miércoles, 28 de noviembre de 2012

Miguel de Unamuno, Morirse de sueño




El maestro Alejo Venegas que en 1544 publicó su libro Agonía del tránsito de la muerte (reimpreso la última vez en el tomo 16 de la Nueva Biblioteca de Autores Españoles de la casa Bailly-Bulliére) al tratar del género de tentaciones que en el trance de la agonía nacen de la complexión particular del agonizante, discurre de las que asaltan al sanguíneo, al colérico, al melancólico y al flemático.
Este, el flemático, "es blanco en el color; abunda de mucha saliva; tiene poca sed; pocas veces bebe fuera de comer y cenar; tiene blanda la garganta y la lengua;tiene la orina blanca. Es perezoso en el movimiento, es débil en el trabajo; abunda de reuma por las narices y por la boca; tiene cargazón en los ojos; es hombre muy dormilón; es malicioso y es amigo de mucho holgar; no es inclinado a mujeres; crécenle mucho los pelos y las uñas; finalmente, es húmido y frío, frío en todas sus cosas".
Y este hombre perezoso, débil, dormilón y malicioso y frío en todas sus cosas, ¿qué riesgo corre en el supremo trance de la agonía del tránsito de la muerte? Pues corre el terrible peligro de morirse de sueño, de morirse dormido, de morirse para no volver a despertar. "¡Vaya un peligro!-exclamará más de un lector-.¡Pues que más quisiera yo que dormirme a morir...!" Es para muchos la verdadera eutanasia, la verdadera buena muerte.
¿No conocéis aquella copla andaluza que reza así?: Cada vez que considero/que me tengo de morir/ tiendo una capa en el suelo/ y no me harto de dormir." Y son no pocos los españoles que entienden que aquello de "la vida es sueño"no se dijo tanto en el sentido de que el vivir sea soñar como de que el vivir sea dormir.Pues se da el pícaro caso que en nuestra lengua castellana, que dicen que es tan rica, no hay un sustantivo de dormir distinto del de soñar, sino que uno mismo: "sueño" sirve para los dos menesteres, sin que distingamos, como en francés, entre sommeil  rêve; en inglés sleep y dream, etc. Y para muchos la vida es un sueño sin ensueños, un dormir sin soñar, una verdadera modorra. La enfermedad del sueño, que hace estragos en nuestra Guinea española-¿nuestra? ¿es española?-existe también aquí, aunque en otra forma, y sin necesidad de mosca tsetsé que la produzca.
Al maestro Alejo Venegas le entristecía que el flemático, cansado de vivir sin haber vivido, se fuera del cansancio al deseo de reposar y "al reposo que viene de esta manera, sucesivamente sigue la muerte". Preocupado con ello y encendido de caridad por sus prójimos, escribe así: "E porque este sueño profundo que los médicos llaman Jubet, puede ser tan grande y profundo, que no le pueda el paciente vencer, no sería mal consejo que los circunstantes lo ayudasen con beneficios exteriores como son atar fuertemente con una venda los muslos y dende a poco bajar las ataduras a las pantorrillas y fregarle las piernas con sal y vinagre, y ponerle a las narices ruda y mostaza molida. Echarle a cucharadas por la boca euforbio trociscado, que tienen los boticarios; e por no dejar remedio alguno, travarán un lechón de la oreja, para que gruña a los oídos del flemático soñoliento, con otros muchos remedios que los médicos suelen dar para despertar del sueño profundo"
Bendito varón el maestro Alejo Venegas, ¡y cómo se preocupaba de que sus prójimos flemáticos no pasasen por el espantable trance de morirse de sueño! Bien es verdad que al maestro toledano no le fue concedido el poder dormir a pierna suelta, ya que, padre de familia de dilatada prole, comían de su trabajo nada menos que doce personas, "con que realmente sentimos-decía- que se nos desagua el ingenio de la especulación por cumplir con el oficio de Marta".(...)
¡Pero a cuántos y no sólo hombres sino pueblos enteros de ellos no hay que ponerles a los oídos el lechón trabado de la oreja para que gruñendo no les deje morirse de sueño!
Ya lo sabemos, pues. Cuando a alguno de los que nos pasamos buena parte de la vida dando voces en el desierto nos preguntan por qué somos tan gruñones, podremos responder que por caridad cristiana nos dedicamos a lechones despertadores para que nuestros prójimos y acaso nuestro propio pueblo, no se mueran de sueño y sin saber que se mueren. Porque para flema, la que por aquí se gasta.
Ya sé yo que una de las mayores ofensas que a un buen español puede hacérsele es la de cortarle la siesta; pero es cosa de que se quede en ella, no al Infierno, que está a mil ciento noventa y tres leguas de aquí, sino al Limbo, que se encuentra mucho más cerca, según el mismo maestro Alejo Venegas.
Hay quien cree que esa muerte por sueño es la más dulce de todas; y yo me permito creer que ni es siquiera muerte en muchos casos. Pues como el que parece que va a morir nunca hizo sino dormirse, su muerte no es sino la continuación, en cuanto al alma, de su estado habitual. Y en cuanto al cuerpo, ¿qué más da que se descomponga y pudra antes o después?  Y empiezo a dudar de que los lechones gruñidores podamos despertar al que nunca estuvo sino dormido.
Lo que hay es que gruñirnos para no dormirnos también nosotros, ya que el sueño es una enfermedad contagiosa. Si no estuviéramos voceando y agitándonos unos cuantos, esto sería un verdadero cementerio. Porque cementerio en su valor original y primitivo, el que tiene en la voz griega de que deriva, no quiere decir sino dormidero.

