miércoles, 29 de agosto de 2012

Juan Zorrilla de San Martín, El sermón de la paz






IV

Pero si mía es la casa, lo son, sobre todo, los árboles que allí he plantado, y regado, y defendido de las abominables hormigas. Sí, muy trabajadores y ahorrativas, las hormigas; son pueblos industriales y fuertes, los hormigueros; naciones conquistadoras. Pero no son los cultivadores de frutos y legumbres, a buen seguro, quienes les consagran fábulas apologéticas, con menoscabo del honor de las cigarras cantantes. La inerme cigarra no atesora, efectivamente; vive sólo de sol, sin quitárselo a nadie, como vive de sombra y de humedad el sapo, criatura también buena, amable y musical, objeto constante, sin embargo, de desprecios y persecuciones de lo más injusto que conozco, por parte de los muchachos, sobre todo, sin duda porque no corre ni muerde. Ese pobre sapo es, como la cigarra, inofensivo, indefenso, benéfico; su voz de oboe coreada por las castañuelas de plata de las ranas que piden agua o la agradecen al cielo, y por el trémulo grito de los grillos, es una de las voces respetables de la naturaleza; hay un momento en ésta caracterizado por la voz del primer zorzal, y lo hay señalado por la del primer sapo. Son dos notas fundamentales de la grande orquesta. La misma enigmática figura del sapo, aunque lo vemos generalmente en cuclillas, en actitud de ídolo suplicante, n o carece de cierta dignidad. Muy pocos le han observado los ojos resignados y pacientes; que, a haberlo hecho, no lo mirarían con tanto desvío y antipatía. Bien pudiera ser un ente superior, un príncipe convertido en fea bestia, en castigo de algún pecado de amor impuro, el desventurado sapo. Hay entre esos mis árboles algunos de singular mérito; lo ombúes que allí tengo, por ejemplo, ocho o diez, son magníficos. El ombú, dicho sea de paso, es el árbol que yo prefiero, no sólo por ser el que con más pasión se abraza a su madre, y madre mía, la tierra en que ambos nacimos; no sólo por su opulenta forma, sino porque no se come; no despierta apetitos; no es maderable; ni siguiera sirve para el fuego. Pero nos da sombra, el mejor fruto del sol, nuestro mejor amigo: sombra. No es esto decir claro está, que yo no estime en lo que valen los árboles frutales que allí cultivo; los perales, pongo por caso. Los hay, plantados por mí, que han producido hasta una docena de peras, y aún más, perfectamente maduras, como hay higueras que han dado sus higos, y algunas palmas con su gran racimo de cocos, que, si bien un poco agrios, (cocus campestris) tiene una piel amarilla azucarada, muy buscada por las avispas. No pueden faltarme las flores por supuesto; pero, para no caer en prolijidad de mal gusto, sólo mencionaré las enredaderas, cuyas campanillas azules se abren por la mañana, y se cierran cuando anochece. Las madreselvas, sin embargo, que respiran en las tardes de verano y las llenan de olor a miel de abejas, deben aquí también ser recordadas, porque son, para mí, las flores por excelencia. Y mucho más cuando su olor se mezcla al de los jazmines. Hablo de los del país, de los jazmines blancos, de los fríos que vuelan en la planta y que parecen estrellas de muselina. Las tardes realmente bellas son esas: las que huelen a madreselva; por ellas he llegado a creer en este nuestro pobre sentido del olfato, tan desacreditado por algunos. Y no hay para tanto. Que si bien está en lo cierto quien afirma que ese sentido tiene mucho de contacto material, y no la pureza de la vibración sonora, no es tan irracional como pudiera creerse la analogía entre una ráfaga de madreselvas y un melodía de Bellini, que, al caer la tarde, sale, de un piano desconocido, por una ventana abierta en lo alto. Yo concibo perfectamente un poema hecho de olores; el de la madreselva me tra vuelos de risas en el aire, voces de niños que juegan antes de irse a dormir; el de las azucenas parece cantar la Salve en mi memoria, como una voz de armonium. 

