miércoles, 26 de diciembre de 2012

Antigua bendición irlandesa




Que los caminos se abran a tu encuentro, 
que el viento sople siempre a tu espalda.
que el sol brille sobre tu rostro,
que la lluvia caiga suave sobre tus campos,
y, hasta que nos volvamos a ver,
que Dios te sostenga en la palma de Su mano.

May the road rise up to meet you.
May the wind be always at your back.
May the sun shine warm upon your face;
the rains fall soft upon your fields
and until we meet again,
may God hold you in the palm of His hand.


domingo, 16 de diciembre de 2012

Selva Almada, Conocí el mundo en una pensión de bajo fondo

selva almada




Siempre que estoy en una fiesta y ponen música de los 80 me agarra dolor de estómago. Por lo menos, durante la primera canción me agarra. Me devuelve a la adolescencia, eselarguísimo retorcijón en las tripas .
Nací y me crié y viví hasta los 17 años en Villa Elisa, al sur de Entre Ríos, un típico pueblo del interior, de ascendencia en su mayoría suiza. Limpio, ordenado, florido, católico, radical.
La adolescencia fue la época más infeliz de mi vida . No quería nada de eso que los “años dorados” ofrecen. Mientras mis amigas aprendían a maquillarse, cambiaban escandalosamente rápido el talle de corpiño, empezaban a usar tacos, se depilaban, iban al boliche, daban los primeros besos, perdían la virginidad , eran seducidas y abandonadas, lloraban un rato y volvían a enamorarse de otro, yo, en lo único que pensaba, era en marcharme . Aun cuando me obligara a participar tibiamente de eso que se llama adolescencia y me pusiera un vestido con hombreras enormes para ir a un cumpleaños de quince o me levantara el pelo en un jopo descomunal , aun cuando me juntara con otras chicas a ver películas en video, o fuera al viaje de egresados no porque quisiera ir sino porque “había que ir”, yo siempre estaba pensado en marcharme.
Si de vez en cuando me prendía en el trencito de la pubertad era solamente para no despertar sospechas, para pasar desapercibida y seguir preparándome, sola y en silencio, para tomarme el buque . Me sentía desencajada.
Era antipática, contestadora y buena estudiante. Todo lo contario a mi hermano, que había sido el chico más popular del Colegio Nacional por aquellos años: encantador, carismático y el mejor compañero . Y los profesores no se ahorraban la molestia de hacérmelo saber: no entiendo cómo Pedro y vos son hermanos . Siempre que escuchaba esa frase, me daba mucha bronca al tiempo que me envalentonaba: claro, era eso, si no quería ser la hermana de, la novia de o la hija de, tenía que marcharme.
Perderme en una ciudad más grande donde yo fuera sólo mi nombre.
Cuando pienso en esa época que va desde la primera menstruación hasta la fiesta de egresados, siempre me siento extraña, como si todo eso le hubiese pasado a otra que no soy yo, que no fui yo y que, al mismo tiempo, sí fui yo y me da un poco de pena y un poco de cariño esa chica que no quería nada de lo que el pueblo podía ofrecerle , que tenía pánico de que le pasara lo que a muchas chicas de clase media como ella: embarazarse antes de tiempo, casarse, construir la casa, comprar el auto en un Plan Rombo. No quería eso para mí: ni marido, ni hijos, ni una vida más o menos estable.
Pero tenía un plan. A los 9 años había decidido ser periodista y esa convicción fue la única cosa que me acompañó todos esos años. Iba a ser periodista, me repetía todo el tiempo: la facultad sería el salvoconducto para sacarme del pueblo.
Terminé quinto año en diciembre de 1990. Me inscribí en Comunicación Social, en Paraná. Aunque Paraná dista unos 230 kilómetros de mi pueblo, una distancia relativamente corta, Villa Elisa está más cerca de la costa del Uruguay. Moverse de costa a costa, atravesar la provincia, era una distancia que a mí me parecía enorme.
En febrero empezaron las clases y nos fuimos con una compañera de colegio, viviríamos las dos juntas. Luego del paso fugaz por una pensión donde fuimos estafadas , empezamos a buscar otra. No era sencillo porque, a esa altura, ya estaba todo ocupado. Anduvimos de una pensión a otra, hasta que dimos con lo de Estela: una casa chorizo, con un patio lleno de plantas , donde conseguimos una piecita precaria, una ampliación casera del resto, sólo para nosotras.
Mi compañera estudiaba agronomía y pasaba casi todo el día fuera. Yo, en cambio, sólo cursaba a la mañana y, como no conocía a nadie, estaba todo el tiempo en la pensión. Como me cuesta bastante armar relaciones ( soy una tímida consuetudinaria ) me entretenía observando el ritmo de la casa.
Aunque nos la habían recomendado como pensión de estudiantes, enseguida advertí que, aparte de nosotras, sólo otros cuatro chicos, que paraban en una pieza casi enfrentada a la nuestra, iban a la facultad. En otra de las habitaciones vivían unos cuantos muchachos que entraban y salían en horarios diversos , pero sin libros ni apuntes. En los fondos había una pieza muy grande (había visto, un día que fui a colgar ropa y la puerta estaba abierta, que tenía un montón de camas-cucheta), reservada a inquilinas ocasionales, mujeres del interior que estaban cuidando algún familiar en el hospital; y dos inquilinas fijas, Hilda y Andrea, dos chicas jovencitas que dormían todo el día y salían toda la noche . En otra piecita, un matrimonio de gitanos.
Estela, la dueña, también vivía en la casa. Tendría unos 70 años y caminaba apoyada en un bastón. Peleaba constantemente con Beto, su mucamo . También Hilda y Andrea se peleaban dos por tres y nos despertábamos aterrorizadas en mitad de la noche. Y también el matrimonio de gitanos. Tampoco era raro cruzarse con un policía en el hall.