Agonia Del Transito De La Muerte Por Alejo Vanegas Del Busto

Fuente: Miguel de Unamuno, De esto y de aquello, tomo I, pp.49-52, Sudamericana, Buenos Aires, 1950.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Juan José Becerra, La memoria infiel

El Alma De Gardel - Mario Levrero


La primera edición de El alma del Gardel, de Mario Levrero (1940-2004), apareció en Montevideo en1996, once años después del estreno de Gardel, el alma que canta, una película documental dirigida por Carlos Orgambide y producida por el cantante Ramón “Palito” Ortega, en la que el caricaturista Hermenegildo Sábat, el jockey Irineo Leguisamo y el compositor Enrique Cadícamo, entre otras figuras del Río dela Plata, se refieren tanto a la destreza de Carlos Gardel para el canto como a su aura, además de desarrollar a coro una secuencia de anécdotas —alguna de ellas paranormales— que sobrealimentan su misterio.
La historia que cuenta Levrero en El alma de Gardel funciona como el laboratorio de sus títulos más célebres : El discurso vacío (también de 1996) y La novela luminosa, libro póstumo y obra cumbre publicada en 2005. Allí el narrador es objeto y testigo de una serie de peripecias que no alcanzan el status exterior de lo que podemos llamar “aventuras” porque se trata en gran parte de una aventura interior. En la primera escena hurta un paraguas de una biblioteca. Lo sigue un hombre, quien encarna “el alma de Gardel” y se manifiesta como una fuerza física que primero llama a su puerta y posteriormente lo centrifuga y lo hace levitar en el dormitorio. Luego se suceden series de encadenamientos mentales (llamémoslos, sin temor, “la trama”) que pueden resumirse como una experiencia reflexiva acerca de la composición del recuerdo, lo que opera como una fuente de especulaciones que pone en marcha la narración intensiva de Levrero, a contracorriente del carácter expansivo del género.
Sobre el final, el narrador, que va descubriendo su mundo interior mediante la contemplación de la dinámica urbana (cuya variedad le hace exclamar : “Cuántos mundos”), una especie de etnografía espontánea que le sirve para distinguirse en el conjunto, a la que le agrega algo que no es otra cosa que paciencia, el insumo principal de la poética de Levrero, se descubre cuál es el libro que en algún momento de la historia intenta encontrar en las librerías : “Memoria y percepción”. El libro —del que no se refiere ni siquiera el nombre de un autor falso— no existe, pero si existiera es más que evidente que sería Henri Bergson.
Eso que hemos llamado “la trama” para no perdernos es, en El alma de Gardel, una multiplicidad de pequeños elementos combinados, muchas veces de manera inconsecuente o siguiendo líneas causales quebradizas. En primer lugar (he aquí el primer elemento de varias novelas de Levrero), el narrador, un investigador de la obra de Gardel que no se anima a llamarse a sí mismo escritor (“hay pocos escritores en el mundo que merezcan ese nombre”), quizás porque en su propio régimen encaja mejor como un personaje solitario que no teme asumir su misantropía y que se vincula mediante incidentes con otros personajes, de los que absorbe toda la energía dramática que hace funcionar su romanticismo.
Estos personajes pueden tener, por un lado, un carácter doble, como el señor Caorsi, un desconocido con quien el narrador juega al ajedrez, y que cambiará de nombre y figura dos veces a lo largo del relato (una concesión a ese otro mundo que tienta a Levrero en todos sus libros : un mundo de perfiles fantásticos que convive con la realidad básica, es decir la realidad acordada) ; y por el otro, las mujeres, un elenco más bien gaseoso que se manifiesta en forma de recuerdos o fantasmas aun cuando, como en el caso de Verónica, una supuesta sobrina muy joven de la que el narrador se enamora, se presenten mediante un vínculo de actualidad, contemporáneo de una escritura que tiene algo de un diario que recoge menos los testimionios de una actividad vital que los de una sensibilidad. Levrero exprime los actos de sus personajes y trabaja con lo que queda de ellos, una materia residual muy parecida al conocimiento que sucede a la experiencia, en este caso la experiencia inmóvil de sentir. Conocer, para Levrero, es detener la experiencia y exponerla mediante las reglas de una actividad laboratorista ; es decir, tomar pruebas de la experiencia vital reducida a los fenómenos de la percepción (la extracción, el hisopado, el sondeo, el buceo escópico, son sus “métodos” de aproximación) y traducirla a unos pocos resultados que, para hacerle honor a su ambigüedad, debemos llamar “variables”. La literatura achica el tamaño de la experiencia pero a cambio de obtener su verdad más intensa : aquello que sucede, invisible, a la vista de todos.
Esas combinaciones se multiplican en una serie de escenarios sobre los que Levrero establece deslizamientos de categorías sin que se noten los saltos. Tanto los planos de la percepción (sueño, vigilia, alucinación) como sus herramientas auxiliares (pensamientos, recuerdos) forman una misma materia narrativa dada por contigüidad o por asociaciones que responden del mismo modo, y con la misma obediencia, a los llamados de la lógica y el oscurantismo.
Debería recordarse que Mario Levrero publicó en 1978 Manual de parapsicología, y que la psicología “paralela” fue un discurso, entre otros, adoptado con franqueza durante la escritura de El discurso vacío. Además, es sabido que le dio mucha importancia a su lectura de Psicoanálisis del arte,de Charles Baudouin (1893-1963), un psicoanalista suizo que se inclinó hacia métodos heterodoxos como el autoconocimiento por medio de la autosugestión, ese tipo de exploración personal que hoy puede reconocerse como una de las vertientes de la autoayuda.
El libro de Baudouin, según él mismo lo ha manifestado en varias entrevistas, resume lo que Levrero piensa sobre la relación autor-lector, una relación “de alma a alma”. Por esa razón —porque esa relación le parece posible— detesta la crítica que se interpone entre la conexión de ambas sensibilidades. El alma es para Levrero una unidad de sentido integral y constitutiva de varios de sus libros. Está presente en El alma de Gardel, por supuesto ; y también en El discurso vacío, donde se describe el alma como un fenómeno de la percepción que no está dentro de lo que sería la carta de percepciones normales.
9Las percepciones regladas, normalizadas, incluso enumeradas por el formato clasicista de los cinco sentidos, no convencen a Levrero como dispositivo capaz de recibir esa literatura ambiental que, al paracer, habría en la realidad, y de la que intenta extraer sus novelas. Para él hay un más allá que se puede percibir si se dispone de una antena novedosa : la antena que pueda captar la etología del novelista. Dicho de otro modo, el novelista es un animal del que vale la pena conocer sus hábitos cotidianos, mínimos y a la vez trascedentes, porque en ellos opera no un estilo (que Levrero detesta a punto de convertirlo en el tema de El discurso vacío) sino una percepción especial que en el momento de manifestarse ya es una literatura a la que sólo le falta ser trancripta.
El alma de Gardel, El discurso vacío y La novela luminosa son novelas que responden artísticamente a la falta de concentración. Hay una lucha que sostienen el deseo de escribir y su enemigo íntimo y público : el entorno. En ese entorno figuran la familia, la sociedad, las interrupciones originadas por el mundo exterior y todo aquello que Roland Barthes llamó, en La preparación de la novela, la “gestión”, un sistema de compromisos ciudadanos que destruyen la unidad romántica del sujeto (y mucho más si ese sujeto se encuentra preparando una novela) y lo aparta de sus asuntos. Pero el drama mayor de escribir una novela —el drama mayor pero también todo lo que la novela puede aspirar a ser— consiste en la infidelidad de la memoria : “Qué garantía, pues, tendrá mi lector de la fidelidad de este relato que es, él, pura memoria y sólo memoria”.
La memoria es la víctima de la desconcentración. Pero esa fatalidad es reparada por el entretanto del no sé qué hacer, el momento verdaderamente real de la escritura de ficción. Ese incidente constante, el de salirse de la vía por la que aparenta avanzar la novela, es la marca astrológica de Mario Levrero, para quien el acto de escribir no necesita un tema. Escribir sin tema es la experiencia normal de la escritura según Levrero. Hay un suspenso en sus novelas —nuestra expectativa ya no es qué va a ocurrir en la historia sino cómo va a quedar— que se asemeja a un trabajo de descomposición, como si al cabo de la lectura viésemos las novelas desarmadas, sometidas a un inventario en el que figuran las descripciones detalladas de cada una de las piezas que las compusieron. Las novelas de Levrero son hechos póstumos, posteriores a todas las etapas de la confección literaria. Imaginar y escribir una novela es una experiencia frívola si se la compara con la experiencia terminal de su volatilización, lo que sucede, entre el milagro y el terror, durante la lectura (como si leyéramos una nube).
El plan narrativo de Mario Levrero, si lo hubiere en un sentido positivo, lejos de la idea progresista de que para narrar hay que adelantarse, consiste en detenerse. Se trata de un suspenso intensivo y formalista : suspender equivale a conocer, a ganar tiempo para que la percepción fluya desde las profundidades de cada fenómeno acaecido y encuentre su forma. Si se observa con atención, veremos que El alma de Gardel es, al margen de sus pocos personajes, la historia de unos cuantos objetos : un paraguas rojo, un aviso de lencería, un libro y “un alma”. Pero no son objetos recortados sino versiones difusas del mundo físico atravesado por el tiempo (o por su espejo deformante : la memoria), cuadros en los que el realismo alcanza sus confines y se entrega al poder de la alucinación. Detrás de cada objeto —nada más firme que un objeto— laten los espejismos de la experiencia, el pasado y el recuerdo, un menú de fantasmas que producen el delirio de ablandar el mundo físico y someterlo a la intermitencia.
En un pasaje de El alma de Gardel, el narrador de Mario Levrero —sin dudas una interposición directa del autor— ve caer la lluvia sobre el asfalto de Montevideo. La escena deriva en reflexiones teóricas : “Pero al final todo es agua que corre, todo es pensamiento que fluye, todo es literatura que se escribe o palabras que se piensan...”. Indivisibles en el sistema de Levrero, la literatura y el pensamiento son materias escurridizas. Fijarlas es un gesto artístico que nos lleva directamente al fracaso, el único éxito al que la literatura podría aspirar. Esa inestabilidad, basada en el reconocimiento de identidades abiertas, géneros híbridos, discursos impuros, todo contemplado desde la inmovilidad o la pasividad sobre las que se monta la figura de un narrador sedentario que sólo condesciende a vivir la aventura de sus intimidades corporales y mentales, funda el universo de Levrero. Ese universo, movido por fuerzas centrípetas mediante las cuales todo va a parar al “yo” (la literatura de Levrero es una literatura receptiva), tiene zonas que podrían considerarse de marginalidad integrada al conjunto de la obra, como los policiales fantásticos Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo (1975) y La banda del cienpiés (1989), dos libros en los que la devoción de Levrero por el policial deriva en una descomposición del género que violenta su tradición llevándola a un singular blaxploitation futurista en el que parecen convivir sin problemas la acción directa de Bruce Lee con los decorados de Georges Méliès.
El alma de Gardel reúne todas esas variedades intimistas, que no prescinden de la escena policial, en un mismo espacio de integración atómica que parece presentarse como “lo natural” del estado literario. “Y al fin y al cabo —dice Levrero en una de las pausas reflexivas que sostienen el por qué de su novela—, creo yo, el destino de toda cosa en el universo, tal vez incluso el universo mismo, sea convertirse en Literatura”.

