La Conspiración de los Iguales; la protesta de los Independientes de Color en 1912 |
Rolando Rodríguez • La Habana Uno de los pasajes más bochornosos para la historia de Cuba, resulta la llamada guerrita de los Independientes de Color de 1912. Ese bochorno radica en la represión inmisericorde que sufrieron estos cubanos, muchos de los cuales habían sido pilares de la Revolución de 1895. ¿A qué se debió aquel equivocado alzamiento y su despiadada represión? En la época se dijo que era una guerra racista y también que había sido promovida por los anexionistas, que intentaban con ella lograr una nueva ocupación del país por los imperialistas estadounidenses y, luego de ella, la anexión. Pero no creo que esa efímera contienda se haya debido al racismo ni al impulso de los anexionistas, aunque en verdad hubo racismo y, al parecer, se movieron los anexionistas a favor de cualquier disturbio que estremeciera la sociedad cubana, por ejemplo, Antonio San Miguel, director de La Lucha, y Frank Steinhart, presidente de la Havana Central Co., hicieron todo cuanto pudieron por incitar una conmoción que aplastara la república, mediante el ingreso en la Isla de los marines yanquis. Resulta importante que los cubanos de hoy sepan qué sucedió en 1912, porque como dijo Santayana resulta indispensable conocer la historia para no tener que repetirla. El racismo en Cuba, desinencia de la esclavitud, que por fin había sido eliminada en 1886; a no dudarlo, se había adelgazado a partir de 1895, gracias a la extraordinaria participación de los negros en la guerra de Independencia y la sangre que vertieron, pero había retornado, gracias a la presencia de los estadounidenses en Cuba a partir de 1899, y con el gobierno plattista de Estrada Palma. Si bien la ocupación de Washington impidió que los negros ingresaran en la función pública y en no poca medida en las fuerzas armadas y la policía, el gobierno de Estrada Palma mantuvo la segregación, lo mismo en los parques que en las cárceles y no se pudo encontrar un negro prácticamente en la administración del Estado y solo en número restringido en la guardia rural o la artillería. Por supuesto, en ningún caso como oficial. De manera, que los negros empezaron a pensar con toda razón que resultaban discriminados. Como para ingresar en un cargo del Estado era necesario mostrar una afiliación al partido de gobierno, no pocos negros se unieron al partido Moderado. Pero en la guerrita de agosto de 1906 los negros, aburridos de esperar, configuraron en buena medida las fuerzas liberales que se enfrentaron al gobierno del hombrecillo de Central Valley, que había impuesto su reelección.
Con el triunfo de los liberales, propiciado por el secretario de la Guerra Taft y el gobernador provisional, Magoon, los negros aspiraron a ser situados en proporción a su porciento en la población, en los cargos gubernamentales. Pero al llegar la hora del reparto del botín, los negros fueron preteridos de nuevo.Acudir a EE.UU. para que dirimiera problemas internos de la Isla ya se había empleado en 1906, pero no sin que hubiese causado en el pueblo un repudio y un resentimiento contra quienes lo hicieron. Entre los negros este acercamiento tenía antecedentes. En agosto de 1907 antiguos mambises negros, Ricardo Batrell y Alejandro Neninger, en busca de apoyo para su causa, habían dirigido un manifiesto “Al Secretario de Guerra de EE.UU.”, Taft, y “al pueblo de Cuba y a la raza de color” y lo publicaron en La Discusión. Su tono era francamente amenazante: “Si no se nos da lo que nos corresponde lo sabremos tomar por la fuerza”.1 Batrell y Neninger, basados en una creencia ingenua en la virtud de la racista sociedad estadounidense, con olvido de que cada día asesinaban a un negro en el sur de ese país, y el tenebroso Ku Kux Klan cabalgaba de noche en los campos no solo para encender cruces de fuego sino con vistas a ahorcar negros y a volverlos antorchas humanas, le escribieron nada menos que al secretario de Guerra, el mismo que había ocupado la Isla poco antes, Taft, para suplicarle que solucionase “la injusticia” perpetrada por los cubanos blancos “contra la raza negra”. Agravaban los cubanos su pecado al rebajar “la honorabilidad de esa culta nación” cuando afirmaban que actuaban con la aprobación de EE.UU.2 Era de presumir las carcajadas de Taft, al leer tales palabras.
