
No es fácil entrar en el universo de Eduardo Espina. Hay que pensar no tanto en leer un libro barroco como en disponerse a leer barrocamente. Así como frente a una novela policial el lector busca acompañar al detective en el descubrimiento de indicios en la escena del crimen, aquí lo recomendable es dejarse estar, abandonarse a una escucha intermitente de sonidos, al susurro de abejas que-como en el verso de Garcilaso- se recorta nítido contra un fondo de silencio.
Este hermoso libro, con su abigarramiento melódico-que se aprecia, creo, siguiendo más el ritmo interno de las frases que el aparente límite de los versos- con sus fábulas desarticuladas, con sus cadenciosas similicadencias, con su costumbrismo diluido en el paisaje y el cosmos, es un libro que construye su propio dialecto.(O -como si se tratara del último hablante-idiolecto: el espinés).
Libro que se sostiene en su propia levedad, El cutis patrio es un poemario sobre el lenguaje y el cercano oriente: la "tibieza nativa" del paisito se revela omnipresente.El epígrafe de Hugo von Hofmannstahl- las almas huyen del guarismo a la visión- es el punto de sintonía que propone Espina en esta renovada y coherente instancia de su poética.
No es menos digno de celebrar el designio de Francisco Garamona-poeta, músico, librero,editor- en ampliar, con este libro de Eduardo Espina, el ya frondoso y variado catálogo de la editorial Mansalva.
El pacto de los significados
(Una interpretación en cuotas)
Vistas las nubes que para el ojo
de lejos son el jaspe inesperado
y una foto jadeante del río Tajo.
Para los cirros, recién arrecian.
A pesar del certamen, relamen
el alma con lengua aguada que
deja a las esponjas la respuesta
después del luto con útil playa,
porque las huestes al Este iban,
a tomar sol cerca del agua tibia.
Con la estatura detenían la tela,
un tiempo parecido al porvenir.
No están solas en el incensario
ni saben cómo sonarse la nariz.
El color loro de las berenjenas,
espiado y apostando a la salida,
del día sabía de veces similares.
Nunca ha estado tanto siempre.
En el país del pampero mojado,
dejan la decisión para el trébol
al atardecer; el área de lo aéreo
haría de hoy antes tan después,
el lado terrestre (entre los tres)
arrastra a la gesta algo general,
la nación a la cual dan cuánto,
la otra mitad que los persigue.
Del azoro se sienten seguidos.
Oyen de lado la ambivalencia
el retorno genial por la región
a pararrayos desconocidos, ah
las cosas como nunca serán
insuficientes, a las lacias olas.
La pleamar queda para morir
oral en la reyerta con náyade.
Su posición entre el tiempo y
la espuma es más o mesnada
de luz un sábado a la semana.
Mientras la lluvia se atreve a
ser el cielo de ellas, las nubes,
abunda como esta vez un ave
vertical, un año para mañana
añorando al ñandubay menos
cierto por saberlo demasiado.
Y lo demás, cuan mensaje de
quien dice hablar cuando ve
(la patria de tal queda vista).
Todo está para existir seguro:
la tumba del bisonte a vibrar
desprovista, el bayo mojado
por la mies jamás comienza.
Y lo demás, de esta manera.
Celeste o estambre de aguas
áridas por los arroyos del yo
cuando un rayo llama, turban
la voz a bordo de los nimbos,
viajan aun mejor que siempre,
y llueve: por ser jueves, llueve.
En el aire, en un río, en, llueve.
Despierta la cauta agua al dejar
de atreverse, salva un batracio
al esmero poroso del solsticio,
la temperatura a su tercer día.
Debajo, como los símbolos
lo saben, la historia es otra.