Fuente:

Juan José Becerra, « La memoria infiel », Cuadernos LIRICO [En línea], 7 | 2012, Puesto en línea el 11 octubre 2012, consultado el 25 noviembre 2012. URL : http://lirico.revues.org/752






miércoles, 21 de noviembre de 2012

Jorge Cafrune - El Poeta



Tú piensas que eres distinto, 
porque te dicen poeta 
y tienes un mundo aparte, 
más allá de las estrellas 

De tanto mirar la luna, 
ya nada sabes mirar; 
eres como un pobre ciego, 
que no sabe a dónde va. 

Vete a mirar los mineros; 
los hombres en el trigal 
y cántale a los que luchan 
por un pedazo de pan. 

Poeta de tiernas rimas: 
vete a vivir a la selva 
y aprenderás muchas cosas 
del hachero y sus miserias. 

De tanto mirar la luna 
ya nada sabes mirar: 
eres como un pobre ciego, 
que no sabe a dónde va. 

Vete a mirar los mineros 
los hombres en el trigal 
y cántale a los que luchan 
por un pedazo de pan. 

Vive junto con el pueblo; 
no lo mires desde afuera; 
que lo primero es ser hombre 
y lo segundo, poeta 

De tanto mirar la luna 
ya nada sabes mirar: 
eres como un pobre ciego, 
que no sabe a dónde va. 

Vete a mirar los mineros 
los hombres en el trigal 
y cántale a los que luchan 
por un pedazo de pan.

