miércoles, 28 de noviembre de 2012

Miguel de Unamuno, Morirse de sueño




El maestro Alejo Venegas que en 1544 publicó su libro Agonía del tránsito de la muerte (reimpreso la última vez en el tomo 16 de la Nueva Biblioteca de Autores Españoles de la casa Bailly-Bulliére) al tratar del género de tentaciones que en el trance de la agonía nacen de la complexión particular del agonizante, discurre de las que asaltan al sanguíneo, al colérico, al melancólico y al flemático.
Este, el flemático, "es blanco en el color; abunda de mucha saliva; tiene poca sed; pocas veces bebe fuera de comer y cenar; tiene blanda la garganta y la lengua;tiene la orina blanca. Es perezoso en el movimiento, es débil en el trabajo; abunda de reuma por las narices y por la boca; tiene cargazón en los ojos; es hombre muy dormilón; es malicioso y es amigo de mucho holgar; no es inclinado a mujeres; crécenle mucho los pelos y las uñas; finalmente, es húmido y frío, frío en todas sus cosas".
Y este hombre perezoso, débil, dormilón y malicioso y frío en todas sus cosas, ¿qué riesgo corre en el supremo trance de la agonía del tránsito de la muerte? Pues corre el terrible peligro de morirse de sueño, de morirse dormido, de morirse para no volver a despertar. "¡Vaya un peligro!-exclamará más de un lector-.¡Pues que más quisiera yo que dormirme a morir...!" Es para muchos la verdadera eutanasia, la verdadera buena muerte.
¿No conocéis aquella copla andaluza que reza así?: Cada vez que considero/que me tengo de morir/ tiendo una capa en el suelo/ y no me harto de dormir." Y son no pocos los españoles que entienden que aquello de "la vida es sueño"no se dijo tanto en el sentido de que el vivir sea soñar como de que el vivir sea dormir.Pues se da el pícaro caso que en nuestra lengua castellana, que dicen que es tan rica, no hay un sustantivo de dormir distinto del de soñar, sino que uno mismo: "sueño" sirve para los dos menesteres, sin que distingamos, como en francés, entre sommeil  rêve; en inglés sleep y dream, etc. Y para muchos la vida es un sueño sin ensueños, un dormir sin soñar, una verdadera modorra. La enfermedad del sueño, que hace estragos en nuestra Guinea española-¿nuestra? ¿es española?-existe también aquí, aunque en otra forma, y sin necesidad de mosca tsetsé que la produzca.
Al maestro Alejo Venegas le entristecía que el flemático, cansado de vivir sin haber vivido, se fuera del cansancio al deseo de reposar y "al reposo que viene de esta manera, sucesivamente sigue la muerte". Preocupado con ello y encendido de caridad por sus prójimos, escribe así: "E porque este sueño profundo que los médicos llaman Jubet, puede ser tan grande y profundo, que no le pueda el paciente vencer, no sería mal consejo que los circunstantes lo ayudasen con beneficios exteriores como son atar fuertemente con una venda los muslos y dende a poco bajar las ataduras a las pantorrillas y fregarle las piernas con sal y vinagre, y ponerle a las narices ruda y mostaza molida. Echarle a cucharadas por la boca euforbio trociscado, que tienen los boticarios; e por no dejar remedio alguno, travarán un lechón de la oreja, para que gruña a los oídos del flemático soñoliento, con otros muchos remedios que los médicos suelen dar para despertar del sueño profundo"
Bendito varón el maestro Alejo Venegas, ¡y cómo se preocupaba de que sus prójimos flemáticos no pasasen por el espantable trance de morirse de sueño! Bien es verdad que al maestro toledano no le fue concedido el poder dormir a pierna suelta, ya que, padre de familia de dilatada prole, comían de su trabajo nada menos que doce personas, "con que realmente sentimos-decía- que se nos desagua el ingenio de la especulación por cumplir con el oficio de Marta".(...)
¡Pero a cuántos y no sólo hombres sino pueblos enteros de ellos no hay que ponerles a los oídos el lechón trabado de la oreja para que gruñendo no les deje morirse de sueño!
Ya lo sabemos, pues. Cuando a alguno de los que nos pasamos buena parte de la vida dando voces en el desierto nos preguntan por qué somos tan gruñones, podremos responder que por caridad cristiana nos dedicamos a lechones despertadores para que nuestros prójimos y acaso nuestro propio pueblo, no se mueran de sueño y sin saber que se mueren. Porque para flema, la que por aquí se gasta.
Ya sé yo que una de las mayores ofensas que a un buen español puede hacérsele es la de cortarle la siesta; pero es cosa de que se quede en ella, no al Infierno, que está a mil ciento noventa y tres leguas de aquí, sino al Limbo, que se encuentra mucho más cerca, según el mismo maestro Alejo Venegas.
Hay quien cree que esa muerte por sueño es la más dulce de todas; y yo me permito creer que ni es siquiera muerte en muchos casos. Pues como el que parece que va a morir nunca hizo sino dormirse, su muerte no es sino la continuación, en cuanto al alma, de su estado habitual. Y en cuanto al cuerpo, ¿qué más da que se descomponga y pudra antes o después?  Y empiezo a dudar de que los lechones gruñidores podamos despertar al que nunca estuvo sino dormido.
Lo que hay es que gruñirnos para no dormirnos también nosotros, ya que el sueño es una enfermedad contagiosa. Si no estuviéramos voceando y agitándonos unos cuantos, esto sería un verdadero cementerio. Porque cementerio en su valor original y primitivo, el que tiene en la voz griega de que deriva, no quiere decir sino dormidero.

Agonia Del Transito De La Muerte Por Alejo Vanegas Del Busto

Fuente: Miguel de Unamuno, De esto y de aquello, tomo I, pp.49-52, Sudamericana, Buenos Aires, 1950.

2 comentarios:

silvia zappia dijo...

desconocido para mí.

gracias, ignacio

abrazo*

Celia Clara Fischer dijo...

Y se suele vivir durmiendo integrado a la tontería, a la mediocridad, en fin, hipnotizado por el afuera.
Todo un hallazgo el texto, y nutridor...
Gracias, Ignacio.CF.