viernes, 22 de enero de 2010

Ziauddin Sardar, Extraño Oriente

En los tiempos modernos resulta convencional entender la época medieval como un mundo muy alejado del pensamiento contemporáneo laico y científico. Este reflejo es un invento de la Ilustración. Los pensadores de la Ilustración dependían de ideas que en esencia eran medievales, por muy impopular que pueda ser esta valoración. La forma de esa dependencia constituye el punto más interesante. Para fundamentar su distancia respecto de los modos medievales de pensamiento y de fe, los pensadores de la Ilustración ubicaron aquellos aspectos del yo occidental que deseaban separar de su noción de progreso en el marco de la peyorativa construcción que habían hecho de la Edad Media. Del mismo modo, ubicaron gran parte de lo que habían decidido discutir con Oriente, o acerca de él, en una situación específicamente inferior. Y si Oriente era un elemento útil para la organización de su pensamiento, lo mismo ocurría con el concepto de lo medieval. Como consecuencia, la Edad Media siguió teniendo mala prensa en los anales de la modernidad, donde el epíteto “medieval” es siempre condenatorio.

Las ideas sobre Oriente son una parte del movimiento de las ideas en Occidente. La erudición orientalista se adecua a los giros y cambios del lenguaje. Se desplaza hacia un estudio basado en un programa que se propone “mejorar” Oriente haciendo que sea “moderno”. Esta transformación puede verse claramente en obras como las de W.C.Smith, Islam in the modern World, H.Gibb, Modern trenes in Islam, y P.K. Hitti, Islam an the West. En estos textos, la modernidad es la vara con que se mide a Oriente; y el espíritu del eurocentrismo se mantiene vivo gracias al tipo de preguntas que plantea el orientalismo. La nueva tesis, que en realidad es una nueva formulación de la antigua, sostiene que el Islam es incompatible con el mundo moderno.

La representación de los musulmanes como seres de carácter intrínsecamente violento y perturbado se halla tan generalizada en el vocabulario de las películas de Hollywood como lo está en las novelas mediocres dirigidas al gran público. El cine es, por supuesto, el medio dominante de la cultura popular del siglo XX. Y en la pantalla cinematográfica encontramos reciclados, refrescados y reinvertidos todos los viejos estereotipos. La representación de los musulmanes como malvados terroristas está tan profundamente arraigada en la conciencia de Hollywood, que ahora se los utiliza como maquinadores de conjuras incluso en relatos que no guardan ningún tipo de relación con Oriente. En Regreso al futuro (1985) se nos dice que los terroristas que ponen en marcha la historia son libios; los hombres sin rostro del desierto que sirven como blanco de práctica para G.I.Jane (1998) hablan árabe. Hoy, la amenaza del musulmán fanático desempeña la función argumental que un día cumplió el amerindio en las películas del Oeste.

El oriental ferozmente malvado, que apareció en una gran pantalla con el nacimiento del cine, permanece inalterado; de hecho, ha encontrado un nuevo impulso vital exactamente en el punto en que las películas del Oeste empezaron a ser políticamente problemáticas: es el caso de los terroristas árabes de Éxodo (1960) ; del trastornado Mahdi de Khartoum (1966) ; del chino malvado y peligroso de El rostro de Fu Man Chú (1965) ; de los turcos sádicos e inhumanos de El expreso de medianoche (1978); de los terroristas de Embajador de Oriente Medio (1984) ; de los secuestradores en Águila de acero (1985); del dirigente ávido de poder de Mentiras arriesgadas (1994); de los terroristas argelinos de Decisión crítica (1996); de los terroristas árabes de Estado de sitio (1998).

El conocimiento antiguo y su poder son los problemas que expone una reciente digresión relacionada con Oriente. En Aladino (1992) lo que necesita ser dominado y puesto al sevicio de Estados Unidos es el “extraordinario poder cósmico” del genio. De todas las películas de dibujos animados de la productora Disney, Aladino es quizá la más violenta desde el punto de vista cultural (*). Al principio de la película , nuestro héroe es simplemente Aladino, el servidor de Dios, pero al final del relato, tras haber comprendido en qué consiste la verdad y la belleza, dice “Llámame simplemente Al”.

(*) Este libro se publicó en 1999; la comparación que podría haber hecho Sardar con el etnocentrismo de Madagascar, donde los animales “salvajes” hablan con tonada mexicana, la señalamos nosotros; lo mismo vale para la confirmación de los prejuicios en el imaginario colectivo con los atentados del 11/9/2001 (Lisarda)

1 comentario:

Gerana Damulakis dijo...

Estoy aprendiendo mucho.