Letra y música : Atahualpa Yupanqui 

jueves, 15 de noviembre de 2012

Rolando Rodríguez, La conspiración de los iguales

Hijos de esclavos, siglo XIX.
La Conspiración de los Iguales; la protesta
de los Independientes de Color en 1912
Rolando Rodríguez • La Habana


Uno de los pasajes más bochornosos para la historia de Cuba, resulta la llamada guerrita de los Independientes de Color de 1912. Ese bochorno radica en la represión inmisericorde que sufrieron estos cubanos, muchos de los cuales habían sido pilares de la Revolución de 1895. ¿A qué se debió aquel equivocado alzamiento y su despiadada represión? En la época se dijo que era una guerra racista y también que había sido promovida por los anexionistas, que intentaban con ella lograr una nueva ocupación del país por los imperialistas estadounidenses y, luego de ella, la anexión. Pero no creo que esa efímera contienda se haya debido al racismo ni al impulso de los anexionistas, aunque en verdad hubo racismo y, al parecer, se movieron los anexionistas a favor de cualquier disturbio que estremeciera la sociedad cubana, por ejemplo,  Antonio San Miguel, director de La Lucha, y Frank Steinhart, presidente de la Havana Central Co., hicieron todo cuanto pudieron por incitar una conmoción que aplastara la república, mediante el ingreso en la Isla de los marines yanquis. Resulta importante que los cubanos de hoy sepan qué sucedió en 1912, porque como dijo Santayana resulta indispensable conocer la historia para no tener que repetirla. El racismo en Cuba, desinencia de la esclavitud, que por fin había sido eliminada en 1886; a no dudarlo, se había adelgazado a partir de 1895, gracias a la extraordinaria participación de los negros en la guerra de Independencia y la sangre que vertieron, pero había retornado, gracias a la presencia de los estadounidenses en Cuba a partir de 1899, y con el gobierno plattista de Estrada Palma. Si bien la ocupación de Washington impidió que los negros ingresaran en la función pública y en no poca medida en las fuerzas armadas y la policía, el gobierno de Estrada Palma mantuvo la segregación, lo mismo en los parques que en las cárceles y no se pudo encontrar un negro prácticamente en la administración del Estado y solo en número restringido en la guardia rural o la artillería. Por supuesto, en ningún caso como oficial. De manera, que los negros empezaron a pensar con toda razón que resultaban discriminados. 
Como para ingresar en un cargo del Estado era necesario mostrar una afiliación al partido de gobierno, no pocos negros se unieron al partido Moderado. Pero en la guerrita de agosto de 1906 los negros, aburridos de esperar, configuraron en buena medida las fuerzas liberales que se enfrentaron al gobierno del hombrecillo de Central Valley, que había impuesto su reelección. 


Con el triunfo de los liberales, propiciado por el secretario de la Guerra Taft y el gobernador provisional, Magoon, los negros aspiraron a ser situados en proporción a su porciento en la población, en los cargos gubernamentales. Pero al llegar la hora del reparto del botín, los negros fueron preteridos de nuevo.Acudir a EE.UU. para que dirimiera problemas internos de la Isla ya se había empleado en 1906, pero no sin que hubiese causado en el pueblo un repudio y un resentimiento contra quienes lo hicieron. Entre los negros este acercamiento tenía antecedentes. En agosto de 1907 antiguos mambises negros, Ricardo Batrell y Alejandro Neninger,  en busca de apoyo para su causa, habían dirigido un manifiesto “Al Secretario de Guerra de EE.UU.”, Taft, y “al pueblo de Cuba y a la raza de color” y lo publicaron en La Discusión. Su tono era francamente amenazante: “Si  no se nos da lo que nos corresponde lo sabremos tomar por la fuerza”.1 Batrell y Neninger, basados en una creencia ingenua en la virtud de la racista sociedad estadounidense, con olvido de que cada día asesinaban a un negro en el sur de ese país, y el tenebroso Ku Kux Klan cabalgaba de noche en los campos no solo para encender cruces de fuego sino con vistas a ahorcar negros y a volverlos antorchas humanas, le escribieron nada menos que al secretario de Guerra, el mismo que había ocupado la Isla poco antes, Taft, para suplicarle que solucionase “la injusticia” perpetrada por los cubanos blancos “contra la raza negra”. Agravaban los cubanos su pecado al rebajar “la honorabilidad de esa culta nación” cuando afirmaban que actuaban con la aprobación de EE.UU.2 Era de presumir las carcajadas de Taft, al leer tales palabras.  
El pueblo cubano, blancos y negros, difícilmente podían apoyar a estos hombres ni perdonar que buscaran a los estadounidenses como sus aliados, cuando recordaban la imposición hecha de la enmienda Platt, y lo más terrible era que no les faltaba razón a su causa y que detrás de todo lo que se les negaba estaba la ambición de los partidos políticos. Pero, desde luego, nada habían obtenido con sus súplicas.  


Ya en 1907 y 1908 los negros buscaron soluciones a su arrinconamiento. Pensaron en la creación de un nuevo directorio central de sociedades negras y hasta en un alzamiento. Pero contra la vieja tesis del demiurgo negro de Cuba, Juan Gualberto Gómez, que rechazaba la constitución de un partido político, porque temía que este fomentara la división de blancos y negros y ahora más, ya que se enfrentaban a la máquina trituradora de la amenaza de una última ocupación que demolería la república cubana y traería la anexión, triunfó la idea de la creación de un partido político de los negros. Este juicio, por igual, fue resultado de la derrota de los candidatos negros en las listas de los partidos Liberal y Conservador, en las elecciones de agosto de 1908. Presentado el proyecto de agrupación política, pocos días después, por el pequeño contratista de obras Evaristo Estenoz y el periodista Gregorio Surín, ante el segundo gobierno de ocupación, posiblemente por el temor a un alzamiento, fue aprobado por el gobernador Magoon y su asesor jurídico el coronel Crowder. Obviamente, estos jerifaltes pretendían apaciguar a los negros y mulatos belicosos, porque bien sabían la gran participación que habían tenido en la guerra del 95 y en la insurrección del 06. También que, según los informes de la Military Information Division, habían estado conspirando para provocar un alzamiento. En la formación de la Agrupación Independiente de Color, como le llamaron a la congregación, cooperaron líderes negros de limpia conducta que no ambicionaban un cargo, sino lograr la igualdad racial, pero también hubo otros, que al parecer sus ambiciones los llevaban ante todo a ganar una curul en el parlamento cubano. Estos, sin dudas, se sintieron primero negros y después cubanos. 
En enero de 1909 se retiraron las fuerzas ocupantes, luego de la elección de un nuevo gobierno cubano, comandado por el general José Miguel Gómez. Pero, los bastardos intereses liberales, trataron de eliminar la Agrupación. El gobierno comenzó su ofensiva contra el partido, a través del poder judicial, encarcelando a una gran cantidad de sus líderes e imponiéndoles elevadas fianzas. Mientras, los liberales, mediante un senador negro, fiel aliado de José Miguel Gómez, Martín Morúa Delgado, presentaron en febrero de 1910 una enmienda a una ley, que prohibía la formación de partidos de una sola raza. Al parecer pretendía evitar la funesta división del pueblo cubano. La Agrupación, que ya había cambiado su denominación por la de partido Independiente de Color, se dispuso a luchar.  
El 22 de abril de 1910 Evaristo Estenoz se presentó en la legación de EE.UU. Le dijo al ministro Jackson que reclamaba la ciudadanía estadounidense, en virtud de que se había naturalizado como tal ciudadano, el 12 de diciembre de 1875 en Filadelfia, ante el Tribunal Penal Inferior. Le planteó, también, que su partido era legítimo pues había sido reconocido por Magoon y Crowder. (“De Jackson al secretario de Estado”, 22 de abril de 1910. National Archives&Record Service, microcopy 488, rollo 5, este dato no lo encontrarán en el libro porque la ficha se traspapeló y apareció ahora en mi fichero de 1930).3 A partir de entonces los más firmes militantes lucharon, primero porque no se aprobara la ley en la cámara de representantes, y cuando no se logró, enristraron la lanza para combatir porque se derogara la “ley Morúa”. 


