miércoles, 11 de febrero de 2009

Sor Juana, Ovillejos


Ovillejos
Pinta en jocoso numen, igual con el tan célebre de Jacinto Polo, una belleza


El pintar de Lisarda la belleza,
en que a sí se excedió naturaleza,
con un estilo llano,
se me viene a la pluma y a la mano.
Y cierto que es locura
el querer retratar yo su hermosura,
sin haber en mi vida dibujado,
ni saber qué es azul o colorado,
qué es regla, qué es pincel, obscuro o claro,
aparejo, retoque ni reparo.
El diablo me ha metido en ser pintora;
dejémoslo, mi musa, por ahora,
a quien sepa el oficio;
mas esta tentación me quita el juicio,
y sin dejarme pizca,
ya no sólo me tienta, me pellizca,
me cozca, me hormiguea,
me punza, me rempuja y me aporrea.
Yo tengo de pintar, dé donde diere,
salga como saliere,
aunque saque un retrato
tal, que después le ponga: aquéste es gato.
Pues no soy la primera
que con hurtos de sol y primavera
echa, con mil primores,
una mujer en enfusión de flores;
y después que muy bien alambicada
sacan una belleza destilada,
cuando el hervor se entibia,
pensaban que es rosada, y es endibia.
Mas no pienso robar yo sus colores;
descansen, por aquesta vez las flores,
que no quiere mi musa ni se mete
en hacer su hermosura ramillete.
¿Mas con qué he de pintar, si ya la vena
no se tiene por buena,
si no forma, hortelana en sus colores,
un gran cuadro de flores?
¡Oh siglo desdichado y desvalido
en que todo lo hallamos ya servido!

Pues que no hay voz, equívoco ni frase
que por común no pase
y digan los censores:
¿Eso?, ¡ya lo pensaron los mayores!
¡Dichosos los antiguos que tuvieron
sus conceptos de albores,
de luces, de reflejos y de flores!:
que entonces era el sol, nuevo, flamante,
y andaba tan valido lo brillante
que el decir que el cabello era un tesoro,
valía otro tanto oro.
Pues las estrellas, con sus rayos rojos,
cuando eran celebradas:
oh dulces luces por mi mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios quería;
pues ya no os puede usar la musa mía
sin que diga, severo, algún letrado
que Garcilaso está muy maltratado,
y en lugar indecente;
mas si no es a su musa competente
y le ha de dar enojo semejante,
quite aquellos dos versos, y adelante.
Digo, pues, que el coral entre los sabios
se estaba con la grana aún en los labios,
y las perlas con nítidos orientes
andaban enseñándose a ser dientes;
y alegaba la concha, no muy loca,
que si ellas dientes son, ella es la boca;
y así entonces, no hay duda,
empezó la belleza a ser conchuda.

Pues las piedras (¡ay Dios, y qué riqueza!)
era una platería, una belleza,
que llevaba por dote en sus facciones
mas de treinta millones.
Esto sí era hacer versos descansado,
y no en aqueste siglo desdichado
y de tal desventura,
que está ya tan cansada la hermosura
de verse en los planteles
de azucenas, de rosas y claveles,
ya del tiempo marchitos,
recogiendo humedades y mosquitos,
que con enfado extraño
quisiera más un saco de ermitaño.
Y así andan los poetas desvalidos,
achicando antiguallas de vestidos,
y tal vez sin mancilla,
lo que es jubón ajustan a ropilla,
o hacen de unos centones
de remiendos diversos, los calzones,
y nos quieren vender por extremada,
una belleza rota, y remendada.
¿Pues qué es ver las metáforas cansadas
en que han dado las musas alcanzadas?
No hay ciencia, arte ni oficio,
que con extraño vicio,
los poetas, con vana sutileza,
no anden acomodando a la belleza,
y pensando que pintan de los cielos,
hacen unos retablos de sus duelos.

