Oliver Sacks creció en Londres, aunque durante cuatro años, en la Segunda Guerra Mundial, fue trasladado a un colegio en los Midlands. Sus padres y dos de sus hermanos mayores fueron médicos. De niño Sacks quería ser químico (describió su amor hacia la química en su libro de memorias Tío Tungsteno), pero finalmente se decidió por el negocio familiar. También amaba la botánica, sobre todo los helechos. Este amor permanece: es miembro de la American Fern Society (Sociedad Americana de Helechos), y ellos son el tema de su reciente libro, Diario de Oaxaca. Estudió en la Universidad de Oxford y después, a comienzos de los sesenta, se mudó a California y realizó su residencia en neurología en la UCLA. A mediados de esa década se fue a Nueva York, donde ingresó al Hospital Beth Abraham del Bronx. Allí trabajó con los pacientes que habían contraído encefalitis letárgica en la epidemia ocurrida durante la Primera Guerra Mundial. Tomados como casos perdidos y por décadas abandonados a un largo sueño sin esperanza de recuperación, en 1969 Sacks les recetó una nueva droga llamada L-DOPA (una dopamina sintética que se les recetaba a los enfermos con Parkinson). La droga produjo los efectos más extraordinarios. Despertares, el libro que Sacks escribió basado en esta experiencia, inspiró una obra de teatro de Harold Pinter (A Kind of Alaska) y una película protagonizada por Robin Williams, un logro editorial único. En los últimos veinte años ha publicado más de ocho libros, incluidos un testimonio de su propia experiencia cercana a la muerte (Con una sola pierna) y su obra más conocida: El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Ha escrito sobre pacientes con autismo, alucinaciones, esquizofrenia, alzheimer. En estos días, el doctor Sacks continúa trabajando en el Hospital Beth Abraham; también es profesor clínico de neurología en la Escuela de Medicina Albert Einstein y neurólogo en el hospital de la New York University. Atiende pacientes en el The Little Sisters of the Poor por menos de quince dólares la consulta. Colabora regularmente con The New York Review of Books y The New Yorker. Y ha recibido muchos premios. Aquí está con nosotros.
Actualmente usted está trabajando en un libro sobre la música y sus efectos en el cerebro. Cualquiera que haya leído su obra sabrá que usted no concuerda con Steven Pinker, quien ha dicho que la música es un mero aperitivo auditivo y un accidente evolutivo que se monta sobre los hombros del lenguaje. ¿Podría explicar por qué cree que Pinker se equivoca?
Excepto por algunas raras condiciones patológicas, no he sabido de un ser humano que no sea musical o que no responda a la música de una u otra manera. Cada cultura tiene su música. Las flautas datan de hace miles de años. Somos una especie profundamente musical. Me imagino a la música avanzando de la mano con el lenguaje, codesarrollándose juntos. La música es esencialmente humana.
Pero usted mismo ha encontrado algunos casos de personas indiferentes a la música. En cierta ocasión le oí decir que, extrañamente, Freud era una de esas personas.
Sí, aunque por lo general me refiero a Freud como el maestro, no como el paciente. Freud era notoriamente indiferente a los conciertos y a la ópera de su tiempo, y al escribir sobre sus pacientes o sobre sus teorías nunca habló de música. Su único comentario fue que creía tener un punto ciego con relación a la música. También Nabokov dice en su autobiografía que lamenta admitir que la música le parece una morosa y arbitraria sucesión de sonidos irritantes. Pero, bueno, quién sabe, a Nabokov le gustaban las bromas. Existe una extraña condición orgánica llamada amusia, a veces se nace con ella, a veces proviene de lesiones en el cerebro. Una vez conocí a un neurólogo francés que me comentó que su reconocimiento musical era algo limitado: básicamente, cuando escuchaba una música podía distinguir si era la Marsellesa o no. Excepto por casos así, los poderes terapéuticos de la música son enormes. Los pacientes de Despertares muchas veces no podían moverse o pronunciar una sílaba, pero podían bailar y cantar: la música les devolvía su fluir y su momentum, y cuando paraba la música, ellos paraban en seco. Tengo pacientes con demencia, caóticos y confundidos, que al escuchar música parecen ordenarse. Hay algo en la claridad de la música, en su estructura. Creo que una pieza de música cualquiera es la antítesis del caos y la confusión. Le puede restituir el orden a una persona. Es algo muy misterioso, pero veo centenares de pacientes con demencia que ya no pueden comunicarse verbalmente, pero que siguen accediendo a la música hasta el final. Y posiblemente seamos sensibles a la música desde el primer momento. Hay evidencias de que el feto puede responder a la música.
Mencionó algo sobre la epilepsia musical.
Sí, una de mis pacientes fue encontrada inconsciente cerca de un lago, con la lengua mordida. Cuando recobró el conocimiento, dijo que recordaba haber escuchado a alguien tocando unas canciones napolitanas y luego sentirse rara, y eso fue todo. Así comenzó para ella. Solía tener convulsiones por otras cosas también, pero las canciones napolitanas (era siciliana) indescifrablemente le causaban un ataque epiléptico. Hay casos extraños. A veces hay compositores puntuales. Wagner, por ejemplo, parece ser muy patogénico. A mí personalmente no me gusta Wagner, pero hay gente que sufre convulsiones al escuchar su música.
Alguna vez usted mencionó una conversación entre dos personas con sinestesia musical.
Lo que me fascina de la sinestesia es que todo sinestésico piensa que lo que le ocurre a él les ocurre a todos. Un conocido mío me contó que a los seis años le dijo a su profesora de piano: “Me encanta esa pieza azul”. “¿Qué quieres decir con azul?”, le preguntó la profesora. “Ya sabe, la pieza en Re mayor, Re mayor es azul”. Y la profesora le dijo: “No para mí”. Y mi amigo no lo podía creer, pensaba que algo terriblemente malo le estaba pasando a la profesora. No hay dos sinestésicos que tengan la misma experiencia, no hay un equivalente absoluto. En una ocasión, dos famosos sinestésicos creyeron haber encontrado un equivalente perfecto entre la música y el color, y se juntaron a charlar sobre el tema. Cuando se encontraron, discreparon en absolutamente todo.
Fuente: REVISTA EL MALPENSANTE
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