Ya la confianza en Washington se había puesto en claro cuando el 18 de octubre de 1910, Francisco Caballero Tejera e Isidoro Santos Carrero y Zamora, presidente y secretario, respectivamente, del comité ejecutivo provincial, de Santiago de Cuba, del Partido Independiente de Color enviaron al presidente Taft  una comunicación en que expresaban: “El  Partido Independiente de Color, colectividad política que surgió a la vida pública durante el gobierno provisional de vuestro ilustre conciudadano, el Sr. Magoon, es un partido el cual tenía existencia legal, una copia literal de cuya declaración le estamos enviando de manera adjunta. Al leer el documento, enviado de forma adjunta Ud. quedará impuesto fehacientemente de los hechos y podrá deducir que se ha cometido una injusticia indescriptible con el Partido Independiente de Color, que constituye más del 50 % del electorado de la PROVINCIA de Oriente y más del 33 % de los habitantes de la REPÚBLICA. Ud., HONORABLE SEÑOR que guía los destinos de la nación cuyo pueblo merece el glorioso nombre de PUEBLO MODELO sabrá aquilatar la magnitud de la afrenta cometida contra nuestro Partido, que se verá privado de uno de los más grandes privilegios de las instituciones  republicanas: EL DERECHO AL SUFRAFIO. (…) Más tarde en 1906, el ciudadano que rige hoy este país llevó al pueblo a una REVOLUCIÓN para restablecer los derechos constitucionales de conformidad con nuestra constitución los cuales se creía pisoteados, los trajo a ustedes aquí otra vez para restablecer la paz y los estatutos de legalidad que habían sido alterados a conciencia de la visionaria medida introducida por su prudente Gobierno en nuestra Constitución: LA ENMIENDA PLATT. // Si en dos convulsas situaciones anteriores, la intervención de vuestro gobierno fue necesaria para la salvación de los sagrados ideales de independencia, libertad y justicia del pueblo cubano, sería mucho más justificado, grandioso y noble que Ud. mediante sus buenos oficios evite que se consume la iniquidad  que se proponen, de arrebatar a un pueblo libre el más precioso derecho de su soberanía: EL DEREECHO AL VOTO.// Y eso es lo  que reclamamos y solicitamos a Ud. HON. SR; eso es lo que le pide un nutrido grupo de hombres que contribuyeron con su sangre y su valentía a la sagrada causa de la independencia de la Patria, eso esperamos de Ud., quien nunca se privará de satisfacer los derechos conquistados con esfuerzos inauditos y determinado a preservarlos.// Por favor, HON. SR., dele toda su atención a nuestra justa petición; y por favor también dele al HON. PRESIDENTE  de la REPÚBLICA de CUBA un amistoso alerta de que no sería prudente celebrar las elecciones del PRIMERO de NOVIEMBRE próximo, hasta que el derecho al sufragio sea concedido igualmente y garantizado a todos los CIUDADANOS CUBANOS”. “De Francisco Caballero y Isidoro Santos Carrero a Taft”, 18 de octubre de 1910. NA/RS, microcopy 488, rollo 5).4  
Después de un tira y afloja que duró hasta el 20 de mayo de 1912, aquel partido integrado por una dirección que en buena medida estaba formada por una pequeña burguesía negra y que buscaría su apoyo básicamente en el campesinado pobre, escogió lanzarse a lo que llamó una protesta armada. Pero ese era un error crítico. Lanzarse a una lucha armada podía titularse como se quisiera, protesta, alzamiento, pero era un remedo de lo que habían hecho los liberales en 1906, con una diferencia: tendrían en contra la opinión popular mayoritariamente blanca del país y buena parte de la negra, embaucada por el cuento de que en Cuba había igualdad racial, porque así estaba escrito en la Constitución. Tendrían, por igual, en contra la opinión de la prensa que se lanzaría contra ellos invocando el racismo cuando ella resultaba, ciertamente, la  racista. Pero los Independientes de Color se olvidaban que la discriminación racial era sobre todo cuestión de ideas y sentimientos, y estos no se cambiaban mediante el uso de la violencia. Además, los Independientes de Color habían apostado por Washington. Al igual que en 1906 los líderes negros pensaban que vendrían los navíos estadounidenses y el desembarco de las botas de los marines les traerían la razón y se derogaría la “ley Morúa”. Eso era lo peor que podían haber concebido. En primer lugar, una buena cantidad de aquellos líderes negros olvidaban que los yanquis eran furibundos racistas, que no querían otra Haití a sus puertas, como pensaban que sucedería si los negros triunfaban. En segundo lugar, ya Theodore Roosevelt había proclamado que Cuba no podía seguir en el juego de las insurrecciones, porque si se producía otra, ellos tenían el deber de ocupar la Isla y ya no bajarían más su bandera del mástil del Morro de La Habana. Tercero, el pueblo cubano amaba su república aunque fuera renqueante y tuerta, porque esa república les había costado tres décadas de lucha y cientos de miles de muertos y le temía más a la ocupación estadounidense que haría se perdiera, que a un levantamiento negro. Cuarto, la ocupación de la Isla por los estadounidenses llevaría a una guerra inevitable y atroz que causaría de nuevo miles y miles de víctimas cubanas. Quinto, si la nueva insurrección podía traer la pérdida de la república, había que liquidar ese alzamiento como fuera. Sexto, los líderes de los Independientes de Color habían estado en manoseos con los diplomáticos estadounidenses en la Isla, a los cuales recurrían para presentar sus quejas, y eso había aparecido en la prensa. Séptimo, los líderes negros habían evocado la enmienda Platt para que se les hiciera “justicia”, en sus planteamientos de derogar la enmienda Morúa, y si había algo que odiaban los cubanos, blancos y negros, era la oprobiosa enmienda que le habían impuesto al pueblo cubano. Octavo, los líderes del partido Independiente de Color ensalzaban en sus escritos a los dirigentes políticos de EE.UU. y a la “Gran Nación”, mientras solapadamente no pocos cubanos echaban pestes sobre ellos. 
Por otra parte, Martí y Maceo, uno blanco y el otro negro, los dos más grandes próceres cubanos y padres de la Independencia, habían luchado contra la diferenciación racial y habían condenado que se fuera a producir algún roce entre las razas que poblaban la Isla. Era cierto, que había un racismo larvado en muchos habitantes de la Isla, pero las ideas de estos hombres habían penetrado hasta el tuétano de los huesos de no pocos cubanos. Por suerte, en Cuba a diferencia, por ejemplo, de EE.UU.no había angloamericanos, afroamericanos, italoamericanos, hispanos, solo cubanos y esto admitiría cuando lo permitieran las circunstancias que el pueblo se mezclara y no hubiera distancias raciales entre unos y otros. Solo, como diría Nicolás Guillén, habría el color cubano. Esto ha demorado, pero es algo de lo que ha logrado la Revolución en Cuba. De manera que aquí no puede hablarse en términos raciales de afrocubanos, hispanocubanos o sinocubanos. Además, en mi libro Los Documentos de Dos Ríos, hallados en los archivos españoles, están las citas que Martí copió y tradujo de su amigo haitiano, Anténor Firmin, símbolo de su antirracismo y que llevaba encima cuando cayó en los campos de Cuba.  
A partir de aquel  20 de mayo de 1912, fíjense en la fecha,  se desarrolló una lucha cruel entre un ejército bien armado y unos pobres campesinos casi desarmados que fueron masacrados. Por su parte, Washington comenzó a amenazar con que ocuparía la Isla si no terminaba pronto aquel zafarrancho de combate. A la vez las empresas extranjeras, básicamente estadounidenses comenzaron a pedir protección para sus propiedades, y de nuevo el gobierno de EE.UU. amenazó con ocupar la Isla si no se protegían las vidas y propiedades de sus nacionales. 
