viernes, 28 de febrero de 2014

Ana María Moix (1947-2014)


Ana  María Moix  (1947-2014) :
poeta, narradora, editora,  hermana  del  inclasificable  Terenci  Moix y  confidente juvenil  de  Rosa  Chacel.

miércoles, 19 de febrero de 2014

George Harrison - All Things Must Pass (1970)


Siempre trato de escribir sobre cosas que me interesen, de dejar un mensaje positivo.                                                                                               George Harrison

viernes, 14 de febrero de 2014

Peter Medak, Al final de la escalera (1980)



The Changeling (titulada Al final de la escalera en España y El intermediario del diablo en Argentina) es una película canadiense dirigida por Peter Medak.

John Russell (George C. Scott), un destacado compositor y profesor de música, pierde a su mujer y su hija en un trágico accidente. Para recuperarse, abandona su residencia y acepta un puesto académico en Chicago en una fundación que posee, entre otras, la propiedad sobre una vieja mansión que ha permanecido desocupada durante largos años, con la condición de utilizarla como espacio de práctica profesional para los alumnos, además de vivienda. En la casa, la presencia de John parece despertar la manifestación paulatina de una presencia sutil, que empieza a desvelarse con diminutos incidentes. Así, esas manifestaciones empiezan a presentarse bajo la forma de extraños acontecimientos que parecen indicarle que algo para él intangible, quiere revelarle un secreto. A base de investigar obsesivamente sobre el pasado, Russell descubre el rastro de algo terrorífico, un hecho de sangre que ha permanecido oculto hasta ese momento, durante casi siete décadas. El asesinato del pequeño Joseph Carmichael, heredero único y directo de la enorme fortuna de su abuelo materno, crimen cometido por su padre, nunca fue descubierto, hasta que John Russell, en medio de su duelo interior, se hace cargo de develar el misterio, incluyendo una sesión de espiritismo en el que se desvela toda la verdad (excelente rigurosidad en los pasos de psicografía, grabación de psicofonías e instrumental de canalización), que llegará incluso hasta un senador de los Estados Unidos. Suspenso, misterio, terror y un excelente reparto hacen de esta película uno de los clásicos del cine de terror. Mención aparte merece considerar, salvo en los minutos finales, la ausencia de efectos especiales, la graduación delicada del tema de lo paranormal, que hace sucumbir al espectador en la trama, así como las vistas urbanas de una ciudad como Chicago en escala humana, a fines de los 70.

Wikipedia

Quintiliano, Instituciones oratorias- Libro1,Capítulo I. De la educación del que ha de ser orador



I. A la mayor parte de los niños no les falta ingenio, sino aplicación.-II. Qué tales deben ser las nodrizas, padres, ayos y compañeros que han de tener los niños.-III. Se debe comenzar por el estudio de la lengua griega.-IV. Los niños antes de los siete años son capaces de instrucción... Ésta no se debe anticipar mucho... Por qué desciende a estas menudencias.- V. Del leer y escribir.