Al principio, pensamos en volver a mudarnos: mi compañera y yo éramos dos pueblerinas que nunca habían estado lejos de su casa y no estábamos acostumbradas a que la gente se insultara, se gritara y hasta volaran cosas contra las paredes. Por lo menos no así, a la vista de todos: en un pueblo conservador y pacato como el nuestro, eso se hacía con las puertas y las ventanas cerradas a cal y canto. Ni hablar de cuando nos enteramos que Hilda y Andrea eran prostitutasregenteadas por Estela y que los chicos esos que “no estudiaban” estaban bajo libertad condicional (de ahí la presencia habitual de la policía en la casa).
¿Qué teníamos que hacer nosotras allí, bajo el mismo techo con putas y ladrones ?, nos preguntábamos escandalizadas.
Sin embargo, conseguir pensión, como ya dije, no era nada fácil, así que nos fuimos quedando. Mi compañera optó por estar lo menos posible (tenía a su novio en Paraná; le resultaba simple escaparse) y a mí no me quedó más remedio que empezar a acercarme o, mejor dicho, dejar que se me acercasen.
Mi puente a los demás fue Beto, el mucamo. Cuando la vieja y él se peleaban, ella lo echaba a la calle: era una especie de rutina, en realidad, porque la expulsión nunca se cumplía . La primera vez que hablamos yo volvía de la facultad y lo encontré llorando en el patio; era la hora de la siesta así que estaban todos durmiendo. Le pregunté si estaba bien y me dijo que no . Lo invité a pasar a mi pieza a tomar unos mates. A partir de ese día nos fuimos haciendo compinches. Aunque Beto era visiblemente gay, las primeras semanas de nuestra amistad, hacía que me tiraba onda. Cuando zanjamos esa cuestión y se animó a decirme que le gustaban los tipos, los dos nos sentimos aliviados. Era un chico pobre del interior de la provincia, estudiaba un profesorado y hacía la limpieza de la pensión a cambio del hospedaje . Para cubrir sus otros gastos, se las rebuscaba en la zona roja de la Terminal. Una noche lo acompañé, con la excusa de un trabajo para la facu. Deambular por allí, a la madrugada, en su compañía, fue la experiencia más extrema que había tenido hasta ese momento. No es que nunca hubiese visto a una prostituta de cerca (de chica jugaba con los hijos de una que visitaba a mi tío a domicilio), pero charlar con las chicas, los muchachos y las travestis que yiraban por ahí, ver cómo se metían en los autos que venían a buscarlos, conversar un rato con uno de los rufianes que se abrió la chaqueta y me mostró un arma… todo eso, para una pajuerana como yo, era la revelación del mundo real, mucho más duro y desolado que el que conocía.
Beto fue habilitando mi llegada al resto. Todos lo querían porque tenía buen corazón y porque Estela, a la que todos temían y despreciabanpor partes iguales, lo trataba como a un trapo viejo.
Con Hilda también nos hicimos amigas. Ella era de un pueblito cercano. Aunque teníamos la misma edad, parecía más grande y era una mujer hermosa . Venía de una familia muy pobre. Ellos no sabían lo que hacía en Paraná, pensaban que era empleada en una tienda. Una mañana volvía de trabajar, pintada como una puerta y con un vestido mínimo, cuando se topó en la calle con un conocido de su pueblo: sintió tanta vergüenza que sólo atinó a salir corriendo . Era muy generosa (una vez me prestó algo de plata hasta que me llegara un giro de mi mamá) y alegre, pero tenía sus momentos de melancolía, cuando me hablaba de una infancia feliz y de una adolescencia de acosos y abusos que me hacían preguntarme, avergonzada, con qué derecho me quejaba yo de mi propia vida.
También había un joven boxeador, Alberto, que era taxi boy de viejos ricos que le regalaban relojes, cadenitas… venía y me mostraba orgulloso sus trofeos y si tenía plata me invitaba una gaseosa, mientras hablaba de vivir sólo del boxeo y dejar “esta vida” para siempre. Sin embargo, pese a sus aspiraciones de cambio, tampoco se quejaba de “esa vida”. Ninguno de ellos se quejaba, no era resignación sino algo más parecido a la paciencia: hay que esperar, ya llegará nuestro momento , parecían pensar. Y esa fue una gran enseñanza para mí que no sabía lo que quería, pero lo quería ya.
Algunas veces Estela también me gritaba a mí, viéndome cada vez más incorporada al latido de la casa, ella ya no tenía el prurito de tratarme bien porque era “una estudianta”; las diferencias con el resto de los inquilinos se iban borrando.
De pronto yo, que nunca había tenido muchas amistades , ahora tenía un montón. Además de ellos, dos de los estudiantes, Caffa y Gustavo, que también habían pasado del espanto inicial a entablar una amistad con el resto de los pensionistas.
En cambio, empezó a crecer la distancia entre mi compañera y yo: aunque no éramos amigas íntimas, siempre nos habíamos llevado bien. Pero ahora ella se metía cada vez más en sus libros y yo, en la vida de la pensión. Ella sufría cada minuto que pasaba allí y yo estaba fascinada con esas vidas que tenían tanto para decir (me).
Ese año fue fundamental para mí. Si yo había creído que escaparme del pueblo era, simplemente, irme de allí, durante esos meses aprendí que recién pude escaparme cuando empecé a conocer a mis compañeros de pensión. En el fondo, yo no quería huir de una geografía sino de una manera de estar en el mundo, de una idiosincrasia , que no me interesaba: el qué dirán, la intolerancia, el chismorreo, la hipocresía.
Con ellos aprendí a mirar al otro, a escuchar, a tratar de ponerme en sus zapatos. Y aunque entonces no había escrito una sola línea ni pensaba en ser escritora, creo que también con ellos (o gracias a ellos) empecé a escribir.
Selva lava una olla en la única imagen que conserva de la pensión de Paraná a la que llegó desde su pueblo, Villa Elisa.


