jueves, 29 de octubre de 2009

Edmundo Rivero, Cafetín de Buenos Aires

Baldomero Fernández Moreno,Viejo Café Tortoni

A pesar de la lluvia yo he salido

a tomar un café. Estoy sentado

bajo el toldo tirante y empapado

de este viejo Tortoni conocido.

¡Cuántas veces, oh padre, habrás venido

de tus graves negocios fatigado,

a fumar un habano perfumado

y a jugar al tresillo consabido!

Melancólico, pobre, descubierto,

tu hijo te repite, padre muerto.

Suena la lluvia, núblanse mis ojos,

vomita el subterráneo alguna gente,

pregona diarios una voz doliente,

ruedan los grandes autobuses rojos.

martes, 13 de octubre de 2009

Abel Fleury, Ausencia

Vizconde de Lascano Tegui, El chapirú

En los esteros o lagunas amargas se alza el chapirú con sus grandes flores amarillas que se caen de noche, pierden la corola, y más tarde, en la madrugada, del ovario de la flor mustia salen los colibríes. Es un árbol grande que necesita de padrino en que apoyarse. Siempre tiene de señuelo otro árbol duro, un algarrobo o un chañar. Se seca si lo dejan solo. Cuando le cortan las ramas, da suspiros como si se quejara, y los leñadores que hacen carbón dicen “ vamos a matar un chapirú”. Por tiempo de seca no hay árbol más lindo. Si le falta maíz al paisano, pisa en los morteros las ramas, que dan un jugo blanco que al secarse es como harina de mandioca. El caldo de puchero en que han puesto harina de chapirú es blanco como de mazamorra y los indios afirmaron en otro tiempo que ese caldo dulce , nada salado, tenía gusto a carne de cristiano.

Debo a Daniel Durand el placer de haber leído El libro celeste: ojalá ese raro ejemplar se convierta, algún día, en merecida edición.

Vizconde de Lascano Tegui, La cornalina


La cornalina que se conocía en la época romana fue hallada también en América en los bordes del río Uruguay. Es una piedra que tiene el color del agua en que se lava la carne. Detiene por eso todas las hemorragias. Las mujeres pueden llevarlas atadas al cuello para evitar disputas con el marido. Bebida con hidromiel, da leche a las nodrizas.


Fernando Molle, Lascano Tegui


"Conozco a fondo la estrategia literaria y la desprecio. Me da lástima la inocencia de mis contemporáneos y la respeto. Además tengo la pretensión de no repetirme nunca, ni pedir prestado glorias ajenas, de ser siempre virgen, y este narcisismo se paga muy caro”. Dandy, provocador, bohemio, cosmopolita: sólo algunas de las muchas máscaras de Emilio Lascano Tegui (1887-1966), autodenominado Vizconde, escritor que sigue siendo maldito y secreto en la literatura argentina. Fue poeta, novelista y ensayista con la misma vitriólica desfachatez. Distintas aristas de una personalidad orgullosamente inasible, ajena a cualquier espíritu de cuerpo literario, y que pagó con la indiferencia ajena sobre su obra. Silencio atenuado en estos últimos años, gracias a la reedición de sus libros por la editorial Simurg.

Nacido en Concepción de Uruguay (Entre Ríos) en 1887, Emilio Lascano Tegui estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires y vivió su adolescencia en San Telmo. Esos años y ese barrio serán retomados muchos años después en los sencillos poemas de Muchacho de San Telmo. A sus veinte años se lo podía escuchar recitando sus discursos en versos octosílabos rimados, como orador de la Unión Cívica Radical. Entre 1908 y 1910 descubre la poesía viajando a pie por África, Italia y Francia, donde compone versos al ritmo de sus caminatas interminables, “acompañado de mi mejor amigo: yo”. En 1910 debuta con los poemas de La sombra de la Empusa, que causan cierto alboroto en Buenos Aires. Lascano Tegui transplanta al Río de la Plata el “nuevo estremecimiento” de Baudelaire y Lautréamont: cierta crudeza sexual, fascinación por lo mórbido y lo deforme, y una generosa dosis de malditismo. Tópicos intolerables para las todavía provincianas letras criollas, aún bajo la estela del triunfante modernismo dariniano. Poco después vuelve a Europa. Instalado en 1914 en París, se píerde en la bohemia modernista, alternando, entre muchos otros artistas, con Picasso y Apollinaire. Expone sus pinturas y trabaja como periodista, decorador y odontólogo. Una década después, vuelto a Buenos Aires, es parte de la pirotecnia vanguardista del grupo Martín Fierro. Finalmente, ingresa en el servicio diplomático y más delante, en 1933, es nombrado Conservador de la Casa Histórica del General San Martín en Boulogne-sur-Mer.