I. Nacido el hijo, conciba el padre las mayores esperanzas de él, pues así pondrá mayor esmero desde el principio. Porque es falsa la queja de que son muy raros los que pueden aprender lo que se les enseña y que la mayor parte por su rudeza pierden tiempo y trabajo; pues hallaremos por el contrario en los más facilidad para discurrir y aprender de memoria, como que estas dos cosas le son al hombre naturales. A la manera que la naturaleza crió para volar a las aves, a los caballos para la carrera y para embravecerse a las fieras, no de otra suerte nos es peculiar a los hombres el ejercicio y perspicacia del entendimiento, por donde tenemos al origen del alma por celestial. El nacer algunos rudos e incapaces de enseñanza, tan contra lo natural es como lo son los cuerpos gigantescos     y monstruosos, que son muy raros. Prueba es que en los niños asoman esperanzas de muchísimas cosas; las que si se apagan con la edad, es claro que faltó el cuidado, no el ingenio. Vengo bien en que uno aventaje en el ingenio a otro; pero esto será para hacer más o menos; mas no se encontrará ni uno solo en quien no se consiga algo a fuerza de estudio. El padre que reflexione esto muy bien, ya desde el principio aplicará el mayor cuidado para lograr las esperanzas del que se va proporcionando para la oratoria.
II. Ante todo, no sea viciosa la conversación de las ayas, las que quiere Crisipo que sean sabias, si ser puede; pero a lo menos que se escojan las mejores. En ellas sin duda alguna debe cuidarse sobre todo de las buenas costumbres y de que hablen bien: pues ellas son las primeras a quienes oirán los niños, y cuyas palabras se esforzarán a expresar por la imitación. Porque naturalmente conservamos lo que aprendimos en los primeros años, como las vasijas nuevas el primer olor del licor que recibieron, y a la manera que no se puede desteñir el primer color de las lanas. Y cuanto estos resabios son peores, tanto más fuertemente se nos imprimen. Lo bueno fácil cosa es que se mude en vicio, pero el vicio ¿cuándo lo mudarás en virtud? No se acostumbre, pues, ni aun en la infancia a un lenguaje que haya que desenseñarle.
Los padres quisiera yo que tuvieran muchísima erudición, aunque no trato solamente de ellos. Sabemos que para la elocuencia de los Gracos contribuyó no poco su madre Cornelia, cuya doctísima conversación llegó a  la posteridad por sus cartas. De la hija de Lelio se dice que imitaba en el lenguaje la elocuencia del padre; y del razonamiento que hizo a los triunviros la de Q. Hortensio leemos que aun en boca de un hombre le haría honor. Ni deben tener menor empeño en la educación de los hijos aquellos que no tuvieron la dicha de aprender, antes mayor por lo mismo en todo lo demás.
Lo mismo que de las ayas decimos de los niños, entre quienes se ha de criar el que está destinado a este fin. De los ayos con tanta más razón se debe cuidar que, o sean sabios, en lo que se debe poner el mayor empeño, o que no presuman que lo son: pues no hay cosa más perjudicial que aquellos que, no habiendo pasado de las primeras letras, están persuadidos que son sabios. Los tales llevan a mal el ceder a los que lo son, y con un cierto derecho de autoridad que hace hinchada a esta clase de hombres, por lo común imperiosos, y a veces crueles, enseñan a los alumnos sus necedades. Sus errores perjudican no menos a las costumbres. De Leonides, ayo de Alejandro, cuenta Diógenes Babilonio haberle enseñado ciertos vicios, que le fueron acompañando siendo adulto, y hasta el trono, desde la educación en su niñez.
Si a alguno le parece que pido mucho, atienda a que el formar un orador es ardua empresa; y que aun cuando nada se omita para esto, es mucho más y lo más dificultoso lo que queda por hacer. Porque se necesita de un estudio sin intermisión, de maestros los más excelentes y de muchas ciencias. Por donde se ha de enseñar lo mejor, lo cual si alguno rehusare el hacerlo, el defecto estará en el hombre, no en el talento.
Pero si no se lograsen las ayas, ayos, y compañías cuales yo quiero, a lo menos haya un maestro continuo, que sea de buena pronunciación, y corrija al punto lo que en  presencia del discípulo pronunciaron viciosamente aquéllos, no permitiendo que haga vicio; pero con tal que se llegue a entender que el consejo que primero di es lo acertado y esto un remedio.
III. Me inclino más a que el niño comience por la lengua griega; pues la latina, que está más en uso, la aprendemos aunque no queramos: y también porque primeramente debe ser instruido en las letras y ciencias griegas, de donde tuvo origen nuestra lengua. Mas no quiero que en esto se proceda tan escrupulosamente, que hable y aprenda por mucho tiempo sola la lengua griega, como algunos lo practican; pues de aquí dimanan muchísimos defectos, ya en la pronunciación extraña, ya en el lenguaje, los cuales, pegándoseles por la larga costumbre del idioma griego, vienen también a endurecerse en un modo de hablar diverso de los demás. Y así a la lengua griega debe seguir la latina, para aprenderlas a un mismo tiempo. Así sucederá, que conservando con igual cuidado el estudio de ambas, ninguna dañará a la otra.
IV. Pensaron algunos que no debían aprender letras los niños antes de siete años, por no ser aquella edad capaz de instrucción ni apta para el trabajo, la cual opinión siguió Hesíodo, según dicen muchísimos anteriores al gramático Aristófanes, pues éste fue el primero que negó ser de este poeta el libro de los Preceptos, donde esto se encuentra. Pero otros, y entre ellos Eratóstenes, enseñaron lo mismo. Mejor fundados van los que quieren que ninguna  edad esté ociosa, como Crisipo: pues aunque concede tres años para el cuidado de las ayas, pero para eso dice que éstas deben ir formando el entendimiento del niño con los mejores conocimientos. ¿Y por qué no ha de ser capaz de instrucción una edad que lo es para irse formando en las costumbres? Bien me hago cargo que en todo el tiempo de que hablamos apenas se podrá adelantar tanto, como más adelante en un solo año; pero con todo eso me parece que los que así sintieron, atendieron en esta parte más a los maestros que a los discípulos. Por otra parte ¿qué otra cosa mejor podrán hacer luego que sepan hablar? Porque es preciso que en algo se empleen. O ¿por qué hemos de despreciar hasta los siete años esto poquillo que se puede adelantar? Pues dado caso que sea poco, se va a lograr el que aprenda cosas de mayor entidad en aquel mismo año, en que tendría que aprender estas menudencias. Esto que se va dilatando todos los años, al fin de la cuenta va a decir mucho; y todo el tiempo que se ganó en la infancia, aprovecha para la juventud. Lo mismo debe entenderse de los años adelante, para que lo que se ha de aprender, no se aprenda tarde. No perdamos, pues, el tiempo al principio, y con tanta más razón, cuanto los primeros rudimentos dependen de la memoria, la que no solamente se encuentra en los niños, sino que la tienen muy firme.
Ni estoy tan ignorante de lo que son las edades, que juzgue que se debe apremiar y pedir un trabajo formal en los primeros años. De esto debemos guardarnos mucho, para que no aborrezca el estudio el que aún no puede tenerle afición, y le tenga después el odio que una vez le llegó a cobrar. Esto ha de ser como cosa de juego: ruéguesele al niño, alábesele, y a las veces alégrese de lo que sabe. Enséñese a veces a otro, aunque él lo repugne, para que tenga emulación; otras vaya a competencia con él, y hágasele creer las más veces que él lleva la victoria: estimúlesele    también con aquellos premios que son propios de la edad.
Menudas son las cosas que enseñas (dirá alguno) habiendo prometido formar un orador; pero entienda que aun en las letras hay su infancia, y a la manera que la formación de los cuerpos que han de ser muy robustos comienza en la leche y la cuna, así el que ha de ser con el tiempo un orador elocuentísimo, hizo, para explicarme en estos términos, sus pucheritos, fue balbuciente e hizo garabatos en la formación de las letras. Y no, porque no baste el saber una cosa, diremos que no es necesaria. Y si ninguno reprende a un padre que tiene por preciso enseñar esto a su hijo, ¿por qué se condenará el hacer común lo que uno practicaría en su casa? Tanto más cuanta es la facilidad con que los niños aprenden las cosas pequeñas; y así como hay ciertos movimientos, a los que sólo puede hacerse el cuerpo tierno, así también sucede con los ánimos, que endurecidos se inhabilitan para la enseñanza. ¿Hubiera querido por ventura Filipo que su hijo Alejandro fuese instruido por Aristóteles, el filósofo más consumado de aquellos tiempos, o éste hubiera tomado este cargo, a no entender que convenía que los principios los enseñase también un maestro el más diestro? Hagámonos, pues, cuenta que se nos confía un Alejandro desde su infancia para que le enseñemos, empeño que merece tanto cuidado (aunque para cualquier padre la enseñanza de su hijo es de igual aprecio); en este caso ¿me avergonzaría yo de    darle el más breve camino para instruirle aun en la cartilla?
V. Por lo menos a mí no me agrada lo que veo practicar con muchísimos, y es el aprender el nombre y orden de las letras antes de aprender su figura. Embaraza esto el conocimiento de ellas, pues siguiendo después el sonido que de ellas tienen, no aplican la atención a su forma. Ésta es la causa de que los maestros, cuando pensaban haberlas fijado en la memoria de los niños, siguiendo el orden que tienen en el alfabeto, vuelvan atrás, y ordenándolas de otra manera, les hagan conocer las letras por su figura, no por su orden natural. Por tanto, se les enseñará a conocer su figura y nombre como conocen las personas. Pero lo que daña en el conocimiento de las letras no dañará en el de las sílabas.
Para estimular a la infancia a aprender no desapruebo aquel método sabido de formar un juego con las figuras de las letras hechas de marfil, o algún otro medio a que se aficione más la edad, y por el cual hallen gusto en manejarlas, mirarlas y señalarlas por su nombre.
Pero cuando comience a escribir no será malo grabar las letras muy bien en una tabla, para que lleve la pluma por los trazos o surcos que hacen. De este modo ni errará como en la cera (porque por una y otra parte le contendrán las márgenes), ni podrá salirse de la forma que le ponen; y por otra parte, siguiendo con velocidad y continuación huellas fijas, afirmará los dedos, no necesitando de poner una mano sobre otra para afianzarla. El escribir  bien y con velocidad es cosa digna de atención, aunque comúnmente olvidada de la gente de conveniencias porque siendo el principal ejercicio en gente de letras el escribir, con lo cual sólo se consiguen los progresos verdaderos y sólidos, si la pluma anda lerda sirve de rémora a la imaginación, y si la letra es imperfecta y de mala formación no se entiende después, y de aquí resulta el trabajo de dictarlo cuando se haya de trasladar. Por lo cual siempre y en todas partes nos dará gusto el no habernos olvidado de esto, pero especialmente cuando escribamos una carta de cosas que no conviene que otro sepa o bien a algún amigo.
En las sílabas no cabe compendio, sino que todas se deben aprender, y no se debe dilatar el conocimiento de las más dificultosas, como hacen comúnmente, para que cuando las escriban, las puedan distinguir. Además de lo dicho, no se ha de fiar mucho de lo que aprendieron los niños la primera vez; antes será más útil repetirlo muchas veces, y no apresurarlos, para que al principio lean de corrido,   sino sólo cuando junten ya las letras sin tropezar, sin detenerse, ni pensarlo mucho; y entonces, uniendo las sílabas, tomarán toda la palabra, y después comenzarán con ellas a formar oración; porque es increíble cuánta detención en el leer ocasiona este apresuramiento. De aquí nace el titubear, el pararse, y repetir los vocablos, cuando se atreven a más de lo que pueden, desconfiando aun de lo mismo que saben, si en algo llegaron a errar. Lean correctamente y sin interrupción; Ante todo pero por mucho tiempo con despacio, hasta que con el ejercicio adquieran leer con enmienda y velocidad. Porque el mirar adelante, y echar la vista a la palabra que sigue (regla que dan todos los maestros) no solamente lo enseña el método, sino la práctica, porque al tiempo de mirar lo que sigue, se ha de pronunciar lo primero, y se ha de dividir la atención del alma, cosa muy dificultosa, de modo que una cosa hagan los ojos y otra la voz.
En una cosa no nos ha de pesar el cuidado que pongamos, cuando el niño comience, como es de costumbre, a escribir los vocablos, y es que no pierda el trabajo en aquéllos que son vulgares, y que ocurren todos los días. Puede al punto ir aprendiendo, mientras se ocupa en otra cosa, la interpretación de las palabras más recónditas de la lengua, que llaman los griegos glossas, y conseguir en   estos primeros elementos lo que después les ha de llevar algún tiempo. Y supuesto que me paro en menudencias, desearía que los versos que se les ponen por muestra de escribir, no contengan inútiles sentencias, sino algún buen aviso, porque la memoria de esto dura hasta la vejez. Y fijándose en un ánimo desocupado de otras ideas, aprovecha para formar las costumbres. Pueden también por este género de diversión aprender las sentencias de hombres ilustres, y lugares escogidos principalmente de los poetas, cosas que agradan a la edad pequeña. Porque, como diré en su lugar, la memoria es muy conducente al orador, y ésta se cultiva y afirma con el ejercicio. Y en las edades de que vamos hablando, en que el niño no puede inventar nada, es la única manera de ingenio que puede sacar algún provecho del cuidado del maestro.

