domingo, 17 de mayo de 2009

Manuel Murguía, Rosalía Castro

Coruña, 17 de julio de 1885

(…) La existencia es, en verdad, bien fácil para todos aquellos a quienes las contrariedades de la vida no fatigan demasiado; mas cuán pesada carga para los que persigue la desgracia, y cuánto mayor todavía para los que marchan sobre el abismo de sus propios pensamientos!
¿Y si el alma atormentada es la de una mujer?...Bien puede decirse entonces que sus sufrimientos no han de tener límite, que las penas se duplican al caer sobre su corazón, que sus lágrimas, lejos de ser para ella un consuelo, llaman con doble fuerza a las nuevas lágrimas. ¿Quién las conoce? ¿Quién las cuenta? ¿A quién le interesan? ¿Quién es ni qué importa, así sea la más ilustre, así la más desconocida? ¿Qué otro camino sino el de la muerte, ve ante sus ojos? La misma notoriedad ¿no es para ella un peligro?
Por más que la comparación sea vulgar, siempre se dirá de la mujer que, como una violeta, tanto más escondida vive, tanto es mejor el perfume que exhala. La mujer debe ser sin hechos y sin biografía, pues siempre hay en ella algo que no debe tocarse. Limitada su acción al círculo de la vida doméstica, todo lo santifica desde que entra en su hogar.
Tiene en la tierra una misión de los cielos, y su felicidad debe consistir en llevarla sin vanagloria ni remordimientos. Trasládase toda entera a sus hijos, vive en su corazón, sin que sus penas sean otras que las que los hieren o con ellos se relacionan.
Y si esto es verdad, ¿?qué decir de quien no hizo otra cosa que soportar los múltiples golpes que la maltrataron y a cuanto amaba en la tierra Si se refirieran con su terrible verdad los sufrimientos experimentados, antes, ahora, en todo tiempo bien se vería qué pocos días de felicidad contó, cuán largo y duro fue su cautiverio, y de qué manera inusitadazos contratiempos doblaron alma tan enérgica y apasionada.¡Cómo la fueron a buscar al silencio de su casa y al apartamiento de su voluntario destierro, hiriéndola en medio de sus hijos, ausente el que era su amparo, cuando creían que el golpe que le asestaban era el único que faltaba para morir!

¡Dícese que así prueba el cielo a sus elegidos!...

Esta vida de dolor empezó pronto para ella, porque física e intelectualmente, su precocidad fue grande. Contaba apenas once primaveras cuando compuso sus primeros versos y tuvo que cambiar su traje de niña por el de mujer. Con él se iban las alegrías de la infancia y llegaban los primeros cuidados, aquellos que asaltan a las jóvenes tan pronto se arriesgan en los senderos del mundo. ¡Y cuán amargos y tristes para los que, tocando apenas en los límites de la juventud, tienen ya que luchar con la tristísima realidad! Queda siempre en su corazón un no se sabe qué de vacío que todo llena. Esto tienen los prematuros desencantos, cuando se sintió todo su peso, jamás se olvidan. Pasará el mar sobre ellos, como dice el poeta, y no será capaz de borrar la mancha que los cubre.

Esto fue casualmente lo que sucedió a nuestra escritora: llevó siempre abierta la herida causada por los primeros desencantos. (…)

El mismo cuidado que otros ponen en dejarse ver y conquistar un puesto en el mundo literario, puso ella siempre en escapar a sus vanos ruidos y peligrosas facilidades. Los versos que en horas de tristeza se escapaban de sus labios, eran olvidados al día siguiente. Nadie los conocía. Fue necesaria una serie de circunstancias fortuitas para que algunas de esas composiciones traspasasen los límites del hogar y se diesen a la estampa. No la llevaba a tanto el más pequeño entusiasmo, ni menos el amor que pudieran inspirarle las pobres hijas de su corazón y de sus horas solitarias. Porque desde los primeros pasos se había dicho a sí misma que ni buscaba la gloria ni la amaba en manera alguna. Así se comprende que, gracias a esa misma indiferencia, saliesen a luz sus primeras poesías, siendo manos ajenas las que les prodigaron los cuidados que toda publicación reclama de los autores.(…)

Era una templada tarde de los primeros días de la primavera castellana. El sol iluminaba la vasta extensión, el aire era puro y tibio, apenas se lo sentía pasar como un suspiro. Las plantas en germen exhalaban los aromas que anunciaban los hermosos días: el cielo era claro y transparente, el temple suave, los horizontes dilatados, sólo faltaban para animar aquel cuadro los árboles, nuestros amados árboles, las ondas cristalinas, los perfumes de los prados y sus verdes intensos los ruidos de que están poblados los valles y las rías gallegas. Nos rodeaba la desolada estepa, sin una sinuosidad que rompiese la línea igual y extensa, sin más tonos que los calientes y enteros propios de aquellas llanuras. (…)