Poco a poco el gobierno cubano fue llenando Oriente, donde se había concentrado el conflicto bélico, de tropas y voluntarios. Los insurgentes provocaron algunos incendios como el de La Maya. Pero poco a poco fueron divididos. Estenoz le había enviado un mensaje al cónsul en Santiago de  Cuba  Holaday, con Wheeler y Collister, dos estadounidenses a quienes se había creído prisioneros de los insurrectos, para que lo trasmitiera al departamento de Estado: “Solo luchamos contra los cubanos y el gobierno de Cuba por nuestros derechos como cubanos y ciudadanos de este país…” y más adelante declaraba de forma deplorable: “…deseo declarar que antes que ser gobernados por los cubanos como en el pasado, sería mucho más preferible ser gobernados por extraños.” “De Holaday al secretario de Estado”, 6 de junio de 1912. NA/RS, microcopy 488, rollo 6.5  
El intrigante ministro estadounidense en Cuba, Beaupré, aprovechó entonces disturbios en varias ciudades, que se estaban produciendo irracionalmente contra los negros y mulatos,  para enviar un despacho a Washington, en que se mostraba tremendamente alarmado por la situación y solicitó navíos de guerra. Pronto los acorazados Rhode Island y Washington, llegaron a la rada habanera. En Oriente, para entonces, habían desembarcado marines. Entretanto, la persecución de los Independientes de Color se iba haciendo terrible. Cientos de cadáveres de negros iban apareciendo regados en los caminos y serventías de Oriente. La masacre contaría unos 3000 los ciudadanos de piel negra asesinados en la contienda. Las acontecidas en las fuerzas del ejército no llegaron a unas pocas decenas. 
Claudio García, en Santa Clara tenía un tabaquero, Agapito, que le torcía un mazo de tabacos diario, de las hojas de las vegas que él escogía. Agapito tocó uno de aquellos días a su puerta y le pidió lo escondiera. Agapito era negro y temía lo mataran. Allí, en la casa de la calle del Santo Espíritu (Juan Bruno Zayas) y Santa Bárbara, residiría Agapito por semanas. Tengo para mi orgullo, que Claudio García era mi abuelo, y la historia se la escuché muchas veces a mi madre. En ocasiones he tenido que escuchar que Santa Clara era muy racista. Tengo para mí que no era ni más ni menos que otras ciudades de Cuba. Solo que los dos paseos del parque Vidal le daban ese toque de racismo extremo al hacer —al igual que las divisiones en los parques de Cienfuegos y Camagüey— que los blancos caminaran  por dentro y los negros por fuera. De todas formas, era racista y debo decir que lo valedero hubiera sido que ningún rincón de Cuba lo hubiera sido. Me alegró cuando poco después del triunfo de la Revolución, un buldózer levantó el piso del parque Vidal, diz que “para echarlo de granito”, y eliminó los  parterres que dividían de manera vergonzante la zona de los blancos de la zona de los negros. Ahora dicen que el parque es más feo. Diría que es más bonito, porque ya el mulato Efraín y yo no tendríamos para conversar, que volver a ponernos en medio de los parterres.   
Estenoz e Ivonnet, el mambí que había combatido junto a Maceo, fueron sin discusión asesinados. Finalmente, en el parque Central hubo hasta un banquete, para los soldados que regresaron de Oriente. Fue el gran bochorno. Nunca debió haberse producido aquella guerrita que hubiera podido dividir a los cubanos, algo que hubiera despedazado para siempre no solo a la república sino a la Patria. Hay que subrayar que comenzada la guerra debió haberse buscado una salida pacífica entre hermanos. Pero tampoco los Independientes de Color debieron haber tomado un fusil para reclamar sus derechos. Después de todo sería una guerra fratricida. Lamentablemente lo que no se entendió entonces y todavía debemos  aprender fue que al aplastar a una parte de la sociedad cubana, se retrasó el desarrollo de la sociedad en su conjunto. 
Se dice que hay en la SINA un oficial destinado a esparcir el veneno de que en Cuba hay racismo. Luchemos contra sus rescoldos pero no permitamos la sucia injerencia de los racistas yanquis en Cuba. Recordemos, en cuanto al acercamiento de los Independientes de Color a la racista EE.UU., unas palabras del poeta Nicolás Guillén, en 1952, durante una visita ocasional a ese país, un cuarto de siglo después: “No hay otro país donde el negro extranjero llegue con mayor aprensión como los Estados Unidos. `La gran democracia norteamericana’, según llaman al fascismo yanqui algunos idiotas, es siempre una interrogación inquietante para la gente de piel oscura, que discriminada y todo en su lugar de origen, sabe que la mayor discriminación, la más bárbara y abierta, es la que se practica en las tierras `libres’, de Lynch y de Jim Crow”.6Esas palabras parecían ser dichas para los oídos de cuantos creyeron que de allí vendría la solución para la igualdad de los negros cubanos, cuando esta solo podía ser hija de la propia Cuba.  
Habría que recordar que en cuanto al problema político este no podría resolverse con las armas en la mano, pues el gobierno era más fuerte que quienes llevaran adelante una protesta armada y, en este caso sin que la evidencia permita prueba en contra, EE.UU. estaría con el gobierno por odio ancestral a los negros. Pero además, si se combatía el racismo, este se hallaba en la cabeza de los hombres, y tampoco cabía eliminarla con la violencia. Pues las armas sirven para reventar las cabezas humanas, pero no para cambiar sus ideas. Las ideas solo pueden ser  vencidas por las ideas. 
Acaso podemos olvidar que nuestro padre Martí dijo: “Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad (…) Insistir en las divisiones de raza, en las diferencias de raza, de un pueblo naturalmente dividido, es dificultar la ventura pública, y la individual, que están en el mayor acercamiento de los factores que han de vivir en común (…) En Cuba no hay temor  alguno a la guerra de razas. Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. Cubano es más que blanco, más que mulato, más que negro (…) En Cuba no habrá nunca una guerra de razas. La República no se puede volver atrás; y la República, desde el día único de la redención del negro en Cuba, desde la primera constitución de la independencia el 10 de abril en Guáimaro, no habló nunca de blancos ni de negros…”7        
Era que acaso se podía olvidar lo dicho por nuestro padre Maceo: “Jamás me he hallado afiliado a partido alguno. Siempre he sido soldado de la libertad nacional que para Cuba deseo, y nada rechazo con tanta indignación como la pretendida idea de una guerra de raza. Siempre, como hasta ahora, estaré al lado de los intereses sagrados del pueblo todo e indivisible sobre los mezquinos de partido y nunca se manchará mi espada en guerras intestinas que harían traición de la unidad interior de mi Patria, como jamás se han manchado mis ideas en cuestiones pequeñas…”8 
Hay que postular para siempre que nada de lo que divida a la sociedad cubana, y menos por el odio y la sangre, podrá ser aceptable para un pueblo cuya única consigna válida si quiere ser libre e independiente y no ser vasallo del imperialismo yanqui debe ser la unidad: la primera de todas la de negros y blancos.   
Por cierto, el pasado lunes en la asamblea de los escritores de la UNEAC, el compañero Feraudy  narró que habían descubierto que en varias escuelas que llevan el nombre sagrado de Antonio Maceo, no había un retrato de nuestro padre Antonio Maceo. Creo que no solo debía haber en nuestras escuelas retratos sino también junto al busto de  Martí otro de Maceo.