No será inútil, para que logren una pronunciación clara y expedita, el hacerlos repetir palabras dificultosas buscadas para este intento, y versos compuestos de sílabas ásperas y que tropiecen entre sí (que los griegos llaman enredosos), obligándolos a que los pronuncien muy de priesa. Esto es cosa pequeña a primera vista; pero omitido, cobrarán malos resabios en la pronunciación, vicios que, a no enmendarlos en los primeros años, durarán siempre.


Quintiliano, Instituciones oratorias- Proemio



Proemio

I. El motivo de haber escrito estas Instituciones oratorias y dedicarlas a Marcelo Victorio.-II. Pretende en ellas formar un orador consumado ya en las costumbres, ya en la ciencia, haciendo ver que los antiguos no distinguieron ésta de la sabiduría.-III. División de toda la obra.-IV. Estilo que observa en estos preceptos y a quiénes podrán aprovechar.
I. Conseguido que hube el descanso de mis tareas literarias, empleadas por el espacio de veinte años en instruir la juventud, pidiéndome algunos amistosamente que trabajase algo sobre la oratoria, por largo tiempo lo rehusé, por saber que autores de grande reputación en ambas lenguas dejaron a la posteridad mucho trabajado a este propósito, y con el mayor esmero. Pero lo que me movía a mí más para desenredarme de este encargo, eso mismo los empeñaba a ellos más en su demanda; y era, que entre tanta variedad de opiniones de los antiguos, y a veces encontradas unas con otras, era difícil la elección; porque  (a lo que yo llegué a entender) me pedían, no que escribiese algo de nuevo, sino que a lo menos diese mi voto sobre lo que escribieron los antiguos. Y aunque no tanto me movía la dificultad de la empresa, cuanto tenía reparo en excusarme a sus ruegos, descubriendo después más campo del que presentaba la materia, voluntariamente me tomé más trabajo del que me encomendaban: ya para ganarme más a mis amigos con este nuevo obsequio, ya por no seguir ajenas huellas en camino trillado. Porque cuantos escribieron en materia de elocuencia, trataron de ella con tanto primor, como si escribiesen para gente instruida a fondo en todas las demás ciencias: ya porque despreciaban, como cosa de poco valor, los primeros estudios del hombre; ya porque no tenían por obligación suya tratar de esto, siendo distintos, y diversos entre sí, los objetos de las artes; ya fuese (y esto es lo más verosímil) porque no esperaban ninguna reputación de un trabajo que, aunque necesario, está muy apartado de la alabanza y lucimiento; sucediendo aquí lo que en los edificios, que sepultados los cimientos, únicamente luce lo que descuella sobre la tierra. Mas yo, que ninguna cosa tengo por ajena de la oratoria (sin lo que es preciso confesar que no puede darse orador), y que estoy en la persuasión de que en ninguna materia puede aspirarse a la perfección, sino pasando por los principios, no me desdeñaré de descender a estas menudencias, sin las que no se pueden conseguir otras cosas de mayor importancia. Comenzaré, pues, por los estudios que deben formar un orador desde la infancia, no de otra manera que si se me hubiese encomendado su educación.
El cual trabajo te lo dedico, Marcelo Victorio, por juzgarte digno de este don y prenda de nuestra amistad recíproca, no sólo en atención a la estrecha que hay entre los dos y al encendido amor que tienes a las letras (motivos que por sí solos bastaban), sino porque estos libros me parecen   muy del caso para la instrucción de tu hijo, cuyos primeros años dan claro indicio de que ha de lucir su ingenio, a los cuales tenía intención de dar principio por los primeros rudimentos de la oratoria, continuando por aquellas artes, que pueden contribuir algo al que ha de seguir esta carrera hasta llegar a la perfección y complemento de esta obra.
Me he determinado a tomar este trabajo con tanta más razón, por ver que andaban ya en mi nombre dos libros de retórica, los que ni yo di a luz ni los trabajé con este fin; porque el primero contenía aquellas instrucciones privadas que di a mis discípulos en dos días que ellos escribieron; y habiendo copiado el segundo en muchos más a fuerza de cifras, otros jóvenes aficionados míos inconsideradamente les hicieron el honor de publicarlos. Por donde en estos libros habrá muchas cosas de aquéllos repetidas, otras muchas mudadas, muchísimas añadidas, pero todas mejoradas y dispuestas en el mejor orden posible.
II. Formamos en ellos un orador perfecto, el que no puede serlo no acompañándole las buenas costumbres: por donde no sólo quiero que en el decir sea aventajado, sino en todas las prendas del alma; porque nunca concederé que eso de vivir bien y honestamente se ha de dejar, como algunos pretenden, para los filósofos; como sea cosa cierta que el hombre verdaderamente político, acomodado para el gobierno público y particular, capaz de gobernar con sus consejos las ciudades, fundarlas con leyes y enmendarlas con los juicios, no es otro que el orador Y así, aunque confieso que me valdré de algunas sentencias que se encuentran en los libros de los filósofos, resueltamente digo que éstas son obras nuestras y que pertenecen a la oratoria: porque ocurriendo muchas veces hablar de la justicia, fortaleza, templanza y otras virtudes semejantes, y tanto que apenas habrá causa alguna en que no se ofrezca alguna cuestión de éstas; debiéndose explicar todo esto en la invención y elocución, ¿dudará alguno que los oficios del orador consisten en todo aquello para lo que se requiere la fuerza del ingenio y la facundia en el decir?
Y así como estas cosas se hallan juntas en la naturaleza, así también se hallan en las obligaciones del orador, como lo colige muy claramente Cicerón: de forma que los  que fuesen tenidos por sabios igualmente fuesen reputados por elocuentes. Dividiose después esta facultad, haciendo la pereza que apareciese no una, sino muchas: porque luego que se hizo comercio del arte de hablar y se comenzó a abusar de los bienes de la elocuencia, los que eran tenidos por elocuentes abandonaron el cuidado de las costumbres; y abandonado éste, fue como presa de los malos ingenios. De aquí resultó que éstos, despreciando el trabajo de bien decir, y aplicándose a formar los corazones y dar leyes para vivir, conservaron la mejor parte (si es que esta facultad admitía división), y se apropiaron un título lleno de arrogancia; de forma que ellos solos vinieron a llamarse amantes de la sabiduría, título que jamás tuvieron la osadía de atribuirse ni los emperadores más grandes, ni los que con el mayor lucimiento se emplearon en la consulta de asuntos de la mayor importancia y en el gobierno de toda la república, pues antes quisieron hacer cosas muy buenas que prometerlas. Y vengo bien en que entre los que antiguamente hicieron profesión de sabios, muchos no solamente dieron buenos preceptos, sino que vivieron conforme a lo que enseñaron; mas en nuestros días, bajo la capa de este nombre de sabios, se encubrieron vicios muy enormes en la mayor parte de los profesores; porque no procuraban ser tenidos por filósofos por la virtud y letras, sino que con el velo de un semblante tétrico y vestido diferente de los demás, encubrían sus costumbres muy estragadas.
Mas al presente todos los días nos ponemos a tratar de aquellas materias que son peculiares de la filosofía. Porque ¿quién, por malo que sea, no habla ahora de lo bueno y justo? ¿Quién, aun de los hombres del campo, no disputa sobre las causas naturales? La propiedad y diferencia de los términos debe sin duda ser común a todos los que cuidan del lenguaje; pero el orador las debe saber y hablar con mucha perfección; el cual, si en algún tiempo hubiera sido consumado, nunca se mendigarían de las escuelas de los filósofos los preceptos de la virtud. Ahora se hace preciso recurrir alguna vez a aquellos autores que se apropiaron, como llevo dicho, una parte de la oratoria, y la mejor, que estaba abandonada, y pedirles lo que en cierto modo es nuestro: esto no para valernos de lo que inventaron, sino para hacer ver que se aprovecharon de invenciones ajenas.
Sea, pues, tal el orador que pueda con verdad llamarse sabio; y no solamente consumado en las costumbres (porque esto no basta, según mi alcance, aunque hay quien sienta lo contrario), sino en la ciencia y facultad de decir, cual quizá no ha habido ninguno hasta el día de hoy12. Mas no por eso hemos de trabajar menos por llegar a la   perfección, como muchos de los antiguos lo practicaron, los cuales, dado caso que creían no haberse encontrado ningún hombre perfectamente sabio, no obstante dieron preceptos de sabiduría; porque la elocuencia consumada es ciertamente una cosa real, a que puede arribar el ingenio del hombre; y dado caso que no lo consiga, con todo, los que se esfuercen para llegar a lo sumo se remontarán mucho más que aquéllos, que, desesperanzados de llegar donde pretenden, no se levantan un palmo sobre la tierra.
III. Por donde con mayor razón se me disimulará, si no paso en silencio ni aun las cosas más menudas, pero necesarias a la obra que hemos emprendido. Atento que el primer libro contendrá lo que antecede al oficio del orador. En el segundo trataremos de los primeros elementos y cuestiones de lo sustancial de la retórica. Después emplearemos cinco libros en la Invención, a la que sigue la Disposición: cuatro en la Elocución, donde entra la Pronunciación y Memoria. A éstos se añadirá uno, en el que formaremos el orador; tratando, en cuanto lo permitan nuestras cortas fuerzas, qué tales han de ser sus costumbres, qué regla debe guardar en encargarse de las causas, en aprenderlas y defenderlas, qué género de elocuencia debe seguir, y qué fin sea el de la oratoria y cuáles sus estudios.
IV. A todo lo dicho se juntará, como lo pidiere la ocasión, la manera de perorar, que no solamente instruya a los aficionados en el conocimiento de aquellas cosas, a las que únicamente dieron algunos el nombre de arte, e interprete el derecho de la retórica (para explicarme en estos    términos), sino que asimismo pueda fomentar la facundia y aumentar las fuerzas de la oratoria. Porque de ordinario los preceptos por sí solos, afectando demasiada sutileza, destruyen y despedazan cuanto hay de más noble en el discurso, se llevan todo el jugo del ingenio y lo dejan en los huesos: los cuales, así como debe haberlos y estar sujetos con los nervios, así deben estar cubiertos con la carne. Por tanto en estos doce libros no hemos formado un compendio, como han hecho los más, sino cuanto puede servir para instruir al orador, haciendo una breve demostración de todo; porque si hubiéramos de decir cuanto se ofrece en cada cosa, sería nunca acabar.
Pero una cosa se debe afirmar sobre todo, y es que de nada aprovecha el arte y los preceptos cuando no ayuda la naturaleza. Por donde el que no tiene ingenio entienda, que de tanto le aprovechará lo que hemos escrito cuanto a los campos naturalmente estériles el cultivo y la labranza. Hay también algunas cosas con que ayuda la naturaleza, como la voz, el pecho de aguante, robustez, firmeza de cuerpo y gracia: en todo lo cual si la naturaleza    nos fue escasa, la razón lo puede aumentar; pero la falta de esto a veces viene a destruir las prendas del ingenio y del estudio; así como aun teniendo estas cosas, por sí nada aprovechan sin un sabio maestro, sin estudio emprendido con tesón y sin el ejercicio continuo de escribir, leer y declamar.

