domingo, 19 de diciembre de 2010
Guillermo Samperio, Los poetas malditos de la subsecretaría
Juanito de la Cabada,
in memoriam
Hace unos diez años, cuando entré a trabajar en la Subsecretaría de Educación e Investigación Tecnológicas, para hacerme cargo de las publicaciones del organismo, conocí a Gabriel García Márquez, quien laboraba en uno de los escritorios del amplio salón burocrático. Era un hombre moreno, bigote de pachuco, alto, delgado, al que nadie le creía que se llamara Gabriel García Márquez.Cuando se presentaba ante nuevas personas, nunca faltó quien le respondiera "Carlos Fuentes, para servirle", "Juan Carlos Oneti, a sus órdenes". Mostraba una copia de su filiación al Gobierno federal, con foto de frente y de perfil, sus datos en general y hasta señas particulares.La mostraba fehacientemente y la guardaba en una mica tamaño oficio, como las que utilizan las mamás para conservar el acta de nacimiento de sus hijos. Intentaba demostrar con papeles la corporeidad de su ser sobre la tierra, pero nadie le creía que él fuera Gabriel García Márquez. Se había convertido en una persona sin nombre, en un impostor involuntario, un hombre desangelado al que le jugaban la broma de llevarle a autografiar Cien años de soledad o La mala hora.
Precisamente, cuando el verdadero García Márquez era un hombre feliz e indocumentado, el García Márquez falso era un hombre felizmente documentado. le bastaba llevar su credencial de elector para cambiar sus cheques en el banco y para recoger los juguetes de fin de año que repartía el sindicato de la SEP. Aunque se transformó en una persona célebre en el quinto piso de una de las torres de Pino Suárez, que se caerían con el terremoto, Gabriel García Márquez comenzó a ser un hombre silencioso, huidizo y melancólico, que atravesaba inmutable la zona bulliciosa que rodea las calles de Izazaga en el centro. Gabriel García Márquez se convirtió en un espantajo, a quien tal vez su misma esposa le jugara la ironía de la confusión en los momentos de las diferencias profundas, recriminándole que compartía sus noches con un espectro, pues nadie en el barrio aceptaba que fuese la mujer de García Márquez.
La repetición de las coincidencias en un lugar específico configura un hecho extraordinario, como sugirió Julio Cortázar en varios de sus libros. Luego de ir ambientándome en la oficina, me di cuenta de que el Premio Nobel impostor no era el único que sufría bajo el fuete del azar negro. A los quince días de mi estancia allí, conocí a don Alfonso Reyes en el tercer piso y al Martín Luis Guzmán de la pagaduría.Cuando empecé a movilizarme, me topé con la secretaria de un Director General, conocida como la Chayo Castellanos quien, a decir la verdad, le encantaba que le dijeran, cuando pasaba por el pasillo de los correctores de pruebas de imprenta, "Allí va la mujer que sabe latín". Sin inmutarse ni así tantito, Rosario Castellanos autografiaba un promedio de tres novelas a la quincena, se dejaba tomar fotografías con los satíricos, y hasta aprendió un poema que recitaba enternecida.
Notas de Lisarda.
1-Este relato-incompleto, para estimular la compra de libros- pertenece al libro La Gioconda en bicicleta de Guillermo Samperio (México, 1948).
Dos, tres párrafos bastan para evidenciar a un narrador original que juega magistralmente con los principios lógicos, poniendo en chispeante cruce al principio de identidad-A es igual a A- con el de no contradicción: nada puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido.No es casual, por otra parte, que aparezca el nombre de Cortázar: estos desdoblamientos entre lo otro y lo mismo son la sustancia de Lejana, un cuento genial y de una formulación irrepetible. Pero pueden aparecer otras frases del grandísimo cronopio que también remiten a esos planos paralelos: extraño que hacer un cama sea igual a hacer una cama, casi nadie va a sacarlo de sus casillas, etcétera.
Y, aunque no aparezca nombrado, creo que el humor alla Monterroso también está presente.
2-No sabía nada de Guillermo Samperio cuando me compré, hace algunos años, La Gioconda en bicicleta. Lo recomiendo vivamente; quien quiera leerlo, tiene a mano-en la columna de Ser/afines-su página personal.De la rica-y desgraciadamente mal distribuida- literatura mexicana es un nombre ineludible.
3-Rosario Castellanos tiene un hermoso libro de ensayos titulado Mujer que sabe latín. La Chayo Castellanos del cuento no se inmuta ni un tantito pudiendo tener motivo, ya que el apodo hace referencia al refrán machista que da nombre al libro de Castellanos: mujer que sabe latín, no encuentra marido ni tiene buen fin.
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4 comentarios:
sos un capo,Ignacio!notaza la tuya.
besos*
Gracias por tus recomendaciones. Ya me anoté los libros para leer en este nuevo año que comienza.
Lejana es hermosísimo, y uno de los cuentos que más me gustan del gran cronopio, aunque a decir verdad me resulta difícil elegir, porque me encanta todo lo que escribió.
Feliz Navidad!
Gracias, Silvia!
Felices fiestas y que empieces bien 2011.
Ana, gracias por tu visita; yo me preparé un pila de libros y pelis para el verano, porque me cuesta dormir de noche con el calor y hay que estar bien provisto para esos insomnios.
Feliz Navidad y feliz 2011!
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