En los esteros o lagunas amargas se alza el chapirú con sus grandes flores amarillas que se caen de noche, pierden la corola, y más tarde, en la madrugada, del ovario de la flor mustia salen los colibríes. Es un árbol grande que necesita de padrino en que apoyarse. Siempre tiene de señuelo otro árbol duro, un algarrobo o un chañar. Se seca si lo dejan solo. Cuando le cortan las ramas, da suspiros como si se quejara, y los leñadores que hacen carbón dicen “ vamos a matar un chapirú”. Por tiempo de seca no hay árbol más lindo. Si le falta maíz al paisano, pisa en los morteros las ramas, que dan un jugo blanco que al secarse es como harina de mandioca. El caldo de puchero en que han puesto harina de chapirú es blanco como de mazamorra y los indios afirmaron en otro tiempo que ese caldo dulce , nada salado, tenía gusto a carne de cristiano.
Debo a Daniel Durand el placer de haber leído El libro celeste: ojalá ese raro ejemplar se convierta, algún día, en merecida edición.
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