martes, 11 de febrero de 2014

Sergio Pitol, La época de oro de la literatura rusa




Sergio Pitol nació en Puebla, México, el 18 de marzo de 1933. 
Pitol se licenció en derecho por la UNAM, de la Universidad Veracruzana y de la Universidad de Bristol.
El escritor mexicano es reconocido por su trayectoria intelectual, tanto en el campo de la creación literaria como en el de la difusión de la cultura, especialmente en la preservación y promoción del patrimonio artístico e histórico mexicano en el exterior. Ha vivido perpetuamente en fuga, fue estudiante en Roma, traductor en Pekín y en Barcelona, profesor universitario en Xalapa y en Bristol, y diplomático. Miembro del Servicio Exterior desde 1960, ha sido consejero cultural de las embajadas mexicanas en Francia, Hungría, Polonia y la Unión Soviética, director de Asuntos Culturales de la Secretaría de Relaciones Exteriores, director de Asuntos Internacionales del Instituto Nacional de Bellas Artes y embajador en Checoslovaquia. Ha trabajado para las editoriales Novaro, Oasis y Tusquets. Colaborador de Revista de la Universidad, Estaciones, Revista de Bellas Artes y La palabra y el Hombre; de los suplementos México en la Cultura, La Cultura en México, Sábado y La Jornada Semanal; y del diario Ovaciones.
Sergio Pitol ha ocupado durante muchos años una posición muy especial en el panorama literario mexicano, sin embargo, aunque ha sido unánimemente elogiado por la mejor crítica, y un apasionado difusor de la literatura centroeuropea y el brillante traductor de autores como Conrad, James, Gombrowicz o Andrzejewski, varios factores han contribuido a que no pasara de ser, durante muchos años, un escritor de culto.