V 

El paisaje natural que allí me rodea tiene todo cuanto es dado desear; nitidez de dibujo, riqueza y armonía de tonos, luminosidad, expresión definida. El Río de la Plata, que ocupa todo el horizonte y se llega con sus aguas hasta mi puerta, es el protagonista, como no puede menos, de mi drama de color. Es un fiesta de los ojos ese nuestro río como mar de los indígenas. El verde azulado, que es su tono ordinario, se transforma y tornasola, pero sin que el agua pierda su fluidez, ni olvide su terrestre procedencia. Unos días predomina en él el verde esmeralda; otros el azul cobalto; nunca el ultramar del Océano, o el lapislázuli del Mediterráneo, que parecen resistir todo abrazo afectuoso con los verdes y los ocres de la tierra, a la que no reconocen como madre; son hijos de la infinita transparencia. En el Plata, hijo de las ausentes montañas, todo es atenuado: los tonos y el movimiento, los peñascos y las olas. La proyección del verde de los árboles, del verdinegro de los eucaliptus, entre otros, sobre aquel azul, forma una armonía de color, un color intenso, como no he visto en otra parte.

CAPITULO II - PUESTA DEL SOLI) El paisaje que estoy mirando en este momento desde mi casona de Punta Brava, y en el que creo ver concentrado mi universo, está bañado de la luz de esa divina ley. Una gaviota blanca, adorante, que parece inmensa, se acerca por el aire y me abre las alas sin recelo. Ese buen pájaro no ve en mí, como en los muchachos que tiran piedras, un enemigo fuerte; casi estoy por creer que se da cuenta de que soy su amigo. Es el espíritu, que, como las golondrinas de las torres, brota del río, cual si este echara a volar.No es esto decir que este paisaje sea invariable, por supuesto, y que todos mis días de Punta Brava (por algo se llama así) sean tibios y apacibles; lo suele haber de viento y de frío, y de chubascos; los suele haber de viento y de frío, y de chubascos. Los vientos del Sur, que vienen de lejos, del Cabo de Hornos quizá, persiguiendo hasta la costa el rebaño, presa de pánico, de las grandes olas, son a veces implacables; andan por el aire gritando, como dioses norsos conquistadores. Y cuando da en soplar el Pampero, viento del Oeste que nos llega al ras del Plata, desde las Pampas o llanuras andinas, el tiempo no es apacible; pierden las gaviotas su equilibrio o divina euritmia, y los pájaros dispersos buscan abrigo en los aleros, callados o dando chirridos; los árboles pasan sus largas horas de desamparo, y yo pienso en ellos, cuando despierto de noche, y oigo al huracán, remoto o próximo, que anda en el aire. Pero, sobre ser el caso poco frecuente, esos mismos vientos pamperos, como que los conocemos desde niños, son menos desaforados para nosotros que los extraños; están en su casa, y hasta tienen algo de los amigos importunos o pesados, que se echan de menos cuando dejamos de verlos algún tiempo; son nuestros pamperos. Ellos nos sirven, por otra parte, para apreciar mejor, y gozar con mayor gratitud, de las mañanas y tardes de bendición, llamémosle místicas, que son allí constantes; los aguaceros seguidos de sol, con su Arco-Iris del uno al otro horizonte; los ponientes gloriosos, con sus nubes en forma de lagarto o de palomas dispersas, sus procesiones de arcángeles dorados, y sus remotas ciudades caminantes, llenas de cúpulas, en el divino silencio. 
II
 