De la elegancia mientras se duerme (1925) es su libro más acabado. Novela episódica y digresiva, estructurada como diario personal, está ambientada en una pesadillesca Francia de fines del siglo XIX. El fragmento inicial reúne todos los ingredientes del texto: el fetichismo, el dandismo, la estetización del crimen, la escisión psiquica. El narrador-protagonista visita a una manicura: “Mis manos no parecían pertenecerme. Las coloqué sobre la mesa, frente al espejo, cambiando de postura y de luz. Tomé una lapicera con esa falta de soltura con que se toman las cosas ante un fotógrafo y escribí. Así comencé este libro. A la noche fui al ‘Moulin Rouge’ y oí decir en español a una dama que tenía cerca, refiriéndose a mis extremidades: -Se ha ciudado las manos como si fuera a cometer una asesinato”. Una voz que se abre paso entre recuerdos infantiles “pecaminosos”, odas al chancro sifilítico, regodeo ante el sufrimiento propio y de los otros, y punzantes reflexiones sobre el arte.

Articulista versátil y brillante, Lascano Tegui abordó una infinidad de temas en sus últimos años. Varias de esas notas fueron reunidas en Mis queridas se murieron (1997). Es un Lascano Tegui ya más conservador, que mira hacia el pasado, reniega de la modernidad urbana y apela a la sencillez de la vida pueblerina. En la ubicua Patoruzú, entre 1946 y 1951, publica unas columnas melancólicas, que a su vez conservan ecos de la mejor patafísica à la Jarry: “Creo que los defectos físicos bien distribuidos permitirían la formación de cuadros imbatibles en el fútbol. (…) Con dos bizcos en las alas, dos chuecos insiders y un centrofoward tuerto, no habría quien resistiera al ataque, siempre que no se consiguiera integrar una defensa con tres halves chuecos, dos backs con estrabismo y un arquero con un ojo en la frente”.

Póstumo en vida, con varios de sus textos aún inéditos o perdidos, Lascano Tegui nunca dejó de amargarse ante la indiferencia del público, de sus colegas y de los críticos: “Como una consecuencia a la carencia de obra original, la América Latina, ese continente de monos que plagia toda obra europea de las últimas 24 horas, carece de críticos y de crítica”. 

lunes, 5 de octubre de 2009

Abel Fleury, Estilo pampeano

Vizconde de Lascano Tegui, El ombú

El ombú, que no es un árbol sino una mata antediluviana, atrae en la pampa al rayo y al pasajero. Como los caravanserrallos árabes, protege bajo su techumbre al hombre sin guarida. Sobre el infinito chato de la llanura, el ombú ha ofrecido al gaucho las proporciones monumentales hacia arriba. Una dimensión más. Los palacios que concibió en sus cuentos de hadas, no alzábanse más alto que los ombúes fatales. Los ombúes son las marcas geodésicas que triangulan el mapa de la nación mucho antes que ésta se perfile. Sirvieron de punto de referencia como las montañas a los alpinistas y los cabos de la tierra entrando en el mar para el navegante, aal paisano a caballo, a brida suelta, perseguido por su sombra en ese billar verde del campo argentino, en donde no había árboles ni individualidades, y que buscaba reparo a la intemperie y agua para detenerse. Los ombúes y los ermitaños del desierto fueron santificados por el paisano. Es en la corteza blanda de los ombúes (que guardan el tatuaje) donde los gauchos se hacen señas. Es al pie de esos árboles, que servían de ruina a la sabandija y de orientación al puma, al pie de los ombúes, que las fiestas camperas, en ese Trianón pampeano, desgranaron sus faldas de colores, se ajustaron las ojotas los bailarines y rayaron el polvo las espuelas pesadas que arrastraba el gaucho como el taco de la cruz y que por el chirrido doloroso se les llama nazarenas. (...)

La arquitectura tentacular de la pampa es el ombú. El rayo la recorre. Pero ni las centellas ni la vejez matan a los ombúes. Son hitos de la ruta e invitan al reposo como las hosterías.(...) Esos ombúes han conocido la tragedia de la tiranía de cerca. Había una avenida de ombúes, corredor de honor de los augustos condenados, en el campamento de Santos Lugares. Por ella desfilaban las víctimas que iban a ser degolladas, a cavar su propia fosa



Abel Fleury, Mudanzas de malambo

Abel Fleury

Abel Fleury (1903-1958) fue un destacado guitarrista y compositor argentino. A los 20 años dejó su ciudad natal, Dolores, y comenzó a correr mundo. En 1933 se radicó en Buenos Aires, donde formó el Cuarteto Popular Argentino, junto a Sebastián Piana (piano) Pedro Maffia (bandoneón) y Angel Corletto (contrabajo). A partir de 1948 realizó giras internacionales por América y Europa-sin apoyo oficial- dando a conocer la música argentina y latinoamericana.
De formación clásica-asistió a cursos de Domingo Prat, discípulo de Tárrega- Fleury tuvo el oído atento a la música de su región y al espíritu que dicha música trasuntaba: una introspección grave, sin solemnidad ni urgencia. La música fluye mansamente, como queriendo afincarse en nosotros, como queriendo volver.