Selva Almada (Entre Ríos, 1973). Autora de El viento que arrasa, publicado este año,Una chica de provinciaNiños y Mal de muñecas. Sus relatos integran diversas antologías de Argentina y la antología Die Nacht des Kometen (Edition 8, Alemania, 2010). Coordina talleres de lectura y escritura.

Fuente:Clarín, 15/12/2012
Para seguir leyendo a Selva Almada: http://www.unachicadeprovincia.blogspot.com.ar/


sábado, 8 de diciembre de 2012

Robert Lemm, Mi invención de Rosetti


fotoraulroseticurriculum



                                                                    Qué importa saber quién soy,
                                                                               ni de dónde vengo, ni por dónde voy.


Inclasificable
En 1993 aparece Túnez y otras orillas, publicado por Editorial Sudamericana en Buenos Aires. En la cubierta del libro se lee: ¿Novela, ensayo, autobiografía, crónica de viajes?... Casi todas las reseñas repiten esta enumeración alegando que los escritos son de muy difícil clasificación. Diego Bigongiari  (Página 12, 29 de agosto de 1993) llama a su autor ‘pionero de un género (al menos en las letras locales)’. Otro crítico (La Prensa, 15 de agosto de 1993) habla de ‘un texto extraño y novedoso para la literatura argentina’. Lo certero de este juicio lo confirma la contribución a la antología Pasaje a Oriente, Narrativa de Viajes de escritores argentinos publicada por el Fondo de Cultura Económica en 2009, un año antes de la muerte de su autor. Con la excepción del relato de Domingo Faustino Sarmiento, el de Raúl es casi el único entre los viajeros argentinos que trasciende al mero turismo. La pieza escogida para la antología procede de otro libro inclasificable suyo, Samsara, que apareció en 1989.
Y aquí hay que insistir en que lo de ‘difícil clasificación’ se refiere no sólo al ‘género literario’, sino más aún a su creador, que ha sido calificado de ‘escritor de aventura’, ‘rara avis’, ‘argentino errante…, desterrado…, nómade,.. Ulíses.’ Estas calificaciones, procedentes de una crítica en general muy favorable a Túnez, invitan a adentrarnos en la obra y la vida de su autor.


Autobiográfico
Ante todo cabe observar que en el caso de Raúl Rossetti la obra y la vida forman una unidad. Túnez y otras orillas, Samsara , Los mandatos ocultos (2007) y El tiempo pródigo  - publicado en holandés en 1988 como “De gulle tijd” y que incluye también piezas de la poetisa argentina Felicitas Casavalle - se pueden considerar como libros autobiográficos. Rossetti no suele inventar nada. Las aventuras que relata las ha vivido él mismo. La “ficción” no es su estilo, ni tampoco su lectura preferida. En una entrevista con Edmundo Magaña (José Martí Journaal, febrero de 1991) admite que estima las cartas y las autobiografías por encima de las novelas.
La excepción es Jorge Luis Borges, a quien venera Raúl como un dios. Pero ¿cómo lo lee? No como autor de fantasías tipo realismo mágico, sino como filósofo. Las ficciones borgianas son fachadas nomás para proferir ideas y dudas metafísicas. Son los temas del tiempo y la eternidad, de Dios y el alma, de la historia que se repite que le ocupan a Raúl. El rasgo que lo distingue de su maestro de pensar es que Borges escritor y  Borges persona privada están separadas. Al menos, así lo quiere y lo dice el mismo Borges.

La admiración por Paul Bowles
En el revés de una tarjeta postal desde Fez (Marruecos) que muestra el interior de una mezquita, me escribe: ‘Esta gente posee todo lo que a nosotros – a nuestra sociedad, para llamarla de alguna manera – nos falta: esa alegre y cálida comprensión es sólo posible cuando la milenaria creencia fraternal es tan incuestionable e inquebrantable como sucede aquí. En lugares como éste, me es muy fácil poder intuir el significado de esa tremenda frase de Léon Bloy citada por Marguerite Yourcenar: la única desgracia es no poder llegar al estado de santidad (algo así). Ya estoy terminando ese hermoso pájaro de Lawrence [se refiere a Lawrence de Arabia y Los siete pilares de sabiduría]’ Y en sus “Letras de Tánger” (El cronista cultural, Buenos Aires, 29 de julio de 1994) añade: ‘Aquí late el pulso de una reverberación inicial, pienso cuando salimos al amanecer rabiosamente naranja de las tortuosas callejas del socco…’.Está el viajero argentino en camino a Paul Bowles, el célebre exilado radicado con su amigo en la tolerante y una vez cosmopolita ciudad de Tánger. Se siente congénere de este escritor neoyorquino por su distancia crítica de Occidente y sus historias impregnadas del caluroso y aventuroso ambiente marroquí, pero le reprocha su resignación ante la impertinencia de los periodistas americanos que invaden su casa convirtiéndola en una especie de museo. Hasta un equipo cinematográfico está rodeando al escritor en el momento de llegar Raúl. Pero por mucho que le moleste el ajetreo - molestia que comparte con el amigo marroquí del exilado - debe admitir que Paul pertenece a ‘esos escritores cuyas vidas es imposible separar de sus obras; la veracidad de unas está sosteniendo la autenticidad de las otras.’

