lunes, 21 de noviembre de 2011

Cómo empeorar la lectura (1)














Cómo empeorar la lectura (1)

A Celia Fischer, por la encrucijada de paisaje catamarqueño y literatura rusa

Al abrir cualquier tomo del Bompiani (1947) el primer dato que reencuentro es el diagnóstico de mi oculista:además de la miopía y el estigmatismo, una gradual incursión en la presbicia. La tipografía del Bompiani es pequeña, pequeña, pequeña. No tan liliputiense como la Pequeña antología de poesía argentina de Jorge Perednik, pero bastante cerca. La cuestión es que necesito agregar una lupa si quiero desentrañar esas hileras de hormigas.

Busco ese dato que me lleva de Menéndez Pelayo al Bompiani:esa comedia humanista, de cuyo título no puedo acordarme, y que está a mitad de camino entre Terencio y La Celestina. Podría hacer un ejercicio borgeano de atribución errónea con la seguridad de que el error gozará de larga vida.Es más: podría perfectamente prescindir del dato. Ninguno de mis alumnos leyó a Terencio, mucho menos Los orígenes de la novela del ilustre santanderino, y tampoco les interesa La Celestina. Es comprensible:Fernando de Rojas no aparece en ningún capítulo de Los Simpsons, el oficio de alcahueta no tiene razón de ser en la era del chat, Calisto y Melibea no publicitan su ardor en el fotolog.

Así las cosas, cierro el Bompiani con la lupa adentro. Un dato que para mí es clave, que ilumina la continuidad de un personaje, desde las entrometidas esclavas de Plauto hasta las siempre inactivas criadas de telenovela, será recibido con la inercia de quien estudia sin alegría, con la motivación apática de quien cumple un trámite. Lo que para mí es una bisagra, para ellos es un cerrojo. Lo que para mí es un diálogo de citas, para ellos son nombres de una guía telefónica. Me siento solo.

Salgo a la calle. Ya sin lentes, me dedico a la contemplación de los árboles. Eucaliptos, paraísos, pinos, jacarandáes florecidos. No hace falta leer ni explicar, y sin embargo me detengo a descifrar. Me detengo a descifrar los follajes, el liquen sobre los troncos húmedos, las nervaduras, las escalas tonales del verde. Resucito.

6 comentarios:

Celia Clara Fischer dijo...

Fina ironía, mi amigo, fina ironía.
Venimos com-partiendo situaciones de la negativa a la luz...Siguen prefiriendo las sombras desde la comodidad de la cueva...La foto me recuerda a ciertos pasajes del Woyzeck de Büchner.
Cariños.

Celia Clara Fischer dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Felicidad Batista dijo...

Ignacio, cuánta belleza luminosa en tu texto no exento de ironía. Los lectores tenemos que bregar con muchos inconvenientes, quizá el más próximo o alejado, y ahí coincido plenamente contigo, es el tamaño de la la letra para quienes la visión no es la de un lince, pero el goce es ilimitado. Los no lectores son tragedias andantes.
Me ha encantado tu reflexión.
Un gran abazo, amigo

Lisarda dijo...

Coincido, Celia:¡la comodidad embrutece!
En cuanto a la foto, ya es un monumento a la ironía.
Nos vemos, en breve.

Lisarda dijo...

Gracias, Felicidad, por tu comentario: una lámpara no existe para estar escondida, y la belleza de la lectura-no el desciframiento elemental, sino ese plus del que habla Pedro Salinas-implica derrotar el derrotismo de los no lectores. Visto así, la limitación óptica es menos trágica, no crees?
Un abrazo.

silvia zappia dijo...

resucitemos! sin ironía y sin verde es imposible!

(sólo una cosita...el fotolog está en desuso, te deschavaste la edad, Lisarda....)

espero la parte (2)

beso*