Notas:
1 . Aline Helg, Lo que nos corresponde; la lucha de los negros y mulatos por la igualdad en Cuba, 1886-1912. Ediciones Imagen Contemporánea. La Habana, 2000, p. 15.
2. Ibíd., p. 196.
3 . “De Jackson al secretario de Estado”, 22 de abril de 1910.  National Archives&Record Service (NA/RS), microcopy 488, rollo 5.
4 “De Francisco Caballero y Isidoro Santos Carrero a Taft”, 18 de octubre de 1910. NA/RS, microcopy 488, rollo 5.
5 “De Holaday al secretario de Estado”, 6 de junio de 1912. NA/RS, microcopy 488, rollo 6.
6. Nicolás Guillén: ¡Aquí estamos! Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008, p. 199.  
7. José Martí, op. cit., t. II, p. 298. 
8. José Antonio Portuondo: El pensamiento vivo de Maceo. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, p. 59.
 
 Fuente:http://www.lajiribilla.co.cu/2011/n546_10/546_25.html
Nota de Lisarda- remito a la fuente, ya que hay un detalle de legibilidad al final de los renglones que antes de postear se leen completos y al publicar, no. Mis disculpas.

Venta de esclavos en Cuba

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Luis Benítez, Nosotros, antiguos perfumistas





Si alguien en un siglo anterior operaba
Sobre la combinación de esencias que apenas pesaban lo que el aire,
Y si de su apenas presentida combinación creía
Obtener una esencia tan capaz de devolver
A quien cerca pasara, por lectura o aspiración apenas
El simulacro de la belleza condensada
En unas palabras o efluvios, el vislumbre
Siquiera, pero tan poderoso, que abre para siempre
Las narices a la nueva realidad para él,
Que es la antigua y continua, para tantos y tan pocos,
Es muy cierto, apenas contenida
En la cifra de unos versos o un veneno.
 
Si era cierto entonces que la mayoría –exigua- apenas aspiraba,
Por casualidad o por gracia, las primeras notas,
Las que se llaman palabras, las que primero se desvanecen
Y nada dejan en la nariz que es la mente y son pronto olvidadas,
Perdido para siempre su sentido, las que luego
Vuelven sin saberlo en una frase casual,
En el espejismo de una visión que les parece propia y es ajena.
 
Si otros, muchos menos, alcanzan a gustar o creen ello,
El centro donde “reside” el sentido, apenas
El primero del ejército de significados
Contenido en una condenatoria bocanada de comprensión,
Y no saben que todos sus posteriores errores sobre el mundo
Engendro serán de esa lectura y asomo algo más hondo
Que para siempre los encerrará en la falsa cárcel
Donde a partir de allí se licuarán sus vidas,
No menos engañadas por la apariencia
Del perfume, del atractivo engaño segundo
Atento como una araña, seguro como un rifle.
 
Y más hondo, en las notas que se dice son del corazón,
Acecha la epifanía profunda, que sus redes lanza
Más allá de lo que puede capturar un perfume,
Recoger nocturnamente el sentido o las palabras.
 
¿Quién puede ir más allá sin volver
Con un miembro transformado, con un órgano nuevo,
Para siempre cambiado por el asomo a lo que está
Tan fuera, tan carente de olor como de palabra?
El problema luego es andar sin ser visto por el mundo
Con esa prótesis viva, esa nueva porción de uno mismo.
 
