Algunos se hacen malas suposiciones
cada vez que el pobre hombre dobla la esquina
y franquea la puerta de la cantina,
donde busca el silencio de los rincones.
Eco de las diversas murmuraciones
de los más insidiosos, una vecina
dice que nunca dejan de darle espina
esas muy sospechosas ocultaciones.
Hoy y esto es explicable la buena gente
se halla un tanto intrigada, pues casualmente
hace cinco minutos, al regresar
de la calle, cumplido cierto mandato,
el hijo de la viuda que vive al lado
acodado en la mesa lo vio llorar.
martes, 3 de noviembre de 2009
Evaristo Carriego, El hombre que tiene un secreto
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