lunes, 29 de octubre de 2012

Ariel Avilez/Germán Lanzillotta, Reportaje a Robin Wood, el creador de Nippur de Lagash




El jueves 5 de Junio de 2003, durante una de sus visitas a Buenos Aires, Robin Wood y su hermosa asistente, Graciela Sténico, nos recibieron en el lobby de un hotel céntrico. Gentilmente, el Sr. Wood accedió a someterse a un extenso reportaje que, como podrán leer, naufraga con preguntas baladíes y sale gloriosamente a flote con respuestas plagadas de ingenio y paternal condescendencia por parte del genial guionista.
-(Germán Lanzillotta): Tenemos una gran duda, porque sabemos su origen, de donde viene, pero queremos saber, exactamente su fecha de nacimiento.
-(Robin Wood): 24 de enero de 1944.
-(Ariel Avilez): Perfecto, en qué lugar?
-(R.W.): En medio de una pequeña colonia agrícola llamada Cosme, fundada por comunistas-socialistas australianos en 1900; quinientos irlandeses, escoceses y demás, que se sublevaron en la famosa "Rebelión de los esquilmadores" contra el gobierno inglés, que fueron reprimidos bastante violentamente y que -los sobrevivientes, claro- posteriormente, decidieron fundar en algún lugar su propia "Utopía", vale decir, un país ideal en que no existiese la propiedad privada, que fuese de todos... y no se que diablos terminaron en Paraguay, recientemente destruida en la guerra de la Triple Alianza, y casi sin población masculina; entonces el gobierno paraguayo les ofreció tierras, semillas, ayuda, dinero, todo. Y cumplió, al pasar de los años, muy bien con la gente de las colonias. Incluso en Australia esta historia es muy conocida, en sus más grandes epopeyas, se han hecho muchos libros, él ultimo de los cuales tiene un capitulo entero -modestia aparte- dedicado a mí, que se titula "Las aventuras de Robin Wood", es él ultimo capitulo y esta todo dedicado a mi vida, porque los periodistas que lo escribieron me conocieron y les pareció una especie de símbolo de todo lo que había sido la colonia. Pero la colonia, finalmente, no prospero, porque ninguno de sus fundadores era realmente un agricultor, eran todas gentes de los sindicatos obreros y demás... Y entonces vino la Primera Guerra Mundial y mi abuelo y mis hermanos -porque yo estoy dividido entre irlandeses, los Wood, y escoceses, los Mc Leod- fueron a pelear al viejo continente, fueron a la aventura y vivieron la aventura de la gran siete: uno de ellos murió en Paris, con el contraataque de Arras; los otros volvieron pero habían visto el Gran Mundo: ya no les interesaba vivir en la colonia. Para mi un libro que refleja muy bien la colonia es "Cien años de soledad"... Bueno, después mis tíos abuelos pelearon en la guerra del Chaco y muchos de ellos se volvieron después a Australia; otros se vinieron a la Argentina. Actualmente, la colonia tiene doscientos o trescientos habitantes, todo paraguayos que, aunque tienen apellidos como Jack, Wood o Mc Leod, no hablan una palabra en ingles. Y en la entrada del pueblo está el Parque Robin Wood.
- (A.A.): en qué año lo homenajearon bautizando el parque con su nombre?
- (R.W.): El año pasado (2002). Pero se hicieron dos parques, uno muy grande en la ciudad capital, muy lindo, muy bien puesto, con monumento y todo.
-(A.A): En serio?
-(R.W.): Sí, si, si. Hay un monumento muy lindo, no de mi, claro, pero que dice "Robin Wood". Y el otro esta en la escuelita del pueblo, porque yo done una serie de juegos para los chicos. Es una escuelita pequeña, de madera todavía, con la pintura blanca descascarada. Había una canchita de fútbol y poca cosa, así que done para los chicos de la colonia, hamacas, toboganes, bancos y demás... porque no tienen otra cosa con que divertirse. Entonces ellos, encantados, le pusieron mi nombre, también. Yo volví a mi pueblo después de cuarenta años, recién.
-(A.A.): Bueno, volvamos al pasado más o menos reciente, cómo comenzó a interesarse por la historieta?
-(R.W.): A ver... desde muy chiquito yo tenia una pasión devoradora por la lectura: Baudelaire, Hemingway... también tengo, desde siempre, una memoria prodigiosa que guarda todo, como una especie de archivo, y que conserva cosas que olvido hasta que llega el momento de sacarlas a la luz. Entonces leía todo y escribía para mí. A los veintitrés años, gane mi primer concurso literario, siendo por aquel entonces obrajero en el Alto Paraná.
-(A.A.): Escribía novelas, cuentos, ensayos?
-(R.W.): No, escribía cosas cortas, escribía para mi. Incluso tengo una anécdota muy interesante, muy simpática, muy dulce: cuando se hizo una gran exposición en mi homenaje, apareció una señora, la Sra. De Silvero, una señora ya mayor que tenia el primer cuento que yo había escrito a maquina, cuando yo tenia dieciocho años; por aquel entonces, yo había tomado prestada una vieja maquina de tres metros de altura que pertenecía a su marido... y esta mujer, que leyó el cuento, guardo el original que yo había escrito, sino también la maquina de escribir, porque considero que, algún día, yo iba a llegar a ser un gran escritor y que me iba a gustar tener eso.
-(A.A.): Eso es visión de futuro...
-(R.W.): Cuarenta años después, cuando se hace esta exposición, esta señora se comunica conmigo y me regala el original, firmado por Robin Francis Wood.
-(A.A.): Francis es su segundo nombre?
-(R.W.): No, pero así debería haberme llamado; sucede que mi madre se olvidó del Francis al anotarme. De todos modos, en la escuela yo le metía el Francis para que no sonara tan "Robin Hood". La mujer que te contaba aun conserva la maquina, pero me la ofreció para cuando la quiera o para cuando se haga el "Museo Robin Wood".
-(A.A.): El museo está en construcción?
-(R.W.): Sé esta hablando de construirlo. Acaba de abrirse el Museo del Comic en Lucca, Italia, y quieren hacer una sección dedicada a mí.
-(A.A.): Retomemos. Entre tanta lectura, supongo que habrá tenido tiempo para las historietas...
-(R.W.): Leía todas las historietas.
-(A.A.): Cuales recuerda con especial cariño?
-(R.W.): Recuerdo cuando empezó "Laredo, Ranger de Texas" -que tenia dibujos espectaculares, "Príncipe Valiente", "Johny Hazzard", "Steve Canyon"... todas las de la época. Para mí fue el impacto cuando empecé a leer "Hora Cero" y "Frontera", de Oesterheld... Nunca había pensado ser guionista, yo quería ser dibujante e incluso estudie dibujo en Bellas Artes, era compañero de Lucho (Olivera). Y con Lucho hablábamos de sumeriología: éramos los únicos idiotas que sabíamos de sumeriología; nos cagabamos de hambre, entonces matábamos el tiempo hablando de los sumerios; estudiábamos los sistemas de cultivo, la organización social, la administración... sabíamos de todo.
-(A.A.): A que edad empezó a estudiar dibujo?
-(R.W.): Desde chiquito dibujaba. Recién empecé a estudiar dibujo en Bellas Artes y en la revista "Vea y Lea"; y Lucho estaba en las dos.
-(A.A.): y quiénes eran sus maestros?. Estaba Breccia, por ejemplo?
-(R.W.): no, no, no. Breccia estaba en "Los famosos artistas"... a los míos ni los recuerdo. Yo trabajaba en una fabrica, yo tengo hasta sexto grado en la escuela nada más...
-(A.A.): Como estudio formal...
-(R.W.): Lo demás es formación autodidacta. Sucede que yo soy hijo bastardo, mi madre no estaba casada. Mi madre era una espléndida mujer, muy parecida a Nicole Kidman, rubia, de ojos celestes, con la cual me llevaba para la mierda... Nunca viví en familia, siempre viví solo. A los doce años empecé a trabajar y así es como terminé con los obrajes del Alto Paraná, trabajaba en la frontera del Paraguay con el Brasil. Y después, cuando vine aquí, tuve que trabajar en fabricas y tuve periodos de miseria absoluta, de dormir en la calle, en Retiro, donde no hubiera viento...
-(G.L.): Con la lectura era como que se auto contenía...
-(R.W.): No. Era una necesidad, aún hoy en día es una necesidad. Yo amo comer solo, porque así puedo leer mientras como (risas). E incluso voy a restaurantes y pido comidas que puedo comer con una mano, guisos y todo eso, para poder leer con la otra. Y si tengo un libro que me apasiona, olvídate.