La poesía es un perfume donde limbo, infierno y paraíso
Se disputan, igual que todas las cosas, cada día de algo nuevo
Que la fortuna dispone sobre el mundo:
 
(Creer cierto lo que dicen estos tres últimos versos
Es abrir los ojos con el frasco, fatal, abierto).


Luis Benítez (1956) es un reconocido y prolífico poeta, ensayista y traductor argentino..

domingo, 11 de noviembre de 2012

Joan Manuel Serrat/Los Chalchaleros, Zamba del grillo




De los cerros tucumanos 
me llevaron los caminos
Y me trajeron de vuelta 

sentires que nunca se harán olvido


Un grillo feliz llenaba 
su canto de azul y enero
Y al regresar a los llanos 

yo le iba diciendo mi adiós al cerro

Como ese grillo del campo 

que solitario cantaba...
Así perdida en la noche 

también era un grillo, vidala y zamba...

A los cerros tucumanos 

he vuelto en un triste invierno
Tan sólo el monte y el río, 

envuelto en mis penas, pasar me vieron

La luna alumbraba el canto 

del grillo junto al camino
Y yo con sombra en el alma 

pensaba en la ausencia del bien perdido

Como ese grillo del campo 
que solitario cantaba...
Así perdida en la noche 

también era un grillo, vidala y zamba...
Así perdida en la noche se va mi zamba, palomitay.


lunes, 5 de noviembre de 2012

César Aira, El todo que surca la nada

Como vestir para ir al gimnasio



Al gimnasio van dos señoras que charlan sin parar; ocasionalmente con otros, entre ellas todo el tiempo. Parecen amigas de toda la vida, que lo tienen todo en común; teñidas del mismo matiz de rubio, la misma ropa, las mismas reacciones, seguramente los mismos gustos; hasta la voz la tienen semejante. Son de esas señoras de edad intermedia, pasados los cincuenta, que deciden ir juntas al gimnasio a hacer algo por su cuerpo, porque solas no irían. No es que estas dos necesiten mucho una actividad física extra, porque son flacas y activas y parecen en buena forma. Señoras de barrio, sin nada especial como no sea la locuacidad, que está lejos de ser una rareza. Tampoco necesitan el gimnasio para conversar, porque empiezan antes; llegan hablando; si en ese momento yo estoy en una de las bicicletas cerca de la entrada, oigo sus voces cuando suben la escalera; hablan en el vestuario mientras se cambian, hacen sus ejercicios juntas sin parar de hablar un momento, en las bicicletas, las cintas, los aparatos; y se van hablando. No fui el único en observarlo. Una vez las oía desde el vestuario de hombres (ellas estaban en el de damas), hablando, hablando, hablando, y le dije al instructor: “Cómo hablan, esas dos.” Asintió arqueando las cejas: “Es terrorífico. ¡Y lo que dicen! ¿Las has escuchado?” No, no lo había hecho, aunque habría sido fácil porque hablan en voz alta y clara, como esa gente que no tiene secretos ni intimidades; se conforman a ese estereotipo de señoras de barrio, esposas, madres, amas de casa, como todas las demás, seguras de sí mismas y de su representatividad. Una vez, hace años y en otro gimnasio, había visto un caso parecido pero distinto, dos chicas que hablaban todo el tiempo, aun mientras estaban haciendo ejercicios aeróbicos muy exigentes; eran muy jóvenes y debían de tener unos pulmones formidables; un día que estaban en sendas colchonetas enfrentadas haciendo flexiones abdominales de las que dejan sin aliento, y no paraban de hablar, se las señalé de lejos a la instructora de ese gimnasio, que me dijo disculpándolas: “Es que son muy amigas y las dos trabajan todo el día: éste es el único rato que pasan juntas.” No es el caso de estas dos señoras, que evidentemente pasan el día juntas: las he visto por el barrio haciendo compras, mirando vidrieras o sentadas en un café, siempre hablando, hablando, hablando.
Hasta que un día, por casualidad, seguramente porque se ubicaron en bicicletas vecinas a la mía, oí lo que decían. No recuerdo qué era, pero sí recuerdo que me causó una impresión rara, de una rareza que no pude definir en el momento pero que de algún modo inconsciente y más bien desganado (después de todo, a mí qué me importaba) me prometí explicarme.
Aquí debo aclarar algo de mí, y es que hablo poco, creo que demasiado poco, y creo que eso perjudica mi vida social. No es que tenga dificultades para expresarme, o tengo las dificultades normales que tiene todo el mundo para expresar algo difícil de poner en palabras, e inclusive diría que tengo menos, porque mi largo trato con la literatura ha terminado por darme una capacidad superior al promedio para utilizar el lenguaje. Pero no tengo el don del small talk, y es inútil que trate de aprenderlo o cultivarlo porque lo hago sin convicción. Mi estilo de conversación es espasmódico (alguien lo calificó una vez de “ahuecante”). A cada frase se abren vacíos, que exigen un recomienzo. No puedo mantener una continuidad. En pocas palabras, “hablo cuando tengo algo que decir”. Supongo que mi problema, cuyas raíces bien podrían estar en ese largo trato con la literatura, está en que le doy demasiada importancia al tema. Conmigo nunca se trata sólo de “hablar” sino “de qué hablar”. Y el esfuerzo de evaluar los temas mata la espontaneidad del diálogo. Dicho de otro modo: siempre tiene que “valer la pena” decir algo, y así no vale la pena seguir hablando. Envidio a la gente que puede iniciar una conversación con gusto y energía, y puede sostenerla. Los envidio porque ahí veo un contacto humano lleno de promesas, una realidad viviente de la que yo, mudo y solo, me siento excluido. Me pregunto “¿pero de qué hablan?”, y a todas luces ésa es la pregunta equivocada. La agria incomodidad de mi trato con el prójimo proviene de esta falla. Si miro atrás, puedo adjudicarle a ella gran parte de las oportunidades perdidas, y casi todas las melancolías de la soledad. A medida que avanzo en años, más me convenzo de que es una mutilación, que no compensan mis éxitos profesionales ni mucho menos mi “riqueza interior”. Y nunca he podido resolver la intriga que me provocan los conversadores: ¿de dónde sacan temas? Ya ni siquiera me lo pregunto, quizás por saber que no hay respuesta. No me lo preguntaba respecto de estas dos señoras, y sin embargo recibí una respuesta, tan inesperada como sorprendente, tanto que abrió ante mí un abismo pavoroso.