Juez Raúl Zaffaroni
Entrevista por Martín Granovsky, Página/12, 14!/2013
–En el fallo de la Corte Suprema a raíz de la presentación del Grupo Clarín, usted votó en disidencia y sostuvo la posición de la procuradora Alejandra Gils Carbó.
–En la Corte estamos acostumbrados a opinar diferente. Es lo habitual. Que me quede solo en un voto tampoco es extraño. Me pasó muchas veces. Por ejemplo, he sostenido que la pena máxima vigente es de treinta años, fundado en que la ratificación del Tratado de Roma habría derogado las anteriores previsiones legales, y emití el único voto en ese sentido, en tanto que el resto sostuvo que no había cuestión constitucional a dirimir. Hubo otros casos también. Son las reglas normales de juego en un tribunal colegiado, donde todos nos respetamos aunque opinemos diferente. El pluralismo es sano.
–No es cualquier tema.
–Todos los casos son trascendentes. Una pena exagerada o injusta también lo es, tanto como la impunidad selectiva, al menos para quien la sufre o para la víctima. La trascendencia del caso no depende de la publicidad, sino del sufrimiento de la injusticia. Por suerte, los jueces no estamos sometidos a elecciones.
–¿Por suerte?
–Sí. Por eso podemos medir la injusticia de cada caso sin preocuparnos de lo que se diga mediáticamente.
–¿Por qué calificó de “disparate” la elección popular de jueces?
–En primer lugar, sería una de las reformas judiciales para las que se necesitaría una reforma constitucional. Pero incluso así daría lugar a una demagogia vindicativa y a una corrupción terrible. Ganarían los más ignorantes, solventados por intereses de los poderosos o vendidos a ellos, se meterían los partidos, los financiadores de campañas, y cuando se aproximase la reelección ni le cuento lo que harían. La propuesta de elección popular más que una idea es una reacción visceral. Empezó en la Revolución Francesa y, como todo disparate condenado a terminar en fracaso, acabó con Napoleón consagrando el modelo de Poder Judicial más vertical y corporativo haya existido, que después de más de un siglo juró fidelidad en bloque al gobierno títere del mariscal Petain.
–La Presidenta pidió la democratización de la Justicia. ¿Está de acuerdo?
–Hasta que no se concrete en medidas, no sé de qué se trata.
–¿Le molesta?
–Al contrario. Me siento complacido por el simple desafío de “repensar” lo judicial. Nadie puede dudar de que la Presidenta, más allá de la posición que se tenga a su respecto, es un verdadero cuadro político, alguien que viene de la política de toda su vida. Que de una persona de esa condición emane un reclamo de “repensar” lo judicial me entusiasma, porque puede abrir un debate en el que participen todos los cuadros políticos de la oposición. Sería bueno lograr que, al fin, la política se haga cargo de la necesidad de “pensar” y “repensar” al judicial. Espero que lo hagan bien, seriamente, sin tirar propuestas al voleo, sino poniendo lo que hay que poner en la silla durante muchas horas, estudiando, sobre todo estudiando. No se hace ingeniería institucional inventando el embudo.
–¿Por qué dijo que “al fin” los dirigentes políticos tal vez puedan acercarse a repensar la Justicia?
–Porque la política sencillamente ignoró el tema. Hace casi veinte años publiqué un librito (Estructuras Judiciales) en el que llamaba la atención acerca de la necesidad de discutir lo judicial desde lo político, de profundizar el análisis de los modelos de control de constitucionalidad y del mejor servicio de resolución de conflictos. Parece que todos creen que el judicial es un apéndice que funciona solo. Desde la política nadie ha pensado seriamente que un Estado democrático necesita un modelo de Poder Judicial acorde y que eso no se hace por sí mismo, sino que debe pensarse, meditarse y estructurarse. Armarse.
–Ese libro no parece estar en circulación.
–Está agotado, porque se desactualizó con todo lo que pasó en veinte años y por eso no quise reeditarlo. Lo tradujeron al portugués y lo reeditaron en la República Dominicana hace un tiempo, pero no tuve tiempo de reescribirlo y no quiero estafar vendiendo material gastado.
–Si tuviera que rescatar una idea que no considere gastada, ¿cuál sería?