El pueblo cubano, blancos y negros, difícilmente podían apoyar a estos hombres ni perdonar que buscaran a los estadounidenses como sus aliados, cuando recordaban la imposición hecha de la enmienda Platt, y lo más terrible era que no les faltaba razón a su causa y que detrás de todo lo que se les negaba estaba la ambición de los partidos políticos. Pero, desde luego, nada habían obtenido con sus súplicas.
Ya en 1907 y 1908 los negros buscaron soluciones a su arrinconamiento. Pensaron en la creación de un nuevo directorio central de sociedades negras y hasta en un alzamiento. Pero contra la vieja tesis del demiurgo negro de Cuba, Juan Gualberto Gómez, que rechazaba la constitución de un partido político, porque temía que este fomentara la división de blancos y negros y ahora más, ya que se enfrentaban a la máquina trituradora de la amenaza de una última ocupación que demolería la república cubana y traería la anexión, triunfó la idea de la creación de un partido político de los negros. Este juicio, por igual, fue resultado de la derrota de los candidatos negros en las listas de los partidos Liberal y Conservador, en las elecciones de agosto de 1908. Presentado el proyecto de agrupación política, pocos días después, por el pequeño contratista de obras Evaristo Estenoz y el periodista Gregorio Surín, ante el segundo gobierno de ocupación, posiblemente por el temor a un alzamiento, fue aprobado por el gobernador Magoon y su asesor jurídico el coronel Crowder. Obviamente, estos jerifaltes pretendían apaciguar a los negros y mulatos belicosos, porque bien sabían la gran participación que habían tenido en la guerra del 95 y en la insurrección del 06. También que, según los informes de la Military Information Division, habían estado conspirando para provocar un alzamiento. En la formación de la Agrupación Independiente de Color, como le llamaron a la congregación, cooperaron líderes negros de limpia conducta que no ambicionaban un cargo, sino lograr la igualdad racial, pero también hubo otros, que al parecer sus ambiciones los llevaban ante todo a ganar una curul en el parlamento cubano. Estos, sin dudas, se sintieron primero negros y después cubanos.
En enero de 1909 se retiraron las fuerzas ocupantes, luego de la elección de un nuevo gobierno cubano, comandado por el general José Miguel Gómez. Pero, los bastardos intereses liberales, trataron de eliminar la Agrupación. El gobierno comenzó su ofensiva contra el partido, a través del poder judicial, encarcelando a una gran cantidad de sus líderes e imponiéndoles elevadas fianzas. Mientras, los liberales, mediante un senador negro, fiel aliado de José Miguel Gómez, Martín Morúa Delgado, presentaron en febrero de 1910 una enmienda a una ley, que prohibía la formación de partidos de una sola raza. Al parecer pretendía evitar la funesta división del pueblo cubano. La Agrupación, que ya había cambiado su denominación por la de partido Independiente de Color, se dispuso a luchar.
El 22 de abril de 1910 Evaristo Estenoz se presentó en la legación de EE.UU. Le dijo al ministro Jackson que reclamaba la ciudadanía estadounidense, en virtud de que se había naturalizado como tal ciudadano, el 12 de diciembre de 1875 en Filadelfia, ante el Tribunal Penal Inferior. Le planteó, también, que su partido era legítimo pues había sido reconocido por Magoon y Crowder. (“De Jackson al secretario de Estado”, 22 de abril de 1910. National Archives&Record Service, microcopy 488, rollo 5, este dato no lo encontrarán en el libro porque la ficha se traspapeló y apareció ahora en mi fichero de 1930).3 A partir de entonces los más firmes militantes lucharon, primero porque no se aprobara la ley en la cámara de representantes, y cuando no se logró, enristraron la lanza para combatir porque se derogara la “ley Morúa”.
