Sobre el breve espacio de la camilla, mi padre duerme.
La bolsa de suero, al costado, en figuración de clepsidra.
Me siento al lado de mi padre.
Tose y con la tos abre los ojos: me descubre, dice un saludo desdibujado, y vuelve a cerrar los ojos.
Mi padre, respirando
Mi padre, sufriendo la suma de varios achaques
que lo despojan de explicación
y lo reducen al cuerpo.
(¿Por qué digo "lo reducen"
si también es el cuerpo?)
Mi padre, orinando sentado.
Mi padre, cagando acostado.
Mi padre, con los ojos cerrados y oyendo lo que dicen las enfermeras.
Mi padre no se resigna al final común.
Y espera algo nuevo y definitivo del diario efímero,
mientras la muerte se viene,
de kerusa y
tan callando.
No es consuelo de nadie que pasemos todos, tarde o temprano, por algo parecido. Lo de las buenas odas de lejos es una idiotez, a tu lado sólo estas tu y más solo esta el enfermo. No ahorres en caricias.
ResponderEliminar..ESTAR..SILENTE O CON PALABRAS QUE ACOMPAÑEN Y SALUDEN SU DESDIBUJO..
ResponderEliminarAUN CON LA DISTANCIA ESPERO RECIBAS ESTE POCO DICENTE CONSUELO.
ABRAZO !
Carajo.
ResponderEliminarIgnacio, comprendo tus palabras errantes desde la desesperación interior. Recientemente pasé por algo parecido con mi abuela, ella ya se fue.
ResponderEliminarEn horas de tristes, amigo, un gran y cálido abrazo.
Gracias, Patri! Un abrazo por encima de este océano.
ResponderEliminarClaudiña, siempre estás cerca: un abrazo.
ResponderEliminarAsì es, Matìas...
ResponderEliminarFelicidad, los gerundios son puentes entre el Todavía y el Nunca: lo vivo así, aunque algunos poetas amigos le retaceen al lenguaje su cualidad de experiencia, o crean que debiera caer en patetismos para ser creíble.
ResponderEliminar