-(A.A.): Ni siquiera come.
-(R.W.): Te decía: trabajando en la fabrica, en esa miseria absoluta, por las noches me iba a Bellas Artes a estudiar dibujo, y ahí lo conoció a Lucho; y, a través de Lucho, conocí al jefe de arte de "Vea y lea", que casualmente conocía a mi madre. Este me ofreció laburo en la revista, después de la fabrica, que se ocupaba de la impresión de celofán, o sea, que tenia las manos llenas de pintura roja, azul, amarilla, siempre; tenias que sacártela con kerosén, que nunca te limpiaba del todo pero te dejaban las manos blancas, como si tuvieras una enfermedad en la piel. Encima trabajaba en una maquina cortadora de celofán ala que había que echarle kerosén, también, para facilitarle el corte...y la maquina al girar salpicaba kerosén y me daba de lleno en media cara, dejándomela blanqueada: un chiste total. La cuestión es que un día Lucho (Lucho era un genio desde el principio: deja Bellas Artes porque ya no tenían que enseñarle) que ya tenia un contrato con "Vea y Lea" para hacer historietas y también laburaba para Columba, comienza a putear porque no le gustaban los guiones que le tocan dibujar, y me pide que le haga una historieta sobre Sumeria. Me explico como se escribe un guión, como se divide en cuadritos y bueno...lo hice como me pareció y se titulo "Historia para Lagash". Hice dos guiones mas, se los día y me olvide completamente. Yo vivía en una pensión, en Retiro, en la época en que todavía era miserable eso, en una habitación con cinco camas, con una cocinita de alcohol por la cual deberíamos turnarnos, una "Primas". Y yo trabajaba en una fabrica que estaba en Martínez. O sea que me tenia que levantar a las cuatro de la mañana para tomar el ómnibus, el colectivo, para ir hasta Martínez y de ahí caminar diez cuadras hasta la fabrica; si llegabas tarde, te mandaban de vuelta a casa... y te pagaban por hora, o sea que si llegabas tarde el día estaba perdido. El dinero no alcanzaba y muy a menudo yo no-tenia nada para comer, me moría de hambre...y la ropa! Cuando compraba zapatos, lo primero que hacía era ponerle una suela extra, con taco de goma, para que durara, y hasta el día de hoy yo se coser, se planchar, abrir la puerta para ir a jugar, en fin, todo (risas). O sea, era una miseria total: salía con una chica y lo primero que pensaba era: "A lo mejor esta tiene donde cocinar, me invitara a la casa, Algo! ". Comer era lo único en lo que pensaba. Un desastre. Y un día llego tarde a la fabrica y el maldito capataz -que disfrutaba de estas cosas- me dice: "Querido! Llegaste tarde!"; "Si, mire, me quede dormido"; "Sabes? Vos tenes aspecto de cansado, sabes que es lo que tenes que hacer?"; "No señor..."; "Volvete a casa, dormí bien, descansa bien y volvé mañana..."
-(A.A.): qué mal bicho...
-(R.W.): Le digo: "Simón..., me acabo de hacer dos horas de viaje para llegar hasta aquí, y solo llegue quince minutos tarde"; "Ah", me dice, "El reglamento es el reglamento". Vos le das autoridad a un hijo de puta y cagaste. Le digo: "Puedo sacar un vale, por lo menos...?"; "Y no, querido, vos ya sacaste y podés sacar dos vales por mes y anda mas";"Simón, no tengo plata...";"El dinero es la fuente de todos los pecados..."
-(A.A.): Era un personaje de Robin Wood, casi!
-(R.W.): Si, después lo hice personaje... Entonces tuve que volverme y no tenia plata para el colectivo. Así empecé a caminar desde Martínez. Llovía...
-(A.A.): Era una peregrinación, eso...
-(R.W.): Si, y con el uniforme de la fabrica que me había traído, que estaba sucio, porque lo lavaba en la terraza, en una pileta; lo traía hecho un paquete, bajo el brazo. Y vengo caminando, caminando, caminando...Vos sabés lo que es caminar de Martínez al centro... Y de repente me paro delante de un kiosco de diarios, abro una revista de Columba, la hojeo...y ahí estaba:"Historia para Lagash", por Robin Wood..."Yo ese nombre lo conozco"(Risas). Miro la página de lo que se iba a publicar y leo: "Aquí la retirada", por Robin Wood...
-(A:A.): la bélica...
-(R.W.): Si, la bélica, entonces seguí caminando, pero hasta la Editorial Columba, que quedaba en Callao y Corrientes: de yapa, otra caminata mas...
-(A.A.): Pero ya mas gustosa.
-(R.W.): No sabia de que se trataba, no tenia ni idea: yo fui a ciegas... Me había quedado viendo la historieta publicada hasta que el diariero dijo:"Che pibe, esto no es una biblioteca":Y marche para Columba. En el edificio leo:"Columba, Columba, Columba"; cinco pisos. Subo al primero y me dicen que en el quinto es Administración. Subo a Administración y hay una hermosa chica detrás del escritorio; esa chica después fue mi amante, pero al principio, me dijo después, pensó que yo venia a pedir limosnas o algo así (risas). Vos no sabes el aspecto mío...
-(A.A.): Un estilo savaresco tendría...
-(R.W.): Si, total: "Savarese" esta basado en mí. -"Hola, soy Robin Wood", le digo a la piba. Entra a la oficina de su jefe, sale otra vez y me dice: "Pase". Entro, con el uniforme bajo el brazo, miro alrededor y el tipo que esta detrás del escritorio me compadece y dice: "Sabe, puede dejar el paquete ahí". El tipo era "Balbastro"/Vasallo. Me dice: "Usted es Robin Wood?". Los pantalones me llegaban aquí (señala la altura encima de sus tobillos), tenia zapatos de doble suela...Chaplin a mi lado parecía un millonario de vacaciones (risas). Me dice: "Bueno, le molesta si le pido un documento?"; "Y no", le digo, y le doy la cédula; mira la foto, me mira y me dice: "Pero entonces usted es Robin Wood???!!!"; "Si, soy Robin Wood"(Risas); "Siéntese, y usted escribió esto?"; "Si, si. Se los di a Lucho y.."; "Ya están dibujados los tres...";"Ah, bueno.."; "Usted planea seguir escribiendo?" "Si, si.."; "Muy bien, le compramos lo que escriba"; (Pone rostro de incredulidad). Entonces le pregunto: "De que tema le interesa?"; "Siga con las de guerra...todos esos temas...no se."; "Con respecto a los tres hechos..."; "Ah, si...vaya al tercer piso y ahí le pagan". Salgo afuera, me estoy yendo y escucho: "Señor, su paquete". Bajo al tercer piso y me dan un cheque...y yo en la puta vida había tenido un cheque en la mano. Entonces el tipo que me lo dio se da cuenta y me dice como cobrarlo: "Bajas, salís a la izquierda, cruzas la avenida y ahí esta el banco de Londres y América del Sur. Ahí te pagan". Entro al banco, caja, cédula, sello...por cada historieta me pagaban el equivalente, mas o menos, a dos meses de sueldo en la fabrica. Cerca había un restaurante famoso que se llamaba "El Tropezon", y yo salgo con el paquetazo de dinero y me voy ahí. Entro -todavía con mi paquete debajo del brazo (risas) y el maitre me dice: "Si? Qué quiere?"; "Mesa para uno" (habla con el mentón en alto y aparentando indiferencia). Me siento por ahí y el maitre, que después se hizo amigo mío, me mira pensando que hace ahí ese zaparrastroso, linyera, callejero, totalmente seguro de si mismo. Y le digo: "menú, pro favor. Dígame" -y ahí va la metida de pata- "Tiene cigarros?"; "Si, si, tenemos cigarros"; "Buenos tráigame uno mientras elijo...". Entonces me trae la caja, agarro uno y veo que no tiene agujeros para fumar; el tipo saca un alicate y ¡chac!. Me lo da, lo saboreo, elijo una comida -para entonces estaba medio verde por el cigarro-... no recuerdo que comí, pero comí de todo. Pague, deje propina -el maitre me miraba-, me levante; "Muchas gracias, volveré por aquí". Y un mes después volví, ya con buena ropa, y el maitre me reconoció: "Ah, de vuelta?". Charlamos un rato, como, y cuando ya me estoy yendo me dice: "Un pequeño aviso: siempre se fuma con el café, cuando se termina de comer" (Risas) Y así empecé: escribía, escribía, escribía y me alquilé un departamento; estuve un año, y le avise a la editorial que me iba. Y me dicen:"Robin, ud.tiene acá un futuro, una carrera..."; "Discúlpenme, pero yo me pase cuatro años en fabricas, entrando a las seis de la mañana y saliendo a las seis de la tarde, o sea, que veía el sol los domingos: laburaba de lunes a sábados. Me voy. Lo que puedo hacer es enviarles guiones por correo." Eso nunca se había hecho. Al final, aceptaron probarlo. Me fui a Europa en un barco carguero, y desde ahí les mandaba los guiones por correo. Acá no me vieron el pelo durante cinco años: en esos cinco años, "Nippur", "Jackaroe", "Mi novia y yo" y "Dennis Martin" me daban de comer.