Ya la confianza en Washington se había puesto en claro cuando el 18 de octubre de 1910, Francisco Caballero Tejera e Isidoro Santos Carrero y Zamora, presidente y secretario, respectivamente, del comité ejecutivo provincial, de Santiago de Cuba, del Partido Independiente de Color enviaron al presidente Taft una comunicación en que expresaban: “El Partido Independiente de Color, colectividad política que surgió a la vida pública durante el gobierno provisional de vuestro ilustre conciudadano, el Sr. Magoon, es un partido el cual tenía existencia legal, una copia literal de cuya declaración le estamos enviando de manera adjunta. Al leer el documento, enviado de forma adjunta Ud. quedará impuesto fehacientemente de los hechos y podrá deducir que se ha cometido una injusticia indescriptible con el Partido Independiente de Color, que constituye más del 50 % del electorado de la PROVINCIA de Oriente y más del 33 % de los habitantes de la REPÚBLICA. Ud., HONORABLE SEÑOR que guía los destinos de la nación cuyo pueblo merece el glorioso nombre de PUEBLO MODELO sabrá aquilatar la magnitud de la afrenta cometida contra nuestro Partido, que se verá privado de uno de los más grandes privilegios de las instituciones republicanas: EL DERECHO AL SUFRAFIO. (…) Más tarde en 1906, el ciudadano que rige hoy este país llevó al pueblo a una REVOLUCIÓN para restablecer los derechos constitucionales de conformidad con nuestra constitución los cuales se creía pisoteados, los trajo a ustedes aquí otra vez para restablecer la paz y los estatutos de legalidad que habían sido alterados a conciencia de la visionaria medida introducida por su prudente Gobierno en nuestra Constitución: LA ENMIENDA PLATT. // Si en dos convulsas situaciones anteriores, la intervención de vuestro gobierno fue necesaria para la salvación de los sagrados ideales de independencia, libertad y justicia del pueblo cubano, sería mucho más justificado, grandioso y noble que Ud. mediante sus buenos oficios evite que se consume la iniquidad que se proponen, de arrebatar a un pueblo libre el más precioso derecho de su soberanía: EL DEREECHO AL VOTO.// Y eso es lo que reclamamos y solicitamos a Ud. HON. SR; eso es lo que le pide un nutrido grupo de hombres que contribuyeron con su sangre y su valentía a la sagrada causa de la independencia de la Patria, eso esperamos de Ud., quien nunca se privará de satisfacer los derechos conquistados con esfuerzos inauditos y determinado a preservarlos.// Por favor, HON. SR., dele toda su atención a nuestra justa petición; y por favor también dele al HON. PRESIDENTE de la REPÚBLICA de CUBA un amistoso alerta de que no sería prudente celebrar las elecciones del PRIMERO de NOVIEMBRE próximo, hasta que el derecho al sufragio sea concedido igualmente y garantizado a todos los CIUDADANOS CUBANOS”. “De Francisco Caballero y Isidoro Santos Carrero a Taft”, 18 de octubre de 1910. NA/RS, microcopy 488, rollo 5).4
Después de un tira y afloja que duró hasta el 20 de mayo de 1912, aquel partido integrado por una dirección que en buena medida estaba formada por una pequeña burguesía negra y que buscaría su apoyo básicamente en el campesinado pobre, escogió lanzarse a lo que llamó una protesta armada. Pero ese era un error crítico. Lanzarse a una lucha armada podía titularse como se quisiera, protesta, alzamiento, pero era un remedo de lo que habían hecho los liberales en 1906, con una diferencia: tendrían en contra la opinión popular mayoritariamente blanca del país y buena parte de la negra, embaucada por el cuento de que en Cuba había igualdad