Pienso en un tigre. La penumbra exalta
La vasta Biblioteca laboriosa
Y parece alejar los anaqueles;
Fuerte, inocente, ensangrentado y nuevo,
él irá por su selva y su mañana
Y marcará su rastro en la limosa
Margen de un río cuyo nombre ignora
(En su mundo no hay nombres ni pasado
Ni porvenir, sólo un instante cierto.)
Y salvará las bárbaras distancias
Y husmeará en el trenzado laberinto
De los olores el olor del alba
Y el olor deleitable del venado;
Entre las rayas del bambú descifro,
Sus rayas y presiento la osatura
Baja la piel espléndida que vibra.
En vano se interponen los convexos
Mares y los desiertos del planeta;
Desde esta casa de un remoto puerto
De América del Sur, te sigo y sueño,
Oh tigre de las márgenes del Ganges.
Cunde la tarde en mi alma y reflexiono
Que el tigre vocativo de mi verso
Es un tigre de símbolos y sombras,
Una serie de tropos literarios
Y de memorias de la enciclopedia
Y no el tigre fatal, la aciaga joya
Que, bajo el sol o la diversa luna,
Va cumpliendo en Sumatra o en Bengala
Su rutina de amor, de ocio y de muerte.
Al tigre de los simbolos he opuesto
El verdadero, el de caliente sangre,
El que diezma la tribu de los búfalos
Y hoy, 3 de agosto del 59,
Alarga en la pradera una pausada
Sombra, pero ya el hecho de nombrarlo
Y de conjeturar su circunstancia
Lo hace ficción del arte y no criatura
Viviente de las que andan por la tierra.
Un tercer tigre buscaremos. Éste
Será como los otros una forma
De mi sueño, un sistema de palabras
Humanas y no el tigre vertebrado
Que, más allá de las mitologías,
Pisa la tierra. Bien lo sé, pero algo
Me impone esta aventura indefinida,
Insensata y antigua, y persevero
En buscar por el tiempo de la tarde
El otro tigre, el que no está en el verso.
viernes, 29 de enero de 2010
Borges, El otro tigre
jueves, 28 de enero de 2010
Marian Anderson, Plaisir d'amour
Marian Anderson, He's got the whole world
Se cuenta que, al volver a Estados Unidos luego de varios años de cantar por diversos países de Europa, la organización Hijas de la Revolución le impidió dar un recital en el Constitution Hall de Washington, alegando que sólo estaba reservado para artistas blancos. El hecho causó indignación y un coletazo impensable, ya que, para desagraviarla, la primera dama Eleanor Roosevelt renunció a la entidad y organizó un concierto histórico en la plaza del Monumento a Lincoln, que congregó más de 75,000 espectadores.
miércoles, 27 de enero de 2010
Nicolás Guillén, Poema con niños
La sangre es un mar inmenso
que baña todas las playas...
Sobre sangre van los hombres,
navegando en sus barcazas:
reman, que reman, que reman,
¡nunca de remar descansan!
Al negro de negra piel
la sangre el cuerpo le baña;
la misma sangre, corriendo,
hierve bajo carne blanca.
¿Quién vio la carne amarilla,
cuando las venas estallan,
sangrar sino con la roja
sangre con que todos sangran?
¡Ay del que separa niños,
porque a los hombres separa!
El sol sale cada día,
va tocando en cada casa,
da un golpe con su bastón,
y suelta una carcajada...
¡Que salga la vida al sol,
de donde tantos aguardan,
y veréis cómo la vida
corre de sol empapada!
La vida vida saltando,
la vida suelta y sin vallas,
vida de la carne negra,
vida de la carne blanca,
y de la carne amarilla,
con sus sangres desplegadas...
Sobre sangre van los hombres,
navegando en sus barcazas:
reman, que reman, que reman,
¡nunca de remar descansan!
Ay de quien no tenga sangre,
porque de remar acaba,
y si acaba de remar,
da con su cuerpo en la playa,
un cuerpo seco y vacío,
un cuerpo roto y sin alma,
¡un cuerpo roto y sin alma!
Jacques Roumain, Mugre negro
Y bien así es;
nosotros
los negros
los niggers
los mugres negros
ya no aceptamos
tan sencillo
se acabó
ser en África
en América
sus negros
sus niggers
sus mugres negros
ya no lo aceptamos
les sorprende
decir: sí señó
cuando limpiamos sus botas
sí padrecito
al misionero blanco
sí amo
al cortar para ustedes
la caña al cosechar
el café
el algodón
el cacahuate
en África
en América
como buenos negros
como pobres negros
como mugres negros
que éramos
que ya no seremos
Se acabaron ya verán
nuestro yes Sir
oui blanc
sí señor
y
cuidado, sargento
sí, mi jefe
cuando se nos dé la orden
de ametrallar a nuestros hermanos árabes
en Siria
en Túnez
en Marruecos
y nuestros camaradas blancos en huelga
muertos de hambre
oprimidos
expoliados
como nosotros despreciados
los negros
los niggers
los mugres negros
Sorpresa
cuando la orquesta de sus cabarés
de las rumbas y los blues
les toque otra cosa
que no esperaba la putería aceda
de sus padrones y zorras enjoyadas
para quien un negro
es sólo un instrumento
para cantar, verdad
para bailar, of course
para fornicar, naturlich
sólo un artículo
que se compra se vende
en el mercado del placer
sólo un negro
un nigger
un mugre negro
Sorpresa
jesúsmaríajosé
sorpresa
cuando agarremos
con risa terrible
al misionero por la barba
para enseñarle ahora nosotros
a patadas en el culo
que nuestros abuelos
no son
galos
que nos importa un carajo
un Dios que
si es el Padre
bueno entonces nosotros
los negros
los niggers
los mugres negros
a creer que no sólo somos sus bastardos
inútil berrear
jesúsmaríajosé
como odre podrido reventando mentiras
tenemos que enseñarte
lo que en definitiva cuesta
predicarnos a punta de chicote y yo pecador
la humildad
la resignación
de nuestra suerte maldita
de negros
de niggers
de mugres negros
La máquinas de escribir mascarán órdenes de represión
castañeando los dientes
fusilen
ahorquen
deguellen
a esos negros
esos niggers
esos mugres negros
Embijados como enloquecidas moscas de carroña
en la telaraña de las gráficas
desplomadas de la bolsa
los grandes accionistas de compañías mineras y forestales
los propietarios de destilerías y plantaciones
los propietarios de negros
de niggers
de mugres negros
y el teletipo delirará
en nombre de la civilización
en nombre de la religión
en nombre de la latinidad
en nombre de Dios
en nombre de
en nombre de Dios pardiez
tropas
aviones
tanques
gases
contra esos negros
contra esos niggers
contra esos mugres negros
Demasiado tarde
hasta el corazón de las selvas infernales
retumbará precipitadoel tartamudeo terrible
telegráfico de los tam-tams infatigables repitiendo
repitiendo
que los negros
ya no aceptan
ya no aceptan
ser sus negros
demasiado tarde
porque habremos surgido
de las cuevas de ladrones de las minas de oro del Congo
y de Sudáfrica
demasiado tarde será demasiado tarde
para impedir en las plantaciones de Luisiana
en los grandes ingenios de las Antillas
la cosecha de venganza
de los negros
de los niggers
de los mugres negros
será demasiado tarde se lo digo
porque hasta los tam-tams aprenderán el idioma
de
porque hemos escogido nuestro día
el día de los mugres negros
de los mugres indios
de los mugres hindúes
de los mugres indochinos
de los mugres árabes
de los mugres malasios
de los mugres judíos
de los mugres proletarios
Y aquí estamos de pie
todos los condenados de la tierra
todos los justicieros
yendo al asalto de sus cuarteles
de sus bancos
como un bosque de antorchas fúnebres
para acabar
de una
vez
por
todas
con este mundo
de negros
de niggers
de mugres negros
Jacques Roumain (1907-1944) quizás el único autor haitiano que aparecía en los kioscos argentinos, publicado por el Centro Editor de América Latina, tiene una novela-Gobernantes del rocío- que leí de adolescente, sin entender nada. Ahora, que entiendo algo, quiero compartir este poema.
lunes, 25 de enero de 2010
Aniversario
domingo, 24 de enero de 2010
United Colours of Discrimination
Alejo Carpentier, El reino de este mundo
viernes, 22 de enero de 2010
Ziauddin Sardar, Extraño Oriente
En los tiempos modernos resulta convencional entender la época medieval como un mundo muy alejado del pensamiento contemporáneo laico y científico. Este reflejo es un invento de
El oriental ferozmente malvado, que apareció en una gran pantalla con el nacimiento del cine, permanece inalterado; de hecho, ha encontrado un nuevo impulso vital exactamente en el punto en que las películas del Oeste empezaron a ser políticamente problemáticas: es el caso de los terroristas árabes de Éxodo (1960) ; del trastornado Mahdi de Khartoum (1966) ; del chino malvado y peligroso de El rostro de Fu Man Chú (1965) ; de los turcos sádicos e inhumanos de El expreso de medianoche (1978); de los terroristas de Embajador de Oriente Medio (1984) ; de los secuestradores en Águila de acero (1985); del dirigente ávido de poder de Mentiras arriesgadas (1994); de los terroristas argelinos de Decisión crítica (1996); de los terroristas árabes de Estado de sitio (1998).
Al-Mu'tamid de Sevilla, Poemas
Te he visto
Te he visto en sueños en mi lecho,
Y era como si tu brazo mullido fuese mi almohada;
Era como si me abrazases, y sintieses
El amor y el desvelo que yo siento;
Era como si te besase los labios, la nuca,
Las mejillas y lograse mi deseo.
¡Por tu amor! Si no me visitase tu imagen,
en sueños, a intervalos, no dormiría más.
En sueños
En sueños tu imagen presentó a la mía, mejilla y pecho;
Recogí la rosa y mordí la manzana;
Me ofreció los rojos labios y aspiré su aliento:
Me pareció que sentía el olor a sándalo.
¡Ojalá quisiera visitarme cuando estoy despierto...!
Pero entre nosotros pende el velo de la separación:
¿Por qué la tristeza no se aparta de nosotros,
por qué no se aleja la desgracia?
El reflejo
El reflejo del vino atravesado por la luz
Colorea de rojo los dedos del copero,
Como el enebro deja teñido el hocico del antílope.
¿Quién entre los reyes…?
Pedí en matrimonio a Córdoba, la bella, cuando había
Rechazado a los que la pretendían con espadas y lanzas.
¡Cuánto tiempo estuvo desnuda!, más me presenté yo
y se cubrió de bellas túnicas y joyas.
¡Boda real! Celebraremos nupcias en su palacio,
mientras los otros reyes estarán en el cortejo del miedo.
¡Mirad, hijos de puta, que se acerca el ataque de un león
envuelto en una armadura de valor!
Al-Mu'tamid de Sevilla (1040-1095), rey taifa de Sevilla (1069-1091). Hijo y sucesor de al-Mu'tadid, de la dinastía árabe de los Abadíes, que reinaba en Sevilla desde la disolución del califato de Córdoba. Al-Mu'tamid continuó la política expansiva, iniciada por su predecesor, con la incorporación de Córdoba al reino de Sevilla. Asimismo mantuvo la relación de vasallaje con los monarcas castellanos, lo que le obligó a pagar elevadas cantidades en concepto de parias. La costosa protección de Castilla se convirtió en amenaza cuando Alfonso VI conquistó Toledo (1085), lo que decidió a al-Mu'tamid a solicitar la ayuda de Yusuf ibn Tasfin, emir de los almorávides. Yusuf derrotó a Alfonso VI (1086), pero cinco años después, el emir almorávide ocupó Sevilla y al-Mu'tamid fue desterrado al Magreb, donde falleció en 1095. Fue un destacado poeta además de un importante mecenas de la cultura islámica, bajo cuyo reinado la ciudad de Sevilla se convirtió en uno de los principales núcleos intelectuales y artísticos de su tiempo.
Ibn Hazam, Signos del amor
Tiene el amor señales que persigue el hombre avisado y que puede llegar a descubrir un observador inteligente.
Es la primera de todas la insistencia de la mirada, porque es el ojo puerta abierta del alma, que deja ver sus interioridades, revela su intimidad y delata sus secretos. Así, verás que cuando mira el amante, no pestañea y que muda su mirada adonde el amado se muda, re retira adonde él se retira, y se inclina adonde él se inclina, como hace el camaleón con el sol. Sobre esto he dicho en un poema:
Mis ojos no se paran sino donde estás tu.
Debes tener las propiedades que dicen del imán.
Los llevo adonde tú vas y conforme te mueves,
como en gramática el atributo sigue al nombre.
Otras señales son: que no pueda el amante dirigir la palabra a otra persona que no sea su amado, aunque se lo proponga, pues entonces la violencia quedará patente para quien lo observe; que calle embebecido, cuando hable el amado; que encuentre bien cuanto diga, aunque sea un puro absurdo y una cosa insólita; que le dé la razón, aún cuando mienta; que se muestre siempre de acuerdo con él, aun cuando yerre; que atestigüe en su favor, aun cuando obre con injusticia, y que le siga en la plática por dondequiera que la lleve y sea cualquiera el giro que le de.
Otras señales del amor son: que el amante vuele presuroso hacia el sitio en que está el amado; que busque pretextos para sentarse a su lado y acercarse a él; y que abandone los trabajos que le obligarían a estar lejos de él, dé al traste con los asuntos graves que le forzarían a separase de él, y se haga el remolón en partir de su lado. Acerca de este asunto he compuesto estos versos:
Cuando me voy de tu lado, mis pasos
son como los del prisionero a quien llevan al suplicio.
Al ir a ti, corro como la luna llena
cuando atraviesa los confines del cielo.
Pero al partir de ti, lo hago con la morosidad
con que se mueven las altas estrellas fijas.
Otra señal es la sorpresa y ansiedad que se pintan en el rostro del amante cuando impensadamente ve a quien ama o éste aparece de súbito, así como el azoramiento que se apodera de él cuando ve a alguien que se parece a su amado, o cuando oye nombrar a éste de repente. Sobre esto he dicho en un poema:
Cuando mis ojos ve a alguien vestido de rojo,
mi corazón se rompe y desgarra de pena.
¡ Es que ella con su mirada hiere y desangra a los hombres
y pienso que el vestido está empapado y empurpurado con esa sangre!
Otra de las señales es que el amante dé con liberalidad cuanto pueda de aquella que antes disfrutaba por sí mismo, y ello como si fuese él quien recibiera el regalo y como si en hacerlo le fuera su propia felicidad, cuando solo le mueve el deseo de lucir sus atractivos y hacerse amable. Por el amor, los tacaños se hacen desprendidos; los huraños desfruncen el ceño; los cobardes se envalentonan; los ásperos se vuelven sensibles; los ignorantes se pulen; los desaliñados se atildan; los sucios se limpian; los viejos se las dan de jóvenes; los ascetas rompen sus votos, y los castos se tornan disolutos.
Claro es que estas señales aparecen antes que prenda el fuego del amor y el calor abrase y el tizón arda y se levante la llama, porque, una vez que el amor se enseñorea y hace pie, no ves más que coloquios secretos y un paladino alejamiento de todo lo que no sea el amado.
Unos versos tengo compuestos en que se declaran reunidas muchas de estas señales, y de ellos son los siguientes:
Cuando se trata de ella, me agrada la plática,
Y exhala para mi un exquisito olor de ámbar.
Si habla ella, no atiendo a los que están a mi lado
Y escucho sólo sus palabras placientes y graciosas.
Aunque estuviera con el Príncipe de los Creyentes,
No me desviaría de mi amada en atención a él.
Si me veo forzado a irme de su lado,
No paro de mirar atrás y camino como una bestia herida;
Pero, aunque mi cuerpo se distancie, mis ojos quedan fijos en ella,
Como los del náufrago que, desde las olas, contemplan la orilla.
Si pienso que estoy lejos de ella, siento que me ahogo
Como el que bosteza entre la polvareda y la solana.
Si tú me dices que es posible subir al cielo,
Digo que sí y que sé dónde está la escalera.
Otras señales e indicios de amor, patentes para el que tenga ojos en la cara, son: la animación excesiva y desmesurada; el estar muy juntos donde hay mucho espacio; el forcejear por cualquier cosa que haya cogido uno de los dos; el hacerse frecuentes guiños furtivos; la tendencia a apretarse el uno contra el otro; el cogerse intencionadamente la mano mientras hablan; el acariciarse los miembros visibles, donde sea hacedero, y el beber lo que quedó en el vaso del amado, escogiendo el lugar mismo donde posó sus labios.
Hay, sin embargo, señales contrarias a las declaradas, que obedecen al imperio de las circunstancias, a los accidentes que andan en juego, a las causas del momento o a la excitación de los ánimos. Los extremos se tocan muchas veces. Las cosas, exageradas hasta el colmo, producen efectos contrarios, y, llevadas al extremo límite de su discrepancia, acaban por parecerse, por un decreto de Dios Honrado y Poderosos que no podemos comprender. Así, la nieve, si se la aprieta mucho tiempo con la mano, quema como su contrario el fuego; la alegría excesiva mata, lo mismo que la pena desmesurada, y la risa muy continuada y violenta hace saltar las lágrimas. Todo esto acaece muy a menudo.
Pues del mismo modo hallamos que, cuando dos amantes se corresponden y se quieren con verdadero amor, se enfadan con frecuencia sin venir a qué,; se llevan la contraria, aposta, en cuanto dicen; se atacan mutuamente por la cosa más pequeña, y cada cual está al acecho de lo que va a decir el otro para darle un sentido que no tiene; todo lo cual es prueba que evidencia lo pendientes que están el uno del otro.
La distinción entre estos enfados y la verdadera ruptura o enemistad, nacida del odio y de la animosidad enconada de la querella, es la prontitud con que se reconcilian. A veces tú creerás que entre dos amantes hay tan hondas diferencias, que no podrían arreglarse más que pasado mucho tiempo, si se trataba de una persona de alma serena y libre de rencor, o nunca, tratándose de persona vengativa. Sin embargo, no tardarás mucho en ver que han vuelto a la más amigable compañía, que los reproches se han desvanecido, que la rencilla se ha borrado y que en el mismo instante vuelven a reírse y a chacear juntos. Todo esto puede ocurrir varias veces, en un solo rato. Pues bien: cuando veas que dos personas proceden de este modo, no dejes lugar a la duda, ni permitas, en absoluto, que te asalte la incertidumbre, ni vaciles en pensar que entre ellas hay un oculto secreto de amor. Puedes afirmarlo en redondo, en la seguridad de que nadie podrá desmentirte. No te hace falta prueba más clara ni experiencia más fidedigna. Tal cosa no sucede más que cuando existe un amor correspondido y una afección sincera. Yo he visto mucho de eso.
Otra señal de amor es que tú has de ver cómo el amante está siempre anhelando oír el nombre del amado y se deleita en toda conversación que de él trate. Este tema es su muletilla constante y nada le divierte como él, sin que le retraiga de hacerlo el temor de que las gentes adivinen su secreto y los circunstantes comprendan su inclinación. ¡El amor te vuelve ciego y sordo! Si el amante pudiera conseguir que en el sitio en que se halla no hubiera otra plática que la referente a quien él ama, jamás se movería de allí.
Acaece asimismo al verdadero amante que, a veces, se pone a comer con apetito, cuando de repente el recuerdo del ser amado le excita de tal modo que la comida se le atraganta en la garganta y le obtura el tragadero. Otro tanto le sucede con el agua. Relativo a la conversación, en ocasiones, la inicia muy animado, cuando, de improviso, le asalta un pensamiento cualquiera acerca del ser amado, y entonces se aprecia claro cómo se le traba la lengua y empieza a balbucear, y se observa claramente que se pone taciturno, cabizbajo y retraído. Hacía un momento su fisonomía era risueña y sus maneras desenvueltas; pero rápidamente se torna hosco e inerte; su alma está perpleja, sus movimientos son rígidos; se aburre de hablar y siente tedio cuando le preguntan.
Otras señales de amor son: la afición a la soledad; la preferencia por el retiro, y la extenuación del cuerpo, cuando no hay en él fiebre ni dolor que le impida ir de un lado para otro ni moverse. El modo de andar es un indicio que no miente y una prueba que no falla de la languidez latente en el alma.
El insomnio es otro de los accidentes de los amantes. Los poetas han sido profusos en describirlo; suelen decir que son los “apacentadores de estrellas”, y se lamentan de lo larga que es la noche. Acerca de este asunto yo he dicho, hablando de la guarda del secreto de amor y de cómo trasparece por ciertas señales:
Las nubes han tomado lecciones de mis ojos
y todo lo anegan en lluvia pertinaz,
que esta noche, por tu culpa, llora conmigo
y viene a distraerme en mi insomnio.
Si las tinieblas no hubieren de acabar
hasta que se cerraran mis párpados en el sueño,
no habría manera de llegar a ver el día,
y el desvelo aumentaría por instantes.
Los luceros, cuyo fulgor ocultan las nubes
a la mirada de los ojos humanos,
son como ese amor tuyo que encubro, delicia mía,
y que tampoco es visible más que en hipótesis.
Sobre el mismo asunto dije también en otro poema:
Pastor soy de estrellas, como si tuviera a mi cargo
apacentar todos los astros fijos y planetas.
Las estrellas en la noche son el símbolo
de los fuegos de amor encendidos en la tiniebla de mi mente.
Parece que soy el guarda de este jardín verde oscuro del firmamento,
cuyas altas yerbas están bordadas de narcisos.
Si Tolomeo viviera, reconocería que soy
el más docto de los hombres en espiar el curso de los astros.
Las cosas se enredan como las cerezas y unas traen otras a la memoria. En este poema he comparado dos cosas con otras dos en un mismo verso, el que empieza Las estrellas en la noche, etc…, cosa que tiene mérito en retórica. Pues aún he hecho algo más perfecto, y es comparar tres objetos con otros tres en un mismo verso, y cuatro objetos con otros cuatro en un mismo verso. Los dos casos se dan en el poema que cito a seguida:
Melancólico, afligido e insomne, el amante
no deja de querellarse, ebrio del vino de las imputaciones.
En un instante te hace ver maravillas,
pues tan pronto es enemigo como amigo, se acerca como se aleja.
Sus transportes, sus reproches, su desvío, su reconciliación
parecen conjunción y divergencia de astros, presagios estelares adversos y [favorables
Más de pronto, tuvo compasión de mi amor, tras el largo desabrimiento,
y vine a ser envidiado, tras de haber sido envidioso.
Nos deleitamos entre las blancas flores del jardín,
agradecidas y encantadas por el riego de la escarcha:
rocío , nube y huerto perfumado
parecían nuestras lágrimas, nuestros párpados y su mejilla rosada
Que no me censuren los críticos por haber empleado la palabra “conjunción”, ya que los astrónomos llaman así a la coincidencia de dos estrellas en un mismo grado.
Y todavía he conseguido algo más completo, que es comparar cinco cosas con otras cinco en un mismo verso, como puede verse en el siguiente poema:
Me quedé con ella a solas, sin más tercero que el vino,
mientras el ala de la tiniebla nocturna se abría suavemente.
Era una muchacha sin cuya vecindad perdería la vida.
¡Ay de ti! ¿Es que es pecado este anhelo de vivir?
Yo, ella, la copa, el vino blanco y la oscuridad
parecíamos tierra, lluvia, perla, oro y azabache.
Esta quíntuple metáfora no puede ser ya superada ni hay nadie capaz de incluir en un mismo verso más comparaciones, pues no lo consienten las leyes de la rima ni la morfología de los nombres.
También sufre el amante sinsabores en las dos situaciones siguientes:
La primera consiste en que el galán espere encontrar a su dama y se interponga de pronto un obstáculo que lo impida.
Yo conocía a uno a quien su amada había dado una cita y lo veía yendo y viniento; no podía estarse quedo ni pararse en ningún lugar; tan pronto iba para atrás como para adelante; la alegría aligeraba su natural serio y convertía su aplomo en vivacidad.
Sobre este tema de la espera de una visita amorosa, yo tengo los siguientes versos:
Hasta que llegó la noche estuve esperando verte,
oh deseo mío!, oh colmo de mi anhelo!;
pero las tinieblas me hicieron perder la esperanza,
cuando antes, aunque apareciera la noche, no desesperaba de que siguiera el día.
Tengo para ello una prueba que no puede mentir,
pues por muchas análogas nos guiamos en asuntos difíciles,
y es que, si te hubieras decidido a visitarme, no hubiera habido tinieblas,
y la luz, tu luz, hubiera permanecido sin cesar entre nosotros.
La segunda situación consiste en que nazca entre los amantes una sospecha, que no se sabe si es verdad o no más que por referencias de una tercera persona, pues entonces el desasosiego es tremendo hasta que el asunto se aclara, bien porque la desazón se trueque en franca tristeza y pena, ocasionada por el temor de la ruptura.
También asalta al amante una profunda dejadez si el amado le trata con desabrimiento; mas esto quedará explicado en su capítulo correspondiente, si Dios Altísimo quiere.
Accidentes del amor son asimismo la violenta ansiedad y el mudo estupor que se apoderan del amante, cuando ve que el amado le esquiva o huye de él, y que se revelan en ayes, abatimiento, gemidos y profundos suspiros. Sobre este asunto yo compuse un poema del que es este verso:
La bella paciencia está prisionera:
pero las lágrimas corren libremente.
Otra señal de amores que tu verás que el amante siente afecto por la familia del que ama, sus parientes allegados, hasta el punto de que los aprecia más que a su propia familia, que a sí mismo y que a todos los suyos.
El llanto es otra señal de amor; pero en esto no todas las personas son iguales. Hay quien tiene prontas las lágrimas y caudalosas las pupilas: sus ojos le responden y su llanto se le presenta en cuanto quiere. Hay; en cambio, quien tiene los ojos secos y faltos de lágrimas.
Yo soy uno de estos últimos, debido a que estuve mucho tiempo tomando incienso para curar unas palpitaciones de corazón que tuve de niño. A veces me cae encima una desgracia abrumadora; tengo el corazón destrozado y desgarrado; siento en él un nudo más amargo que la coloquítida, que me impide emitir palabra a derechas e incluso, a veces, parece que va a cortarme el aliento; pero mis ojos siguen insensibles, a no se en rarísimas ocasiones en que sueltan unas pocas lágrimas.
A este propósito recuerdo lo que pasó un día en que, parados en la playa de Málaga, decíamos adiós, mi compañero Abu Bakr Muhammada ibn Isahq y yo, a nuestro amigoAbu ‘Amir Muhammada ibn ‘Amir (¡Dios le haya perdonado!, que emprendía el viaje de Levante y a quien no habíamos de volver a ver. Al despedirse, Abu Bakr se puso a llorar y a declamar, aplicándolo al caso, este verso que pertenece a la elegía sobre la muerte de Yazid ibn ‘Umar ibn Hubayra (¡Dios le haya perdonado!):
¡Ah! El ojo que, en el dia de Wasit,
no derrama por ti cuantas lágrimas le quedan, es que es de piedra.
Yo sentía también grandísima aflicción y pesar, pero mis ojos no vinieron en mi ayuda y tuve qe limitarme a decir, emulando a Abu Bakr:
Y el hombre que, cuando tú le abandonas,
no pierde por ti su mejor resignación, es que es de hielo.
Pero, con arreglo a la opinión general de las gentes de que el llanto es prueba de amor, tengo también una qasida que compuse antes de llegar a la pubertad y que comienza así:
Indicio del pesar son el fuego que abrasa el corazón
y las lágrimas que se derraman y corren por las mejillas,
aunque el amante cele el secreto de su pecho,
las lágrimas de sus ojos lo publican y lo declaran.
Cuando los párpados dejan fluir sus fuentes,
es que en el corazón hay un doloroso tormento de amor.
También acaece el amor que uno de los amantes recele y sospeche de cualquier palabra que el otro diga, y la eche a mal parte, lo cual suele originar frecuentes rencillas entre los enamorados. Yo conozco un hombre que era el menos malicioso del mundo, el de más amplio espíritu, el de mayor paciencia, el más tolerante, el de manga más ancha, y, sin embargo, tenía una extrema susceptibilidad respecto a la persona a quien amaba. La más insignificante diferencia que con ella tenía levantaba en su espíritu mil especies de reproches y mil motivos de desconfianza.
También notarás que el amante, cuando no tiene demasiada seguridad en la constancia de los sentimientos del amado para con él, es mucho más circunspecto de lo que antes era, se refrena más en sus palabras y cuida más sus ademanes y sus miradas, sobre todo si tiene la desgracia de haber dado con una persona celosa y la fatalidad de haber caído con quien es aficionado a pelearse.
Otras señales de amor son: que el amante espíe al amado, tome nota de cuanto diga, investigue cuanto haga, sin que se le escape cosa alguna ni chica ni grande, y le siga en todos sus movimientos. Y, por vida mía, tú veras que en esto los necios se vuelven listos, y los incautos, agudos.
Una vez, en Almería, estaba yo de visita sentado en corro, en la tienda de Isma’il ib Yunus, el médico judío, que era ducho en el arte fisiognómica y muy perito en ella, cuando Muxahid ibn al-Husayn al-Qaysi le dijo, señalando a un hombre, llamado Hatim Abu-l-Baqa’, que pasaba frente a nosotros: “¿Qué dices de ese?” Isma’il lo miró un momento y luego dijo: “Que es un enamorado” “Acertaste, dijo Muxahid; pero ¿cómo lo sabes?” “No más, contestó, que por la excesiva abstracción que lleva pintada en el semblante, para no hablar de sus otros ademanes. He deducido que se trata de un enamorado, sin que haya lugar a dudas.”.