-(A.A.): Y usted veía ese material dibujado y publicado?
-(R.W.): No, durante cinco años no vi nada de eso.
-(A.A.): Ni conocería a los dibujantes supongo.
-(R.W.): No, a nadie. Y a los cinco años volví y ahí me encontré con la periodista Helena Goñi -en quien luego me base para crear a "Helena"- que esperaba para conocer a los tres escritores mas aclamados: Robin Wood, Roberto Monti y Robert O'Neill (risas. Fui a televisión, anduve por muchos lados, conocí dibujantes... Me quede y para de meses y después me fui por tierra desde Buenos Aires hasta México. Y de ahí volé otra vez hasta Europa...
 Wood y Nippur por CANELO
-(A.A.): Cuándo fund+o el Estudio Nippur-4?
-(R.W.): Eso fue recién en mi segundo regreso a Buenos Aires, cuando me vi obligado a volver porque sé había cerrado el envío de dinero al exterior. Yo estaba sin dinero afuera y con todo mi dinero acá, apilándose. Vine y fundamos acá, con los Villagrán y con el "Pollo" Andrada, Nippur-4.
-(G.L.): González Andrada.
-(R.W.): El mismo...
-(A.A.): Conocía de antes a los Hermanos Villagrán?
-(R.W.): Si, los conocí y me cayeron bien. Y el estudio era un quibombo fantástico, era creatividad pura; estaba Pedrazzini, Zaffino, Ricardo Ferrari, Manuel Morini y muchos otros... era la creatividad fluyendo... y era la única oportunidad en la que participaba en los dibujos, corrigiendo. Recuerdo que, en una revista, un periodista hizo una selección de las frases que oía en el estudio: "¿Dónde le corto el brazo?. ¿En la muñeca o en el codo?" -"En la muñeca, nada mas..."; "¿Cómo le hago la cara al viejo?" -"Antigua..." (risas) -"Che, que tiene que ser la mina?" -"Cogible..." (Risas)
-(A.A.): Y cual era el trato que tenia con los demás guionistas? Ud. los instruía?
-(R.W.): No, no, no... eso era cosa de Columba. Siempre ha habido una escasez enorme de guionistas, aquí, en Europa, y en todas partes; entonces Columba tuvo esa idea de darme chicos "que prometían" para que trabajaran conmigo, vale decir, ellos hacían el boceto del guión, yo lo leía y después lo rescribía a mi manera; supuestamente, asi iban aprendiendo y de paso, ganaban un dinero. La idea era que yo los corrigiera, pero no podía porque yo era demasiado diferente. Y así fue hasta el momento en que nuevamente me agarro la virulana, deje todo y me fui a Estados Unidos, a vivir un año y pico en California. Después me fui a España.
-(A.A.): Allí fundo "Mark 2000"?
-(R.W.): En España me compré una vieja finca, antigua posesión de un ex homosexual que había estado casado con un travesti...
-(A.A.): Bueno... por lo menos estaría decorada con buen gusto.
-(R.W.): Claro que sí!!!. Y había un cabrero andaluz -llamado Paco, inevitablemente- que se refería a mí como "El amo". También había gatos que vivian en los bosques, que venían a comer y luego se iban... Paco en realidad no cumplía ninguna función, pero a fin de mes yo le daba algún dinero y le decía: "Paco, tu me cuidas la casa." ; "Aquí no pasa nadie", respondía (Wood imita la forma de hablar de los españoles). Con el tiempo una serie de chicas pasaron por la finca y al respecto yo lo escuchaba hablar a Paco con otro cabrero que le dice: "Ole! Cómo esta el maricón de la casa?"; "No, hombre. El maricón ya no esta más, ahora hay un follador, así que hemos mejorado." (Risas) Bueno, en esa finca establecí una productora independiente que se permitía ya no trabajar mas para editoriales, sino vender directamente lo producido. Quise probar y largue la revista "Mark 2000", de la Editorial Wood, y ahí descubrí lo que significaba el laburo editorial: papel, tinta, fotolitos, distribución... tuve dos personas que me ayudaron mucho, eso sí.
-(A.A.): Todo era material suyo?
-(R.W.): Todo era material mio. Y como a los ocho meses ya cubrimos todos los gastos, vino el superávit y todo lo demás. O sea, nos estaba yendo muy bien en un tiempo muy corto, y más para una revista, en cierto modo, amateur. Aunque salió bien, el ritmo era demasiado para mí... así que avise que se cerraba. Uno de los colaboradores -el único con experiencia en trabajo editorial- me dijo con lagrimas en los ojos: "Mira, yo ya trabaje en editoriales. Esto es un éxito!! En ocho meses, todo lo que se invirtió se recupero y ya tenemos ganancias..." Pero yo no terminaba de encontrarle el gusto al asunto y estaba afectando a mi trabajo de guionista; era demasiado, mucho trabajo, siete días por semana... fue una etapa y no era para mí...
-(A.A.): Hablando de etapas, cuenta Armando Fernández que usted, en algún momento, trabajo en conjunto con Oesterheld. Eso es cierto?
-(R.W.): No, no. Oesterheld trabajo en Columba, efectivamente, pero yo una sola vez hable con él... y me pregunto a que me dedicaba...
-(A.A.): Mire, le pregunto porque a mí me llama mucho la atención la afirmación del Sr. Fernández en la entrevista que le realizamos.
-(R.W.): En realidad, yo a Oesterheld lo vi dos veces: una noche en una whiskeria, cuando el se encontró con Alberto Breccia, y yo había ido a buscar a una chica que estudiaba dibujo, justamente con Breccia, y la segunda vez fue cuando el empezó a trabajar en Columba, que le acondicionaron un rincón con un escritorio y todo para que trabajara; ahí me lo presentaron, pero eso fue todo: yo nunca he tenido un contacto con él, jamás. Lo único es que, curiosamente, cierta vez improvise una elegía por él, en un restaurante llamado "La Rosa", que quedaba aquí en el centro; había ido allí con una amiga a cenar; la dueña del lugar era Helena Goñi, otra amiga, que se me acerco y me comento que se estaba realizando en el salón contiguo un homenaje a la memoria de Oesterheld y que los asistentes se enteraron que yo estaba allí y querían saber si yo podía decir algunas palabras en su honor. Entonces fui e improvise un discurso que termino muy bien, con dos copas de champagne: una para la Sra. De Oesterheld y otra para mí. Ese fue todo mi contacto con Oesterheld, mas allá, obviamente de su lectura.
-(A.A.): Bien, ya a principios de los 80 me imagino que su posición era mucho mejor dentro de Columba, comenzó a pelear por los derechos sobre sus personajes?
-(R.W.): No, siempre los tuve.
-(A.A.): Y que son entonces, esos rumores que se escuchan acerca de que los artistas perdían los derechos sobre sus personajes al momento de entregar sus historietas a la editorial?
-(R.W.): Honestamente, no lo sé. Se firmaba un documento que decía que se perdían los derechos sobre los personajes al momento de abonarse el importe convenido... pero yo averigüé y eso nunca tuvo validez. El derecho intelectual, que si existe, es internacional, así que invalida todo lo demás.
-(A.A.): Cuando usted abandonaba una serie y la editorial decidía continuarla, le pedían autorización?
-(R.W.): Yo los autorizaba, si. También se habló mucho de las republicaciones, porque yo nunca cobraba por ellas. "Te están estafando", me decían; pero no, no me estaban estafando: sucede que Columba estaba muy mal y pasa que, cuando vos trabajas mucho tiempo en una editorial, le terminas tomando cariño... y yo tenia muchos amigos ahí y me llevaba bien con todos. Y los Columba fueron lo que fueron, pero conmigo fueron correctos, y vos medís a la gente por como la gente es contigo. Pero aparte de ellos estaba la gente que trabajaba allí: las secretarias, secretarios, recepcionistas, correctores... todos ellos dependían de que las revistas siguieran, entonces yo decidí no cobrar porque este era el único modo en que esta gente podía subsistir.