Pero diránme ahora
que quién a mí me mete en ser censora,
que de lo que no entiendo es grave exceso;
pero yo les respondo, que por eso,
que siempre el que censura y contradice
es quien menos entiende lo que dice.
Mas si alguno se irrita,
murmúreme también, ¿quién se lo quita?
No haya miedo que en eso me fatigue
ni que a ninguno obligue
a que encargue su alma,
téngansela en su palma
y haga lo que quisiere,
pues su sudor le cuesta al que leyere.
Y si ha de disgustarse con leello,
vénguense del trabajo con mordello,
y allá me las den todas,
pues yo no me he de hallar en esas bodas.
¿Ven?, pues esto de bodas es constante
que lo dije por sólo el consonante;
si alguno halla otra voz que más expresa,
yo le doy mi poder y quíteme ésa.
Mas volviendo a mi arenga comenzada,
¡válgate por Lisarda retratada,
y qué difícil eres!
No es mala propriedad en las mujeres.
Mas ya lo prometí, cumplillo es fuerza,
aunque las manos tuerza,
a acaballo me obligo;
pues tomo bien la pluma, y ¡Dios conmigo!
Vaya pues de retrato;
denme un «Dios te socorra» de barato.
¡Ay!, con toda la trampa
que una musa de la hampa
a quien ayuda tan propicio Apolo,
se haya rozado con Jacinto Polo
en aquel conceptillo desdichado,
¡y pensarán que es robo muy pensado!
Es, pues, Lisarda, es pues, ¡ay Dios, qué aprieto!
No sé quién es Lisarda, les prometo;
que mi atención sencilla,
pintarla prometió, no definilla.
Digo pues, ¡oh qué pueses tan soezes!:
todo el papel he de llenar de pueses.
¡Jesús, qué mal empiezo!
Principio iba a decir, ya lo confieso,
y acordéme al instante
que principio no tiene consonante;
perdonen, que esta mengua
es de que no me ayuda bien la lengua.
¡Jesús!, y qué cansados
estarán de esperar desesperados
los tales mis oyentes;
mas si esperar no gustan impacientes
y juzgaren que es largo y que es pesado,
vayan con Dios, que ya eso se ha acabado,
que quedándome sola y retirada,
mi borrador haré más descansada.
Por el cabello empiezo, esténse quedos,
que hay aquí que pintar muchos enredos;
no hallo comparación que bien les cuadre:
¡que para poco me parió mi madre!
¿Rayos del sol? Ya aqueso se ha pasado,
la pregmática nueva lo ha quitado.
¿Cuerda de arco de amor, en dulce trance?;
eso es llamarlo cerda, en buen romance.
¡Qué linda ocasión era
de tomar la ocasión por la mollera!
Pero aquesa ocasión ya se ha pasado,
y calva está de haberla repelado.
Y así en su calva lisa
su cabellera irá también postiza,
y el que llega a cogella,
se queda con el pelo y no con ella;
y en fin después de tanto dar en ello,
¿qué tenemos, mi musa, de cabello?

El de Absalón viniera aquí nacido,
por tener mi discurso suspendido;
mas no quiero meterme yo en hondura,
ni en hacerme que entiendo de Escritura.
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En ser cabello de Lisarda quede
que es lo que encarecerse más se puede,
y bájese a la frente mi reparo;
gracias a Dios que salgo hacia lo claro,
que me pude perder en su espesura,
si no saliera por la comisura.
Tendrá, pues, la tal frente,
una caballería largamente,
según está de limpia y despejada;
y si temen por esto verla arada,
pierdan ese recelo,
que estas caballerías son del cielo.
¿Qué apostamos que ahora piensan todos,
que he perdido los modos
del estilo burlesco,
pues que ya por los cielos encarezco?
Pues no fue ese mi intento,
que yo no me acordé del firmamento,
porque mi estilo llano,
se tiene acá otros cielos más a mano;
que a ninguna belleza se le veda
el que tener dos cielos juntos pueda.
¿Y cómo? Uno en su boca, otro en la frente,
¡por Dios que lo he enmendado lindamente!

