viernes, 23 de julio de 2010

San Agustín, De la admirable virtud y facultad de la memoria






























Nota de Lisarda- Con éste, iniciamos una serie de posteos dedicados a la memoria. Nada mejor, nos parece, que comenzar con el iniciador, en Occidente, del género confesional.
San Agustín en sus Confesiones cuenta detalladamente su vida previa a la conversión al cristianismo, sus debates con los sofistas de su tiempo, su estudio de la retórica, y su temprana inquietud filosófica.
Pero al plantear el tema de la bienaventuranza- equivalente cristiano de la eudaimonía o felicidad de los griegos- San Agustín dedica interesantísimos capítulos a la memoria que están llenos de inteligencia, penetración psicológica y poesía en la expresión. Y como un eco de los diálogos platónicos, San Agustín va sembrando preguntas a cada paso: para sí mismo y para el lector.

Entre los 2o-28 años tuve la suerte de asistir a los cursos que dictaba el filósofo esloveno-argentino Emilio (castellanización de Milan) Komar No fui su discípulo, pero seguía atentamente el desarrollo de sus temas y recuerdo perfectamente la admiración que despertó en mí por la obra de San Agustín. A su memoria están dedicados estos posteos que siguen.
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Continuando, pues, en servirme de las potencias de mi alma, como de una escala de diversos grados para subir por ellos hasta mi Creador, y pasando más arriba de lo sensitivo, vengo a dar en el anchuroso campo y espaciosa jurisdicción de mi memoria, donde se guarda el tesoro de innumerables imágenes de todos los objetos que de cualquier modo sean sensibles, las cuales han pasado al depósito de la memoria por la aduana de los sentidos. Además de estas imágenes, se guardan allí todos los pensamientos, discursos y reflexiones que hacemos, ya aumentando, ya disminuyendo, ya variando de otro modo aquellas mismas cosas que fueron el objeto de nuestros sentidos; y en fin, allí se guardan cualesquiera especies, que por diversos caminos se han confiado y depositado en la memoria, si todavía no las ha deshecho y sepultado el olvido.

Cuando mi alma se ha de servir de esta potencia pide que se le presenten todas las imágenes que quiere considerar; algunas se le presentan inmediatamente, pero otras hay que buscarlas más despacio, como si fuese menester sacarlas de unos senos más retirados y ocultos. Otras suelen salir amontonadas y de tropel; y aunque no sean aquéllas las especies que entonces se pedían y buscaban, ellas se ponen delante, como diciendo: ¿Por ventura somos nosotras las que buscáis? Yo las aparto de la vista y aspecto de mi memoria con la mano y entendimiento, hasta que se descubra lo que busco y acabe de dejarse ver, saliendo de aquellos senos donde estaba escondido. También hay otras que se presentan fácilmente y con el mismo orden con que se las va llamando; entonces las primeras ceden su lugar a las que siguen, y cediéndolo, vuelven a guardarse. Todo esto sucede verdaderamente cuando digo alguna cosa de memoria.

Allí están guardadas con orden y distinción todas las cosas, y según el órgano o conducto por donde ha entrado cada una de ellas, como, por ejemplo, la luz y todos los colores, la figura y hermosura de los cuerpos, por los ojos; todos los géneros y especies que hay de sonidos y voces, por los oídos; todos los olores, por el órgano del olfato; todos los sabores, por el gusto; y finalmente, por el sentido del tacto, que se extiende generalmente por todo el cuerpo, todas las especies de que es duro o blando, caliente o frío, suave o áspero, pesado o ligero, ya sean estas cosas exteriores, ya interiores al cuerpo. Esta capacísima aula de la memoria recibe, en no sé qué secretos e inexplicables senos que tiene, todas estas cosas, que por las diferentes puertas de los sentidos entran en la memoria y en ella se depositan y guardan, de modo que puedan volver a descubrirse y presentarse cuando fuere necesario.

Pero no entran allí estas mismas cosas materiales, sino que unas imágenes que representan esas mismas cosas sensibles son las que se ofrecen y presentan al pensamiento cuando sucede que uno se acuerda de ellas. Mas ¿quién sabe ni podrá decir cómo fueron formadas estas especies o imágenes, no obstante que claramente consta por qué sentidos fueron atraídas y guardadas allí dentro?

Porque aun cuando estoy a oscuras y en silencio, si yo quiero, saco en mi memoria varios colores y hago distinción entre lo blanco y lo negro, y entre los demás colores que quiero; y los ruidos o sonidos no se presentan entonces ni perturban lo que estoy considerando, y que ha entrado por los ojos; siendo así que también los sonidos están allí, aunque puestos como separadamente y escondidos. Porque también, si me agrada, pido que salgan ellos, y al instante se me presentan; y entonces, sin mover la lengua y callando la garganta, canto en mi interior todo lo que quiero. Y no obstante que están allí también las dichas imágenes de los colores, no se mezclan con estotras, ni sirven de estorbo cuando se está disfrutando aquel otro depósito de imágenes que entraron por los oídos.

