miércoles, 22 de agosto de 2012

Robert Lemm, Una sentencia del Quijote




Robert Lemm

UNA SENTENCIA DEL QUIJOTE

                                                  
Jorge Luis Borges
‘Señores guardas, estos pobres  no han cometido nada contra vosotros: allá se la haya cada uno con su pasado. Dios hay en el cielo que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno. Y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres no yéndoles  nada en ello.
Siempre he sabido que estas tan decentes palabras de don Quijote eran un secreto que los hombres de nuestra América sólo podemos compartir con los hombres de España. Las demás naciones occidentales padecen una extraña pasión: la despiadada y fingida pasión de la legalidad. El individuo, en ellas, se identifica sin esfuerzo con el estado, con el orden establecido, con la policía.
En América del Norte se premia al que denuncia a un ladrón a la policía. El sudamericano (y el español) en cambio, saben o sienten que no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres. El norteamericano es básicamente estadual. Vive en favor de la sociedad, o en su contra. Cuando se desengaña, cuando pierde la fe de sus mayores en el District Attorney, en el subsecretario de Obras Públicas, en el pastor metodista o en el vigilante, su rebelión retumba por el planeta, coreada por ametralladoras precisas. Ninguna historia es tan espléndidamente ilegal como la de sus fornidos Estados. Dinastías magnificas de malevos han pisado ese continente, donde los peleadores individuales de Arizona – cuyo prototipo es Billy the Kid, que debía a la justicia veintiuna muertes, sin contar mexicanos, cuando encontró a los veintiún años la suya – hasta las antiguas bandas de Nueva York, diestras en el manejo de la trompada, del cuchillo, del palo, de la botella arrojadiza, de la pistola y aun del pulgar saltador de ojos, y el bandidaje actual  de Frank Nitti, sucesor de Al Capone, y el de los hermanos O’Donnell, que quieren disputarle la sucesión…Eso, cuando el norteamericano pierde su fe. Cuando la mantiene pura y sin tacha, su héroe natural es el polizonte – mejor si aficionado -, el hombre honrado que es verdugo de los otros hombres, no yéndoles nada de (en) ello. Lo conmueven el espionaje y la delación. En su cinematógrafo (que es un documento genuino, en cuanto se refiere a los sentimientos del público) los personajes preferidos son la mujer que tienta con su amor a un criminal para sonsacarle un secreto, y el periodista que confunde su empleo con el de un vigilante. La superioridad numérica de la policía lo entusiasma, también sus motocicletas y escudos. Es hombre tironeado por dos pasiones, ya formuladas y sufridas una vez por Apollinaire: la aventura y el orden. Las une en la novela policial: síntesis superior hegeliana.
He dicho que la legalidad non nos apasiona, tampoco lo ilegal. Nuestro héroe, Martín Fierro, es un gaucho, un soldado, un desertor, un asesino, un buen amigo de su amigo, un matrero, y esas diversas figuraciones nos distraen y sabemos que la sangre vertida no es demasiado memorable, y que a los hombres les ocurre matar como les ocurre morir. También sabemos que infringir la ley no es una virtud y que el más frecuente asesino y la más concurrida prostituta pueden ser dos imbéciles. Quien no debía una muerte en mi tiempo, le oí quejarse con dulzura una tarde a un señor de edad. Sabemos que lo definitivo es lo que una persona es, no lo que hace. Sabemos lo que don Quijote sabía: allá se le haya cada uno con su pecado, con su humano, seguro, natural y humilde pecado.
Una observación última. Si la vida póstuma de Cervantes nos interesa, debemos rescatarla del purgatorio extraño en que sufre. Su novela, su unica novela, el Quijote – lenta presentación total de una gran persona, a través de muchísimas aventuras, para que la conozcamos mejor -  ha sido denigrada a libro de texto, a ocasión de banquetes y de brindis, a inspiración de cuadros vivos, de suplementos domingueros en rotograbado, de obscenas ediciones de lujo, de libros que más parecen muebles que libros, de alegorías evidentes, de versos de todos tamaños, de estatuas. Es la común tarifa de la gloria, se me dirá. Pero hay algo peor. La Gramática – que es el presente sucedáneo español de la Inquisición – se ha identificado con el Quijote, nunca sabré porqué. El Purismo, no menos inexplicable y violento, lo ha hecho suyo también – pese a la aficiones itálicas de Cervantes.
Contra la burda calidad de esa fama, un solo medio de defensa hay posible: Leer el Quijote.’
Jorge Luis Borges, 1933.