-(G.L.): Eso nunca se dijo, siempre se hablo de una deuda que Columba tenia con usted...
-(R.W.): La deuda la tenían, existió. Pero yo deje de cobrar los derechos de la republicación para ayudar de alguna forma a esa gente que conocí en todo ese periodo de treinta años. Si yo exigía que se me pagara, la editorial cerraba. Y ese fue mi pago en agradecimiento a la editorial, aunque nunca lo comente, simplemente porque no podía, simplemente porque yo soy la oveja negra de la historieta argentina (risas)
-(A.A.): Maltratado por algunos sectores de la critica...
-(R.W.): A mí eso no me calienta ni me enfría: me parece una perdida de tiempo por parte de ellos, que se han pasado años y años bombardeándome.
-(A.A.): Eran jodidos hasta cuando eran condescendientes. Recuerdo una nota publicada en 1981 acerca de Nippur que decía. "Un pequeño clásico de la historieta argentina". "Pequeño": hasta cuando pretendían halagar eran mezquinos.
-(R.W.): (Risas) Si, y esta Sasturain, que me llamo "bestsellerista y comercial". O el libro de Ediciones de la Flor acerca de la historieta argentina, en el que me pegan en todas las series con algo.
-(G.L.): Hasta llegué a leer que Robin era nazi...
-(R.W.): Siempre me trataron de fascista y demás. Cierta vez, en una reunión de esta gente, me dijeron: "Porque vos has sometido a la clase obrera..."; "Ustedes son una manga de pelotudos", les dije, "Además, acá el único que puede hablar de obreros y de la clase obrera soy yo, que he sido obrero. Ustedes son todos intelectuales de confitería La Paz que se encuentran ahí a salvar la clase obrera y después vuelven a casa, donde viven con papá. Comen en casita y después salen afuera a hacer la revolución social. Váyanse a cagar..."
-(A.A.): Así se hacen amigos...
-(R.W.): (risas) Unos amigos bárbaros. También suelen acusarme de "no alinearme" Por que tengo que alinearme? Yo tengo mis propias ideas y no voy a aceptar a alguien simplemente porque ese alguien esta en un grupo: eso lo hacen las ovejas.
-(A.A.): Bueno, volvamos a la historieta, cuando ingresó al mercado italiano?
-(R.W.): Hace unos veinte años atrás, cosa así. Columba empezó a venderles cosas mías a los italianos; vendieron, vendieron... e imprevistamente me encontré famoso en Italia. Y de repente un día, los italianos me contactaron cuando ya no trabajaba mas para Columba porque no podían pagarme; los italianos querían que hiciera las series directamente para ellos. Así pase cómodamente a trabajar para ese mercado. Hice "Kozacovich y Connors", "Dago" y "Amanda"; trabajaba para los italianos y revendía a Columba.
-(A.A.): Según parece, la editorial Eura de Italia no le pone restricciones, porque Ud. Con "Dago" hace lo que quiere: le cambia el llok, lo cambia de escenarios...
-(R.W.): Nada, nada, nada; no se meten en anda; me dan total carta libre. No se meten ni en lo moral, porque yo no hago porografía, sino erotismo. Yo con "Dago" ahora estoy muy contento; realmente es una pena que no haya otro como (Carlos) Gómez para seguir con "Nippur". Gómez es... perfecto.
-(A.A.): A Nippur por que no lo continua haciendo?
-(R.W.): Hay una cosa y es que soy muy delicado. Hay cosas que he hecho y no me han satisfecho mayormente, pero que se han hecho comercialmente, por un tema de dinero. Pero las grandes cosas, como "Nippur", tienen que satisfacerme: yo leo mis historietas. Yo no razono lo que escribo, me rodeo de una especie de neblina y escribo. Yo escribo a mano y no corrijo. Escribo todo de corrido. Siempre utilizo mi cuaderno y lápiz. En Lucca cuando hicieron la gran exposición de "Dago", exhibieron uno de mis cuadernos para que la gente viera como trabajaba, sin correcciones... lo único que había eran las marcas de los vasos de whisky.
-(G.L.): Usted en que idioma escribe?
-(R.W.): En español. Puedo escribir en italiano, pero las editoriales tienen sus propios traductores.
-(G.L.): He visto alguna edición de "Nippur" en italiano y he notado que le han simplificado la prosa, que le han restado lirismo, le molesta eso?
-(R.W.): Si, cambia mucho con la traducción. Pero vos tenés que ubicarte, es decir, la editorial no trabaja para uno: la editorial hace su trabajo y yo el mío; y ambos hacemos lo mejor que podemos. Yo no me meto en el trabajo de ellos excepto que sea realmente grosero. Se hace lo que se puede y en la traducción siempre se pierde algo... pero pelearse por eso es buscarle la quinta pata al gato.
-(A.A.): Vamos a los últimos temas, que proyecto realizo usted para cine? He oído hablar de "La casa de Tourner", pero al parecer no se estreno comercialmente, de que se trataba?
-(R.W.): Era la historia de una casa que tenia vida propia, que va atrapando gente. Era una mezcla de ciencia ficción con terror. La protagonizaba Darío Grandinetti... También hice una serie de televisión con Boresztein, "La condena de Gabriel Doyle". Pero no me gusto como quedo al final. También se hizo la telenovela de "Helena", en Italia, acerca de toda la serie. Y aquí se había hecho "Pepe Sánchez" pero no se que paso...
-(A.A.): Era un piloto, no? Lo protagonizaba Federico D'Elia, el de "Los simuladores"
-(R.W.): Creo que si, no recuerdo el nombre. Después una orquesta italiana de rock quería hacer algo así como "El oratorio de Nippur de Lagash", una opera-rock...
-(A.A.): Y usted, que proyectos tiene?
-(R.W.): A mí me gustaría hacer alguna vez, todo un libro, una historieta que fuera "La cantata de Nippur", mezcla de poesía con grandes dibujos, una obra inmortal recontando todo. Yo eso lo tengo acá, en la cabeza, y se que si me sentara un día o dos, con mi velocidad para escribir, lo terminaría todo. Eso me gustaría hacer. Ahora estoy pensando en hacer "Los últimos días de la vida de Van Gogh": hacer la parte de su vida real en blanco y negro, y la parte de sus delirios a color, imitando el estilo de sus pinturas...
-(A.A.): Quién se encargaría de los dibujos?
-(R.W.): Me encantaría Quique Alcatena, por ejemplo.
 Avilez (teen) y Wood -FANTABAIRES-
-(A.A.): Bueno, ahora vamos a someterlo a un ping-pong, conoce el método? Le menciono algo y Ud. Me dice que le sugiere...
-(R.W.): Si, conozco, conozco...
-(A.A.): Armando Fernández.
-(R.W.): Cuadros. El hacia marcos de cuadros.
-(A.A.): Ricardo Ferrari.
-(R.W.): Intenso.
-(A.A.): Manuel Morini.
-(R.W.): Excepcional persona.
-(A.A.): Néstor Barron.
-(R.W.): Gran intelecto.
-(A.A.): Lucho Olivera.
-(R.W.): Misterioso.
-(A.A.): Carlos Leopardi.
-(R.W.): Exacto. Es el único que podía hacer la escena de "El ojo" tal como salió. Cuando la vi, era exactamente como la había imaginado.
-(A.A.): Gracias a Dios, después Muñoz rescato esa historia para el "30 aniversario de Nippur"
-(R.W.): Si, fue una suerte.
-(A.A.): Lastima que suprimió la página en la que Nippur pierde el ojo...
-(R.W.): (Risas)...
-(A.A.): Bueno, sigamos. Jorge Zaffino.
-(R.W.): Genio.
-(A.A.): Ricardo Villagrán.
-(R.W.): (lo piensa mucho) sólido.
-(A.A.): Enrique Villagrán.
-(R.W.): Fantasioso.
-(A.A.): Eduardo Barreto.
-(R.W.): (Lo piensa) que hacia Barreto?.
-(A.A.): Varios episodios de "Wolf", uno solo de "Nippur"...
-(R.W.): Ah... potente.
-(A.A.): Walther Taborda.
-(R.W.): Mujeres. Las minas que hacia en "El peregrino" Yo le dije a Walther: "vos tenés un monito ahí que no es un monito, es un gorila".
-(A.A.): Sergio Ibáñez.
-(R.W.): Un valor.
-(A.A.): Daniel Müller.
-(R.W.): atormentado (hablo de sus dibujos).
-(A.A.): Gabriel Rearte.
-(R.W.): el joven Rearte.
-(A.A.): Carlos Vogt.
-(R.W.): Super genio.
-(A.A.): Antonio Presa.
-(R.W.): Un querido amigo.
-(A.A.): Jorge Vasallo.
-(R.W.): Un querido amigo, un queridísimo amigo.
-(A.A.): La editorial Columba.
-(R.W.): Gracias.
-(A.A.): Perfecto.
Con esto ya estamos hechos. Seguramente hay un millón de preguntas más, pero si perdimos la oportunidad, perdida está. Quedamos eternamente agradecidos, señor.
 AVILEZ, LANZILLOTTA y WOOD