Diario Kafka, Entrevista a Juan Manuel de Prada


Juan Manuel de Prada
Juan Manuel de Prada

Diario Kafka: ¿Cómo influyeron en ti Cela y Umbral?
Juan Manuel de Prada: 
Ambos son escritores a los que traté en un momento muy concreto de mi vida que eran mis comienzos, cuando yo no vivía en Madrid. Su influencia es más por el ideal de vivir de la literatura que porque hayan sido escritores muy seguidos por mí. Los leí sobre todo a raíz de conocerlos. A Cela porque me encargaron una entrevista para el ABC, coincidiendo con su octogésimo cumpleaños, y a Umbral porque muy generosamente escribió sobre mi primer libro. Luego la relación con Umbral se estropeó y la relación con Cela pues se mantuvo, pero siempre en un plano estrictamente literario. Ambos eran personajes muy complejos, ¿no?, eran personajes muy complejos... Difíciles ambos, con una visión de la sociedad literaria bastante compleja. Por una parte eran animales literarios, eran personas que necesitaban vivir literariamente, pero por otra habían desarrollado una especie de, ¿cómo diríamos?, como de radiactividad que los hacía muy peligrosos. Yo con Umbral luego tuve experiencias muy malas y nunca recuperé la amistad con él. Con Cela en cambio la mantuve siempre, pero vamos, ya digo que nunca participé de su círculo de allegados. Pero bueno, literariamente ambos me parecen escritores admirables, cada uno a su manera y en la debida proporción. Ambos creo que fueron escritores que se dilapidaron mucho por razones diversas, pero creo que eran escritores muy dotados.
DK: ¿Tú eres también de esos escritores que necesitan vivir literariamente?
JMP: 
No, no. Yo lo fui, pero no lo soy.
DK: Porque la impresión al leer tus primeros libros es que tú vivías literariamente, o esa era, digamos, tu ambición.
JMP: 
Sí, al comienzo sí, pero luego ya no.
DK: Uno de tus primeros libros era un libro enormemente literario y tú estabas muy metido ahí, Las máscaras del héroe. 
JMP: 
Pero bueno, es que era un libro protagonizado por escritores, pero por escritores de mala vida.
DK: Ese libro era como un gran catálogo.
JMP: 
Claro, era una novela coral, donde la acción propiamente dicha era secundaria, pero bueno, yo también era muy joven, realmente no participo del entusiasmo que le suscita a mucha gente que yo creo que es más bien entusiasmo por su propia juventud, porque claro, yo era muy joven y la gente que me leyó también lo era... (risas).
DK: ¿Qué edad tenías cuando publicaste este libro?
JMP: 
Veinticinco.
DK: Y de repente aparece Coños, aparece el silencio potenciador, aparece Las máscaras, y dejas la provincia, vienes a Madrid, ¿cómo fue eso? Como diría Cela, ¿cuándo dejas la provincia? 
JMP: 
No, no. Pues mira la provincia la dejo en el 99. Todo lo contrario, cuando yo vengo a Madrid es cuando me aparto totalmente de la pomada literaria, es al revés.
DK: Estás en todo desde fuera.
JMP: 
Estoy en todo sobre todo porque me pongo, entre comillas, de moda, ¿no? Que es una cosa un poco horrible, pero sí, yo entonces vivía en Zamora. Es cierto que venía aquí, con cierta asiduidad, hacía una entrevista al mes para ABC Cultural...
DK: Es que con Coños te hiciste figura pública, o sea, se empezó a hablar de ti, simplemente con el primer libro ya.
JMP: 
Sí, pero vamos, Coños fue un libro que salió de puro milagro, de pura chiripa y lo escribí pues eso, viviendo en Zamora, la realidad es esta. Y todo mi triunfo, incluido el Premio Planeta, fue viviendo en Zamora. Y luego me vengo, una vez que pasa la polvareda del Planeta, claro que con el Planeta te tiras viajando meses. Yo viví semanas en el Hotel Palace, ya no sé por qué.
DK: ¿Cómo es tu público, cómo crees que es?
JMP: 
Tengo lectores muy diversos.
DK: ¿Es gente que te sigue en ABC y luego compra tus novelas? ¿Es gente que proviene de haberte leído en las novelas y luego te sigue en ABC? 
JMP: 
Hay de todo, hay de todo. El lector de mis novelas es un tipo de lector al que le gusta un tipo de literatura muy heavy digamos, ¿no?, con pocas ínfulas de modernidad, y le gusta un poco así la literatura a la antigua usanza. Un lector que cuando esté leyendo tenga siempre la sensación de estar leyendo literatura.
DK: Un lector de novela.
JMP: 
Sí, bueno, más que un lector de novela, que también puede ser... O sea, libros con conciencia literaria, pero es que no sé, lo de los libros y los lectores es un... es imposible, conocí muchos lectores, la verdad.
DK: ¿Qué supone para un joven como tú ganar el Planeta? Aparte del dinero...
JMP: 
Hombre, visto ahora con perspectiva, pues me permitió vivir de la literatura desde muy pronto, con lo cual le tengo que estar muy agradecido. Fuera de eso no me aportó nada. Con la perspectiva yo creo que La tempestad es mi peor novela, sin embargo fue la que más éxito tuvo, no ya en España (que es natural por haber sido el Premio Planeta), sino fuera de España también. Es un libro que fuera de España tuvo mucho éxito. Y desde entonces la verdad es que soy muy escéptico respecto a todo, porque me doy cuenta de que lo malo vende más.
DK: ¿Tú crees que Me hallará la muerte es tu mejor novela?
JMP: 
No, no... Hombre, te identificas siempre con lo último que has escrito.
DK: ¿Has invertido años en ella, ¿no?
JMP: 
Un par de años sí, porque yo estuve tres años sin escribir novela. Estuve tres años con movidas personales, bastante duras, y sin escribir novelas. A esta le he dedicado aproximadamente dos años entre lo que es la documentación, la concepción, la escritura...
DK: ¿Te encontró a ti el tema o lo fuiste a buscar?
JMP: 
Me encontró, sí.
DK: No ibas a escribir nada en esa línea. 
JMP: 
No, qué va, es más, iba a escribir otra novela que creo que voy a escribir ahora. Iba a escribir otra novela, e ignoro por qué –quizá porque leí o vi algún documental sobre la División Azul– ahora mismo soy incapaz de decirte por qué, pero de repente se me ocurrió esta novela. No, bueno, creo que es mi novela más narrativa, que es lo que siempre me impuse desde el comienzo, es decir, yo desde el comienzo sé cuál es mi carencia fundamental, yo tenía un poco, como pudiera ser el caso de Cela o Umbral, una gran facilidad verbal, ¿no?, capacidad para las imágenes, para los epítetos, para las metáforas... Entonces me di cuenta de que mi carencia era la arquitectura, la narratividad, los diálogos... Entonces, la verdad es que desde La tempestad me esforcé por darle a las novelas plot, digámoslo así (risas). Esto en La tempestad se resuelve de forma original creo, pero muy disparatada, que es hacer una novela con una trama detectivesca pero con un tono de novela lírica, con lo cual queda absolutamente extraño, y luego pues lo he intentado aquilatar, mejorar y en ese sentido sí, con Me hallará la muerte estoy más contento porque he dicho “Joder, sí soy capaz de escribir una novela con un argumento bien dosificado y demás, y sin tomar notas...”, porque normalmente yo soy un escritor que no toma notas, ¿no? Pero antes me costaba mucho más desarrollar una acción. O sea, yo ponía a los personajes y los personajes iban haciendo lo que les parecía.
DK: ¿Es una novela moral, ¿no? En el sentido de que lo que nos planteas son opciones morales y una postura.
JMP:
 Bueno, la novela trata sobre el mal, y luego a través del recurso del doble mostraré un poco cómo es la deshumanización. Pero esta es una reflexión que se puede hacer al leer la novela, pero mientras la estaba escribiendo, más allá de que hubiera esta preocupación de fondo... Bueno, yo lo que quería era escribir una novela, que yo creo que es lo que quiere todo el mundo, ¿no?
DK: Llegar al final y ver qué te ha salido.
JMP: 
Generalmente, uno cuando escribe, es a posteriori cuando hace elaboraciones intelectuales sobre lo que ha escrito.
DK: [Rafael Reig] Yo a veces pienso que si no fuera por alguna entrevista que nos hacen, ¿qué sabríamos de nuestros propios libros? (Risas).
