martes, 9 de octubre de 2012

Víctor Maojo, Filósofos vs científicos

Todo_a_mil

En los últimos años Javier Gomá, filósofo y escritor, premio nacional de ensayo, ha realizado una variada obra con gran éxito de crítica y público. Recientemente ha publicado en los diarios El País y La Nación una serie de artículos, recogidos ahora en un volumen titulado “Todo a mil. 33 microensayos de filosofía mundana", editado por Galaxia Gutenberg. El libro recopila estas contribuciones, lo que permite su revisión más completa y global. Como el diario La Vanguardia informa, Javier Gomá quiere "que su libro vaya dirigido a los estudiantes de bachillerato o a los universitarios de primero o segundo de carrera". Por otra parte, Fernando Lafuente afirma, en su crítica en el diario ABC sobre el libro, que "cualquier reflexión sobre los asuntos del presente encuentra su expresión más cabal en textos breves, rotundos, maravillosamente escritos, cercanos y, al tiempo, profundos, llenos de una hondura que destila precisión, originalidad, polémica y sabiduría". En general, las críticas parecen ir en esta dirección unánime de elogio entusiasta. 

Desde el punto de vista de este blog (por la parte de ciencia), el libro hay que leerlo con resignada actitud. Cada vez que Gomá habla de ciencia, tecnologías o científicos sugiere tales tópicos u ocurrencias que uno se quedaría estupefacto si no hubiese leído ya tantas otras ideas similares. Veámos algunas, con largas citas para evitar posibles tergiversaciones: 

-- Asegura Gomá que los genios desconocidos no existen: “es mi deber informar, tras haber realizado una extensa averiguación histórica y comparada sobre el tema, que del resultado de ésta se sigue que el genio desconocido no existe ni ha existido nunca”. Problemática afirmación, porque nada más leerla cuatro o cinco nombres vienen rápidamente a la cabeza. Gomá matiza, poco después: “¿Cuánto tiempo? Mi hipótesis de trabajo es la siguiente: la vida larga de un genio —setenta años, ochenta años— es testigo siempre de su propio éxito (…). Le desafío a que repase la historia de la cultura para que compruebe la verdad de esta ley.” 

Aquí Gomá olvida una cuestión. Hasta el siglo XX la esperanza de vida era mucho más baja que ahora (cuarenta y siete años de media en 1900, en los EE.UU.) y no muchos eran los individuos que podían llegar a esa edad de setenta u ochenta años. En los siglos previos al XX una persona de sesenta años era ya anciana. Aún así, si se permite rebajar una década la edad propuesta en la "ley" de Gomá, puede darse el nombre inmediato de un genio no reconocido en vida: Gregor Mendel, el padre de la genética. Nacido en 1822, muerto en 1884, se descubrió su obra en 1900. O sea, cuando tendría setenta y ocho años. Hay unos cuantos nombres más de genios (sobre todo científicos, pero tendríamos a van Gogh y Kafka al que el mismo Borges leyó en vida, sin reconocer su genio, razón por la que se lamentaba, y otros) que no alcanzaron gloria mientras vivían, aunque fallecieron a edades menores. Otra cosa, claro, es que científicos como Mendel no entren en la categoría de genios para Gomá. 

-- Continúa el autor: “Investigaciones recientes descubren un renacimiento de la oralidad en nuestro tiempo: la radio, el teléfono, y la televisión recuperan estilos orales, y ahora la cibernética y sobre todo las nuevas redes sociales, aunque usan medios escritos, acusan visiblemente la impronta de una oralidad de origen en sus usuarios…”.  La cibernética, ¿estilo oral?. Ésta fue una ciencia desarrollada a partir de 1942-43 —“no ahora”— para "el estudio del control y la comunicación en animales y máquinas" y prácticamente ha desaparecido como ciencia independiente. Lo que algunos llaman "cibernética" (no es un error conceptual único de Gomá, pero no debería ocurrir en un ensayo), no tiene nada que ver con su significado real. 

-- “La manzana que cae del árbol es un ejemplo de la ley de la gravedad, pero la concreta manzana que golpeó la peluca empolvada de Newton carece de interés científico. ¿Sucede lo mismo con la verdad moral?...”.  Para justificar un argumento moral, Gomá utiliza una anécdota científica que no tiene que ver con esta cuestión y que, además, no ocurrió así —hay referencia directa de un testigo, al que el propio Newton relató la historia—. El estudio de la gravitación es uno de los mayores ejemplos de la búsqueda del conocimiento que haya visto la humanidad, a lo largo de 250 años; pero aquí se convierte en algo trivializado, aparentemente para enfatizar una idea filosófica diferente. 

-- “¡Basta! Comencemos por extirpar esa pasión mórbida por lo nuevo. Quizá en la investigación científica o tecnológica sobre la naturaleza la innovación sea decisiva, porque aquí el conocimiento sigue un esquema de progreso, lo último hace prescindible en cierta medida lo anterior y, como dice la zarzuela, hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad  (…) Entonces lo esencial es ese otro progreso hacia uno mismo, tan diferente del científico, y escribir las líneas del propio destino más que perpetuar el tintineo de las palabras prestadas, por ilustres que estas sean”. Tradición, conservadurismo, don Hilarión y las ciencias, mirada introspectiva: ¿filosofía mundana?. 