racial, porque así estaba escrito en la Constitución. Tendrían, por igual, en contra la opinión de la prensa que se lanzaría contra ellos invocando el racismo cuando ella resultaba, ciertamente, la racista. Pero los Independientes de Color se olvidaban que la discriminación racial era sobre todo cuestión de ideas y sentimientos, y estos no se cambiaban mediante el uso de la violencia. Además, los Independientes de Color habían apostado por Washington. Al igual que en 1906 los líderes negros pensaban que vendrían los navíos estadounidenses y el desembarco de las botas de los marines les traerían la razón y se derogaría la “ley Morúa”. Eso era lo peor que podían haber concebido. En primer lugar, una buena cantidad de aquellos líderes negros olvidaban que los yanquis eran furibundos racistas, que no querían otra Haití a sus puertas, como pensaban que sucedería si los negros triunfaban. En segundo lugar, ya Theodore Roosevelt había proclamado que Cuba no podía seguir en el juego de las insurrecciones, porque si se producía otra, ellos tenían el deber de ocupar la Isla y ya no bajarían más su bandera del mástil del Morro de La Habana. Tercero, el pueblo cubano amaba su república aunque fuera renqueante y tuerta, porque esa república les había costado tres décadas de lucha y cientos de miles de muertos y le temía más a la ocupación estadounidense que haría se perdiera, que a un levantamiento negro. Cuarto, la ocupación de la Isla por los estadounidenses llevaría a una guerra inevitable y atroz que causaría de nuevo miles y miles de víctimas cubanas. Quinto, si la nueva insurrección podía traer la pérdida de la república, había que liquidar ese alzamiento como fuera. Sexto, los líderes de los Independientes de Color habían estado en manoseos con los diplomáticos estadounidenses en la Isla, a los cuales recurrían para presentar sus quejas, y eso había aparecido en la prensa. Séptimo, los líderes negros habían evocado la enmienda Platt para que se les hiciera “justicia”, en sus planteamientos de derogar la enmienda Morúa, y si había algo que odiaban los cubanos, blancos y negros, era la oprobiosa enmienda que le habían impuesto al pueblo cubano. Octavo, los líderes del partido Independiente de Color ensalzaban en sus escritos a los dirigentes políticos de EE.UU. y a la “Gran Nación”, mientras solapadamente no pocos cubanos echaban pestes sobre ellos.
Por otra parte, Martí y Maceo, uno blanco y el otro negro, los dos más grandes próceres cubanos y padres de la Independencia, habían luchado contra la diferenciación racial y habían condenado que se fuera a producir algún roce entre las razas que poblaban la Isla. Era cierto, que había un racismo larvado en muchos habitantes de la Isla, pero las ideas de estos hombres habían penetrado hasta el tuétano de los huesos de no pocos cubanos. Por suerte, en Cuba a diferencia, por ejemplo, de EE.UU.no había angloamericanos, afroamericanos, italoamericanos, hispanos, solo cubanos y esto admitiría cuando lo permitieran las circunstancias que el pueblo se mezclara y no hubiera distancias raciales entre unos y otros. Solo, como diría Nicolás Guillén, habría el color cubano. Esto ha demorado, pero es algo de lo que ha logrado la Revolución en Cuba. De manera que aquí no puede hablarse en términos raciales de afrocubanos, hispanocubanos o sinocubanos. Además, en mi libro Los Documentos de Dos Ríos, hallados en los archivos españoles, están las citas que Martí copió y tradujo de su amigo haitiano, Anténor Firmin, símbolo de su antirracismo y que llevaba encima cuando cayó en los campos de Cuba.
