciera la noche, no desesperaba de que siguiera el día.

Tengo para ello una prueba que no puede mentir,

pues por muchas análogas nos guiamos en asuntos difíciles,

y es que, si te hubieras decidido a visitarme, no hubiera habido tinieblas,

y la luz, tu luz, hubiera permanecido sin cesar entre nosotros.

La segunda situación consiste en que nazca entre los amantes una sospecha, que no se sabe si es verdad o no más que por referencias de una tercera persona, pues entonces el desasosiego es tremendo hasta que el asunto se aclara, bien porque la desazón se trueque en franca tristeza y pena, ocasionada por el temor de la ruptura.

También asalta al amante una profunda dejadez si el amado le trata con desabrimiento; mas esto quedará explicado en su capítulo correspondiente, si Dios Altísimo quiere.

Accidentes del amor son asimismo la violenta ansiedad y el mudo estupor que se apoderan del amante, cuando ve que el amado le esquiva o huye de él, y que se revelan en ayes, abatimiento, gemidos y profundos suspiros. Sobre este asunto yo compuse un poema del que es este verso:

La bella paciencia está prisionera:

pero las lágrimas corren libremente.

Otra señal de amores que tu verás que el amante siente afecto por la familia del que ama, sus parientes allegados, hasta el punto de que los aprecia más que a su propia familia, que a sí mismo y que a todos los suyos.

El llanto es otra señal de amor; pero en esto no todas las personas son iguales. Hay quien tiene prontas las lágrimas y caudalosas las pupilas: sus ojos le responden y su llanto se le presenta en cuanto quiere. Hay; en cambio, quien tiene los ojos secos y faltos de lágrimas.

Yo soy uno de estos últimos, debido a que estuve mucho tiempo tomando incienso para curar unas palpitaciones de corazón que tuve de niño. A veces me cae encima una desgracia abrumadora; tengo el corazón destrozado y desgarrado; siento en él un nudo más amargo que la coloquítida, que me impide emitir palabra a derechas e incluso, a veces, parece que va a cortarme el aliento; pero mis ojos siguen insensibles, a no se en rarísimas ocasiones en que sueltan unas pocas lágrimas.

A este propósito recuerdo lo que pasó un día en que, parados en la playa de Málaga, decíamos adiós, mi compañero Abu Bakr Muhammada ibn Isahq y yo, a nuestro amigoAbu ‘Amir Muhammada ibn ‘Amir (¡Dios le haya perdonado!, que emprendía el viaje de Levante y a quien no habíamos de volver a ver. Al despedirse, Abu Bakr se puso a llorar y a declamar, aplicándolo al caso, este verso que pertenece a la elegía sobre la muerte de Yazid ibn ‘Umar ibn Hubayra (¡Dios le haya perdonado!):

¡Ah! El ojo que, en el dia de Wasit,

no derrama por ti cuantas lágrimas le quedan, es que es de piedra.

Yo sentía también grandísima aflicción y pesar, pero mis ojos no vinieron en mi ayuda y tuve qe limitarme a decir, emulando a Abu Bakr:

Y el hombre que, cuando tú le abandonas,

no pierde por ti su mejor resignación, es que es de hielo.

Pero, con arreglo a la opinión general de las gentes de que el llanto es prueba de amor, tengo también una qasida que compuse antes de llegar a la pubertad y que comienza así:

Indicio del pesar son el fuego que abrasa el corazón

y las lágrimas que se derraman y corren por las mejillas,

aunque el amante cele el secreto de su pecho,

las lágrimas de sus ojos lo publican y lo declaran.

Cuando los párpados dejan fluir sus fuentes,

es que en el corazón hay un doloroso tormento de amor.

También acaece el amor que uno de los amantes recele y sospeche de cualquier palabra que el otro diga, y la eche a mal parte, lo cual suele originar frecuentes rencillas entre los enamorados. Yo conozco un hombre que era el menos malicioso del mundo, el de más amplio espíritu, el de mayor paciencia, el más tolerante, el de manga más ancha, y, sin embargo, tenía una extrema susceptibilidad respecto a la persona a quien amaba. La más insignificante diferencia que con ella tenía levantaba en su espíritu mil especies de reproches y mil motivos de desconfianza.

También notarás que el amante, cuando no tiene demasiada seguridad en la constancia de los sentimientos del amado para con él, es mucho más circunspecto de lo que antes era, se refrena más en sus palabras y cuida más sus ademanes y sus miradas, sobre todo si tiene la desgracia de haber dado con una persona celosa y la fatalidad de haber caído con quien es aficionado a pelearse.

Otras señales de amor son: que el amante espíe al amado, tome nota de cuanto diga, investigue cuanto haga, sin que se le escape cosa alguna ni chica ni grande, y le siga en todos sus movimientos. Y, por vida mía, tú veras que en esto los necios se vuelven listos, y los incautos, agudos.

Una vez, en Almería, estaba yo de visita sentado en corro, en la tienda de Isma’il ib Yunus, el médico judío, que era ducho en el arte fisiognómica y muy perito en ella, cuando Muxahid ibn al-Husayn al-Qaysi le dijo, señalando a un hombre, llamado Hatim Abu-l-Baqa’, que pasaba frente a nosotros: “¿Qué dices de ese?” Isma’il lo miró un momento y luego dijo: “Que es un enamorado” “Acertaste, dijo Muxahid; pero ¿cómo lo sabes?” “No más, contestó, que por la excesiva abstracción que lleva pintada en el semblante, para no hablar de sus otros ademanes. He deducido que se trata de un enamorado, sin que haya lugar a dudas.”.