JMP: 
Claro, claro, claro... Efectivamente. Lo que pasa que es verdad que siempre te hacen estas preguntas y entonces tú desarrollas una reflexión sobre tu propia obra que a veces es iluminadora porque efectivamente descubres que determinadas cosas, aunque no las pensaste de forma absolutamente nítida, sí te rondaban, ¿no? Entonces sí, sería eso, una novela sobre el mal y sus múltiples expresiones y sobre lo que podríamos llamar el fariseísmo o la hipocresía.
DK: ¿Lees a tus contemporáneos?, ¿lees a gente de tu edad, de tu generación?
JMP: 
Por épocas, ha habido épocas que mucho y otras que nada. Ahora por ejemplo, nada, ahora no leo literatura contemporánea desde hace... pues desde que empecé con la novela no he leído nada de literatura contemporánea, la verdad.
DK: ¿Quién te interesa de los narradores españoles contemporáneos? 
JMP: 
Sería muy injusto pero voy a intentar responder, pero bueno va a ser con lecturas de hace tres, cuatro, cinco años. Bueno, ha habido un escritor que siempre me interesó desde chaval y al que he leído siempre, que ha sido Álvaro Pombo, a mí Álvaro Pombo siempre me ha parecido un escritor muy interesante, también muy distinto a mí, pero me parce un escritor espléndido. Lo leí mucho, con auténtica fruición. Me marcó muchísimo alguien a quien ya hace bastantes años que no leo, pero que en mi etapa de formación me marcó mucho, que es Francisco Nieva, las novelas de Francisco Nieva son tremendamente surrealistas, me parece un magnífico escritor.
DK: ¿Y el teatro?
JMP: 
El teatro de Nieva también me gusta, sí, sí. Luego, en la generación que descollaba en mi primera juventud, el que más me gustaba era Javier García Sánchez, escritor del que ahora, por cierto, tengo ganas de leerme su Robespierre.
DK: ¿A Marías lo leíste?
JMP: 
A Marías lo leí, me gustaron algunos libros, realmente los que leí sobre todo, Todas las almasCorazón tan blanco... Y luego pues ya entre escritores así más de mi generación o los que surgieron conmigo o más o menos después, pues hombre, soy un desastre para los nombres. Fernando Royuela me parece un escritor muy interesante.
Rafael Reig y Juan Manuel de Prada
DK: Yo sé que lo que hace Orejudo te interesa.
JMP: 
Orejudo, Antonio Orejudo es un escritor que me gusta, Rafael [Reig] es un escritor que me gusta...
DK: Vuestros comienzos algo tienen que ver, ¿no? Digamos Las máscaras del héroe y Fabulosas narraciones por historias, la primera novela de Antonio Orejudo, una narración coral de una historia, son obras muy parecidas que creo que son casi del mismo año, y en las que se ve un esfuerzo, ibais en la misma dirección por separado: recontarnos la historia de la literatura y la historia de España a la vez. 
JMP: 
Efectivamente, efectivamente. Pero bueno, que mi conocimiento de la literatura contemporánea tampoco es grandioso, y sobre todo eso, llevo tres años que no he seguido nada las novedades, por razones también diversas.
DK: ¿Tú qué piensas: tiene derecho a dimitir un Papa? Derecho divino, quiero decir, que está ahí por la gracia de Dios...
JMP: 
Hombre, no creo que la expresión sea tener derecho, no creo que lo tenga... Creo que debe renunciar si considera que eso es para el bien de la Iglesia.
DK: ¿No lo ves como una claudicación?
JMP: 
Resulta muy misterioso, lo del papa Benedicto XVI. Yo pienso que lo ha hecho porque cree que él no es capaz de afrontar por razones de edad, de soledad, por razones que se me escapan... determinados problemas que tiene la Iglesia. No creo que un Papa pueda renunciar porque a él le apetezca o porque le venga bien, ¿no? Y más allá de que él ha dicho que está cansado, que no se ve con fuerzas..., pero bueno es evidente que le faltan fuerzas para acometer alguna empresa, porque no verse con fuerzas así, es una cosa muy vaga, ¿no?
DK: Tú has llegado a escribir que el islam probablemente gane contra la cristiandad porque ellos tienen fe y nosotros ni siquiera creemos en lo que decimos que creemos. ¿Crees que eso es extensible no solo a la fe religiosa sino en general a las sociedades en las que vivimos, que nos creemos todo a medias: la solidaridad, la democracia, el matrimonio, el sexo...? 
JMP: 
Sí, sin duda... Vamos a ver, yo creo que el bienestar material y la fe en algo son incompatibles, porque en el momento en que tienes un bienestar material dejas de creer en cosas de realización improbable y que además lo único que te garantizan es adopción de riesgos. Entonces yo creo que esto es lo que más ha influido en la decadencia de las sociedades occidentales, el bienestar material.
DK: ¿Y a las sociedades islámicas como Catar, Baréin...? Tienen más que nosotros, ¿no? (risas).
JMP: 
Bueno, habría que ver si esas sociedades creen o no creen. Yo los que sí creo que creen son los que viven en el desierto, los que adiestraba Bin Laden, es decir, luego esos ricos los pueden utilizar, pero yo creo que la fe religiosa, que es algo natural en el hombre, pero como todo lo natural necesita unas condiciones para prosperar, para aprender, y creo que el dinero pues es absolutamente la antípoda de la fe. La frase evangélica “No podéis servir a dos señores, a Dios y al dinero” es implacable, eso es implacable.
DK: ¿Has leído una novela de John Updike que se llama Terrorista? 
JMP: 
DK: ¿Te gustó?
JMP: 
No. La reseñé; bueno, es interesante.
DK: En esa novela Updike plantea la idea del atractivo del islamismo como una religión exigente y no complaciente como se está volviendo el cristianismo, como una clase de yoga...
JMP: 
La religión musulmana es una religión más exigente, más árida, más severa, pero al mismo tiempo es una religión mucho más simple, una religión a la que te adhieres mediante signos externos: tienes que rezar cinco veces al día, tienes que cumplir con el ayuno, según lo establecido, etcétera, etcétera, pero es una religión sin teología, digámoslo así. La religión cristiana (y no digamos específicamente la católica), es una religión mucho más rica, mucho más compleja, tiene una teología mucho más compleja. Quizá por eso es una religión que permite muchas más desviaciones, digámoslo así, porque claro, la indagación teológica siempre tiende a ramificar o a generar ciertos ámbitos de ambigüedad, que es lo que permite que dentro de la Iglesia haya católicos de muy diverso signo, de muy diversa orientación, etc.
DK: ¿No es por poner una vela a Dios y otra al diablo, estar en los dos equipos?
JMP: 
No, es algo natural. Chesterton decía que la Iglesia es una casa en la que se entra por muy diversas puertas, y eso es verdad. Entras por muy diversas razones.
DK: ¿Tú qué piensas de la enseñanza religiosa en los colegios?
JMP:
Uf. Hombre, yo es que soy muy tradicional, no en el sentido banal de la palabra, sino que yo me considero parte de una cadena, entonces yo creo que los seres humanos tienen que sentirse partícipes de una comunidad. Y lo que le da sentido a las comunidades en términos históricos es la religión, entonces yo creo que un español debe ser instruido en la religión católica.
DK: Un español musulmán, por ejemplo.
JMP: 
Un español...
DK: Un español puede ser musulmán, y protestante, y judío... musulmanes y judíos ha habido en España casi más años que católicos, ¿no?
JMP: 
Sí, pero todo nuestro arte, toda nuestra literatura... todo es católico.
DK: Entonces tú piensas que un español musulmán debería recibir clases de religión católica.
JMP: 
Sí, pero no en sentido catequético.
DK: Bueno, como se hace ahora en los colegios.
JMP: 
No, no, pero eso es una lección, un derecho de los padres a elegir la religión en la que desean que sus hijos sean formados.
DK: Ese derecho no existe en la religión musulmana, por ejemplo, mientras que para la católica sí es un derecho efectivo en todos los colegios.
JMP: 
Sí, pero bueno, también es una religión mayoritaria. Pero bueno, yo la pondría para todo el mundo.