domingo, 28 de octubre de 2012

Walter Alvarez, Un fusil Fal que me hablaba




Siempre me gustó esta obra de Cándido López que se llama “Soldados paraguayos heridos prisioneros de la batalla de Yatay”. En verdad, toda su obra me gusta, pero ésta en especial me gusta por lo que cuenta su imagen: la anécdota de un momento. El artista pinta el descanso, lo pasivo, la derrota, los heridos, el lado B de la historia.
Paseando fue como llegué a conocer a este pintor argentino. Allá por 1997 yo comenzaba a pintar y a estudiar el arte argentino y tenía una novia que vivía en Palermo. Los sábados nos encontrábamos y, como yo venía de lejos, me quedaba hasta el domingo en Capital. Los domingos por la tarde salíamos a pasear y caminábamos horas. Teníamos nuestras paradas habituales: Plaza Francia, el Centro Cultural Recoleta y el Museo Nacional de Bellas Artes. Para mí, un muchacho de barrio del conurbano, era un paseo superserio, hasta grandilocuente, y me cautivaba enormemente. Ahí fue que llegué a Cándido López. Lo miraba siempre mucho tiempo. Hasta tocaba la obra (con mucho disimulo) para llegar... no sé... a vivir algo, para viajar por el túnel del tiempo a través de su obra.
El cuadro al óleo de Cándido es una composición apaisada, un interior lúgubre donde yacen los soldados y los únicos colores vivos son los rojos de sus uniformes. Por la puerta abierta se vislumbra una parte de un paisaje. Seguramente es un paisaje de campos verdes recubiertos de pólvora que flota. La escena me hace acordar a cuando estuve como conscripto y nos servían el mate cocido y decían en forma de grito: “¡¡Soldado, descanso!!”. Esa nostalgia de mirar lejos. Y tener entre mis manos un fusil FAL que me hablaba, pero era mudo. Me gusta cómo Cándido coloca los personajes en el espacio. Me gusta el motivo que elige. Elige retratar algo que vivió, algo tan dramático como la guerra, para transformarlo en un relato pintado al óleo.
Hace un tiempo, reviendo su biografía, observé que Cándido tuvo morada en Morón y dije: “¡Increíble! El mismo lugar donde pasé mi adolescencia, donde hice la primaria y los primeros años de secundario, donde compartí con amigos todo lo que allí sucedía”. Siento que tenemos algo más en común: un lazo narrativo y la idea de hacer algo dificultoso. Pintar batallas no era algo de lo que él pudiera vivir. Y entonces tenía que pintar naturaleza muerta, que era lo que primaba en ese momento, donde la burguesía compraba ese tipo de obra. A mí me gusta dibujar o escribir o pintar cosas muy singulares, viscerales. Fantasías, deseos, frustraciones. Hoy ya nada es novedad, con tanta información instantánea que flota todo el tiempo, en todo el mundo. Todo parece estar hecho. Pero creo que sobreviven todavía el misterio y la curiosidad.
Ser fan implica amar. Para poder vivir... hay que ser fan. Ser fan es leer una biografía de un artista y que se te quemen las tostadas sin darte cuenta. Todo tiene un tiempo y un destino. Cándido estaba por viajar a Europa para seguir estudiando pintura cuando estalló la guerra. Se enroló y esa experiencia lo llevó a pintar paisajes que no hubiera podido imaginar del otro lado del océano. En Curupaytí perdió una mano: lo que era una tragedia, lo obligó a aprender a dibujar con la otra mano y terminó haciendo cuadros que lo hicieron entrar en la historia de la pintura argentina. Yo creo que el hacer de un artista tiene que ver con la vocación y el afán. Y después el resto lo hace el trabajo y un destino asomando.

Fuente: Página/12, 28/10!2012

martes, 23 de octubre de 2012

Ricardo L. Landeira, La compañía de Gabriel Miró

Gabriel Miró en su mesa


Han pasado setenta y cinco años desde la muerte de Gabriel Miró, sobrevenida prematuramente cuando apenas había rebasado el escritor el medio centenar. Su fallecimiento fue lamentado en conversaciones familiares, en círculos de admiradores y amigos, y en centenares de artículos de prensa y algunos números-homenaje de diarios madrileños como El Imparcial (27 de mayo de 1930) y el Heraldo de Madrid (29 de mayo de 1930). En el primer aniversario de su desaparición La Gaceta Literaria (1 de junio de 1931) publicó unas esquelas memorables de Ernesto Giménez Caballero, Ricardo Baeza, Carmen Conde, Marcel Carayón, Eugenio D'Ors, Salvador de Madariaga, Miguel de Unamuno y Jorge Guillén. Como es de suponer, todo ello, escrito y dicho, poseía un carácter recordatorio y personal, expresado por quienes habían conocido o convivido con nuestro escritor.

Al cabo de un lustro, sin embargo, vemos aparecer trabajos de envergadura crítica que empiezan a ubicar a Gabriel Miró en su lugar merecido en la literatura de aquella época. Un número de la Revista Hispánica Moderna (abril 1936), de la Columbia University norteamericana, dedica la sección principal a su obra a través de dos largos ensayos de Margarita de Mayo y de Antonio Oliver Belmás, así como la primera bibliografía completa de Miró y su obra que confeccionan Sidonia Rosenbaum y Juan Guerrero Ruiz. Adicionalmente, aunque quizás de menor importancia crítica pero de gran significado biobibliográfico es, sin duda alguna, la sentidaBiografía íntima de Gabriel Miró de la pluma de su amigo y confidente José Guardiola Ortiz, prologada por la propia Clemencia Miró, hija mayor del desaparecido autor, y repleta de fotos y grabados que Juan Guerrero Ruiz y otras amistades de Miró quisieron aportar. Este primer libro en torno a nuestro autor, acaso contribuya asimismo a despertar cierto interés académico en la narrativa mironiana, ya que muy pronto las tesis doctorales no se hacen esperar. Entre éstas descuella indudablemente la de Raymond Vidal, presentada como memoria de tesis para el Diplome d'Études Superieures a la Facultad de Toulouse, y finalmente publicada póstumamente en 1964 bajo el título de Gabriel Miró. Le Style. Les Moyens d'expression.