La aventura del encierro
El núcleo de Túnez y otras orillas lo conocimos diez años antes bajo el título de “Trescientos sesenta y cinco días y quince días” - vertido al inglés en una revista holandesa llamada “The Kremlin Mole”. La traducción al holandés se intercaló después en El tiempo pródigo. Es tal vez el relato que mejor define a Raúl y el que más profundamente ha impresionado a sus lectores. Se trata del año que tuvo que pasar en una prisión tunecina por haber poseído una pequeñísima cantidad de hashish. Las circunstancias en la cárcel son atroces. Los prisioneros deben compartir un galpón de cemento con el colchón de cada uno al lado del otro. Su condición de extranjero ofrece ciertas ventajas pero no lo exenta de presenciar las crueldades exóticas raramente vistas por el ojo occidental. Cualquier europeo o norteamericano habría sucumbido ante la continua desesperación de verse en un ambiente cerrado y poblado de seres de una mentalidad antojadiza e imprevisible. Raúl sobrevive gracias a su amor por la cultura árabe. Y durante los trescientos sesenta y cinco días aprende cosas y conoce a personas que jamás hubiera conocido como visitante de lugares más atractivos para el orientalista. Conmueve no sólo la increíble paciencia con que aguanta este terrible episodio, sino más aún su compasión por los otros encerrados, entre los cuales se destacan asesinos y violadores peligrosos. Al final lo salvan las amistades y las fantasías. Gracias a éstas, fuentes consoladoras de esperanza y escapatorias de la fea realidad, resiste a la tentación del suicidio. Túnez y otras orillas es un mosaico de experiencias, aseveraciones, anécdotas, amén de una exegesis comparativa entre las cosmovisiones islámica y bíblica en donde pasan revista temas como el libre albedrío, la predestinación, la fidelidad y el sexo, como muy bien lo describe el ya citado crítico de La Prensa. En sus páginas aprendemos que los mismos árabes, muy en el fondo, respetan más a los europeos - y odian más a su propio primitivismo - de lo que en Occidente se cree. Una de las características orientales que en particular le impresiona a Raúl es el saber callar, que no es lo mismo que indica la sentencia de Wittgenstein: de lo que no se puede hablar, mejor callarse, o hablar es arremeter contra los límites del lenguaje.  El oriental, en cambio, no calla porque algo es incomunicable. Es más bien entender lo que un escritor omite, o lo que se entiende entre las líneas. Al final de su encierro vemos al protagonista, recién recuperada la libertad, andando embelesado por las calles de Túnez en dirección de la playa. Se siente en el paraíso, pero la felicidad es de poca duración. En seguida echa de menos a la compañía de ciertos prisioneros que tanto contribuyeron a hacerle sentir esa cálida comprensión y esa fraternidad que parecen exclusivas del mundo árabe. Y se consuela con que ‘no se viaja por la imposibilidad de hallar el sitio añorado. Se lo encuentra en todos lados.’

El nomadismo
No pertenecer a ningún lugar. El nomadismo es otro rasgo del autor y de su obra. En la entrevista con Magaña (op. cit.) declara que en todas partes se siente en casa, menos en Buenos Aires. En aquel momento vive en Amsterdam, que ama como ciudad liberal con su mezcla de nacionalidades y como punto de partida para vagar por el mundo. ‘No aprendí el holandés para mejor sentirme extranjero’, dice, confesando de paso que sobrevive haciendo a veces de ratero y de prostituta masculino. Rimbaud y Jean Genet son otros héroes suyos. En el Oriente, explica, respetan al pordiosero igual que a los que tienen oficio, y los chicos marroquíes desconocen el sentimiento de culpabilidad; del sexo no hablan. En Samsaraleemos: ‘Son demasiados los lugares donde me podría quedar y vivir para siempre. Por eso deben existir los viajes. Estar y dejar de estar en todos lados.’ El viaje en cuestión remonta a 1973, en plena época “hippie”. La por entonces ruta clásica seguida por los jóvenes desertores de la civilización occidental pasaba por Estambul y luego por Irán y Afganistán para terminar en la India. Raúl visitó también a Nepal. Su itinerario resulta ser una especie de peregrinaje, un camino espiritual en busca de iluminación. Sus descansos no son tanto los templos budistas o hindúes, sino más bien las personas con quienes el destino lo junta y sus lecturas de los libros sagrados del Oriente. Sumergiéndose en todos los aspectos del ser oriental comprime su aprendizaje en la noción misteriosa de “Samsara”, que define como ‘las engañosas aleaciones terrenales, los espejos alienantes, los tristes juegos destinados a convertirnos en sombras seguras y confiadas del mundo.’ La última palabra podría ser la clave. “Mundus”, en la tradición medieval del cristianismo, constituía junto con la “Carne” y el “Diábolus” los tres peligros capitales para todo creyente.