A partir de aquel 20 de mayo de 1912, fíjense en la fecha, se desarrolló una lucha cruel entre un ejército bien armado y unos pobres campesinos casi desarmados que fueron masacrados. Por su parte, Washington comenzó a amenazar con que ocuparía la Isla si no terminaba pronto aquel zafarrancho de combate. A la vez las empresas extranjeras, básicamente estadounidenses comenzaron a pedir protección para sus propiedades, y de nuevo el gobierno de EE.UU. amenazó con ocupar la Isla si no se protegían las vidas y propiedades de sus nacionales.
Poco a poco el gobierno cubano fue llenando Oriente, donde se había concentrado el conflicto bélico, de tropas y voluntarios. Los insurgentes provocaron algunos incendios como el de La Maya. Pero poco a poco fueron divididos. Estenoz le había enviado un mensaje al cónsul en Santiago de Cuba Holaday, con Wheeler y Collister, dos estadounidenses a quienes se había creído prisioneros de los insurrectos, para que lo trasmitiera al departamento de Estado: “Solo luchamos contra los cubanos y el gobierno de Cuba por nuestros derechos como cubanos y ciudadanos de este país…” y más adelante declaraba de forma deplorable: “…deseo declarar que antes que ser gobernados por los cubanos como en el pasado, sería mucho más preferible ser gobernados por extraños.” “De Holaday al secretario de Estado”, 6 de junio de 1912. NA/RS, microcopy 488, rollo 6.5
El intrigante ministro estadounidense en Cuba, Beaupré, aprovechó entonces disturbios en varias ciudades, que se estaban produciendo irracionalmente contra los negros y mulatos, para enviar un despacho a Washington, en que se mostraba tremendamente alarmado por la situación y solicitó navíos de guerra. Pronto los acorazados Rhode Island y Washington, llegaron a la rada habanera. En Oriente, para entonces, habían desembarcado marines. Entretanto, la persecución de los Independientes de Color se iba haciendo terrible. Cientos de cadáveres de negros iban apareciendo regados en los caminos y serventías de Oriente. La masacre contaría unos 3000 los ciudadanos de piel negra asesinados en la contienda. Las acontecidas en las fuerzas del ejército no llegaron a unas pocas decenas.
Claudio García, en Santa Clara tenía un tabaquero, Agapito, que le torcía un mazo de tabacos diario, de las hojas de las vegas que él escogía. Agapito tocó uno de aquellos días a su puerta y le pidió lo escondiera. Agapito era negro y temía lo mataran. Allí, en la casa de la calle del Santo Espíritu (Juan Bruno Zayas) y Santa Bárbara, residiría Agapito por semanas. Tengo para mi orgullo, que Claudio García era mi abuelo, y la historia se la escuché muchas veces a mi madre. En ocasiones he tenido que escuchar que Santa Clara era muy racista. Tengo para mí que no era ni más ni menos que otras ciudades de Cuba. Solo que los dos paseos del parque Vidal le daban ese toque de racismo extremo al hacer —al igual que las divisiones en los parques de Cienfuegos y Camagüey— que los blancos caminaran por dentro y los negros por fuera. De todas formas, era racista y debo decir que lo valedero hubiera sido que ningún rincón de Cuba lo hubiera sido. Me alegró cuando poco después del triunfo de la Revolución, un buldózer levantó el piso del parque Vidal, diz que “para echarlo de granito”, y eliminó los parterres que dividían de manera vergonzante la zona de los blancos de la zona de los negros. Ahora dicen que el parque es más feo. Diría que es más bonito, porque ya el mulato Efraín y yo no tendríamos para conversar, que volver a ponernos en medio de los parterres.
Estenoz e Ivonnet, el mambí que había combatido junto a Maceo, fueron sin discusión asesinados. Finalmente, en el parque Central hubo hasta un banquete, para los soldados que regresaron de Oriente. Fue el gran bochorno. Nunca debió haberse producido aquella guerrita que hubiera podido dividir a los cubanos, algo que hubiera despedazado para siempre no solo a la república sino a la Patria. Hay que subrayar que comenzada la guerra debió haberse buscado una salida pacífica entre hermanos. Pero tampoco los Independientes de Color debieron haber tomado un fusil para reclamar sus derechos. Después de todo sería una guerra fratricida. Lamentablemente lo que no se entendió entonces y todavía debemos aprender fue que al aplastar a una parte de la sociedad cubana, se retrasó el desarrollo de la sociedad en su conjunto.