–Que no intentemos inventar la pólvora. En el mundo existen modelos de judiciales corporativos y burocráticos que provienen de Napoleón, modelos políticos puros como el norteamericano, modelos más o menos horizontales como el italiano, distintas formas de reclutamiento de los jueces, controles de constitucionalidad difusos como el nuestro o el norteamericano, y centralizados como la mayoría de los europeos continentales. Esto solo por tocar algunos temas. Así como existen modelos de gobiernos parlamentarios y presidencialistas, unitarios o federales, también hay modelos judiciales e incluso hay algunos institutos y científicos sociales y políticos dedicados al tema. Es cuestión de estudiarlos, ver sus ventajas y desventajas, las dificultades que acarrearon en los respectivos países, los problemas que solucionaron o evitaron y su viabilidad en nuestro contexto. Eso es ingeniería institucional. Cómo armar un Poder Judicial es un problema político, constitucional, y la Constitución es un código político, de gobierno. Siempre lo ha sido. No puede negarse la esencia de los fenómenos, la naturaleza de las cosas, si no se quiere caer en el ridículo o en la insensatez.
Notas de Lisarda-
1-Completemos el polisilogismo que quedó esbozado en el aire: si la elección popular de los jueces es un disparate, ello implica que democratizar el poder judicial sería un disparate.Distingamos entre el carácter colegiado-inherente al poder judicial- y lo que se trae bajo el poncho la idea de "democratizar".Es, incluso, anticonstitucional, por aquella sabida tesis de que "el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes". Si semejante restricción tiene lugar en el orden-es un modo de decir- político, ¿qué queda para la institución de a Justicia?
2- Segunda aserción importante: incluso legalizada, la pretendida reforma judicial "daría lugar a una demagogia vindicativa y a una corrupción terrible. Ganarían los más ignorantes, solventados por intereses de los poderosos o vendidos a ellos, se meterían los partidos, los financiadores de campañas, y cuando se aproximase la reelección ni le cuento lo que harían. La propuesta de elección popular más que una idea es una reacción visceral."
¿Qué pensar de este análisis? Si bien se realiza sobre algo que no ha tenido lugar-lo que apropiadamente se llama condicional contrafáctico- lo cierto es que se realiza sobre la base de una experiencia harto repetida y conocida, la experiencia del sistema electoral argentino. (Notemos que digo por un lado sistema electoral y por otro viene el bendito gentilicio que explica rasgos singulares que en otras latitudes no corren. Por ejemplo, el feudalismo en montón de la lista sábana) Esa experiencia, entonces, ha dado sobradas muestras de corrupción, demagogia, promesas imposibles, alianzas impensables, difamaciones repentinas, beatificaciones populares, milagros incomprobables, usufructo de cadáveres como razón sentimental para votar a Fulanito, afimaciones temerarias sobre el rumbo económico del país, y un etcétera más largo que esperanza de pobre.
¿Cómo no pensar, entonces, que lo que ocurrió en el plano político no ocurra en lo judicial? Si bien la historia no es una ciencia experimental-no podemos repetir todos los años el desembarco a Normandía- la evidencia de los hechos provee de una certeza irrefutable al momento de hacer pronósticos. Pronóstico-o profecía jeremíaca- que aquí coincide con la ley de Murphy: " Si algo puede fallar, fallará".
3- Si aparecieran por nuestras pampas el Conde Lucanor y su consejero Patronio, es fácil adivinar a quién callarían o deportarían primero. El pecado, la ceguera del poder radica en su soberbia. El poderoso, como diría Machado, "desprecia cuanto ignora". Si ya indirectamente, a través de la lente deformante de los medios, el poder o el ciudadano de a pie juzga y condena, ¿qué cabe esperar del intangible criterio de un tribunal popular?
4- Hay un momento, en las reflexiones de Zaffaroni, en que es preciso detenerse. Yo, al menos, leo esa frase y quedo pensando:Ganarían los más ignorantes, afirma el juez. ¿Será la costumbre? ¿Será la costumbre de ver tantas veces lo mismo lo que nos lleva a ver como natural una situación de consecuencias nefastas? ¿Porqué es posible en lo político lo que no es aceptable en lo judicial?
5- Lo que Zaffaroni señala como hipotético en lo judicial, es moneda corriente en la clase política. Pienso: discutir con un ignorante es una tarea penosa; pero si el ignorante te gobierna, ¿va, siquiera, a ponerse a discutir? Si el que supuestamente procura el bien común no tiene criterio ni prudencia, ¿no es un error nuestro sistema político? Es un error, ciertamente; pero consensuado esa mayoría que siempre tiene razón y por el pueblo, que nunca se equivoca. Cuando el eslogan reemplaza al argumento, no queda mucho espacio ni oportunidad para el verdadero diálogo.
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