Reloj de melancólicos
A Regaña Candina
Como una mala comedia de enredo,
así tus años mozos, por fortuna ya idos.
Querrías, sin embargo, que la frágil ternura
que todavía asocias a ciertas remembranzas
no fuera solamente ilusorio desvío
de la memoria al borde de su disolución.
Pues aunque te sobraran de una mano diez dedos
para sacar la cuenta de los instantes gratos,
aunque copia abundosa de amargura te empuje
hacia adelante siempre, desde el mojón anclado
en medio del camino, etcétera, te guarde
esta rara certeza de que atisbaste un día
algo parecido a la felicidad
contra las acechanzas de la vieja enemiga
cuando se borre el mundo tras la lluvia de otoño.
Elegías a ciegas
A Regaña Candina
Como una mala comedia de enredo,
así tus años mozos, por fortuna ya idos.
Querrías, sin embargo, que la frágil ternura
que todavía asocias a ciertas remembranzas
no fuera solamente ilusorio desvío
de la memoria al borde de su disolución.
Pues aunque te sobraran de una mano diez dedos
para sacar la cuenta de los instantes gratos,
aunque copia abundosa de amargura te empuje
hacia adelante siempre, desde el mojón anclado
en medio del camino, etcétera, te guarde
esta rara certeza de que atisbaste un día
algo parecido a la felicidad
contra las acechanzas de la vieja enemiga
cuando se borre el mundo tras la lluvia de otoño.
Elegías a ciegas
A Javier Egea,
que me regaló una rima.
Las dos hermanas ciegas de tu abuelo,
Pepita juntamente y Victoriana,
a contraluz las ves: sombras chinescas
entre el biombo de seda y la ventana.
Huye el año sesenta.
Del parque llega un frío alborotar de pájaros.
Envueltas en sus chales oscuros, estas damas
nonagenarias rezan el último rosario.
No saben que la noche venidera
les depara una suave, dulcísima agonía:
Caerán como dos rosas tronchadas, desde el sueño
hasta el delantal cándido de la Virgen María.
La tía Victoriana, afligido galápago
que se arrastraba apenas por los hondos pasillos
de la casa de Aguirre, será un serafín de alas
veloces por las sendas de luz del Paraíso.
Y la tía Pepita, que daba besos húmedos
y te contaba historias del asedio carlista,
sentirá una caricia de Jesús en los párpados
y, al entreabrirlos luego, lo tendrá ante la vista.
Pero aún sólo atardece.
Reclinada en la mano infantil la cabeza,
persigues soñoliento el paso de las horas
en el reloj de cuco, molino de tristeza.
Imaginas acaso un Bilbao fin de siglo,
y en el balcón las pobres señoritas Juaristi
esparciendo puñados de pétalos a tientas
sobre la procesión del Corpus Christi.
No las turba la pompa de las capas pluviales
ni la custodia de oro donde tiembla el viril,
ni el patio recamado, ni la guardia de gala
de don Antón Pirala, gobernador civil.
Nadie repara en ellas.
En su vasta tiniebla no oirán requiebro alguno.
Tal vez, enternecido, un beso les envíe
su amigo de la infancia, don Miguel de Unamuno.
Su memoria volátil habría dado en nada,
si tú, al poner tus parcos recuerdos en abismo,
no hubieses decidido guardarla para siempre
en un poema hinchado de falso modernismo:
Sólo un pretexto impuro para un tosco retruécano
en el verso final, pues, aunque tú lo niegas,
como las infelices hermanas de tu abuelo,
entonces –ahora y siempre- elegías a ciegas.
que me regaló una rima.
Las dos hermanas ciegas de tu abuelo,
Pepita juntamente y Victoriana,
a contraluz las ves: sombras chinescas
entre el biombo de seda y la ventana.
Huye el año sesenta.
Del parque llega un frío alborotar de pájaros.
Envueltas en sus chales oscuros, estas damas
nonagenarias rezan el último rosario.
No saben que la noche venidera
les depara una suave, dulcísima agonía:
Caerán como dos rosas tronchadas, desde el sueño
hasta el delantal cándido de la Virgen María.
La tía Victoriana, afligido galápago
que se arrastraba apenas por los hondos pasillos
de la casa de Aguirre, será un serafín de alas
veloces por las sendas de luz del Paraíso.
Y la tía Pepita, que daba besos húmedos
y te contaba historias del asedio carlista,
sentirá una caricia de Jesús en los párpados
y, al entreabrirlos luego, lo tendrá ante la vista.
Pero aún sólo atardece.
Reclinada en la mano infantil la cabeza,
persigues soñoliento el paso de las horas
en el reloj de cuco, molino de tristeza.
Imaginas acaso un Bilbao fin de siglo,
y en el balcón las pobres señoritas Juaristi
esparciendo puñados de pétalos a tientas
sobre la procesión del Corpus Christi.
No las turba la pompa de las capas pluviales
ni la custodia de oro donde tiembla el viril,
ni el patio recamado, ni la guardia de gala
de don Antón Pirala, gobernador civil.
Nadie repara en ellas.
En su vasta tiniebla no oirán requiebro alguno.
Tal vez, enternecido, un beso les envíe
su amigo de la infancia, don Miguel de Unamuno.
Su memoria volátil habría dado en nada,
si tú, al poner tus parcos recuerdos en abismo,
no hubieses decidido guardarla para siempre
en un poema hinchado de falso modernismo:
Sólo un pretexto impuro para un tosco retruécano
en el verso final, pues, aunque tú lo niegas,
como las infelices hermanas de tu abuelo,
entonces –ahora y siempre- elegías a ciegas.
La
casada infiel
Un día de Aberri Eguna
me puso en un compromiso.
Después vivimos una historia
de amor, maría y luna llena
frente a la playa de Zarauz
que habría matado de envidia
a cualquier arábigo-andaluz.
Yo me la llevé a la playa
la noche de Aberri Eguna,
pero tenía marido
y era de Herri Batasuna.
Me porté como quien soy,
como un euscaldún legítimo,
y para olvidarla pronto
le regalé un prendedor
con un verso, una icurriña, una pluma y una flor,
y un libro de Patri Urkizu
forrado en raso pajizo.
me puso en un compromiso.
Después vivimos una historia
de amor, maría y luna llena
frente a la playa de Zarauz
que habría matado de envidia
a cualquier arábigo-andaluz.
Yo me la llevé a la playa
la noche de Aberri Eguna,
pero tenía marido
y era de Herri Batasuna.
Me porté como quien soy,
como un euscaldún legítimo,
y para olvidarla pronto
le regalé un prendedor
con un verso, una icurriña, una pluma y una flor,
y un libro de Patri Urkizu
forrado en raso pajizo.
Sátira
primera (A Rufo)
Te has decidido, Rufo, a probar suerte
en un certamen de provincias donde
ejerzo casualmente de jurado,
y encuentro razonable que me llames,
al cabo de diez años de silencio,
preguntando qué pasa con mi cátedra,
qué fue de aquella chica pelirroja
con quien ligué el ochenta en Jarandilla,
cómo siguen mis viejos, si padezco
todavía del hígado y si he visto
a la alegre cuadrilla del Pecé.
Pues bien, ya que deseas que te cuente
de mí y mi circunstancia, has de saber
que un punto de Alcalá me la birló,
en Jodellanos gran especialista,
a quien pago el café cada mañana
y sustituyo volontiers los días
en que marcha a simposios en San Diego,
en Atlanta, Florencia o Zaragoza.
Se casó con Gonzalo. El hijo de ambos
va al colegio del mío, pero en vano
acudo a todas las convocatorias,
reuniones, funciones navideñas.
La pícara me elude, y yo departo
interminablemente sobre fútbol
con el cretino del marido, mientras
asesinan los críos una sórdida
versión del Cascanueces. Bien conoces
al pelma de Gonzalo. Creo, incluso,
que fuiste tú quien se lo presentó.
No pruebo ni una gota últimamente,
después de la biopsia. Te confieso
que añoro aquellos mares de vermú,
aunque el agua es sanísima. Vicente,
antiguo responsable de mi célula,
es viceconsejero de Comercio
por el Partido Popular, y, claro,
se mueve en otros medios. Otra gente
parece preferir ahora Vicente.