El Oriente como espejo
Y aquí cabe detenernos en una búsqueda que determinó la última fase de la vida de Raúl, después de regresar a Buenos Aires. Sostiene el filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila – un escritor que Raúl empezó a estimar un año antes de su muerte – lo siguiente: ‘La irrupción de la historia no-europea en la tradición de Occidente es un episodio de la vida intelectual del XIX. Los participes de esta tradición no son herederos forzosos de esa historia y sólo pueden heredarla respetando las condiciones intelectuales de su ingreso al patrimonio de Occidente. En otros términos, puede haber sinólogos en Occidente, verbigracia, pero no taoístas.’ En su estudio sobre el budismo, Borges llegó a comprobar que le interesaba mucho el budismo, pero que no era, ni pudo ser budista. Y una parábola sufí le sirvió para elucidar su punto de vista de un modo general. Me refiero al Simurgh, pájaro mitológico que figura en la portada de El tiempo pródigo y que, en las palabras de Raúl,  resume la búsqueda de otros treinta pájaros en pos de un rey: finalmente comprenden que ellos son el Simurgh, y que el Simurgh es cada uno de ellos y todos ellos. Borges explica que aquí tenemos la quintaesencia del panteísmo. Y contrasta - en Nueve ensayos dantescos, 1984 - al Simurgh con el Águila en el Paradiso de Dante, en el cual se distinguen las cabezas de los santos más elevados. En el Occidente continúa existiendo la individualidad. Dios sigue siendo el Otro, y las creaturas somos de una naturaleza distinta de la del Creador. En cambio, en la visión oriental vamos perdiendo nuestro “yo” para que nos absorba al final la divinidad.
El descubrimiento del cristianismo puro, en su forma no dogmática y fuera del sistema de la iglesia, fue la consecuencia para el viajero argentino a Oriente Raúl Rossetti. Este proceso de reconciliación con su país de origen, y con el Occidente en sus formas sublimes, ya comenzó en los años noventa en Amsterdam. Sus colaboraciones en la Revista Amsterdam Sur dan testimonio de ello. Aparte de Borges, fue brotando su admiración por ciertos autores argentinos, entre los que se destacan Leopoldo Marechal metafísico y el solitario Antonio Porchia. Con el estímulo de Borges se iba convirtiendo en lector asiduo de Joseph Conrad y Rudyard Kipling, escritores aventureros como él, o de Léon Bloy, despreciado profeta parisino, y del visionario sueco Emanuel Swedenborg, descubridor del mundo de más allá de la muerte. En un ensayo titulado “Volver a Bernanos” invoca la gran importancia de las tradiciones, la religión católica y los clásicos occidentales elogiando a Georges Bernanos – cuya obra y persona fueron una y la misma y que era un escritor, como quería Miguel de Unamuno, cuyo libro habla como un hombre, como consta de Le journal d’un curé de campagne.  Bernanos preveía, en 1945, la inevitable degeneración del Occidente por la mediocridad y la falta del heroísmo, por la dimisión del hombre ante las máquinas y la tecnología, el triunfo de la inhumanidad, la barbarie politécnica, simbolizados por los molinos que Don Quijote embistió en vano.

Atravesar el espejo
Pero el mundo árabe seguía a su lado, con sus contradicciones como mostró en las historias  “Cives Romanus Sum”  y “Diálogo en éxtasis mayor”. La primera, incluida en Túnez, relata como Raúl, por ilegal expulsado de Holanda, ronda por Roma sin un centavo hasta que lo saca de apuros una princesa que en otra época lo conoció como galán atractivo. Y cuando después de unos días de comodidad palaciega vuelve al grupo de vagabundos en la Plaza Navona resulta que unos gamberros han incendiado a un compañero suyo, un joven somalí. Lo horrendo de este acto contrasta con la hospitalidad calurosa que en Italia le hizo tan bien después de la frialdad burocrática de Holanda. ‘Pides justicia’, suspira con Almafuerte, ‘pero mejor será que no pidas nada.’ En “Diálogo en éxtasis mayor” cuenta como entró en un cine de Marruecos para volver a ver la película “Equus”, en donde se ve un adolescente desnudo a caballo y que trata de la relación psicológica entre los dos. Al lado de Raúl está mirando un joven marroquí el mismo espectáculo, pero donde el primero se deja emocionar el otro se ríe con desprecio. Después se desarrolla el diálogo entre los dos. El creyente musulmán es hostil a la cultura occidental – que para él es decadente y pagana. Raúl está dividido entre su simpatía por la fe islámica y su afición a ciertas  muestras artísticas del ambiente “underground” europeo. El cine admirado de Paolo Pasolini, por ejemplo, caería muy mal entre los pueblos bereberes que iba considerando como su segunda patria. Siempre buscó lo común entre los dos mundos, ya que Dios es el mismo Dios para todos. Ahora debe admitir que las diferencias de orden cultural, histórica y religiosa son insalvables. Pero cuando los Estados Unidos y sus aliados europeos invaden al Irak en 2003, levanta la voz desde América del Sur  en un “J’accuse” llamado “Requiem”, denunciando la rapiña y la estúpida avidez occidentales y poniéndose del lado de la indignación árabe.
¿Constituyen las tecnologías un verdadero avance?, pregunta retóricamente en su ensayo “Física actual de Borges”. Al contrario. ‘Se podría argumentar que en muchos sentidos estamos mucho más alejados que nunca de la naturaleza y que aún nuestro conocimiento tecnológico ha producido menos progreso que nuevos niveles de ignorancia…El fluido y turbulento universo no es más que un espejo, y deberemos aprender a atravesarlo si queremos intuir su funcionamiento y comprender su trama.’

