El viajero barcelonés que en el trayecto de Neysechir a Ürgüp se desvíe a la izquierda hacia el valle de Avcilar camino de las célebres iglesias rupestres de Göreme y Zelve, se interna en un paisaje en que lo asombroso e insólito no borran del todo una difusa y tenaz impresión de familiaridad. Pasado Üchisar, conforme la carretera zigzaguea y se desboca pendiente abajo, el fascinador panorama que abarca le evoca imágenes conocidas. La modulación y estructuración del espacio volcánico parecen sutilmente elaboradas por el genio de un paisajista. Tras ribazos y estratos esculpidos, blanco de oleaje sinusoidal, masas corpóreas de volúmenes contundentes y opacos y escarpas asoladas de páramo lunar, el valle en el que aterriza le enfrenta de súbito a una audaz verticalidad compositiva, concatenación de elementos de bella y onírica plasticidad: torres cilíndricas de remate curvilíneo escamoso, agujas coronadas de espigas o cubiertas cónicas, cirios con cristalizaciones de roca eruptiva, pilares de sombrerillo fungiforme, jardineras y sólidos angulares con voladizos. El visitante, empequeñecido por las dimensiones del bosque, reconoce poco a poco las peonzas inmóviles, chimeneas gigantes y rústicas, megalitos en raro equilibrio, arbotantes naturales, columnas ramificadas o truncas. Los diversos elementos del conjunto parecen trabarse como espinas dorsales, osamentas y músculos de seres orgánicos y el contemplador asiste a una especie de apoteosis de la ficción o ilusión naturalistas en la que la deformación de volúmenes, compensación de escorzos, arborescencia estructural le envuelven en un aura de trompe l’oeil, encanto e irrealidad. Ligero, sonámbulo, proyectado al recuerdo de otros tiempos, otros ámbitos, buscará instintivamente en la extrañeza y rigor del cuadro armaduras parabólicas, bóvedas con estalactitas mudéjares, formas lobuladas o labiadas, follajes, almocárabes, motivos geométricos florales, valvas, pétalos. Las rocas encapuchadas como un desfile petrificado de nazarenos, ¿no serán cupulinos, linternas, o torrecillas de ventilación hechos de azulejos, cerámica y trencadís? De modo imperceptible, la distancia de Capadocia a Barcelona se anula: el espacio mirífico en el que se mueve le conduce insoslayablemente a la creación auroral de Gaudí.
Capadocia
Gaudí, Chimeneas
Uçhisar, en Capadocia: viviendas en la roca.
Gaudí, Parque Güell
Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) es uno de esos escritores en vías de extinción. Pero no lo digo en razón de su edad, sino de su rareza. O sea: hace 40 años que está en vías de extinción.
Goytisolo se exilia de la dictadura franquista y se asienta en París, donde trabajará como lector de español en la editorial Gallimard a mediados de los años cincuenta del pasado siglo. Con motivo de la guerra anticolonialista que mantiene Argelia contra Francia a principios de la década del ’60, se acerca al mundo de los inmigrantes islámicos También de esos años data su identificación inicial con la revolución cubana, Goytisolo amplía su campo de visión y su novelística-en principio, encuadrada en una mixtura de existencialismo + realismo crítico- va a ir dando lugar a una lectura más profunda de la sociedad y las contradicciones histórico-discursivas de España.
Esto se manifiesta en la trilogía conformada por Señas de identidad (1966) Reivindicación del Conde don Julián (1970) y Juan sin Tierra (1975).
La segunda de estas novelas está ambientada en
A su respetable producción novelística, Goytisolo suma una serie de libros de viaje-como el que aquí nos ocupa- y, una no menos brillante e innovadora serie de ensayos, Sus análisis van del mudejarismo en el Libro de Buen Amor a
Y si hay un argumento irrefutable a la hora de recomendar a Goytisolo, es su inteligencia que fluye de los libros a la arquitectura, de las calles a los clishés, de las vanguardias a
Ubicación de Capadocia, en la actual Turquía, en un mapa del Imperio Romano
1 comentario:
Ahora que releo el post pienso: el viajero que no sea barcelonés, ¿no se interna, también, por un paisaje asombroso?
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