Una de esas tardes era la de ayer, precisamente, y mejor no pudo elegirla, para visitarme en mi rústica heredad, un buen amigo mío, hombre de bien a carta cabal, persona acaudalada, y de más que mediano entendimiento. Me encontró solo, trabajando a más trabajar con el rastrillo. Los árboles estaban alegres, y las enredaderas no habían cerrado los ojos azules todavía entre las hojas; mi torre parecía de mármol, y el río de esmalte azul; la cúpula del cielo estaba recién dorada por los artistas diáfanos.
 Mostraba yo envanecido todo lo mío, todas aquellas cosas, a mi amigo: mis árboles, mi pedazo de mar, la última porción de sol de aquel día, que me quedaba en las paredes de la torre. Y él, después de mirar a su alrededor, a lo lejos, hacia arriba, me miró a mí, como si hubiera descubierto un secreto que yo guardaba, el de mi caudal; me miró riendo, con aire de parabienes. ¡cómo habrán subido ahora de precio estos terrenos! Me dijo, por fin; este es ya un buen lote. Pero es preciso adquirir ese de al lado, par tener mayor frente sobre la rambla... ¿cuánto vale ahora el metro por acá? ¡Cómo vuelan! Decía Bernardino de Saint Pierre ... ¡El metro! ¿pero acaso esto tiene metros, Dios mío? ¿Es esto realmente un lote, que haya de completarse quitando el suyo al vecino? Nada de todo esto es mío, pues, desde que tiene precio; nada de esto; lo mío no tiene precio... Aquel ingrato amigo no había estado observando, como yo lo creía, ni el ombú que estaba a su lado, con el último toque de sol gratuito, ni el horizonte de cobre enrojecido, ni siquiera el mar; había advertido que por allí se había hecho, no por culpa mía, ciertamente, una rambla o avenida alquitranada, por la que corría, a todo correr, un carruaje automóvil, entre una nube de bencina. Y que no tenía más objeto que el de adelantarse a otro carruaje, que, a su vez, sólo corría por correr, desaforado. Y allí, junto a nosotros, tocándonos los cara con las ramas, estaba el peral lleno de peras maduras, en forma de campana, que parecían naranjas, por la luz del sol poniente. El árbol, plantado por mí, uno de mis predilectos, me miró con la expresión de un inofensivo animal salvaje acabado de atrapar; me miró como si hubiera oído un disparo. Que también los árboles sienten el pánico, si los observamos. En poco estuvo no lo experimentara yo mismo; sentí, cuando menos, algo como el efecto de una amenaza a mis ombúes sin valor, a mi casa de poco precio, guardada sólo por un perro compañero de mis nietos, a la puerta de los abuelos, de débil cerradura. Hubiera querido esconder todo aquello, ponerlo a salvo en otra parte, en otro rincón de mi tierra, con sus horizontes y sus gaviotas. ¡Oh las naciones grandes, las confederaciones fuertes, hijas del dios Pan, el que infunde los pánicos! También las grandes fortunas de los hombres se forman así: por la conglomeración de las chicas aniquiladas. Y así se amasan los patrimonios suntuosos, donde no se pone el sol, y donde no se goza de la noche estrellada. Y así nacen las grandes ciudades, con sus palacios impersonales, que desalojan a las bellas torrecillas dadas de cal, en que viven las alegrías, y anidan las caridades, las continencias, la resignación y la paz. Y los hombres se enorgullecen de las ciudades, de las patrias armipotentes, grandes lotes de muchos metros, de mucho valor venal, y de mucho humo de bencina y de pólvora. No hay paz para el soberbio dice el libro. La paz es una entidad de orden moral, superior al jurídico. La quietud, el descanso, el silencio, la riqueza, el placer, son cosas del orden material. No está en ellos la paz; ni siquiera en el sepulcro. El descanso, el silencio, el mismo sueño, el último inclusive, serán enemigos que te inquietarán. La paz es una actividad. Si quieres ser feliz, procura ser hoy un poco mejor que ayer; aprende a estar contento, alegre; goza sólo de aquello que estés seguro que te viene de la mano de Dios, y así hallarás el goce, aún en el dolor. Y hallarás paz en el soñar de la vida, y en el de la muerte. Yo tuve que recibir, sin embargo, los parabienes de mi buen amigo, porque eran bien intencionados. Este libro ha nacido de su visita. Y, como suele salir un pájaro volando de entre las yedras que envuelven un viejo muro, el niño de sesenta años que tengo en el corazón, y que en este libro ha pensado, o cantado, o dicho místicas ingenuidades, salió de entre las hojas... Sí, contesté a mi amigo, tristemente, mirando al mar; efectivamente, deben de haber subido mucho de precio estos terrenos...¡qué le hemos de hacer!... Y yo miraba largamente el mar, ... y sentía el silencio de mis mares interiores.


Fuente de la Casa de Juan Zorrilla de San Martín

Museo Juan Zorrilla de San Martín

Ubicación y mapas:
Juan Zorrilla de San Martín 96
Punta Carretas
Montevideo

Horarios:
Martes a viernes de 14 a 18 hs.
 