Los mandatos ocultos
In 1986 Raúl escribe un breve “curriculum vitae”. La serie de episodios que pasan revista hacen pensar en una novela picaresca y son integrados en sus libros. Sub-teniente en la provincia argentina, estudiante de psicología en la ciudad de Rosario, y literatura en París. Durante el episodio parisino trabaja como chófer para una familia aristocrática, lo que luego, con todos los detalles divertidos dignos de una telenovela convierte en una historia intercalada en Túnez y otras orillas bajo el título de “El Castillo de Napoleón”. Vuelve a Buenos Aires donde trabaja como actor para luego hacer lo mismo en Nueva York. Para subsistir en la Big Apple se dedica a lavar platos, lo que también hará más tarde en Amsterdam, como consta de la historia “Casi una brisa” en Los mandatos ocultos. En 1972 regresa a Buenos Aires donde sigue un curso de letras para marcharse el año después otra vez a París, donde combina la subsistencia trabajando en una fábrica con pequeños papeles en películas. Por fin se establece por unos quince años en Amsterdam, desde donde viaja a África del Norte, India, Centro y Sud América, Italia y Barcelona. En la última ciudad funciona con una compañera en un teatro pornográfico, episodio a que alude en varias historias de Los mandatos ocultos. Mientras tanto publica artículos y poemas en varias revistas y van creciendo los libros que más tarde verán la luz.
Una de las dedicatorias de su último libro se dirige a los hombres que son sinceros consigo mismos y que la sociedad expulsa. “Almas en olvido” quiere ser una muestra de este lema. Estamos en la Barcelona del destape y de la movida poco después de terminar la época franquista. Los ideales del 1968 parecen haberse traducido en la libertad deseada y por la Ramblas ambulan los errantes de todas latitudes que forman el decorado en que Raúl se mueve: prostitutas, putos, drogadictos, marroquíes ilegales, travestíes, actores callejeros, el cabaret pornográfico donde actúa el protagonista y los amores pasajeros. Uno de éstos le pregunta por qué no vuelve a su patria, al que contesta que por su estado de sub-teniente corre el peligro de que lo alistan en el ejército. Es el momento de la Guerra de las Malvinas. Y añade, refiriéndose a su pasado militar: ‘Eso sucedió hace tanto tiempo, que es como si lo hubiese vivido otra persona. Es un pasado absolutamente olvidado y que ya no me pertenece. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, pero yo tengo una facilidad tremenda para olvidar los sucesos penosos; como una trampa de la memoria y que funciona de maravillas.’
Un pasado más lejano y no olvidado, y por cierto muy penoso, es el de “Seré a tu lado silencio”, la segunda historia del libro. Enfoca un episodio de la niñez en la provincia argentina donde el paraíso infantil de un inocente amor es destruído de un modo cruel. La desgracia, reza la cita al principio, puede ser deleitosa, como la gloria la humillación; para saberlo hay que enamorarse. La tercera historia, “Maya”, empieza con un aviso teológico de Borges. Un autor inglés, cuyo nombre no se menciona, encuentra una prueba de la inmortalidad del alma fuera del cuerpo en la existencia de los transexuales, en quienes el alma femenina vive en un cuerpo masculino. Es el caso de Maya, un hombre que se deja operar para convertirse en mujer. Este personaje figura en la vida subterránea de Raúl en Amsterdam, donde se gana el pan trabajando en un restaurante y haciendo la prostitución en la Estación Central. En la estación se encuentra regularmente con un árabe tan ilegal como él: ‘Ni tu nombre me queda ya. Sólo quedan largas caminatas por corredores blancos, cuando nos exigíamos nada más – cuando nos empeñábamos en encontrar nada más – esa heroica abdicación salvadora: mientras el resto, no fue otra cosa que mínimos mecanismos, accesos sin solidez alguna…, al igual que la mayoría de todo lo que se escribe, donde casi siempre lo fundamental se termina callando.’
En  “El estómago de Buda” asistimos a la visita de Raúl a casa de Borges, cumplimiento de un sueño que tuvo en Amsterdam. ‘Leer, comentar, discutir, soñar con Borges se había convertido en la única aventura transcendente y vital para mí…, la persona que me enseñó a pensar, que enriqueció mi vida poblándola de inquietudes y certezas..’. La conversación se centra sobre la India, que Borges sólo conoció por libros y que Raúl conoció de verdad.