Mis padres van tirando. Cree, Rufo,
que nada tengo contra ti. Al contrario,
te recuerdo con franca simpatía.
Sobradas pruebas de amistad me diste
en el tiempo feliz de nuestra infancia.
Es cierto que arruinaste mi mecano,
que me rompiste el cambio de la bici,
que le contaste a mi primera novia
lo mío con tu prima, la Piesplanos.
Eras algo indiscreto, pero todos
tenemos unos cuantos defectillos.
Veré qué puedo hacer. No te prometo
nada: somos catorce y, para colmo,
corre el rumor de que Juan Luis Panero.
Baztán
Baztán
Cazador entre los pinos,
al acecho de torcaces.
Otoñada.
Tus recuerdos son caminos
que regresan pertinaces
a la nada.
De mozo te conocí,
en este puesto secreto
vigilante,
como un ávido neblí,
por zarpar pugnando inquieto
desde el guante.
El arroyo entristecido
ha gastado con los días
sus riberas
y tus días el olvido
los ha trocado en vacías
parameras.
Cómo te burla el halcón,
cómo en el cielo de octubre
va tendiendo
redes a tu corazón,
cómo con ellas lo cubre
descendiendo.
Cazador, mal cazador,
toda herrumbre tu escopeta
temblorosa,
¿cuándo te pasó el amor
de claro con su saeta
silenciosa?
al acecho de torcaces.
Otoñada.
Tus recuerdos son caminos
que regresan pertinaces
a la nada.
De mozo te conocí,
en este puesto secreto
vigilante,
como un ávido neblí,
por zarpar pugnando inquieto
desde el guante.
El arroyo entristecido
ha gastado con los días
sus riberas
y tus días el olvido
los ha trocado en vacías
parameras.
Cómo te burla el halcón,
cómo en el cielo de octubre
va tendiendo
redes a tu corazón,
cómo con ellas lo cubre
descendiendo.
Cazador, mal cazador,
toda herrumbre tu escopeta
temblorosa,
¿cuándo te pasó el amor
de claro con su saeta
silenciosa?
Jon
Juaristi Linacero, nacido en Bilbao en 1951, es seguramente el intelectual
vasco más notable de su generación y de nuestro tiempo. Ha destacado sobre todo
como ensayista y poeta, aunque también ha publicado multitud de artículos en
revistas y periódicos y ha hecho sus incursiones en el terreno de
la narrativa. El primero de sus ensayos que tuvo repercusión entre el público
no especializado fue El chimbo expiatorio (la invención de la tradición bilbaína, 1876-1939),1994. Siguieron a este El bucle melancólico.Historias de nacionalistas vascos (1997); Sacra nemesis. Nuevas historias de nacionalistas vascos, 1999; Sermo humilis: poesía y poética,1999; El bosque originario ,2000; La tribu atribulada. El Nacionalismo Vasco explicado a mi padre, 2002; El reino del ocaso,2004...
la narrativa. El primero de sus ensayos que tuvo repercusión entre el público
no especializado fue El chimbo expiatorio (la invención de la tradición bilbaína, 1876-1939),1994. Siguieron a este El bucle melancólico.Historias de nacionalistas vascos (1997); Sacra nemesis. Nuevas historias de nacionalistas vascos, 1999; Sermo humilis: poesía y poética,1999; El bosque originario ,2000; La tribu atribulada. El Nacionalismo Vasco explicado a mi padre, 2002; El reino del ocaso,2004...
Su primer libro de poemas publicado fue Diario del poeta recién cansado(Pamiela,1986). Despues publicaría su obra poética en Hiperión (Suma de
varia intención, 1987; Arte de marear, 1988); Renacimiento (Los paisajes domésticos, 1992); Comares (Mediodía, 1993; Tiempo desapacible, 1996) y Visor (Poesía reunida (1986-1999), 2001; Prosas en verso, 2002;
Viento sobre las lóbregas colinas; 2008).
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