lunes, 20 de julio de 2009

Enrique Lihn, Hay sólo dos países


Hay sólo dos países: el de los sanos y el de los enfermos
Por un tiempo se puede gozar de doble nacionalidad
pero, a la larga, eso no tiene sentido
Duele separarse, poco a poco, de los sanos a quienes
seguiremos unidos, hasta la muerte
separadamente unidos
Con los enfermos cabe una creciente complicidad
que en nada se parece a la amistad o el amor
(esas mitologías que dan sus últimos frutos a unos pasos del hacha)
Empezamos a enviar y recibir mensajes de nuestros verdaderos
conciudadanos
una palabra de aliento
un folleto sobre el cáncer

Enrique Lihn, poeta y narrador chileno vivió entre 1929 y 1988. Su novela El arte de la palabra (1980) anticipa el mundo metaliterario de Roberto Bolaño. Del Diario de muerte (1989, póstumo) proviene el poema que sometemos al estoicismo de nuestr@s eventuales lector@s.

La angustia de las influenzas


A poco menos de un siglo de la epidemia que inspiraría al novelista brasileño Valencio Xavier su libro O mez da grippe, abro El cuaderno gris de Josep Pla y en su primera entrada, del 8 de marzo de 1918 leo:Como hay tanta gripe, han tenido que clausurar la universidad.
Esa proposición causal en Argentina se transformaría en concesiva:aunque hay tanta gripe,han hecho elecciones, han reabierto los teatros, han rebautizado la gripe como paranoia...
A las medidas preventivas que se han propalado, agrego,de mi propia cosecha- o de mi propia superstición-seguir releyendo y saboreando la prosa exquisita de Josep Pla.
No hay contraindicaciones de ningún tipo.

Josep Pla, El cuaderno gris (fragmento)


13 de abril. Domingo de Ramos. Voy al oficio.Olor de ramas de laurel-que en el Empordá llamamos llor- y de madroño.La Iglesia está llena.El ruido que hacen las ramas arrastradas por las losas de piedra de la iglesia. El perfume es fuerte, rústico, agradable.Los muslos dorados de los angelitos del latar, la ropa de la gente, los rincones oscuros,el aire, las maderas y las rejas de la iglesia quedan impregnados.El olfato queda tan saturado que se diría que todos huelen a laurel.Es quizás el único día del año que otro olor desplaza la amalgama, dulce, del incienso, el olorcillo agrio que tienen las beatas y el gusto de la cera.Ese olor de laurel nos volverá la nariz cada vez que en casa hagan estofado.
A la salida, en la calle de Cavallers,saludo al farmacéutico Almeda.Habla siempre con sus diminutivos.
-Voy a tomar un poco de lechecita-me dice mientras enjuaga, con el pañuelo blanco, los cristales de sus gafas. (...)
Imposible desplazar del olfato el olor de laurel de la mañana.Obsesión casi repugnante de vivir dentro de un estofado. (...)

Atardecer encapotado, aire displicente.Las calles de la villa están desiertas.Sólo se pasea el señor Roig, arriba y abajo de la calle de Cavallers con la cabeza descubierta y el bastón colgado del brazo.En sus inacabables horas de paseante solitario, ¿qué piensa el señor Roig?¿Compone música in mente?¿Planea alguna venta de corcho?¿Imagina algún plato exquisito?Sabemos que el señor Roig es compositor. Sabemos que es un comerciante aprovechado y frío. Que es el primer tenedor de Palafrugell, un excelente gourmet.Pero ¿qué sabemos del señor Roig? De la gente a la que no vemos nunca ¿qué sabemos?

Alfred Andersch, Efraim (fragmento)


Entro en la catedral de Hedwig, su interior ha sido renovado de una forma brillante y con sumo gusto,y aquí hay realmente algunos oradores, en un altar lateral están celebrando una misa. Afuera, de nuevo la árida solemnidad de la plaza, en el Gendarmenmarket ni un alma, ni un coche, y eso en la mañana de un día laborable. Las torres con sus cúpulas de la catedral francesa y alemana dominan sobre las ruinas de sus iglesias y los peldaños de la gran escalinata del teatro están rotos. Me gustaría vivir aquí, en este vacío, en este silencio, incluso antes que en la Kirchstrasse en Moabit. Ningún aviso publicitario, nadie me grita mendigando que le compre algo; en su lugar, el olor a pobreza y desinfección, a polvillo gris y puritanismo. Bien sé que me ilusiono, no paseo por una ciudad puritana, sino por una ciudad necesitada y atrasada, aquí tienen deseo de riqueza, de oleadas de mercancías, de columnas de coches; con envidia, miran la producción desatada, las modas, la rapidez, el chiste, los libros y la carne desnuda. Lo que a mí me parece su único y exclusivo privilegio, para ellos es solamente algo de lo que quieren deshacerse con rapidez

Efraim (1967)