                                                  


Miguel de Unamuno
La lectura del capítulo 60 de la Segunda Parte del Quijote y, sobre todo, la exegesis de ese capítulo por Miguel de Unamuno en su Vida de Don Quijote y Sancho (1905), corrobora de un modo espléndido la tésis de Borges de que ‘la legalidad no nos apasiona’. Se trata del encuentro del caballero andante con el salteador de caminos Roque Guinart. Entre los dos se desarrolla un diálogo del cual resulta que para don Quijote la cuadrilla encabezada por su interlocutor no es peor que la corte de los duques. Ambos se nutren de sangre y robo. Pero mientras que el Estado (representado por los duques) presume de legalidad, Guinart y los suyos por lo menos no pecan de hipocresía. Y por encima, el caballero elogia el modo equitativo de distribuir el botín entre los salteadores.
Tomemos un ejemplo reciente de la piadosa pasión de la legalidad a lo norteamericano. Es el caso de un viudo solitario y racista que traba amistad con una familia asiática de la casa de al lado, uno de cuyos miembros, adolescente aún, se ve perseguido por una banda de su misma raza con la intención de reclutarlo. Para conseguir su propósito, los bandidos usan de una crueldad exagerada para con el chico y su hermanita protectora. El viudo, enajenado de sus propios familiares y padeciendo de una enfermedad mortal, quiere tomar sobre sí la salvación de los jovencitos asiáticos sabiendo que castigar a los perseguidores sádicos no cabe dentro de su poder, pese a su probado manejo de armas de fuego. Opta por una salida inaudita que consiste en acercarse a la mansión de la banda, retarles a grandes voces, hacer un movimiento que podría producir un revólver y someterse al inevitable fusilamiento. Cae en la seguridad de que su muerte llevará al encierro perpetuo de los asesinos. El adolescente y su hermanita ya están libres para moverse por el barrio. La película se llama The Death of Walt Kowalski (2008) protagonizada por Clint Eastwood. En América Latina un sacrificio parecido hubiera sido inútil porque faltan la pasión de la legalidad y la confianza en la justicia del Estado.
La sentencia del Quijote que allá se le haya cada uno con su pecado implica un profundo escepticismo frente al Estado. Pero en cuanto a los galeotes desencadenados por el caballero andante - ya que ‘le pareció duro caso hacer esclavos a los que Dios y la Naturaleza hizo libres’ (Primera Parte, capítulo XXII) -, el resultado no satisface. Después de recobrar su libertad, y en vez de mostrar su gratitud cumpliendo con el mandamiento de honrar a la dama inspiradora de su libertador, los criminales se arrojan sobre éste y su ayudante dejándolos gravemente heridos en pleno campo. Para los galeotes el caballero es un loco insignificante. Para Roque Guinart y sus bandoleros en cambio, es un triste y melancólico, ya famoso. La sentencia de que allá se le haya cada uno con su pasado se aplica a los cuadrilleros. Ellos se muestran respetuosos hacia don Quijote y Sancho, mientras que los duques los humillan.
                            
                                                      

