Truganini, la última tasmaniana
A Patricia Rocha
Existiendo millones de hispanoparlantes, no consigo imaginar cómo me sentiría si fuese, por días, por meses, por años, el último hablante de español. No se trata de no hablar más con mis abuelos, muertos hace más de 30 años; no de no hablar más con dos amigos entrañables que ya no están; no de no hablar más con gente que cambió de ciudad o de país. Esto es algo más radical:no hablar más el español, no volver a escucharlo, que alguien que habla una lengua extraña vaya anotando las palabras que me acuerdo para componer un diccionario. No tener a quien preguntar. No tener a quien pedir. Que no exista nadie que pueda escuchar mi secreto. Que un alto paredón de sordera semántica se levante entre el mundo y mi oído interior. Que sólo yo entienda los juegos de palabras.
A veces, en los aeropuertos o en las calles de otro país, escuchar hablar en español o adivinar un acento hispanoamericano borra nuestra timidez: nos presentamos, preguntamos o ya adivinamos de dónde es la persona que habló en español, nos alegramos del mutuo alivio de convertirnos en una pequeña isla de inteligibilidad, contamos nuestras vidas. Imagino que la vida de esta mujer de Tasmania, Truganini, habrá sido, a partir de algún momento preciso la infinita, sombría y sofocante imagen contraria: una mujer que espera, perpetuamente, en un aeropuerto donde ningún tasmaniano hará su check-in, o en calles donde ningún tasmaniano irá consultando una guía Michelin o sacando fotos.
La depresión, el vacío, la náusea de Sartre tuvo-tiene- lectores, comentaristas, exégetas,traductores y epígonos. Procuro entrever un existencialismo marginal, mucho más crudo y, lo que es peor, definitivo. Sartre, al menos, tenía para quien escribir. Imagino a Sartre explicándole a Truganini que el hombre es un ser en sí para sí. Imagino, entonces, la cara de Truganni.
Imagino a Michel Onfray explicándole a Truganini que una política libertaria exige un cambio de perspectiva; y que si ella no entiende que eso implica poner la política bajo el yugo de la ética, quiere decir que ella no entiende nada. Imagino, también, la cara de Truganini.
Imagino a Martin Heidegger preguntándole, a esta mujer sufriente, por qué existe el ser y no más bien la nada.
Imagino la boca de Truganini abriéndose de asombro para luego pedirle que repita la pregunta en su lengua.
También imagino que Truganini entiende la pregunta y se abstiene, por vergüenza ajena, de responder.
8 comentarios:
Gracias hemano, no merezco tanto.
El resultado del etnocidio es el genocidio. Trugani sola, Trugani víctima, Trugani incomunicada.
Sabes que sólo las culturas latinas tiene el sentimiento de vergüenza ajena, eso siento yo como latina, vergüenza de los antropólogos colaboracionistas occidentales del S XIX, espero poder dar siempre una mano a las lenguas-culturas-personas en camino a la extinción y a las que nacen nuevas porque tarde o temprano pierdo o gano también yo.
Gracias de nuevo.
Y si todavía hago faltas, me comí un acento en un qué y esas cosa que hago siempre y parecen no cambiar (sólo parece, porque todo cambia, pero por una vez espero que sea cierto eso que decían los romanos, hay cambiarlo todo(en 23 años) para que nada cambie).
Esse texto me entristeceu, mas adorei ter lido, Ignacio.
Patri, bienvenida a Lisarda!
Sí, es inevitable que los antropólogos no puedan escapar de su propio etnocentrismo. Algo de eso cambió, siquiera parcialmente, con tipos como Robert Jaulin quien mete de lleno el presente político y sus prácticas-como el etnocidio- en ese laboratorio atemporal que era el estudio de campo en sociedades no occidentales.
Comparto tu punto de vista: todos ganamos o perdemos.
Un abrazo.
Obrigado, Gerana! O que acontece com este tipo de questoes é que as vejo como uma especie de tragédia fora do teatro, como um monólogo irrepetível. E penso, de quando em quando, cómo habesse sido esse silencio, esse sonhar numa língua e acordar em outra, esse esquecer e morrer ao mesmo tempo.
Para aínda mas dano: trata-se de uma tragédia feita de modo sistemático, racional,frío.
Un abrazo.
Ig, quizás tengas razón el etnocentrismo es inevitable, pero se puede ser honesto. Vivo decostruyendo mi propia identidad para poder estudiar la cultura de la que provengo, me cuesta pero ayudada por la historia y la memoria intentando hacer un análisis diacrónico de la realidad cultural, a veces lo logro.
El problema es la realidad socio/ecológica y económica, lo único que podemos hacer hoy los/las antrp@s honestos es explicar por ejemplo que si deforestas con soja EL Chaco cometes genocidio con los Qom, (pero la financiación ¿dónde la conseguimos? ¿de Mac Donals?) Ya no sé trata de el loquito bastardo de Malinowski, (el Diario es lo mejor), se trata de defender explicando, aunque el/la antrp@ quiera ser sólo observador nunca dejara de ser empático, y sabes qué, hacer una etnografía empática a mi no me disgusta, no creo que quite objetividad a la investigación. Besos y buenas vacaciones Te recomiendo desantificar el viernes con una buena fiesta ritual nocturna.
Patri, gracias por este diálogo!De Malinowski leí Los argonautas del Pacífico, pero ahora, por tu aviso, me da curiosidad su Diario. Felices ascuas y brindemos a la distancia.
terrible, terrible, me quedé sin palabras. Excelente post!
Publicar un comentario