 
Este edificio, construido entre 1910 y 1922, fue la casa solariega del escritor Juan Zorrilla de San Martín, llamado “El poeta de la patria”, autor del célebre poema épico Tabaré y de La leyenda patria, entre otras obras. Su hijo, José Luis Zorrilla de San Martín, autor de los dibujos en los que su padre se basó para encargar la construcción de la casa solariega, fue asimismo uno de los más grandes escultores del Uruguay. El Museo alberga las pertenencias, los documentos, las fotos y otros testimonios del poeta.




miércoles, 22 de agosto de 2012

Robert Lemm, Una sentencia del Quijote




Robert Lemm

UNA SENTENCIA DEL QUIJOTE

                                                  
Jorge Luis Borges
‘Señores guardas, estos pobres  no han cometido nada contra vosotros: allá se la haya cada uno con su pasado. Dios hay en el cielo que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno. Y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres no yéndoles  nada en ello.
Siempre he sabido que estas tan decentes palabras de don Quijote eran un secreto que los hombres de nuestra América sólo podemos compartir con los hombres de España. Las demás naciones occidentales padecen una extraña pasión: la despiadada y fingida pasión de la legalidad. El individuo, en ellas, se identifica sin esfuerzo con el estado, con el orden establecido, con la policía.
En América del Norte se premia al que denuncia a un ladrón a la policía. El sudamericano (y el español) en cambio, saben o sienten que no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres. El norteamericano es básicamente estadual. Vive en favor de la sociedad, o en su contra. Cuando se desengaña, cuando pierde la fe de sus mayores en el District Attorney, en el subsecretario de Obras Públicas, en el pastor metodista o en el vigilante, su rebelión retumba por el planeta, coreada por ametralladoras precisas. Ninguna historia es tan espléndidamente ilegal como la de sus fornidos Estados. Dinastías magnificas de malevos han pisado ese continente, donde los peleadores individuales de Arizona – cuyo prototipo es Billy the Kid, que debía a la justicia veintiuna muertes, sin contar mexicanos, cuando encontró a los veintiún años la suya – hasta las antiguas bandas de Nueva York, diestras en el manejo de la trompada, del cuchillo, del palo, de la botella arrojadiza, de la pistola y aun del pulgar saltador de ojos, y el bandidaje actual  de Frank Nitti, sucesor de Al Capone, y el de los hermanos O’Donnell, que quieren disputarle la sucesión…Eso, cuando el norteamericano pierde su fe. Cuando la mantiene pura y sin tacha, su héroe natural es el polizonte – mejor si aficionado -, el hombre honrado que es verdugo de los otros hombres, no yéndoles nada de (en) ello. Lo conmueven el espionaje y la delación. En su cinematógrafo (que es un documento genuino, en cuanto se refiere a los sentimientos del público) los personajes preferidos son la mujer que tienta con su amor a un criminal para sonsacarle un secreto, y el periodista que confunde su empleo con el de un vigilante. La superioridad numérica de la policía lo entusiasma, también sus motocicletas y escudos. Es hombre tironeado por dos pasiones, ya formuladas y sufridas una vez por Apollinaire: la aventura y el orden. Las une en la novela policial: síntesis superior hegeliana.
He dicho que la legalidad non nos apasiona, tampoco lo ilegal. Nuestro héroe, Martín Fierro, es un gaucho, un soldado, un desertor, un asesino, un buen amigo de su amigo, un matrero, y esas diversas figuraciones nos distraen y sabemos que la sangre vertida no es demasiado memorable, y que a los hombres les ocurre matar como les ocurre morir. También sabemos que infringir la ley no es una virtud y que el más frecuente asesino y la más concurrida prostituta pueden ser dos imbéciles. Quien no debía una muerte en mi tiempo, le oí quejarse con dulzura una tarde a un señor de edad. Sabemos que lo definitivo es lo que una persona es, no lo que hace. Sabemos lo que don Quijote sabía: allá se le haya cada uno con su pecado, con su humano, seguro, natural y humilde pecado.
Una observación última. Si la vida póstuma de Cervantes nos interesa, debemos rescatarla del purgatorio extraño en que sufre. Su novela, su unica novela, el Quijote – lenta presentación total de una gran persona, a través de muchísimas aventuras, para que la conozcamos mejor -  ha sido denigrada a libro de texto, a ocasión de banquetes y de brindis, a inspiración de cuadros vivos, de suplementos domingueros en rotograbado, de obscenas ediciones de lujo, de libros que más parecen muebles que libros, de alegorías evidentes, de versos de todos tamaños, de estatuas. Es la común tarifa de la gloria, se me dirá. Pero hay algo peor. La Gramática – que es el presente sucedáneo español de la Inquisición – se ha identificado con el Quijote, nunca sabré porqué. El Purismo, no menos inexplicable y violento, lo ha hecho suyo también – pese a la aficiones itálicas de Cervantes.
Contra la burda calidad de esa fama, un solo medio de defensa hay posible: Leer el Quijote.’
Jorge Luis Borges, 1933.