Don Quijote exilado
El episodio de los duques y el de los galeotes han sido aprovechados por el autor ruso Anatoly Lunacharsky. En 1923 apareció en Moscú un drama suyo titulado Don Quijote liberado, que delata la influencia de Unamuno más que la de Cervantes. Unamuno quiso ver en la actitud frente a los galeotes de don Quijote una intervención divina. Los galeotes merecen un castigo, pero no por parte de sus prójimos investidos de jueces en nombre de Dios y Patria. Más bien deberían expiar sus trasgresiones  viviendo con la angustia de satisfacer por ellas ante la Justicia Divina – puesto que ‘si los hombres todos cobraran robusta fe en su última salvación seríamos todos mejores’, y puesto que ‘el castigo satisface al ofensor, no al ofendido’ (Vida de Don Quijote y Sancho, Primera Parte, cap. XXII). Unamuno rechaza la interpretación de su corresponsal Ángel Ganivet, autor de la misma generación, según el cual la justicia humana es injusta por ser selectiva y de ahí que la actuación del Quijote anticipara a un saludable anarquismo.
Anatoly Lunacharsky  (1875-1933) ha vivido los acontecimientos del Octubre de 1917. Aunque no estaba de acuerdo en todo con Lenin, los bolcheviques lo nombraron Ministro de Educación. Pero en 1929 Stalin lo destituyó de su cargo enviándolo en 1933 como Embajador de la Unión Soviética a la republicana España. Durante el viaje a su destino murió en el sur de Francia. Dicen que fue asesinado por los agentes de Stalin. Su Don Quijote liberado, o más bien ‘Don Quijote exilado’,puede confirmar esta sospecha.
En la versión de Lunacharsky, los galeotes se disfrazan de revolucionarios que se levantan en contra del poder establecido de los duques. Y los duques son la máscara del Zar y la Iglesia. Estas instituciones pasan por explotadoras del pueblo empobrecido. Don Quijote y Sancho acaban encarcelados por haber desencadenado a los revolucionarios galeotes. Detrás de los barrotes los dos siguen conversando. A pesar de ser prisionero, el caballero continúa respetando las instituciones sagradas del Trono y el Altar. El escudero en cambio, no esconde su entusiasmo por los alzados. Según el caballero, nuestras pasiones son demasiado vehementes como para soñar con un mundo gobernado por la Justicia. Y ¿cómo reunir una fe extraña con la confesión ardorosa de la propia fe? En un momento dado triunfan los alzados y liberan a don Quijote y a Sancho. El caballero podría convertirse en héroe de la Revolución. Pero al ver que sus libertadores dan rienda suelta a sus pasiones más bajas, se desengaña. Los revolucionarios prometen un nuevo mundo y para conseguirlo no se arredran ante masacrar a todos que se les oponen. La fundación del paraíso sobre la tierra requiere que sus heraldos se venguen de los dueños antiguos. Don Quijote pronostica que así se establecerá el infierno sobre la tierra. Y cuando se declara dispuesto a liberar a los duques, sus tiranos de hace poco, puede temer por su propia vida. El desenlace del drama consiste en el destierro de don Quijote. Sancho, que por su condición de campesino se afilió a la Revolución, decide compartir el destino de su maestro. Para el jefe del nuevo orden, el caballero es un contrarrevolucionario que ya no sirve para nada. Es un loco perdido que no entiende que la libertad sólo se conquista con la armadura  bañada en sangre.
Salta a la vista la semejanza entre el Quijote de Lunacharsky y el Jesucristo de Dostoievski en su confrontación con el Gran Inquisidor. Para que triunfe el cristianismo sobre la tierra hay que desterrar a Cristo, que es lo que hace el Gran Inquisidor. Así al menos lo presenta el liberal Iván Karamazov, personaje de la novela de Dostoievski, para sembrar la duda en su hermano religioso Alyosha. Don Quijote practica la caballería andante, que es el camino del solitario soñador. Seguir a Cristo significa ser rechazado y perseguido por el mundo. La Iglesia es como la Revolución, es la aplicación del programa evangélico de la igualdad y la fraternidad a la sociedad humana bajo una jerarquía opresora en nombre del orden y de la seguridad. Son sólo los ideales que sobreviven.

                                            

El Caballero de la Triste Figura
En 1860, veinte años antes de Dostoievski, Iván Turgeniev publicó un ensayo titulado Hamlet y Don Quijote. Lo nuevo es que el ruso hace resaltar lo trágico del héroe español, que se cifra en el nombre de Caballero de la Triste Figura. El lado insensato del caballero, con todo en él que despierta la risa, es nada más que lo exterior. Don Quijote encarna la fe y el altruísmo, frente al héroe de Shakespeare que es un egoísta y un escéptico, alguien que no cree ni en sí mismo. El mundo está lleno de tipos como Hamlet, mientras que don Quijote es único, y pese a burlarnos de sus hazañas terminaremos amándolo, tal como lo demuestra Sancho Panza. En don Quijote pervive la Edad Media; Hamlet es un precursor de la Modernidad. Don Quijote venera las instituciones establecidas, la religión y los monjes y los duques, y al mismo tiempo se siente libre y reconoce el derecho a la libertad de los demás. Ser golpeado y pisoteado por los fariseos es la suerte que comparte con Jesucristo. Su muerte en la resignación de que por fin sabe quién es nos conmueve profundamente. Turgeniev anticipa a Unamuno en subrayar que don Quijote es mucho más que un hazmerreír, contrario a como lo veían en general los primeros doscientoscincuenta años. ‘Ríense los más de los que leen tu historia, loco sublime, y no pueden aprovecharse de su meollo espiritual mientras no la lloren. ¡Pobre de aquel a quien tu historia, ingenioso hidalgo, no arranque lágrimas, lágrimas de corazón, no ya de los ojos!’ (Vida de Don Quijote y Sancho, Segunda Parte, cap.LVI).