El paréntesis que el trienio (1936-1939) de la Guerra Civil supone para toda labor intelectual y editorial en España pone fin a nuevos esfuerzos por estudiar y diseminar la importancia de la producción del autor alicantino. No obstante, uno de los empeños más admirables de aquella década es la puesta en marcha del proyecto de una «Edición Conmemorativa» de las obras completas. Patrocinada por la asociación «Amigos de Gabriel Miró», el primer tomo de la serie que constaría de doce volúmenes fue editado en 1932 (Del vivir y La novela de mi amigo) y el último (Años y leguas) en 1949. Esta «Edición Conmemorativa» es valiosísima en buena parte por los amenos prólogos que a respectivos tomos dedican Azorín, Unamuno, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, Madariaga, Gerardo Diego, Gregorio Marañón, Ricardo Baeza, Augusto Pi Suñer, Óscar Esplá y el Duque de Maura. Por otra parte, se trata de una edición limitada, de doscientas cincuenta colecciones numeradas y vendidas por subscripción adelantada, de manera que hoy día su consulta es poco menos que imposible.

Yo tuve la buena fortuna hace unos años, cuando en compañía de mi mujer Joy, visité a la anciana Ernestina de Champourcin, viuda de Juan José Domenchina, de hallarme con esta curiosidad bibliográfica en su biblioteca particular y de tenerla en mis manos. La poeta de Vitoria, una de las pocas mujeres de la Generación del 27 que figuran en la famosa antología de Gerardo Diego, había conocido a Miró y frecuentado su casa como amiga de la joven y también poeta Clemencia. Sus recuerdos personales de Miró fueron para mí, en varias ocasiones en que la visitamos en su piso madrileño del Paseo de la Habana momentos emocionantes e inolvidables. Fruto de estas tardes de visitas a lo largo de varios años fue un libro en torno a la obra y biografía de Ernestina (Joy Landeira: Ernestina de Champourcin. Vida y literatura, 2005). El matrimonio Ernestina y Juan José, al ser éste secretario particular de Manuel Azaña cuando Presidente de la República, se vio obligado a abandonar España y vivir en un penoso exilio en Méjico hasta 1973. Ella se repatrió tras treinta y siete años de ausencia y falleció el 27 de marzo de 1999. Domenchina murió en el destierro el 27 de octubre de 1959.

Los amigos y aquellos otros que conocieron personalmente a Miró, han ido todos desapareciendo con el paso del tiempo -aun los más longevos. En nuestros días lo recuerda su familia, sin duda alguna y de modo especial su nieta Olympia Luengo Miró. Pero Miró existe hoy tan sólo en su obra, en nuestra imaginación y en lo que nosotros escribimos sobre su persona, sus novelas y sus cuentos. Le sobrevive, pues, no sólo su obra, sino también su nombre y una fama con la que jamás habría soñado este apartadizo y sereno buen hombre. En estos albores del siglo veintiuno el nombre de Gabriel Miró es más conocido y admirado que en la vida concluida en 1930. Su obra es más leída, admirada y estudiada que nunca; las ediciones de sus novelas cada vez más numerosas. A punto de concluirse está, como testimonio insoslayable, la más rigurosa colección de sus obras completas. Dirigida sabiamente por Miguel Ángel Lozano Marco, es ésta una ambiciosa empresa auspiciada por la Caja de Ahorros del Mediterráneo y por el Instituto Alicantino de Cultura «Juan Gil-Albert» de la Diputación Provincial de Alicante. Los dieciséis tomos que la integran, todos ellos a cargo de reconocidos investigadores mironianos, serán modelo de erudición y fuente de consulta para futuras generaciones de lectores y estudiosos de nuestro autor alicantino.

Yo llegué a conocer su obra muy tardíamente, ya como estudiante universitario, y de modo un tanto por casualidad al sernos señalada su novela Las cerezas del cementerio -puesta a la venta en el otoño de 1910- como lectura obligada de la asignatura. Fue allá por mediados de los años sesenta, cuando en la antigua Librería Fernando Fe, ubicada en la Puerta del Sol, tuve en mis manos por vez primera una obra de Gabriel Miró. El único ejemplar asequible en aquel momento era una paupérrima edición en rústica, editada por la casa Losada bonaerense, de pastas anaranjadas y hojas medio amarillentas con una consistencia de papel de estraza, totalmente desprovista de todo aparato crítico. Habría que esperar hasta casi treinta años más tarde cuando Miguel Ángel Lozano Marco diera a conocer la suya en Clásicos Taurus (Madrid, 1991), para leer no sólo con deleite sino con provecho la que Miró llamó en varias ocasiones su primera novela, acaso por tratarse de una obra cuya gestación se extendió a lo largo de muchos años y de muchas páginas que no pudo conseguir que fueran impresas en su totalidad. A mí me daba igual el título de por sí: me fascinaba por sugeridor, por decadente, por poético. La sinestesia evocada por la jugosa y dulce fruta estival por un lado, y el dolor y la tristeza de la muerte por el otro, era algo que yo estaba deseoso de conocer mejor. La lectura de esta novela levemente erótica, nietzscheana y dolorosa no sólo colmó todas mis esperanzas de lector poco experto sino que me incitó a otras compras mironianas en Fernando Fe. Nada recuerdo de las lecciones escuchadas los días que se comentó en clase la obra. Creo que el catedrático de la Complutense se limitó a decirnos unas palabras de la vida del autor y que el resto de las horas nos pasamos escuchándole leer párrafos escogidos según su propia sensibilidad. Era un hombre ya maduro, serio y parco en el trato aun cuando procuraba ser amable, pero cuando nos leía los textos que él mismo había escogido, en el aula no se oía un suspiro, sino su voz apasionada y clara que comunicaba a cuantos le escuchábamos un deleite auténtico y hondamente sentido.

Las cerezas le siguió El humo dormido, texto que leí por mi cuenta una vez iniciado en la estética mironiana, pero cuyas dificultades como pieza narrativa tan sólo conseguí resolver a medias ayudado por la introducción y las notas al pie de página de las que venía acompañada la diminuta edición de la Biblioteca Anaya y que había sido realizada por Vicente Ramos. Una vez en Estados Unidos, el historiador valenciano discípulo de Américo Castro, Miguel Enguídanos, al hablarle yo entusiasmadamente de esta obra tan heterodoxa sacó de su estantería un ejemplar de El humo editado por otro profesor también amigo de don Américo y suyo, Edmund King, destinado a un público angloparlante cuyo número de notas ascendía nada menos que a las quinientas nueve. Prendado de tamaño esfuerzo de erudición, y persuadido de que mi afición por la literatura mironiana era compartida por otros de más ciencia y experiencia que la mía, debo haber decidido en aquella ocasión que el enfoque de mis labores de doctorado versarían en su mayor parte en torno a la narrativa de Gabriel Miró.

Paulatinamente, y a medida que avanzaba en mis estudios de postgrado, fui leyendo otros libros de Gabriel Miró, igualmente difíciles e igualmente extraños. Recuerdo bien una curiosidad que a veces era tentación y otras recelo de acercarme a las Figuras de la Pasión del Señor. Había descubierto anteriormente el vendaval de controversias que se había cernido en torno a esta obra y las consecuencias que su autor había tenido que sobrellevar a lo largo de varios años. Nuevamente la historia de sus libros juntamente con su biografía constituía una incitación a ahondar todo lo posible en la obra propiamente dicha. Quería dejarme llevar a ella por la elaboración, por la gestación y por las circunstancias que la habían propiciado y, antes aún, que la habían sugerido a su creador. En el caso de las Figuras de la Pasión yo me fui enterando poco a poco de cómo todo aquello seguramente había tenido lugar.