Antes que anochezca
La historia que cierra el libro prefigura la muerte de Raúl Rossetti. La vuelta a Buenos Aires fue inspirada en parte por la sida, y en parte por el deseo de integrarse en la literatura argentina. El reencuentro con una amiga de la época  de Barcelona abre una especie de confrontación emblemática que debe elucidar el estado mental del país. Es la hija de la amiga, María, tempranamente desilusionada y agonizante, que simboliza la Argentina, y en particular el ambiente porteño. De pronto Raúl se da cuenta por qué hace treinta años sintió la necesidad de abandonar esa capital demasiado asfixiante. Lo que ahora, en la última fase de su vida, le llama la atención otra vez son el esnobismo, lo culturalmente imitativo, la subyugación a las teorías inventadas en Europa, la huera poesía experimental, la lingüística incomprensible y sobre todo la herejía del psicoanálisis. Con su distancia de las décadas vividas en Europa y el aprendizaje del Oriente siente un profundo desprecio por las modas entre la burguesía de su país, mientras que por otro lado el encuentro con los pobres marginados que aquí también pululan le recuerdan a la India y Marruecos. La agonía de María parece ser la agonía de Argentina, ese país que irónicamente seguía llamando Costaguana – nombre inventado por Joseph Conrad (en Nostromo) para tipificar cualquier territorio latinoamericano.
Despidiéndose de Costaguana y viviendo su destino como enfermo mortal entra en la coda de Los mandatos ocultos y de su vida, bajo los títulos “Aceptación” y “Celebración”. Después de repetir, siguiendo la opinión de Borges, que la amistad es el rasgo redentor o la mayor pasión de los argentinos, condensa la esencia de su experiencia y su sabiduría en  unas diez páginas con párrafos entre líricos y filosóficos que forman un emocionante adiós: la desolada tristeza de mi infancia; la angustia que tiene su origen en nuestra infausta avidez por perdurar; pero todo lo que nos mata, nos fortalece (Nietzsche) y lo que Dios dispone está siempre bien hecho; ¿qué importa que Él haya sufrido, si yo sufro ahora? (Borges); la noche de los marginados y su dicha, los anónimos justos (Borges); el cielo y el infierno no como lugares, sino como estados de conciencia (Swedenborg); la ilusión del ‘yo’(el budismo). Y, por fin, una luz de gratitud se enciende a lo lejos, como olvidada. Son sólo unas pocas ráfagas del final de la obra de Raúl Rossetti, escritas unos cuatro años antes de apagarse su vida.
Raúl representa el saludable vagabundo que nos recuerda – como los gitanos – que aquí no tenemos vivienda, que nuestro destino está en otro mundo. Sobra decir que tal planteamiento tiene pocos amigos en nuestra época de marketing donde el dinero ha adquirido un valor metafísico y la economía decide lo que es verdadero, bueno y hermoso. Contra esta idolatría divulgada se levanta su voz.
Ponencia de Robert Lemm el Miércoles 28 de marzo 2012 en la Mesa redonda La invención de Rossetti, realizada en homenaje al escritor argentino ,Raúl Rossetti , en el estudio de Arte de Juan C. Tajes en la calle Warmoesstraat 108 en Amsterdam 

 RobertLemm


Robert Lemm
Reside en Amsterdam.
Con regularidad ha dado conferencias sobre temas relacionados con su obra, tanto en holandés como en español. Entre 1995 y 1997 dió un curso sobre historia y literatura hispánicas en Surinam (la Guayana holandesa hasta 1975). De varios de sus libros aparecieron segundas y terceras ediciones. Uno de ellos, sobre la Inquisición Española, ha sido traducido al alemán y tuvo dos ediciones en 1996 y 2005.De su "Historia de España" aparecieron cuatro ediciones. "La autobiografía de Raúl Reyes"' (2009) causó agudas polémicas y un honroso reproche del actual presidente de Colombia. Otros libros: Aparecieron en holandés e.o. una Historia de España, Alba de América, una Crónica de los dictadores latinoamericanos (Abrigo de sangre), Viacrucis del cristanismo, María y su evangelio secreto, Swedenborg, Léon Bloy contra Nietzsche, El papa Benito XVI y la aparición de Eurabia, Operación Fénix -La autobiografía de Raúl Reyes. Lemm es traductor de e.o. Borges, Octavio Paz, Miguel de Unamuno, Joseph de Maistre, Juan Donoso Cortés, Giovanni Papini, fray Luis de León. El auge y el ocaso de los jesuitas (2011). En 1979 le concedieron el Premio Martinus Nijhoff por sus traducciones de autores latinoamericanos.

 Fuente: Amsterdam Sur, número 9- http://www.amsterdamsur.nl 



viernes, 7 de diciembre de 2012

Svetlana Geier, traductora




Svetlana Geier (gebürtig: Swetlana Michailowna Iwanowa; * 26. April 1923 in Kiew, Sowjetunion; † 7. November 2010 in Freiburg im Breisgau) war eine Literaturübersetzerin, die aus dem Russischen, ihrer Muttersprache, ins Deutsche übersetzte. Sie lebte seit 1943 in Deutschland.