                          
La sentencia de Don Quijote
Volviendo a la sentencia de que allá se le haya cada uno con su pecado, concluimos que sólo afecta a Guinart y otros parecidos. Y no a los galeotes, que son unos malagradecidos, y ni tampoco a los revolucionarios, que son unos soberbios. Donde éstos últimos nos seducen con una sociedad futura sin maldad que justifica la inmolación de grupos humanos recalcitrantes, aquellos son movidos nomás por desavenencias en relación con el aparato justiciero de la sociedad existente, pero sin exigencias utópicas. ‘¿Quién os ha dicho que el destino final del hombre se sujete a asegurar el orden social en la tierra y a evitar esos daños aparentes que llamamos delitos y ofensas?’, sentencia Miguel de Unamuno (Vida de Don Quijote y Sancho, Segunda Parte, cap. LX).
Don Quijote simpatiza con los bandoleros o rebeldes. Su cabecilla llama la atención por ‘la justicia distributiva y el buen orden en repartir los despojos del botín.’ Nuestro así llamado ‘estado de derecho’ actual es para Borges y Unamuno una pretensión vacía. Unamuno señala  que a lo sumo el estado toma sobre sí el remordimiento colectivo por sus crímenes legalizados expiándolos en forma de filantropía y adoptando una actitud humanitarista hacia las víctimas.
perot rocaguinarda

Roque Guinart pertenece a la estirpe de Robín de los Bosques. Entre sus herederos en América Latina se hallan los gauchos Martín Fierro y Juan Moreira, pero también los narcos Pablo Escobar y El Chapo. El patrón de la estirpe es san Dimas, el criminal que agonizó al lado derecho de Jesús y a quien éste le prometió el paraíso. ‘Fue su humildad lo que premió Jesús. El bandolero se confesó culpable y creyó en Cristo.’ Guinart admite que fue el deseo de venganza que lo empujó al laberinto del robo y la guerra. ‘No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero hago’, repite con san Pablo. ‘Con hondo sentimiento se llama entre los gauchos desgracia  no el ser muerto, sino el haber tenido que matar a otro’, observa Unamuno (capítulo citado.) Y sin embargo, Guinart vive con la esperanza de alcanzar puerto seguro, según Cervantes.
Don Quijote no se afilia a los rebeldes. Le recomienda a Guinart el camino de la caballería andante, pero el bandolero está ya demasiado involucrado en su manera de vivir como para dejarla, a no ser que no lo dejen sus propios compañeros. Cervantes no relata como en 1611 Roque Guinart aceptó un acuerdo con el Virrey en Barcelona. A cambio de la pena capital que le esperara en caso de caer en manos de la justicia real, le ofrecieron una salida del pais. Temían de que si se quedara en el monte, podría hacer causa común con los franceses que estaban infiltrando el territorio nacional con el fin de causar una sublevación de Cataluña - que aspiraba a separarse de la Corona Española. Roque Guinart partió para Nápoles donde se alistó como capitán en el ejército del Rey y donde vivió el resto de su vida hasta 1635.



(Richard Grasso, presidente de la Bolsa de Nueva York y Raúl Reyes, de las FARC)

Nota de Lisarda- Robert Lemm (Holanda, 1945) es ensayista y traductor. Dentro de su afamada labor de hispanista, cuentan traducciones de Donoso Cortés, Borges, Unamuno, Carpentier y Gómez Dávila entre otros. Es autor de  medulosos ensayos como Een literatuur van verwondering (1995) Ontijdige bespiegelingen (1996) De teloorgang van het geweten (2003) Operación Fénix: la autobiografía de Raúl Reyes (2009) Borges como filósofo (2010) y De jezuïeten, hun opkomst en hun ondergang (2011)  De inminente-y esperada aparición, ya que sería por estas pampas- es Miguel de Unamuno, de ziel van Spanje- (Miguel de Unamuno, el alma de España)-una selección de pensamientos de Unamuno en edición  bilingüe.
Más información en http://robertlemm.blogspot.com.ar/  



5 comentarios:

Lisarda dijo...

De nuevo estoy de vuelta...gracias, Robert Lemm!

Anónimo dijo...

Robert te volvió al universo Blogger?

Celia Clara Fischer dijo...

¡Bienvenido! Y con semejante página...Vale la pena volver así.
Saludos.

Anónimo dijo...

Excelente. Muchas gracias por invitarme. Es un placer leer su blog. Saludos

Anónimo dijo...

Excelente. Muchas gracias por invitarme. Es un placer leer su blog. Saludos