Miró, inquieto por lo que percibía como falta de oportunidades para mejorar su situación económica y editorial, decidió dejar atrás su cargo de cronista de la ciudad de Alicante, y mudó su familia a Barcelona en 1914. Allí tenía varias amistades en el mundillo de las letras y llevaba colaborando varios años en la prensa barcelonesa -de modo más asiduo en el Diario de Barcelona-, desde 1911; a partir de 1913 en La Vanguardia y, finalmente, en La Publicidad desde 1918. En el segundo diario precisamente, Miró publicaría los primeros bosquejos de varias figuras bíblicas que más tarde incorporaría a su libro. La primera fue la de Judas aparecida el 8 de abril de 1914 y otras le siguieron en las semanas y meses próximos: Simón de Cyrene, José de Arimathea, Barabbás, Annás, y María Cleofás; la última con fecha del primero de abril de 1915.

Si bien Miró había sido educado por los jesuitas en el Colegio de Santo Domingo de Orihuela y su padre también había estudiado algún tiempo para el sacerdocio, nuestro escritor muy posiblemente no hubiera determinado escribir una obra en torno a la Pasión de Cristo de no habérsele confiado un proyecto que, como casi todos aquéllos en los que pretendió sacar grandes ganancias, se trocó en nueva desilusión. Miró siempre soñó con la posibilidad de ganar y ahorrar el dinero suficiente como para dedicarse exclusivamente a su arte sin tener ni que trabajar para sostener a su familia, ni tener que vender sus libros para comer de ellos. Vivía también ilusionado con la posibilidad de construirse una casita en las afueras de Alicante, o en Polop, la casa de Sigüenza, donde recogerse y escribir sus obras.

Uno de estos proyectos que tanto prometían, fue su nombramiento como director de una enciclopedia sagrada para la editorial Vecchi y Ramos. Durante catorce meses trabajó Miró ahincadamente en una labor que no le dejaba tiempo para su propia creación, pero que era de su agrado y se dedicó a ella con entusiasmo. Desgraciadamente, la incertidumbre económica y la inestabilidad política resultantes a causa de la primera guerra mundial, pusieron fin a la empresa. La editorial se declaró en quiebra y, de la noche a la mañana, nuestro escritor que no había percibido sueldo alguno en espera de una remuneración final, se encontró nuevamente sin medios para alcanzar siquiera un vivir desahogado para los suyos. Por si semejante revés no fuese amargura suficiente, por aquel entonces Barcelona fue presa de una epidemia de tifus que afectó la salud de su hija Clemencia. Fueron aquellos unos días de indecible angustia para el necesitado escritor y su familia. Una vez salvado el peligro Miró, como acción de gracias, escribió un pequeño auto sacramental, La cieguecita de Betlehem, para el que compuso la música su amigo Enrique Granados, habiendo sido sus hijos también víctimas de la plaga. Las familias de ambos artistas representaron este opúsculo, que sigue inédito, en las Navidades de 1915.

Los meses de trabajo, ahora nos damos cuenta, no habían sido en vano. De los conocimientos adquiridos para la enciclopedia sagrada, Miró sacó la materia prima para su obra más discutida y menos entendida, pero quizá la que le dio más renombre por algún tiempo. Publicada en dos tomos en 1916-1917, las Figuras de la Pasión del Señor fue acogida primeramente con recelo y muy pronto denunciada por varios grupos como heterodoxa a la hagiografía católica. Es una situación un tanto semejante en la que se viera en el siglo XVI el agustino Fray Luis de León, perseguido por haber disputado sobre un texto bíblico (Biblia de Vatablo) y encarcelado por acusaciones de bandos universitarios envidiosos. La Pasión, según la reconstruye Miró, desde la llegada de Judas hasta el climax de la Crucifixión y la sugerencia de una consecuente Ascensión, está compuesta por una serie de estampas que se acerca a los caracteres bíblicos desde un punto de vista más bien literario, pero con el debido pudor de un creyente como él lo fue siempre. La visión estética del santoral bíblico acarreó al autor muchos disgustos por mucho tiempo. Inicialmente la presencia del libro en los escaparates causó revuelo tal, que las librerías religiosas acabaron por retirarlo de un lugar tan prominente. Le criticaban la obra sin haberla leído cuantos maldecían de ella. El editor del periódico El Noroeste de Gijón, fue encarcelado por publicar un capítulo de las Figuras de la Pasión el día de Viernes Santo, 6 de abril de 1917. Hojeando nuevamente ahora aquel ejemplar de la editorial Losada adquirido en 1965, gemelo del de Las cerezas del cementerio, me parece mentira que tan significante obra siga en espera de una edición crítica recomendable al cabo de noventa y tantos años de su inicial aparición.

En agosto de 1965 pasé unos días en Nueva York, haciendo no sólo el turismo obligado de la Quinta Avenida, el barrio teatral de Broadway, el Museo Guggenheim y el Museum of Modern Art -o MOMA, según lo apodan los de allí-, sino también algún que otro lugar de cierto tufillo literario como el Washington Square donde Henry James ubicara su conocida novella homónima, así como una conocida librería española hoy desaparecida. En el establecimiento Las Américas me entretuve un rato largo hurgando por las estanterías y curioseando lo mucho que allí había de nuestros clásicos. Por fin di con una sección bastante nutrida de literatura moderna, cuidadosamente ordenada según el apellido de cada autor. Nada difícil encontrar a Miró, debidamente colocado entre los nuevos ofrecimientos de

Ana María Matute y Dolores Medio a la izquierda y varios tomos de la editorial «Revista de Occidente» pertenecientes, ni más ni menos, que a su fundador José Ortega y Gasset a la derecha de, entre otros tomos, dos ejemplares de El obispo leproso. La profunda ironía de semejante proximidad fue para mi instantánea e inevitable. Yo sabía de sobra la historia del injusto y caprichoso ataque que, el 9 de enero de 1927 en El Sol, Ortega había lanzado contra la novela de Miró. Una de las repercusiones de tan frívola, pero sonada emboscada, lamentablemente había ocasionado la retirada de la edición inglesa de las Figuras de la Pasión. Muertos ambos escritores, Miró a la larga había vuelto a ocupar el puesto que le correspondía -codeándose con su verdugo- en la ciudad americana más importante en el mundo de las letras.

Así como a algunos de nosotros el título mismo de El obispo leproso nos llama la atención por extraño y enigmático, muchos otros -mayormente los que se identifican con grupos o sectas- lo condenaron otra vez sin siquiera haber leído la obra. No cicatrizadas todavía las heridas recibidas como autor de las Figuras, en Miró se ensañaron nuevamente los elementos más cerrados y conservadores tanto del lado eclesiástico como del académico. Los ataques fueron numerosos, absurdos y crueles, y si bien entristecieron a nuestro autor, él únicamente se dignó a responder públicamente a la maliciosa reseña orteguiana con un texto propio tituladoSigüenza y el mirador azul y dedicado a su irresponsable acusador. No cabe la menor duda de que la constante y deliberada exclusión de Miró como miembro de la Real Academia Española en los años veinte, así como la negativa del Premio Fastenrath de la misma institución, son las últimas y más sentidas consecuencias de la«osadía» como se calificó la publicación de las Figuras de la Pasión del Señor y de El obispo leproso, por parte de su autor.

Si bien yo estaba perfectamente enterado de las controversias en torno a El obispo leproso, nunca había leído esta obra ni tampoco su primera parte, Nuestro Padre San Daniel. Cogí ambos tomos de la Biblioteca Nueva, dejé que me los envolvieran y salí con ellos a la calle en busca de uno de aquellos taxis amarillos de Nueva York que me llevase al aeropuerto. A las siete de la tarde cogía el vuelo de la también hoy desaparecida TWA rumbo a Madrid. La travesía atlántica jamás me pareció tan abreviada ni tan ajena como aquella en la que penetré en el distante mundo de Oleza.