                                                  


Miguel de Unamuno
La lectura del capítulo 60 de la Segunda Parte del Quijote y, sobre todo, la exegesis de ese capítulo por Miguel de Unamuno en su Vida de Don Quijote y Sancho (1905), corrobora de un modo espléndido la tésis de Borges de que ‘la legalidad no nos apasiona’. Se trata del encuentro del caballero andante con el salteador de caminos Roque Guinart. Entre los dos se desarrolla un diálogo del cual resulta que para don Quijote la cuadrilla encabezada por su interlocutor no es peor que la corte de los duques. Ambos se nutren de sangre y robo. Pero mientras que el Estado (representado por los duques) presume de legalidad, Guinart y los suyos por lo menos no pecan de hipocresía. Y por encima, el caballero elogia el modo equitativo de distribuir el botín entre los salteadores.
Tomemos un ejemplo reciente de la piadosa pasión de la legalidad a lo norteamericano. Es el caso de un viudo solitario y racista que traba amistad con una familia asiática de la casa de al lado, uno de cuyos miembros, adolescente aún, se ve perseguido por una banda de su misma raza con la intención de reclutarlo. Para conseguir su propósito, los bandidos usan de una crueldad exagerada para con el chico y su hermanita protectora. El viudo, enajenado de sus propios familiares y padeciendo de una enfermedad mortal, quiere tomar sobre sí la salvación de los jovencitos asiáticos sabiendo que castigar a los perseguidores sádicos no cabe dentro de su poder, pese a su probado manejo de armas de fuego. Opta por una salida inaudita que consiste en acercarse a la mansión de la banda, retarles a grandes voces, hacer un movimiento que podría producir un revólver y someterse al inevitable fusilamiento. Cae en la seguridad de que su muerte llevará al encierro perpetuo de los asesinos. El adolescente y su hermanita ya están libres para moverse por el barrio. La película se llama The Death of Walt Kowalski (2008) protagonizada por Clint Eastwood. En América Latina un sacrificio parecido hubiera sido inútil porque faltan la pasión de la legalidad y la confianza en la justicia del Estado.
La sentencia del Quijote que allá se le haya cada uno con su pecado implica un profundo escepticismo frente al Estado. Pero en cuanto a los galeotes desencadenados por el caballero andante - ya que ‘le pareció duro caso hacer esclavos a los que Dios y la Naturaleza hizo libres’ (Primera Parte, capítulo XXII) -, el resultado no satisface. Después de recobrar su libertad, y en vez de mostrar su gratitud cumpliendo con el mandamiento de honrar a la dama inspiradora de su libertador, los criminales se arrojan sobre éste y su ayudante dejándolos gravemente heridos en pleno campo. Para los galeotes el caballero es un loco insignificante. Para Roque Guinart y sus bandoleros en cambio, es un triste y melancólico, ya famoso. La sentencia de que allá se le haya cada uno con su pasado se aplica a los cuadrilleros. Ellos se muestran respetuosos hacia don Quijote y Sancho, mientras que los duques los humillan.
                            
                                                      