Se dice que hay en la SINA un oficial destinado a esparcir el veneno de que en Cuba hay racismo. Luchemos contra sus rescoldos pero no permitamos la sucia injerencia de los racistas yanquis en Cuba. Recordemos, en cuanto al acercamiento de los Independientes de Color a la racista EE.UU., unas palabras del poeta Nicolás Guillén, en 1952, durante una visita ocasional a ese país, un cuarto de siglo después: “No hay otro país donde el negro extranjero llegue con mayor aprensión como los Estados Unidos. `La gran democracia norteamericana’, según llaman al fascismo yanqui algunos idiotas, es siempre una interrogación inquietante para la gente de piel oscura, que discriminada y todo en su lugar de origen, sabe que la mayor discriminación, la más bárbara y abierta, es la que se practica en las tierras `libres’, de Lynch y de Jim Crow”.6Esas palabras parecían ser dichas para los oídos de cuantos creyeron que de allí vendría la solución para la igualdad de los negros cubanos, cuando esta solo podía ser hija de la propia Cuba.
Habría que recordar que en cuanto al problema político este no podría resolverse con las armas en la mano, pues el gobierno era más fuerte que quienes llevaran adelante una protesta armada y, en este caso sin que la evidencia permita prueba en contra, EE.UU. estaría con el gobierno por odio ancestral a los negros. Pero además, si se combatía el racismo, este se hallaba en la cabeza de los hombres, y tampoco cabía eliminarla con la violencia. Pues las armas sirven para reventar las cabezas humanas, pero no para cambiar sus ideas. Las ideas solo pueden ser vencidas por las ideas.
Acaso podemos olvidar que nuestro padre Martí dijo: “Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad (…) Insistir en las divisiones de raza, en las diferencias de raza, de un pueblo naturalmente dividido, es dificultar la ventura pública, y la individual, que están en el mayor acercamiento de los factores que han de vivir en común (…) En Cuba no hay temor alguno a la guerra de razas. Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. Cubano es más que blanco, más que mulato, más que negro (…) En Cuba no habrá nunca una guerra de razas. La República no se puede volver atrás; y la República, desde el día único de la redención del negro en Cuba, desde la primera constitución de la independencia el 10 de abril en Guáimaro, no habló nunca de blancos ni de negros…”7
Era que acaso se podía olvidar lo dicho por nuestro padre Maceo: “Jamás me he hallado afiliado a partido alguno. Siempre he sido soldado de la libertad nacional que para Cuba deseo, y nada rechazo con tanta indignación como la pretendida idea de una guerra de raza. Siempre, como hasta ahora, estaré al lado de los intereses sagrados del pueblo todo e indivisible sobre los mezquinos de partido y nunca se manchará mi espada en guerras intestinas que harían traición de la unidad interior de mi Patria, como jamás se han manchado mis ideas en cuestiones pequeñas…”8
Hay que postular para siempre que nada de lo que divida a la sociedad cubana, y menos por el odio y la sangre, podrá ser aceptable para un pueblo cuya única consigna válida si quiere ser libre e independiente y no ser vasallo del imperialismo yanqui debe ser la unidad: la primera de todas la de negros y blancos.
Por cierto, el pasado lunes en la asamblea de los escritores de la UNEAC, el compañero Feraudy narró que habían descubierto que en varias escuelas que llevan el nombre sagrado de Antonio Maceo, no había un retrato de nuestro padre Antonio Maceo. Creo que no solo debía haber en nuestras escuelas retratos sino también junto al busto de Martí otro de Maceo.
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario