A priori ir a Argentina no era uno de mis destinos para viajar porque no tenía intención de pisar ninguna otra parte que no fuera mi habitual paisaje quijotesco de La Mancha, hasta que un día sentí el irrefrenable impulso de ir a la Argentina con el necesario propósito de conocer a la poeta Karina Sacerdote. Había entrado en contacto con ella, por vez primera, en 2006, buscando entonces voces poéticas femeninas que me permitieran trazar un panorama y una teoría de la poesía actual hispanoamericana.
Quise viajar hasta allí de un tirón, en una sola tacada, sin ánimo de pisar otros territorios, con la intención de retener en la experiencia todo lo argentino. Llegué un domingo de abril y me alojé en el Hotel Castelar de Buenos Aires, un lugar acogedor en el que vivió el poeta Federico García Lorca todo el invierno porteño de 1933-1934 y que aún recuerda la magia de los singulares años treinta. Tenía apalabrado un almuerzo con la bella y mágica Karina ese mismo día y ella tenía previsto enseñarme las delicias de la carne y el vino argentinos y fascinarme con la inmensidad cultural de las librerías de la calle de Corrientes de la Capital Federal. Creo que ya en ese instante fue cuando divisé el alma de la poeta más prometedora de la Argentina de hoy. Allí me fasciné por ella y por su personal mundo azul poético.
De su mano, bajo su magisterio y su guía, la siguiente jornada asistí a un recital poético en que pasé un agradable rato con la irónica poesía de Rolando Revigliatti. Hasta allí se llegó, con la intención de conocerme, el singular y excepcional poeta Héctor Urruspuru, que más tarde me recitó en exclusiva (ante Karina Sacerdote) en el famoso Café Tortoni hasta el que fuimos caminando por las europeas calles de Buenos Aires con la enorme voz y la gran capacidad recitativa que tiene: jamás antes oí tanta profundidad e intensidad al emitir al sonido los magníficos versos del poeta argentino. También en el famoso Café Tortoni descubrí el whisky argentino y el mágico rincón de Alfonsina Storni, junto al que fotografié a Karina.
Vi mucho aquellos días a Karina; días que invertí en comprar libros y descubrir una maravillosa ciudad: un lugar que quizás pase desapercibido para los que lo habitan, pero que es inmensamente mágico para quienes nos acercamos. De tal modo que el día que vino después cenamos bajo una noche de verano en San Telmo acompañados de Ignacio Vázquez, un amigo de Karina que ha leído una inmensidad de títulos salvo a Ignacio Aldecoa, algo que solventamos con el regalo que le hice llegar: los cuentos del vasco y cuya conversación nos ilustró indeciblemente: la camarera que nos atendió, cuyo nombre desconocemos pero que inmortalicé con mi cámara, nos sacó algunas fotos que recordarán aquellos días de abril vividos en Buenos Aires.
Juana Roggero es otra fabulosa poeta porteña, amiga de Romina Freschi (a la que por sus obligaciones maternales no pude conocer), y a quien me alegro de haber conocido: tuvimos la oportunidad un año antes en Madrid pero no pudo ser. Ella, además de ser una extraordinaria poeta de lo cual da fe su magnífico libro y su original diseño, es una excepcional persona y la sobremesa en el restaurante asturiano de la avenida de Mayo me dejó un retrato con ella que me hace sentir orgulloso.
El jueves en la tarde conocí a la poeta Marcela Collins, quien acudió hasta mi hotel y junto a la que, caminando por la avenida de Mayo, pasé una agradable tarde frente a un whisky en el Café Tortoni, hablando de poesía, de historia, de literatura y de la vida. Más tarde, esa misma noche, Karina fue a buscarme para que nos dirigiéramos a la inauguración de una exposición de pintura en la que ya estaba Ignacio Vázquez. Conocí en ese momento a la bellísima y simpática Verónica Idiart, una mujer argentina singularmente hermosa y de extraordinaria conversación. La velada transcurrió entre San Telmo y los alrededores de Corrientes, acabando tardísimo después de la inmensa camaradería que consiguen la música y el alcohol.
De aquel viaje, que concluí con resaca a 12.000 metros sobre el nivel del mar en un avión de Aerolíneas Argentinas, me he traído una hermana del alma, muchos amigos, un país y una ciudad: por este orden Karina Sacerdote, Ignacio Vázquez, Héctor Urruspuru, Juana Roggero, Marcela Collins, Verónica Idiart, Argentina y Buenos Aires.
Madrid, 17 de mayo de 2009.
Quise viajar hasta allí de un tirón, en una sola tacada, sin ánimo de pisar otros territorios, con la intención de retener en la experiencia todo lo argentino. Llegué un domingo de abril y me alojé en el Hotel Castelar de Buenos Aires, un lugar acogedor en el que vivió el poeta Federico García Lorca todo el invierno porteño de 1933-1934 y que aún recuerda la magia de los singulares años treinta. Tenía apalabrado un almuerzo con la bella y mágica Karina ese mismo día y ella tenía previsto enseñarme las delicias de la carne y el vino argentinos y fascinarme con la inmensidad cultural de las librerías de la calle de Corrientes de la Capital Federal. Creo que ya en ese instante fue cuando divisé el alma de la poeta más prometedora de la Argentina de hoy. Allí me fasciné por ella y por su personal mundo azul poético.
De su mano, bajo su magisterio y su guía, la siguiente jornada asistí a un recital poético en que pasé un agradable rato con la irónica poesía de Rolando Revigliatti. Hasta allí se llegó, con la intención de conocerme, el singular y excepcional poeta Héctor Urruspuru, que más tarde me recitó en exclusiva (ante Karina Sacerdote) en el famoso Café Tortoni hasta el que fuimos caminando por las europeas calles de Buenos Aires con la enorme voz y la gran capacidad recitativa que tiene: jamás antes oí tanta profundidad e intensidad al emitir al sonido los magníficos versos del poeta argentino. También en el famoso Café Tortoni descubrí el whisky argentino y el mágico rincón de Alfonsina Storni, junto al que fotografié a Karina.
Vi mucho aquellos días a Karina; días que invertí en comprar libros y descubrir una maravillosa ciudad: un lugar que quizás pase desapercibido para los que lo habitan, pero que es inmensamente mágico para quienes nos acercamos. De tal modo que el día que vino después cenamos bajo una noche de verano en San Telmo acompañados de Ignacio Vázquez, un amigo de Karina que ha leído una inmensidad de títulos salvo a Ignacio Aldecoa, algo que solventamos con el regalo que le hice llegar: los cuentos del vasco y cuya conversación nos ilustró indeciblemente: la camarera que nos atendió, cuyo nombre desconocemos pero que inmortalicé con mi cámara, nos sacó algunas fotos que recordarán aquellos días de abril vividos en Buenos Aires.
Juana Roggero es otra fabulosa poeta porteña, amiga de Romina Freschi (a la que por sus obligaciones maternales no pude conocer), y a quien me alegro de haber conocido: tuvimos la oportunidad un año antes en Madrid pero no pudo ser. Ella, además de ser una extraordinaria poeta de lo cual da fe su magnífico libro y su original diseño, es una excepcional persona y la sobremesa en el restaurante asturiano de la avenida de Mayo me dejó un retrato con ella que me hace sentir orgulloso.
El jueves en la tarde conocí a la poeta Marcela Collins, quien acudió hasta mi hotel y junto a la que, caminando por la avenida de Mayo, pasé una agradable tarde frente a un whisky en el Café Tortoni, hablando de poesía, de historia, de literatura y de la vida. Más tarde, esa misma noche, Karina fue a buscarme para que nos dirigiéramos a la inauguración de una exposición de pintura en la que ya estaba Ignacio Vázquez. Conocí en ese momento a la bellísima y simpática Verónica Idiart, una mujer argentina singularmente hermosa y de extraordinaria conversación. La velada transcurrió entre San Telmo y los alrededores de Corrientes, acabando tardísimo después de la inmensa camaradería que consiguen la música y el alcohol.
De aquel viaje, que concluí con resaca a 12.000 metros sobre el nivel del mar en un avión de Aerolíneas Argentinas, me he traído una hermana del alma, muchos amigos, un país y una ciudad: por este orden Karina Sacerdote, Ignacio Vázquez, Héctor Urruspuru, Juana Roggero, Marcela Collins, Verónica Idiart, Argentina y Buenos Aires.
Madrid, 17 de mayo de 2009.
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