En el curso de mis lecturas de Miró, sus libros y la crítica en torno a ambos, empecé a darme cuenta de las muchas veces que surgía el nombre de un personaje en particular, el nombre que Miró había puesto en su réplica escrita a Ortega: Sigüenza. Sólo Sigüenza, así, a secas, sin otro nombre ni apellido y, cosa más rara, a veces el propio Miró firmaba sus cartas con este nombre. En otras ocasiones hasta lo convertía en nombre común, de índole peyorativa, supuse, acuñando la palabra«sigüenzadas». El caso es que, ahora, determinado ya a escribir mi tesis doctoral sobre una o varias obras de Gabriel Miró, empecé a coger apuntes de cuanto podría interesarme para mi futuro proyecto y consultar con aquellos cuyos nombres encabezaban los ensayos y libros escritos sobre nuestro autor. Me pareció lógico hacer un estudio que agrupara las tres obras protagonizadas por el constante, peripatético y enigmático Sigüenza. Vi cómo las razones más poderosas, primero, el allegamiento de creador y criatura. Sigüenza y Miró siempre coexistieron. Los libros en los que figura aquél como protagonista marcan significativamente la producción de su autor.Del vivir, aunque sabemos que no es la primera obra de Miró, es la que consta como tal en la única edición de las Obras Completas que yo tenía a mi alcance en aquella época. El Libro de Sigüenza coincide casi exactamente con el punto medio de la narrativa mironiana: el autor lleva publicada buena parte de su obra. Y Años y leguas, último libro sigüenciano, viene asimismo a ser -tristemente- el último que Gabriel Miró publica en vida con fecha de 1928, dos años antes de morir. He aquí cómo, paradójicamente, Ortega me llevó a dar con el personaje más importante de los libros de Miró y el que se convertiría en el foco principal de gran parte de mis estudios. O, en palabras de Fray Gómez, protagonista de la tradición peruana de Ricardo Palma, «El alacrán de Fray Gómez», cómo, por ir al mal fui al bien.

Regalo de mis padres fue el bello tomo de Obras Completas de la Biblioteca Nueva, encuadernado en piel granate, de cantos dorados, papel biblia y su roja cinta marcadora de la última página leída. A mí siempre me recordaba un libro sagrado, como el que de monaguillo usábamos para decir misa en la capilla del Alto del Castaño donde me crié. El volumen se convirtió en constante vademécum por el período de tres años que tardé en sacar el título de doctor en Filosofía y Letras. A través de Miró conocí a otros que, como yo, sentían una devoción y un entusiasmo por su estética, por su manera de escribir, de comunicar sentimientos, ideas e ideales. Vicente Ramos fue uno de los primeros a quienes acudí en busca de oscuras e inasequibles publicaciones como el precioso primer homenaje de Polop de la Marina, titulado El lugar hallado, donde las firmas de Azorín, Dámaso Alonso, Óscar Esplá, Antonio Buero Vallejo, Gregorio Marañón, Ricardo Gullón y del propio Vicente Ramos, dan testimonio de la infinita bondad y del arte de nuestro autor. Desinteresadamente no sólo me envió semejante joya, sino que atendió siempre a mis preguntas y me señaló otros caminos insospechados para mí. Sus libros, empezando por la primera versión de la Vida y obra de Gabriel Miró en 1955 y luego ampliada considerablemente, hasta el último del que tengo noticia, Vida de Gabriel Miró, publicado cuarenta años más tarde, son indispensable consulta para todo estudioso de Miró.

Otros a quienes me dirigía con frecuencia, aunque no siempre compartieran mi dilección por Miró la entendían perfectamente y procuraban remitirme a amistades mejor capacitadas que ellos mismos para sacarme de una que otra duda. Tal fue el caso del filósofo Julián Marías, profesor mío durante algunos años y merced a quien conocí a otro vallisoletano, Heliodoro Carpintero, que sabía no sólo de la obra sino que había tratado personalmente al propio Miró. Sus largas cartas impecablemente mecanografiadas -era, según creo, inspector de segunda enseñanza- y las cuartillas de aquel papel de avión antiguas llenas de datos, a veces de redacciones enteras copiadas de fuentes inaccesibles para mí, son gestos tan amables que jamás los podré olvidar. Con igual estima todavía guardo también las cartas del otro joven que había admirado a Miró desde cerca, el poeta Jorge Guillén, brindándome no sólo sus pareceres en torno a cuestiones que le había yo planteado sino su amistad «y no sólo en Gabriel Miró», según me escribía en los meses del verano de 1979, cumplidos ya los 86 años, por lo cual firmaba siempre con: «Un abrazo de su muy viejo amigo». También desaparecidos hoy pero igualmente presentes en el recuerdo por su adhesión a nuestro escritor lo son Enrique Anderson Imbert y Ricardo Gullón. Ambos fueron atentos y generosos en extremo con el desconocido investigador que era yo al solicitarles sendas colaboraciones para una colección de ensayos con la cual pretendía conmemorar el primer centenario del nacimiento de Miró. Si el libro Critical Essays on Gabriel Miró (SSAS, 1979) tuvo algún éxito, a ellos dos y a varios mironianos se deberá. A otros mironianos más los admiré también desde lejos primero antes de conocerlos siquiera epistolarmente, como sucedió con Edmund King que ejercía de catedrático de literatura española en la Princeton University, donde había estado anteriormente Américo Castro. Edmund, a quien me había dirigido tras leer sus magistrales ensayos sobre Miró, me confesó meses -o a lo mejor años- después que había traspapelado mi carta y que la había descubierto pasado mucho tiempo, por lo cual me pedía perdón invitándome a su casa de Princeton a curiosear en su biblioteca y a hablar cuanto quisiera de Miró y su obra. Hoy, con sus noventa y dos años encima, Edmund King sigue fiel a Miró y firme en su amistad con todos los mironianos que hemos tenido la fortuna de conocerle y aprender de él desde hace medio siglo.

Publicado mi Gabriel Miró: Trilogía de Sigüenza en 1972, nunca he desaprovechado la ocasión de volver a labrar en el huerto de Gabriel Miró. A lo largo de treinta años de docencia universitaria, mis deslindes literarios han sido muchos y varios: desde Cervantes hasta los poetas más desconocidos, como es el caso del modernista ferrolano Ramón Goy de Silva, desde la narrativa de Henry James hasta el pensamiento de Ramiro de Maeztu, en mi curriculum vitae hay de todo un poco. Pero siempre he querido volver a Gabriel Miró, siempre lo he tenido presente como un locus amoenus al cual acogerme cada equis número de años o de cursos académicos. El mismo placer, una idéntica estima me sobrecoge cada vez que me sumo en una de sus obras tan perfectamente engarzadas como las de un orfebre de antaño. Estas deseadas vueltas al ameno recinto mironiano han dado ocasión no sólo a nuevas publicaciones, sino también a nuevas amistades, duraderas como las antiguas más arriba mentadas, y que sumadas a ellas me hacen pensar en una hermandad tanto académica como familiar, cuyos lazos son los textos mironianos que todos compartimos y que nos atan para siempre. Con motivo de recientes trabajos en torno a la obra de Gabriel Miró he tenido la suerte de ser bienvenido al recinto alicantino nativo de Miró por otros admiradores suyos como Miguel Ángel Lozano Marco, Enrique Rubio Cremades, Rosa Monzó, y he podido renovar amistades contraídas mucho antes como la de Vicente Ramos. Los recientes simposios internacionales han sido igualmente una oportunidad única para reunirse y colaborar una vez más profesores e investigadores cuya dedicación a la obra mironiana es indiscutible.

De esta forma Gabriel Miró me ha acompañado a lo largo de tres décadas de mi madurez vital e intelectual. Su compañía ha sido la más grata, la más constante e indudablemente la más duradera. Al igual que la amistad entre dos amigos no se quiebra ni se disminuye por años de ausencia, de silencios o de distancia que los separe, tampoco mis alejamientos intermitentes de los textos mironianos han disminuido en ningún momento mi perenne atracción por los eternos valores encerrados en las páginas de sus libros. Ahora que sé que pocos son los libros que me quedan por hacer, tengo ya empezado en mi telar el que acaso sea el último que escriba y que será una vuelta al primero que publiqué sobre Gabriel Miró y su entrañable Sigüenza hace ahora treinta y tres años. Quiero que de este modo mi círculo como lector, investigador y catedrático se cierre con una despedida serena y evocadora del compañero más leal que he tenido en mi vida.