DK: Obligatoria para todo el mundo.
JMP: 
Sí. Sí. Pero no en términos confesionales, en términos de instrucción, o sea, que la gente sepa qué es la eucaristía, que sepa lo que es la virginidad de María...
DK: Historia de las religiones...
JMP: 
Pero bueno, es que no es lo mismo.
DK: ¿De verdad crees en serio que está bien que le expliquen al hijo de un musulmán español lo que es la virginidad de la Virgen, la eucaristía y todo eso?
JMP: 
Sí, porque ese niño podrá leerse un auto sacramental de Calderón de la Barca y entenderlo. O podrá leerse un soneto de Lope de Vega y entenderlo. Es una forma de hacerlo partícipe de una tradición cultural, de una tradición artística, de una tradición... Yo creo que sí. Pero en esto no veamos un deseo de imponer religión o una determinada religión a la gente, no, es deseo de hacerla partícipe de nuestra historia.
DK: Pero la Iglesia no maneja la misma ecuanimidad que tú. Y de nuestra historia también forma parte la religión musulmana, ¿no?
JMP: 
Hombre, en unos términos distintos, nada que ver, o sea no podemos ser demagógicos. Una cosa es que España se haya construido por sucesivas invasiones o por sucesivas corrientes migratorias, y otra cosa es lo que es distintivo de la cultura española, primero desde sus balbuceos, luego lo que es todo el período de la reconquista y luego el Estado moderno.
DK: ¿Cuáles son los balbuceos?
JMP: 
La España visigótica. Y luego claro, que está totalmente presente en nuestra literatura, en nuestro arte, etcétera.
DK: Pero entre la España visigótica y la musulmana pasa muy poquito de tiempo, ¿no?
JMP: 
Efectivamente, la musulmana entra tres siglos más tarde y luego hay ocho siglos de Reconquista.
DK: España musulmana.
JMP: 
No, España musulmana, no.
DK: Ortega decía: “¿Cómo se puede llamar Reconquista a una cosa que dura ocho siglos?” (risas).
JMP: 
¡Claro!, porque no estuvieron peleando los ocho siglos, claro, estuvieron conviviendo, estuvieron arbitrando diversas fórmulas... en el fondo la Reconquista de España es la mayor prueba de que la prosperidad daña a los pueblos. Cuando tú ves la prosperidad en la que vivían los nazaríes pues entiendes perfectamente que los Reyes Católicos los vencieran.
DK: ¿Franco duró tanto porque era austero, que comía sopa y empanadillas?
JMP: 
No, yo creo que Franco duró tanto porque el español tiende –en contra de lo que se piense– mucho al servilismo. Yo creo que el pueblo español es un pueblo bastante fácil de gobernar, de ser gobernado, como se está probando hoy.
DK: Pregúntaselo a Napoleón.
JMP: 
Pero eso es distinto. 
DK: En estos tiempos en los que los escritores de cuarenta y pocos años, que son en general, digamos díscolos, desatados, materialistas y medio progres, ¿tú te definirías como un escritor católico?
JMP: 
No, esto es molesto. En realidad el concepto de escritor católico es propio de sociedades no católicas, nadie diría que Lope de Vega es un escritor católico, o que Cervantes es un escritor católico. Esa etiqueta es propia de sitios que han dejado de ser eso, tiene sentido en Chesterton, que es un escritor católico porque crece y se forma como escritor en una sociedad que no es católica. A mí me parece una etiqueta molesta, entre otras razones porque parece que ser católico significa como un negociado dentro de la literatura, entonces me parece un poco absurdo. Yo creo que un escritor católico, al ser católico es un escritor como otro cualquiera: puedes tocar todos los temas como te da la gana, evidentemente los vas a tocar de otra manera. Es más, yo creo que hoy la etiqueta de escritor católico de forma subrepticia y taimada, tanto por parte de los enemigos de la Iglesia como por parte de muchos católicos, significa un escritor mojigato, un escritor puritano, un escritor si quieres buenrrollista de los temas: todos somos buenos, todos nos redimimos, la vida, a pesar de que tengas muchos sinsabores, siempre te da un premio.
DK: Nada más ajeno a tus columnas...
JMP: 
Claro. Entonces en ese sentido me molestaría, incluso. Esto es, en la percepción que otros tienen de mí, lo que más me cuesta aclarar, porque hoy en día el concepto de lo católico está absolutamente envenenado o tergiversado por una sociedad que ya no es católica y que cuando piensa en términos religiosos más que en lo católico piensa en lo puritano, que es una tradición totalmente ajena a la nuestra. Por ejemplo, te voy a poner un ejemplo: cuando en un determinado momento Jiménez Losantos y César Vidal inician una campaña para desprestigiarme, para demolerme, me hizo mucho daño porque yo en ese momento tenía fanatizada a una importantísima masa social católica a través de la COPE, entonces ellos ¿qué hacen? Ellos hacen: “El autor de Coños”. Claro, y el Arcipreste de Hita que era arcipreste y era el autor de El libro de buen amor, y yo no soy arcipreste, quiero decirte, y Lope de Vega escribió unos poemas amatorios que no se los saltaba un gitano, y Boccaccio escribió el Decamerón... y claro, es que es una locura, ¿no? Cuando hablamos decatólico, ¿a qué nos estamos refiriendo?, ¿a que tienes que escribir vidas de santos?
DK: No, nos estamos refiriendo a los maniobreros...
JMP: 
No, pero este concepto está muy extendido. Además hay una evolución clarísima, hay un momento muy interesante, algún día tengo que escribir sobre este tema porque a mí me interesa como escritor: ¿qué se considera arte moral y qué es lo que se considera arte inmoral? El arte inmoral es aquel que no establece distinción entre el bien y el mal, no el arte que trata sobre el mal. Probablemente Baudelaire fue el gran poeta católico del siglo XIX. Hay un escritor al que yo admiro mucho, Leonardo Castellani, que tiene un artículo maravilloso sobre Baudelaire y dice eso.
DK: ¿Y las Letanías de Satán cómo las lee? 
JMP: 
Bueno, porque es una persona que ve el mal y que lo contempla y que incluso es tentado por el mal. Pero siempre lo presenta como mal, más allá de que lo presente atractivo.
DK: Pero elige mal.
JMP: 
Pero eso es algo que todos podemos hacer. En el caso de Baudelaire yo tampoco tengo tan claro que él quiera el mal.
DK: [Rafael Reig] Yo no digo Charles, digo su obra.
JMP: 
Su obra trata sobre el mal, pero sí muestra sus estragos; es decir, cuando él habla de las putas pues las presenta como personas que están destruidas por el trato carnal, cuando habla de los efectos de la mala vida... O sea, yo creo que sí muestra el mal. Entonces hay un informe de la Inquisición sobre La Celestina, y el inquisidor más severo, en el momento en que aparece La Celestina, que es el momento de mayor auge de la Inquisición, finales del siglo XV, imagínate, ¿no?, Reyes Católicos, etcétera, entonces él hace un informe sobre La Celestina y dice que él no ve nada en ella que deba ser perseguido, que evidentemente es procaz, pero como lo fueron Plauto y Terencio o Boccaccio y que eso nunca se ha considerado perseguible por el Santo Oficio. Siempre existió una cláusula que decía que este tipo de procacidades y demás eran admisibles, había una cláusula que decía propter elegantiam sermonis, “en razón de la elegancia de la escritura”, y luego siempre y cuando el mal no obtuviese recompensa, ¿no? Claro que en La Celestina no lo tiene. Entonces La Celestina durante siglos se publicó sin ningún problema, y es a finales del siglo XVIII y principios del XIX, ya con la Inquisición agonizando, cuando La Celestina se prohíbe. ¿Eso por qué ha ocurrido? Porque entretanto ha pasado algo en el seno del catolicismo: se infiltró un veneno protestante, un veneno puritano, que es la incapacidad para mostrar el mal. Entonces hoy vivimos en una época en la que los países católicos están muy impregnados o contaminados de protestantismo.
DK: ¿En qué sentido, a qué te refieres?
JMP: 