Las cejas son, ¿agora diré arcos?
No, que es su consonante luego zarcos,
y si yo pinto zarca su hermosura,
dará Lisarda al diablo la pintura
y me dirá que sólo algún demonio
levantara tan falso testimonio.
Pues yo lo he de decir, y en esto agora
conozco que del todo soy pintora,
que mentir de un retrato en los primores,
es el último examen de pintores.
En fin, ya con ser arcos se han salido;
mas, ¿qué piensan que digo de Cupido
o el que es la paz del día?
Pues no son sino de una cañería
por donde encaña el agua a sus enojos;
por más señas, que tiene allí dos ojos.
¿Esto quién lo ha pensado?
¿Me dirán que esto es viejo y es trillado?
Mas ya que los nombré, fuerza es pintallos,
aunque no tope verso en qué colgallos;
¡nunca yo los mentara
que quizás al lector se le olvidara!
Empiezo a pintar pues; nadie se ría
de ver que titubea mi Talía,
que no es hacer buñuelos,
pues tienen su pimienta los ojuelos;
y no hallo, en mi conciencia,
comparación que tenga conveniencia
con tantos arreboles.
¡Jesús!, ¿no estuve en un tris de decir soles?
¡Qué grande barbarismo!
Apolo me defienda de sí mismo,
que a los que son de luces sus pecados,
los veo condenar de alucinados;
y temerosa yo, viendo su arrojo,
trato de echar mis luces en remojo.
Tentación solariega en mí es extraña;
¡que se vaya a tentar a la montaña!
En fin, yo no hallo símil competente
por más que doy palmadas en la frente
y las uñas me como;
¿dónde el viste estará y el así como,
que siempre tan activos
se andan a principiar comparativos?
Mas, ¡ay!, que donde vistes hubo antaño,
no hay así como hogaño.
Pues váyanse sin ellos muy serenos,
que no por eso dejan de ser buenos
y de ser manantial de perfecciones,
que no todo ha de ser comparaciones,
y ojos de una beldad tan peregrina,
razón es ya que salgan de madrina,
pues a sus niñas fuera hacer ultraje
querer tenerlas siempre en pupilaje.
En fin, nada les cuadra, que es locura
al círculo buscar la cuadradura.
Síguese la nariz, y es tan seguida,
que ya quedó con esto definida;
que hay nariz tortizosa, tan tremenda,
que no hay geómetra alguno que la entienda.
Pásome a las mejillas,
y aunque es su consonante maravillas,
no las quiero yo hacer predicadores
que digan: «Aprended de mí», a las flores;
mas si he de confesarles mi pecado,
algo el carmín y grana me ha tentado,
mas agora ponérsela no quiero;
si ella la quiere, gaste su dinero,
que es grande bobería
el quererla afeitar a costa mía.
Ellas, en fin, aunque parecen rosa,
lo cierto es que son carne y no otra cosa.
¡Válgame Dios, lo que se sigue agora!
Haciéndome está cocos el Aurora
por ver si la comparo con su boca,
pero no hay que mirarme,
que ni una sed de oriente ha de costarme.
Es, en efecto, de color tan fina,
que parece bocado de cecina;
.y no he dicho muy mal, pues de salada,
dicen que se le ha puesto colorada.
¿Ven como sé hacer comparaciones
muy proprias en algunas ocasiones?
Y es que donde no piensa el que es más vivo,
salta el comparativo;
y si alguno dijere que es grosera
una comparación de esta manera,
respóndame la musa más ufana:
¿es mejor el gusano de la grana,
o el clavel, que si el gusto los apura,
hará echar las entrañas su amargura?
Con todo, numen mío,
aquesto de la boca va muy frío:
yo digo mi pecado,
ya está el pincel cansado;
pero pues tengo ya frialdad tanta,
gastemos esta nieve en la garganta,
que la tiene tan blanca y tan helada,
que le sale la voz garapiñada.
Mas por sus pasos, yendo a paso llano,
se me vienen las manos a la mano:
aquí habré menester grande cuidado,
que ya toda la nieve se ha gastado,
y para la blancura que atesora,
no me ha quedado ni una cantimplora;
y fue la causa de esto
que como iba sin sal, se gastó presto.
Mas, puesto que pintarla solicito,
¡por la Virgen!, que esperen un tantito,
mientras la pluma tajo
y me alivio un poquito del trabajo;
y por decir verdad, mientras suspensa
mi imaginación piensa
algún concepto que a sus manos venga.
¡Oh si Lisarda se llamara Menga!
¡Qué equívoco tan lindo me ocurría,
que sólo por el nombre se me enfría!
Ello, fui desgraciada
en estar ya Lisarda baptizada.
Acabemos, que el tiempo nunca sobra;
a las manos, y manos a la obra.

Empiezo por la diestra
que, aunque no es menos bella la siniestra,
a la pintura, es llano,
que se le ha de asentar la primer mano.
Es, pues, blanca y hermosa con exceso,
porque es de carne y hueso,
no de marfil ni plata, que es quimera
que a una estatua servir sólo pudiera;
y con esto, aunque es bella,
sabe su dueño bien servirse de ella,
y la estima bizarra,
más que no porque luce, porque agarra;
pues no le queda en fuga la siniestra,
porque aunque no es tan diestra
y es algo menos en su ligereza,
no tiene un dedo menos de belleza.
Aquí viene rodada
una comparación acomodada;
porque no hay duda, es llano,
que es la una mano como la otra mano.
Y si alguno dijere que es friolera
el querer comparar de esta manera,
respondo a su censura
que el tal no sabe lo que se mormura,
pues pudiera muy bien naturaleza
haber sacado manca esta belleza,
que yo he visto bellezas muy hamponas,
que si mancas no son, son mancarronas.
Ahora falta a mi musa la estrechura
de pintar la cintura;
en ella he de gastar poco capricho,
pues con decirlo breve, se está dicho:
porque ella es tan delgada,
que en una línea queda ya pintada.
El pie yo no lo he visto, y fuera engaño
retratar el tamaño,
ni mi musa sus puntos considera
porque no es zapatera;
pero según airoso el cuerpo mueve,
debe el pie de ser breve,
pues que es, nadie ha ignorado,
el pie de arte mayor, largo y pesado;
y si en cuenta ha de entrar la vestidura,
que ya es el traje parte en la hermosura,
«el hasta aquí» del garbo y de la gala
a la suya no iguala,
de fiesta u de revuelta,
porque está bien prendida y más bien suelta.
Un adorno garboso y no afectado,
que parece descuido y es cuidado;
un aire con que arrastra la tal niña
con aseado desprecio la basquiña,
en que se van pegando
las almas entre el polvo que va hollando.
Un arrojar el pelo por un lado,
como que la congoja por copado,
y al arrojar el pelo,
descubrir un: ¡por tanto digo «cielo»,
quebrantando la ley!, mas ¿qué importara
que yo la quebrantara?
A nadie cause escándalo ni espanto,
pues no es la ley de Dios la que quebranto;
y con tanto, si a ucedes les parece,
será razón que ya el retrato cese,
que no quiero cansarme,
pues ni aun el costo de él han de pagarme;
veinte años de cumplir en mayo acaba:
Juana Inés de la Cruz la retrataba.