Contemplando este cuadro y recordando en presencia de semejantes esterilidades la exuberancia de los campos gallegos, sintió la escritora la necesidad de escribir y publicar un libro en que se reflejasen con toda su poesía y pureza los paisajesy la vida entera de la gente de nuestro país. Y queriendo romper con cuanto le rodeabay le era tan poco acepto, prometióse a sí misma escribirlo en la lengua materna. Aquella noche, presa el alma de las profundas tristezas de quien sin tocar en sus veinticuatro años , se creía con un pie en el sepulcro,; sospechando que ya no volvería a ver de nuevo el cielo de la triste Compostela, bajo el cual le aguardaban, trazó con mano rápida y con la brevedad de la improvisación, aquellos versos tan tristes y tan hermosos que llevan por glosa la canción popular más en consonancia con el estado de su espíritu, Adiós ríos, adiós fontes, versos que entonces vieron la luz en El Museo Universal. (…)
Pero lo que más le agradaba, era ver el libro escrito en aquel dulcísimo dialecto que había hablado en su niñez. Ponderaba sobremanera, hallarle despejado de las voces bárbaras y giros prosaicos con que tantos manchaban la lengua y la poesía gallegas. Los versos cadenciosos y fáciles se hermanaban al fin con una dicción propia y sin afectación ni pretensión alguna, tan conforme con la índole de los asuntos y que se parecía a la corriente de un río, cuando arrastra con rapidez lo que se confía a sus ondas. Hasta entonces nadie había hablado nuestra lengua con más pureza ni mayor acierto. Salía de sus labios completo y hecho, tanto que si los cantares gallegos que glosa no fuesen en bastardilla, nadie sabría distinguirlos de los que se debían a su inspiración. He aquí la verdadera piedra de toque en que se ha de evaluar lo castizo de un lenguaje no empleado todavía en la producción literaria. El día en que un completo conocimiento de la poesía popular haga posible tales comparaciones, se verá que nuestra escritora no sólo tenía el instinto, el candor y la expresión de los sentimientos populares, sino que hablaba la lengua de su pueblo con la misma sencillez y afecto que nuestro perdido cancionero.

Apostilla lisardesca
Siempre me llamó la atención, al leer esta semblanza de Manuel Murguía- más allá del merecido elogio a la autora de Follas novas- su voluntad por escatimar y aun borrar el testimonio biográfico cuando las circunstancias le ponían en un papel privilegiado para dar mayor nitidez a su relato. La escueta referencia a la agresión – ¿verbal? ¿física? - a Rosalía, enumera diversas circunstancias y entre ellas, una me detuvo: “ausente el que era su amparo”. Esta aclaración me llena de preguntas: ¿por qué estaba ausente si era, justamente, su amparo? ¿por amparo se refiere al marido? ¿y el marido no era otro que Manuel Murguía? Seguramente el hecho estaba presente en la memoria de los contemporáneos y no hacía falta dar más detalles.

El largo introito de padecimientos que la naturaleza y el destino descargan sobre la mujer en general y Rosalía en particular, me recuerdan esas páginas de Dickens sobre la infancia triste de sus personajes. La presencia de Murguía impulsó a Rosalía como escritora, pero no alcanzó para cerrar las heridas de la infancia.

La imagen de una Rosalía enteramente despreocupada de su obra literaria me parece una mera construcción de Murguía. Si bien hay afirmaciones de Rosalía que parecieran abonar esa hipótesis, creo que hay que leerlas en un contexto retórico de falsa modestia y captatio benevolentiae al mismo tiempo. Por otra parte, no es improbable que esa enaltecida humildad fuese leída en su tiempo como un contrapeso al afán de nombradía de Emilia Pardo Bazán: otros artículos polémicos de Murguía, aparecidos en La voz de Galicia, profundizan este planteo.

Raúl Dorra, citando a Gide, habla del hábito inveterado de leer en clave romántica a los autores clásicos. Leyendo en clave romántica la vida de Rosalía, veo que tuvo el acierto artístico de poner en su voz los sufrimientos y anhelos de un pueblo. Y ese pueblo prestó ojos y oídos a quien tan sutilmente recreaba sus historias. No es poca cosa en una época en que la voz de los poetas y la voz del pueblo van, mayormente, por carriles distintos.

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