A unos cerros del sur de Calingasta
fui
a buscar lo que todavía no hallo
cuando
vi una cruz de palo
tirada
en el camino.
Ya
iba pasando de largo y pensé
Que
es mala seña ver algo así cuando uno
anda buscando riquezas minerales.
Me
volví pues y le dije: Vos
¿qué
andás haciendo aquí?
La
cruz se quedó callada. Entonces agregué:
Sos propia de un cementerio
y
vaya a saber cómo
apareciste
‘n la huella;
pero
ahora te invito, con todo respeto,
acompañarme
a unos mates. Vos
como
leña al fuego y ahí conversamos.
Así
fue. Y al escuchar
en
el silencio cordillerano
su
crepitar en las llamas le dije a ver
si
me decís algo del más allá porque en eso
supuesto
sos muy entendida.
Y
ahí empezó la cruz a chisporrotear
cosas
de muertos mientras llegó la noche oscura
y
me dio miedo.
Esa foto
Callecita
de un pueblo escondido
en
un recodo de mí, allá
donde
entró en el pasado lo que pasó
pero
sigue estando en una foto.
Hay
una fila de casas
achatadas
bajo harto cielo.
No
hay árboles ni gente pero al fondo
se
ve un jinete yéndose.
Un
jinete que no acaba de irse
y
ahí está. Soy yo
como
alejándome para no volver,
pero
no avanzo porque la nostalgia
lo
agarra de la cola al caballo
y
lo tiene ahí, fijo, para que no me aleje.
Es
nomás que me fui. Sí, ya sé,
la
foto qu’ estoy mirando
no
quiere que me haya ido,
eso
es todo.
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