Don Quijote exilado
El episodio de los duques y el de los galeotes han sido aprovechados por el autor ruso Anatoly Lunacharsky. En 1923 apareció en Moscú un drama suyo titulado Don Quijote liberado, que delata la influencia de Unamuno más que la de Cervantes. Unamuno quiso ver en la actitud frente a los galeotes de don Quijote una intervención divina. Los galeotes merecen un castigo, pero no por parte de sus prójimos investidos de jueces en nombre de Dios y Patria. Más bien deberían expiar sus trasgresiones  viviendo con la angustia de satisfacer por ellas ante la Justicia Divina – puesto que ‘si los hombres todos cobraran robusta fe en su última salvación seríamos todos mejores’, y puesto que ‘el castigo satisface al ofensor, no al ofendido’ (Vida de Don Quijote y Sancho, Primera Parte, cap. XXII). Unamuno rechaza la interpretación de su corresponsal Ángel Ganivet, autor de la misma generación, según el cual la justicia humana es injusta por ser selectiva y de ahí que la actuación del Quijote anticipara a un saludable anarquismo.
Anatoly Lunacharsky  (1875-1933) ha vivido los acontecimientos del Octubre de 1917. Aunque no estaba de acuerdo en todo con Lenin, los bolcheviques lo nombraron Ministro de Educación. Pero en 1929 Stalin lo destituyó de su cargo enviándolo en 1933 como Embajador de la Unión Soviética a la republicana España. Durante el viaje a su destino murió en el sur de Francia. Dicen que fue asesinado por los agentes de Stalin. Su Don Quijote liberado, o más bien ‘Don Quijote exilado’,puede confirmar esta sospecha.
En la versión de Lunacharsky, los galeotes se disfrazan de revolucionarios que se levantan en contra del poder establecido de los duques. Y los duques son la máscara del Zar y la Iglesia. Estas instituciones pasan por explotadoras del pueblo empobrecido. Don Quijote y Sancho acaban encarcelados por haber desencadenado a los revolucionarios galeotes. Detrás de los barrotes los dos siguen conversando. A pesar de ser prisionero, el caballero continúa respetando las instituciones sagradas del Trono y el Altar. El escudero en cambio, no esconde su entusiasmo por los alzados. Según el caballero, nuestras pasiones son demasiado vehementes como para soñar con un mundo gobernado por la Justicia. Y ¿cómo reunir una fe extraña con la confesión ardorosa de la propia fe? En un momento dado triunfan los alzados y liberan a don Quijote y a Sancho. El caballero podría convertirse en héroe de la Revolución. Pero al ver que sus libertadores dan rienda suelta a sus pasiones más bajas, se desengaña. Los revolucionarios prometen un nuevo mundo y para conseguirlo no se arredran ante masacrar a todos que se les oponen. La fundación del paraíso sobre la tierra requiere que sus heraldos se venguen de los dueños antiguos. Don Quijote pronostica que así se establecerá el infierno sobre la tierra. Y cuando se declara dispuesto a liberar a los duques, sus tiranos de hace poco, puede temer por su propia vida. El desenlace del drama consiste en el destierro de don Quijote. Sancho, que por su condición de campesino se afilió a la Revolución, decide compartir el destino de su maestro. Para el jefe del nuevo orden, el caballero es un contrarrevolucionario que ya no sirve para nada. Es un loco perdido que no entiende que la libertad sólo se conquista con la armadura  bañada en sangre.
Salta a la vista la semejanza entre el Quijote de Lunacharsky y el Jesucristo de Dostoievski en su confrontación con el Gran Inquisidor. Para que triunfe el cristianismo sobre la tierra hay que desterrar a Cristo, que es lo que hace el Gran Inquisidor. Así al menos lo presenta el liberal Iván Karamazov, personaje de la novela de Dostoievski, para sembrar la duda en su hermano religioso Alyosha. Don Quijote practica la caballería andante, que es el camino del solitario soñador. Seguir a Cristo significa ser rechazado y perseguido por el mundo. La Iglesia es como la Revolución, es la aplicación del programa evangélico de la igualdad y la fraternidad a la sociedad humana bajo una jerarquía opresora en nombre del orden y de la seguridad. Son sólo los ideales que sobreviven.

                                            

El Caballero de la Triste Figura
En 1860, veinte años antes de Dostoievski, Iván Turgeniev publicó un ensayo titulado Hamlet y Don Quijote. Lo nuevo es que el ruso hace resaltar lo trágico del héroe español, que se cifra en el nombre de Caballero de la Triste Figura. El lado insensato del caballero, con todo en él que despierta la risa, es nada más que lo exterior. Don Quijote encarna la fe y el altruísmo, frente al héroe de Shakespeare que es un egoísta y un escéptico, alguien que no cree ni en sí mismo. El mundo está lleno de tipos como Hamlet, mientras que don Quijote es único, y pese a burlarnos de sus hazañas terminaremos amándolo, tal como lo demuestra Sancho Panza. En don Quijote pervive la Edad Media; Hamlet es un precursor de la Modernidad. Don Quijote venera las instituciones establecidas, la religión y los monjes y los duques, y al mismo tiempo se siente libre y reconoce el derecho a la libertad de los demás. Ser golpeado y pisoteado por los fariseos es la suerte que comparte con Jesucristo. Su muerte en la resignación de que por fin sabe quién es nos conmueve profundamente. Turgeniev anticipa a Unamuno en subrayar que don Quijote es mucho más que un hazmerreír, contrario a como lo veían en general los primeros doscientoscincuenta años. ‘Ríense los más de los que leen tu historia, loco sublime, y no pueden aprovecharse de su meollo espiritual mientras no la lloren. ¡Pobre de aquel a quien tu historia, ingenioso hidalgo, no arranque lágrimas, lágrimas de corazón, no ya de los ojos!’ (Vida de Don Quijote y Sancho, Segunda Parte, cap.LVI).