Leben 

Svetlana Geier wurde 1923 als Tochter russischer Eltern in Kiew geboren. Ihr Vater war Naturwissenschaftler, ein Spezialist für Pflanzenzucht, ihre Mutter stammte aus einer Familie zaristischer Offiziere. Ihr Vater wurde 1938 im Zuge von Stalins Großem Terror verhaftet und starb 1939 an den Folgen der Haft.
Svetlana Iwanowa hatte eine behütete Kindheit und erhielt schon früh Privatunterricht in Französisch und Deutsch. 1941, im Jahr des Überfalls der deutschen Wehrmacht auf die Sowjetunion, machte sie ihr Abitur mit Bestnoten und immatrikulierte sich an der Fakultät für westeuropäische Sprachen der Ukrainischen Akademie der Wissenschaften. Dort wurde sie auch als Übersetzerin am Geologischen Institut tätig.
Nach dem Einmarsch der deutschen Truppen in Kiew nahm sie eine Stelle als Dolmetscherin auf der dortigen Baustelle der Dortmunder Brückenbau AG an. Ihr war ein Stipendiumin Deutschland versprochen worden, wenn sie zuvor ein Jahr für die Deutschen arbeiten würde. 1943, nach der Niederlage der deutschen Truppen in der Schlacht von Stalingrad, musste das Unternehmen seine Tätigkeit in Kiew einstellen. Svetlana Iwanowa war sich bewusst, dass sie wegen ihrer Arbeit für die Deutschen für ihre Landsleute eineKollaborateurin war und dass sie in der Sowjetunion niemals würde studieren können. Auch ihre Mutter wollte nicht länger mit den „Mördern des Vaters“ zusammenleben. So schlossen sie sich gemeinsam der nach Deutschland zurückkehrenden Brückenbaufirma an. Sie wurden festgenommen und kamen in ein Lager für Ostarbeiter in Dortmund, dem sie mit Hilfe von Freunden nach einem halben Jahr entkommen konnten.
Nach einer Begabtenprüfung erhielt Svetlana ein Humboldt-Stipendium, wodurch sie ihren Traum von einem Studium verwirklichen konnte. Sie zog mit der Mutter nachGünterstal, einem Stadtteil von Freiburg, und nahm 1944 an der Universität Freiburg ein Studium der Literaturwissenschaft und vergleichenden Sprachwissenschaft auf. Durch Heirat änderte sie ihren Familiennamen in Geier. Sie war Mutter zweier Kinder und lebte bis zu ihrem Tod in Günterstal.
Svetlana Geier wurde 1960 Lektorin für russische Sprache an der Universität Karlsruhe. Seit 1964 hatte sie dort einen achtstündigen Lehrauftrag; bis zu ihrem Tod fuhr sie einmal in der Woche mit dem Zug von Freiburg nach Karlsruhe. Darüber hinaus war sie von 1964 bis 1988 Lektorin für Russisch am Slawischen Seminar der Universität Freiburg. Von 1979 bis 1983 erfüllte sie einen Lehrauftrag für Russische Sprache und Literatur an der Universität Witten/Herdecke.
Auch im Bereich der Schule hat Svetlana Geier sich um den Unterricht der russischen Sprache Verdienste erworben: In Freiburg baute sie den Russischunterricht alsPflichtwahlfach am Kepler-Gymnasium Freiburg auf[1] und unterrichtete dort viele Jahre. An verschiedenen Waldorfschulen in Deutschland betreute sie 25 Jahre lang den Russischunterricht.
Ihre Übersetzertätigkeit begann sie 1953 im Rahmen der damals neuen Reihe Rowohlt Klassiker.
Svetlana Geier starb am 7. November 2010 im Alter von 87 Jahren in ihrem Haus in Freiburg-Günterstal.[1] Das von ihr mehr als 50 Jahre bewohnte, der Stadt gehörende Haus könnte nach dem Willen einer privaten Initiative zu einem literarischen und Übersetzer-Zentrum werden.[2]

Werk

Svetlana Geier gehörte zu den bedeutendsten Übersetzern russischer Literatur im deutschsprachigen Raum. Sie übersetzte unter anderem Werke von Tolstoi, Bulgakow und Solschenizyn. Einer größeren Öffentlichkeit wurde sie durch die Neuübersetzung der großen Romane Fjodor Dostojewskis bekannt.
Sie scheute sich nicht, altbekannte Titel neu zu formulieren. Dabei hat sie nach ihrer Aussage die Titel lediglich aus dem Russischen übersetzt. Aus Schuld und Sühne (Преступление и наказание) wurde Verbrechen und Strafe, aus Die Dämonen (Бесы) wurde Böse Geister, aus Der Jüngling (Подросток) wurde Ein grüner Junge. Zuletzt erschienen Dostojewskis Der Bauer Marej (2008) und Der Spieler (2009). Anzumerken ist allerdings, dass bereits Alexander Eliasberg 1921[3] und Gregor Jarcho 1924[4] den Titel des bekanntesten Dostojewski-Romans mit Verbrechen und Strafe übersetzten.
Durch ihre Arbeit an der Universität war Svetlana Geier finanziell nie auf ihre Tätigkeit als Übersetzerin angewiesen. Dadurch war es ihr möglich, sich für eine Übersetzung viel Zeit zu nehmen und sich ganz in den entsprechenden Text zu vertiefen. Zwanzig Jahre verbrachte sie mit der Übersetzung von Dostojewskis Romanen. Ungewöhnlich an ihrer Arbeitsweise war, dass sie ihre Übersetzungen diktierte.
·                    Swetlana Geier: Ein Leben zwischen den Sprachen. Russisch-Deutsche Erinnerungsbilder. Aufgezeichnet von Taja Gut. Pforte, Dornach 2008
·                     Swetlana Geier: Leben ist Übersetzen. Gespräche mit Lerke von Saalfeld. Ammann, Zürich 2008

Die Frau mit den 5 Elefanten ist ein Dokumentarfilm aus der Schweiz und Deutschland aus dem Jahr 2009. Der Regisseur Vadim Jendreyko begleitet Swetlana Geier, eine der großen zeitgenössischen Übersetzerinnen russischer Literatur ins Deutsche, auf einer Reise an die Orte ihrer frühen Lebensgeschichte.