viernes, 30 de julio de 2010

San Agustín, Cómo también la memoria se acuerda del olvido




















Pero ¿qué diremos que sucede cuando nombro el olvido, con conocimiento de lo que nombro? Porque no pudiera conocer bien el olvido sino acordándome de él. No hablo del sonido de esta palabra olvido, sino de la cosa significada, la cual, si yo la hubiera olvidado, es cierto que no pudiera saber lo que vale o significa aquella voz. Resulta, pues, que cuando hago mención de la memoria, la misma memoria inmediatamente por sí misma se ofrece y se presenta a sí misma; pero cuando menciono al olvido, se hacen presentes y se ofrecen luego la memoria y el olvido: la memoria, con la cual me acuerdo y menciono al olvido, y el olvido, que es la cosa de que me acuerdo y que menciono.
Pero ¿qué es el olvido sino una falta o privación de la memoria? ¿Y cómo esa privación de memoria está presente para que me acuerde de ella, si no es posible que me acuerde mientras subsista esa privación o falta de memoria? Siendo, pues, cierto que aquello de que nos acordamos lo tenemos en la memoria, y que si no nos acordásemos del olvido, no sería posible que entendiésemos lo que se significa con esta palabra olvido, cuando la oímos pronunciar, se infiere necesariamente que tenemos al olvido en la memoria.
No se pudiera inferir de aquí que, cuando nos acordamos del olvido, no está él por sí mismo en nuestra memoria, sino mediante su imagen que le representa; porque si fuera el mismo olvido el que allí se representa en su ser propio, no haría que nos acordásemos, sino todo lo contrario. ¿Y quién alcanzará perfectamente ni podrá comprender cómo esto sea?
Yo confieso, Señor, que hallo aquí bastante dificultad y la experimento en mí mismo, pues me cuesta mucho trabajo el entenderme a mí mismo. No intento ahora averiguar las regiones en que se divide el cielo, ni medir lo que distan entre sí los astros, ni entender el equilibrio de la tierra, sino saber lo que soy yo mismo; pues yo, según que soy alma, soy el que me acuerdo y tengo memoria. No es de admirar que no alcance ni llegue a entender todo aquello que se distingue de mí. Pero ¿qué cosa puede haber más cerca de mí que yo? Con todo eso no puedo acabar de entender lo que pasa en mi memoria, que es parte de mi ser, y sin ella no fuera todo lo que soy.
Pues ¿qué es lo que tengo de decir cuando me consta con certeza que yo mismo me acuerdo de mi olvido? ¿Por ventura he de decir que no está en mi memoria aquello de que me acuerdo, o bien que, para no olvidarme está el olvido en mi memoria? Lo uno y lo otro es un absurdo muy grande. Veamos, pues, lo tercero que antes insinué. ¿Cómo he de decir y asegurar por cierto que, cuando hago memoria del olvido, no es el olvido mismo, sino una imagen suya la que está y se presenta en mi memoria? ¿Cómo, pues, tengo de decir esto, cuando por otra parte sabemos que para imprimirse en la memoria la imagen de cualquier cosa es necesario que antes esté presente aquella cosa misma, de la cual pueda quedar la imagen impresa en la memoria? Porque así sucede para acordarme de la ciudad de Cartago, así me acuerdo de los lugares en que he estado, así de los rostros humanos que he visto y de las cosas que se dan a conocer por los demás sentidas, y así, finalmente, es como me acuerdo de la salud o del dolor del mismo cuerpo.
Cuando estas cosas estuvieron presentes, cogió de ellas la memoria unas imágenes que pudiese yo después mirar y tener presentes, y usar de ellas en lo interior de mi alma, cuando tuviese que acordarme de aquellas cosas, aunque ausentes. Luego, si el olvido, no por sí mismo, sino por medio de una imagen suya, se tiene en la memoria, es necesario que antes estuviese el mismo olvido presente, para que se quedase en la memoria su imagen. Cuando estaba presente el mismo olvido, ¿cómo podía delinear en mi memoria su imagen cuando aun aquello que encuentra ya delineado lo borra con su presencia el olvido? No obstante, de cualquier modo que esto suceda, y aunque este modo con que el olvido está presente a la memoria no pueda comprenderse ni explicarse, estoy muy cierto de que me acuerdo aun del mismo olvido, aunque él es el que quita de nuestra memoria las especies o imágenes que para acordarnos teníamos en ella.

3 comentarios:

Gerana Damulakis dijo...

A filosofia é o quebra-cabeça do pensamento.

Lisarda dijo...

Buena greguería, Gerana! Un abrazo.

Unknown dijo...

Terrible genio. Cuando lo leí por primera vez quedé asombrado. Y cada vez que lo releo