                          
La sentencia de Don Quijote
Volviendo a la sentencia de que allá se le haya cada uno con su pecado, concluimos que sólo afecta a Guinart y otros parecidos. Y no a los galeotes, que son unos malagradecidos, y ni tampoco a los revolucionarios, que son unos soberbios. Donde éstos últimos nos seducen con una sociedad futura sin maldad que justifica la inmolación de grupos humanos recalcitrantes, aquellos son movidos nomás por desavenencias en relación con el aparato justiciero de la sociedad existente, pero sin exigencias utópicas. ‘¿Quién os ha dicho que el destino final del hombre se sujete a asegurar el orden social en la tierra y a evitar esos daños aparentes que llamamos delitos y ofensas?’, sentencia Miguel de Unamuno (Vida de Don Quijote y Sancho, Segunda Parte, cap. LX).
Don Quijote simpatiza con los bandoleros o rebeldes. Su cabecilla llama la atención por ‘la justicia distributiva y el buen orden en repartir los despojos del botín.’ Nuestro así llamado ‘estado de derecho’ actual es para Borges y Unamuno una pretensión vacía. Unamuno señala  que a lo sumo el estado toma sobre sí el remordimiento colectivo por sus crímenes legalizados expiándolos en forma de filantropía y adoptando una actitud humanitarista hacia las víctimas.
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Roque Guinart pertenece a la estirpe de Robín de los Bosques. Entre sus herederos en América Latina se hallan los gauchos Martín Fierro y Juan Moreira, pero también los narcos Pablo Escobar y El Chapo. El patrón de la estirpe es san Dimas, el criminal que agonizó al lado derecho de Jesús y a quien éste le prometió el paraíso. ‘Fue su humildad lo que premió Jesús. El bandolero se confesó culpable y creyó en Cristo.’ Guinart admite que fue el deseo de venganza que lo empujó al laberinto del robo y la guerra. ‘No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero hago’, repite con san Pablo. ‘Con hondo sentimiento se llama entre los gauchos desgracia  no el ser muerto, sino el haber tenido que matar a otro’, observa Unamuno (capítulo citado.) Y sin embargo, Guinart vive con la esperanza de alcanzar puerto seguro, según Cervantes.
Don Quijote no se afilia a los rebeldes. Le recomienda a Guinart el camino de la caballería andante, pero el bandolero está ya demasiado involucrado en su manera de vivir como para dejarla, a no ser que no lo dejen sus propios compañeros. Cervantes no relata como en 1611 Roque Guinart aceptó un acuerdo con el Virrey en Barcelona. A cambio de la pena capital que le esperara en caso de caer en manos de la justicia real, le ofrecieron una salida del pais. Temían de que si se quedara en el monte, podría hacer causa común con los franceses que estaban infiltrando el territorio nacional con el fin de causar una sublevación de Cataluña - que aspiraba a separarse de la Corona Española. Roque Guinart partió para Nápoles donde se alistó como capitán en el ejército del Rey y donde vivió el resto de su vida hasta 1635.



(Richard Grasso, presidente de la Bolsa de Nueva York y Raúl Reyes, de las FARC)

Nota de Lisarda- Robert Lemm (Holanda, 1945) es ensayista y traductor. Dentro de su afamada labor de hispanista, cuentan traducciones de Donoso Cortés, Borges, Unamuno, Carpentier y Gómez Dávila entre otros. Es autor de  medulosos ensayos como Een literatuur van verwondering (1995) Ontijdige bespiegelingen (1996) De teloorgang van het geweten (2003) Operación Fénix: la autobiografía de Raúl Reyes (2009) Borges como filósofo (2010) y De jezuïeten, hun opkomst en hun ondergang (2011)  De inminente-y esperada aparición, ya que sería por estas pampas- es Miguel de Unamuno, de ziel van Spanje- (Miguel de Unamuno, el alma de España)-una selección de pensamientos de Unamuno en edición  bilingüe.
Más información en http://robertlemm.blogspot.com.ar/