Del mismo modo recuerdo a mis solas, cuando quiero, todas las demás cosas, cuyas imágenes entraron a juntarse en la memoria por los otros sentidos; y sin oler cosa alguna, discierno entre el olor de los lirios y de las violetas; y sin valerme del gusto ni del tacto, sino solamente repasando las especies que enviaron a mi memoria estos sentidos, prefiero la dulzura de la miel a la del arrope, y lo que es suave a lo que es áspero.

Todo esto lo ejecuto dentro de la gran aula de mi memoria. Allí se me presentan el cielo, la tierra, el mar y todas las cosas que mis sentidos han podido percibir en ellos, excepto las que ya se me hayan olvidado. Allí también me encuentro yo a mí mismo, me acuerdo de mí y de lo que hice, y en qué tiempo y en qué lugar lo hice, y en qué disposición y circunstancias me hallaba cuando lo hice. Allí se hallan finalmente todas las cosas de que me acuerdo, ya sean las que he sabido por experiencia propia, ya las que he creído por relación ajena. A todas estas imágenes añado yo mismo una innumerable multitud de otras, que formo sobre las cosas que he experimentado, o que fundado sobre éstas he creído por diversos modos, y son las semejanzas y respectos que todas ellas dicen entre sí y esas otras. Además de esto, se han de añadir las ilaciones que hago de todas estas especies, como las acciones futuras, los sucesos venideros y las esperanzas; todo lo cual lo considero y miro en la memoria como presente, sin salir de aquel capacísimo seno de mi alma, lleno de tantas imágenes de tan diversas cosas. Y suelo decirme a mí mismo: Yo he de hacer esto o aquello, y de aquí se seguirá esto o lo otro. ¡Ojalá que sucediera tal o tal cosa! ¡No quiera Dios que esto o aquello suceda! Todo esto lo digo en mi interior y, cuando lo digo, salen de aquel tesoro de mi memoria y se me presentan las imágenes de todas las cosas que digo; y nada de eso pudiera decir si aquellas imágenes no se me presentaran.

Grande es, Dios mío, esta virtud y facultad de la memoria; grandísima es y de una extensión y capacidad que no se le halla fin. ¿Quién ha llegado al término de su profundidad? Pues ella es una facultad y potencia de mi alma y pertenece a mi naturaleza; y no obstante, yo mismo no acabo de entender todo lo que soy. Pues qué, ¿el alma no tiene bastante capacidad para que quepa en ella todo su propio ser? ¿Y dónde ha de quedarse aquello que de su ser no cabe dentro de ella misma? ¿Acaso ha de estar fuera de ella y no en ella misma? Pues ¿cómo puede ser verdad que no se entienda ni comprenda toda a sí misma?

Esto me causa grande admiración y me tiene atónito y pasmado, Los hombres por lo común se admiran de ver la altura de los montes, las grandes olas del mar, las anchurosas corrientes de los ríos, la latitud inmensa del océano, el curso de los astros, y se olvidan de lo mucho que tienen que admirar en sí mismos. No admiran ellos que cuando yo nombraba estas cosas que acabo de decir no las estaba viendo con mis ojos; y no obstante, era preciso, para nombrarlas, que interiormente viese en mi memoria los montes, las olas, los ríos y los astros, que son cosas que he visto, y el océano, de que otros me han informado; y que se me presentasen con tan grandes espacios y extensión como tienen en sí mismos, y como si los estuviera viendo con mis ojos. Tampoco cuando vi estas cosas se me introdujeron por los ojos ellas mismas; ni son ellas las que están dentro de mí en el depósito de mi memoria, sino solamente unas imágenes suyas; también sé y conozco clara y distintamente por cuál de los sentidos de mi cuerpo ha entrado cada una de ellas y la impresión que han hecho en mi memoria.

4 comentarios:

Gerana Damulakis dijo...

Exercícios de pensamento. Muito bom.

Terráqueo dijo...

Gostei muito desse texto. Faz a gente pensar.

Lisarda dijo...

Gerana, Terráqueo: obrigado por pasar e continúen que aínda falta...Acho que há filosofía implícita em toda arte, pero com esto de Santo Agostinho pretendo ler-e que leiamos- filosofía própriamente dita.

Andrea de Godoy Neto dijo...

Ignacio, eu estou adorando. Passaria meus dias lendo sobre isso, ainda mais esses textos de santo agostinho.

(melhor só se fosse em português...rsrs)

beijos