Bueno, hay muchas cosas en nuestras formas de vida, en nuestra relación con el dinero... Las costumbres protestantes han alterado nuestra forma de ser. Y eso ha generado también un cierto puritanismo en las costumbres, que cada vez muestran una fachada más como de asepsia, muy propia de las sociedades puritanas. Si en EE. UU. a un político le sacan que se ha ido de putas se acabo su carrera política, es una cosa demencial, ¿no?
DK: Y aquí, si lo sacaran, ¿no crees que ocurriría lo mismo?
JMP: 
No, aquí no. Aquí de hecho no ha ocurrido, todo lo contrario. Cuando el ministro de Industria, Miguel Sebastián, le saca a Gallardón la revista con la señorita con la que supuestamente él había tenido relaciones, se acabó la carrera de ese señor para la alcaldía de Madrid, fue arrasado por Gallardón.
DK: ¿Crees que somos tan permisivos?
JMP: 
No es permisivos, sino que la conciencia del católico es que tú pecaste ayer pero hoy puedes estar ya sanado porque te has confesado, te has arrepentido. Mientras que en la conciencia protestante no, el protestante solamente tiene la oportunidad de ocultarlo. Todo esto venía a si me siento cómodo con esa etiqueta [escritor católico]: pues no, sobre todo porque hoy en día mucha gente, cuando dices “escritor católico”, piensa cosas muy raras.
DK: ¿Qué idea tienes tú del Opus? 
JMP: 
Pues bueno, yo tengo amigos del Opus Dei, el carisma del Opus Dei no me atrae, no es el mío, ¿no? El Opus Dei quizá sea el ámbito de mayor libertad dentro de la Iglesia...
DK: ¿Entonces los jesuitas son una comuna libertaria? (risas).
JMP: 
Bueno, bueno, hay gente muy distinta dentro del Opus. En el Opus puede estar hasta un concejal de Herri Batasuna. En los jesuitas hay un ámbito de libertad tremendo, pero la Compañía de Jesús, tradicionalmente y hasta hace relativamente poco, era mucho más uniforme de lo que pueda ser el Opus Dei. En el Opus Dei hay gente de tendencias muy diversas, ¿eh? Repito, un concejal de Herri Batasuna, y te vas a Cataluña y hay gente del Opus Dei nacionalista, gente no nacionalista... En eso, el Opus Dei da mucha libertad. La película que hicieron de Escrivá de Balaguer, esta de Encontrarás dragones..., pues es una película que cabreó a mucha gente del Opus Dei por la visión que da de la Guerra Civil, por ejemplo, que es una visión más bien izquierdista, digámoslo así, ¿no? Entonces, el carisma del Opus Dei me parece sumamente interesante pero no es el mío, pero bueno, creo que fomenta o ha fomentado cosas muy interesantes en el propio ámbito del catolicismo español, otra cosa es que el Opus Dei esté ahora mismo en una fase difícil a mi modo de ver, complicada. Creo que resulta mucho menos atractivo hoy. 
DK: ¿Menos atractivo que los Legionarios de Cristo, que los kikos...? Su competencia. 
JMP: 
No, no, tampoco. Que los Legionarios de Cristo están en una crisis brutal por lo del Maciel, eso está..., en fin. Bueno ciertamente los kikos tienen un poder de atracción mucho mayor, aunque es verdad que se dirigen a gente muy distinta. Mientras el Opus Dei se dirige a gente con formación académica, y de hecho su vivero son sobre todo universitarios y demás, pues los kikos se mueven en un ámbito muy distinto, mucho más popular. O sea, que son carismas distintos. Yo, si algo he aprendido en mi vida eclesial digamos, es que te das cuenta que en el seno de la Iglesia hay gente muy distinta. Yo, en el programa que hago, en Lágrimas en la lluvia, pues llevo a muchos jesuitas, llevo a gente del Opus, llevo a gente que no es del Opus ni jesuita sino de otros ámbitos católicos, y es gente que compartiendo una serie de cosas...
DK: Cuéntanos tu visión de la Transición. Tenías pocos años, ¿no?
JMP: 
No, yo visión personal, biográfica, no tengo. Puedo tener juicio sobre la Transición. Yo a la vista de lo que ha ocurrido percibo la Transición sobre todo como un pacto entre fuerzas políticas para la entrega de España a la plutocracia, es como yo lo entiendo. 
DK: Estamos de acuerdo...
JMP: 
Es decir, creo que de alguna manera y por diversas razones, por el sostenimiento de una legislación proteccionista del obrero, etcétera, yo creo que Franco y la legislación franquista eran un obstáculo o un impedimento para la plutocracia.
DK: ¿Podemos cambiar plutocracia por capitalismo? ¿O no lo identificas? 
JMP: 
Bueno, es que volveríamos a la definición de capitalismo... La plutocracia internacional, lo que Pío XI llamaba “el imperialismo internacional del dinero”, es decir, el dinero sin patria o el dinero que ve su patria allá donde tiene su beneficio. Yo creo que la Transición vista con perspectiva fue eso, o sea, fueron personas de diversos ámbitos, ideologías, posiciones políticas, que quisieron participar de una mamandurria que se les prometió en un determinado momento y se les cumplió, indudablemente. Y eso, de alguna manera es lo que llama García-Trevijano la “mitología del consenso”, ¿no?, el consenso presentado como algo positivo, es decir, aquí nos tenemos que entender, entonces para entendernos ¿qué tenemos que hacer?, renunciar un poquito a lo nuestro, los otros, a lo otro, y encontrar un ámbito común en el que nos podamos encontrar, y ese ámbito es el dinero. 
DK: En esa época, ¿tú habrías sido reformista o rupturista? Aquel famoso dilema que, por cierto, nunca se planteó.
JMP: 
En honor a la verdad, sería un juicio injusto, porque no puedo...
DK: Tu nacimiento de las ideas políticas viene ya en los años...
JMP: 
Hombre, imagínate, yo nazco en diciembre del año 70, cuando muere Franco tengo cuatro años. Empiezas a preocuparte por estas cuestiones ya mediados los ochenta o muy avanzados, o sea, cuando todo está hecho de alguna manera.
DK: O sea, que a ti la Transición te la hicieron.
JMP: 
Totalmente. Es más, yo no guardo memoria de Franco ni nada parecido. Lo que pasa que yo sí percibo esto, es decir, yo percibo que es todo mentira, que ahora no hay posibilidad de un... En fin, es que esto es dramático pero es así. Nunca como hoy creo yo, si uno analiza la historia, hemos estado tan absolutamente no oprimidos –porque la palabra tiene unas connotaciones como de dictadura a la antigua usanza–, nunca como hoy hemos estado manejados o conducidos por una amalgama de poder que nada tiene que ver con la idea que de poder tiene la gente, porque son poderes invisibles y poderes además en comandita, como estamos hoy. O sea, yo creo que hoy es algo realmente espectacular. La alternancia política es prácticamente un paripé. Entonces en ese sentido yo creo que sí, que la Transición política fue un apaño de unas oligarquías, unas oligarquías financieras, políticas, culturales...
DK: Has llegado a decir que no eres de derechas, que no te defines como un hombre de derechas.
JMP: 
Pero es que esto no es por ese complejo que tiene la gente de derechas de que digan que es de derechas. En mi caso no es por eso, sino porque yo soy premoderno, o sea, mi pensamiento es premoderno.
DK: ¿Qué quieres decir por premoderno: anterior a la modernidad, anterior a la Revolución francesa...?
JMP: 
No, no, yo al decir premoderno lo digo en el sentido clásico. Sí, efectivamente: antirrevolucionario, no anti Revolución francesa sino anti todo lo que trae el pensamiento político moderno, digámoslo así, ¿no?
DK: ¿Tú no eres de esta palabra , misoneísta, contrario a las novedades? 
JMP: 
No. Decía Chesterton que lo que la gente llama novedades son los viejos errores disfrazados, ¿no? No, no soy contrario a las novedades, lo que ocurre que hombre, también esta fascinación por la novedad propia de nuestra época me da un poquito de repelús. Pero no, no soy contrario a las novedades, porque tengo mucho interés por el cine, las nuevas corrientes, o mucha inquietud y curiosidad por determinados movimientos sociales o por avances científicos. No, no. Lo que sí que creo es que hay una especie como de adoración de lo nuevo que no es lo mío, ¿no? Esta es la cosa.