
Yo he publicado un librito que salió en una tirada chiquita y que salió gracias al subsidito para el incentivo de pequeñas editoriales que hay en mi tierra, una provincia pobre, humildita, pero llena de gente de bien, nepotista y generosa como no he podido encontrar aquí en Buenos Aires donde la gente no se puede hacer un tiempito para echarse una siestita o tomarse un vinito. ¡Cómo nos desprecian los porteños, chamigo!
El párrafo precedente es el verosímil resumen de cierta especie de escritor venido de las provincias a la ciudad de Buenos Aires. Digo venido de las provincias y no provinciano, porque el adjetivo ya tiene un matiz peyorativo que los mismos provincianos se encargan esmeradamente en propalar. Y digo cierta especie para no caer en la generalización absoluta a partir de casos particulares.
Aclarado esto, vamos al asunto que nos ocupa: la insoportable humildad con que los escritores de provincias martirizan a los pacientes porteños que deben escuchar sin protestar.
“La suerte está echadita”- Julio César
“Yo soy el caminito y la vidita”-Jesús.
“ Un pasito adelante, dos pasitos atrás”-Lenin.
“Tengo un sueñito” Martin Luther King
En su afán por minimizar y domesticar, jibarizando todo para que todo esté en las mismas dimensiones que ellos, los provincianos emplean a ese embajador plenipotenciario de su mentalidad: el diminutivo.
A veces ya pasan los 40 y se dan cuenta que crecieron y sacan un disco que se llama “Rodolfo”, porque todos le dicen Fito como a los 6 años. Otros ya son abuelos y se siguen llamando “Palito”. Es verdad, como dice el tango, que 20 años no es nada, pero 50 o 60 ya es un tiempito, que no?
Yo le canto a mi tierra, a las pequeñas cosas que aquí, en la gran ciudad, no les dan valor, pero que para nosotros son fundamentales: mi ranchito, mi lunita tucumana, mi carnavalito, mi chinita, mi humahuaqueñito, mi vidalita, mi guachi guachi tori toritó, toritó de corralitó, mi poca o mucha suertecita, y estos, mis versitos humilditos... Mi dique: “Las Pirquitas” (¿hay acaso en “términos” de ingeniería algo más grande que un dique?), mi laguna: “Mar Chiquita” (la laguna interior más grande de la Argentina, ¡la mayor superficie lacustre de la Argentina! ¡y el quinto lago salado endorreico más grande del planeta!)
Nada de Buenos Aires les viene bien a estos seres genéticamente rencorosos, que putean contra Buenos Aires viviendo en una ciudad que se llama… ¿Venado Tuerto, acaso? ¿Tilcara? ¿China Muerta? Nooooooooo…Hablan mal de Buenos Aires…! ¿Y dónde viven, pobrecitos? En Buenos Aires, muchos de ellos, en Barrio Norte, claro.
Me gané una bequita gracias a una ayudita del comité editorial de la Universidad, y así escribí mi tesis, bah, mi tesina, sobre las literaturas marginales-los chicanos, los negros, los hermanos originarios y todos los que estamos fuera del sistema y hacemos una resistencia desde nuestro rinconcito.
Soy salteño (por ejemplo) y escribo poesía. Mi poesía, entonces, es distinta de toda la poesía que se hace en el eje Buenos Aires-Rosario, mi poesía es distinta de la poesía latinoamericana. Mi poesía tiene algo único, nuevo, intransferible. Mi poesía es... salteña.
Yo no digo mi verso, yo canto mi versito.
Yo no tomo vino, me convido un vinito.
Hasta quedar machadito.
Yo no hago un asado-(podría venir gente a pedir)-hago un asadito.
Viajo a España, pero no es un viaje; digamos que hago un viajecito.
¿Cuándo me enteré del viajecito? Reciencito…
España no queda lejos; qué dónde queda? Ahicito…
El provinciano, taimado como el zorro de las fábulas, sabe que el diminutivo acorta distancias y diluye jerarquías. El diminutivo enchamiga a los recién conocidos. Y prepara el colchón al patroncito que ha prometido apadrinar toda la prole del puestero y se pagará un asadito para el bautismo del nene o el cumple de 15 de la mayorcita. ¿No? ¿No le has escuchado lo que le ha dicho el patroncito al Eusebio?
El Eusebio, que es el puestero,no admite diminutivos.
¿No me escribís un prologuito, una reseñita?
Así hablan algunos escritores provincianos. Para disimular que, después que te compraste el cuento de la humildad, te acuestan.
Así que a cuidarse. Y que les garúe… finito.