--“Si se dice que Aquiles es al mismo tiempo el más afortunado y el más desdichado de los hombres, tal proposición es absurda para la ciencia”. Este tipo de proposiciones ha tenido gran interés para la ciencia. Además, durante tres décadas desencadenaron una de las agendas más importantes, en la lógica matemática, de la ciencia del siglo XX. 

-- El científico y el empresario son dos de los paradigmas más acabados del hombre inteligente (…). Mientras que la inteligencia confirma los fines que perseguimos la sabiduría se complace en relativizarlos para someterlos a prueba. Dado que la inteligencia tiene de por si una inmensa tendencia expansiva —que la alianza entre ciencia y mercado excita aún más—, el sabio se ve obligado en determinados momentos a cerrar por un instante la caja de herramientas y detener el progreso (..). La sabiduría emparenta, pues, con otras actuaciones desinteresadas del hombre como la filosofía y el arte”. Científicos, por un lado, y sabios (emparentados con filósofos y artistas), por otro. Heidegger, al que cita Gomá con devoción, ¿era más desinteresado que sus coetáneos Bohr o Einstein? ¿Más coherente también?. ¡Además, si precisamente una de las críticas que se hace a los científicos españoles es que deben trasladar su investigación al mercado! 

-- En la idea más llamativa del libro, afirma Gomá lo siguiente (y es necesario copiar el párrafo entero por razones obvias): “ahora, contratando vientres de alquiler, y otras técnicas similares, la ciencia nos ofrece las oportunidades de una reproducción liberada de las promiscuidades del sexo. Pero, ay, esto podría tener desastrosas consecuencias evolutivas. ¿Han pensado nuestras eminencias científicas en ello?. Porque la naturaleza puso el placer como aliciente de la reproducción sexual, pero, en la medida en que el hombre escinde técnicamente la reproducción del sexo, cabe suponer que la madrastra responderá a esta provocación retirando su espléndida gratificación al acto sexual, por lo que hemos de temer que la especie humana sufrirá no tardando penosa mutación y los órganos involucrados en la reproducción, sobrevenidamente inútiles a esos efectos biológicos, perderán tamaño, virtuosismo y operatividad. ¿Es esto lo que queremos legar a las generaciones venideras? ¿Una humanidad capona y minimizada? Se produce el contrasentido de que conocidos sex-symbols, como Ricky Martin o Miguel Bosé, que han conocido fama y dinero por su capacidad de generar deseo entre sus fans, están contribuyendo a extinguir en la especie el sexo placentero al recurrir a técnicas que lo hacen inane par la evolución”. Madres de alquiler o inseminación artificial, mezcladas con su efecto mediático, ¿pueden llevar a prontas mutaciones genéticas y con ellas a la disminución del "tamaño, virtuosismo y operatividad" del miembro masculino en la población humana?. ¿Podría ser el fundamento de una nueva teoría de la evolución?. Bien, no hay que preocuparse en demasía. Ni siquiera don Sigmund Freud, con sus teorías mitológico-pseudocientíficas, pudo provocar tales mutaciones y minimizar así a ese coloso de la fisiología humana (o masculina, en concreto). 

Dos siglos después, podríamos ver aquí una readaptación de las teorías de Lamarck biólogo de principios del siglo XIX, anterior a Darwin y cuyas teorías pasaron al olvido tras la publicación de "El origen de las especies"—, unida a una interpretación peculiar de la génetica y a un efecto asociado e inmediato de los medios de comunicación en las mutaciones humanas. Para justificar tal visión, a la vez predarwiniana y futurista de la evolución del hombre, uno tiene difícil encontrar argumentos similares de otros autores. Lógicamente, si lo que Gomá desea es que este libro sea de cabecera entre alumnos de bachillerato y de primero y segundo de carrera, habrá que advertir a los profesores, no sea que ningún alumno llegue a tercero. 

-- Para concluir con las citas, no podía falta ésta: "Permítaseme por un momento una inversión de todos los valores vigentes: ¿para qué hay ingenieros? Para que los literatos podamos cruzar los puentes sin perder nuestro precioso tiempo. ¿Los científicos? Para que cuiden de nuestra salud y prolonguen los años de nuestra inestimable existencia sobre la tierra. ¿Los arquitectos? Para que nos construyan casas confortables en las que escribir nuestros importantes libros. ¿Los políticos? Para que, ocupándose de sus tareas menores, nos permitan cultivar en nuestros textos aquellos valores que, or tener más altura, acaban teniendo también más peso”. Este párrafo final augura una posible competencia futura a este blog en el campo de las sátiras filosóficas. Proponer que la ingeniería existe para facilitar la vida de los filósofos y literatos, o sugerir el fin último de científicos, arquitectos o políticos, parece referencia directa al célebre filósofo volteriano Pangloss. 

El problema es que ésta última, como otras anteriores, sería una pieza de humor estimable si no estuviese en un contexto, el del libro de Gomá, en el que se advierte una idea repetida (en el libro y antes, en la historia de la filosofía): la superioridad moral del filósofo, sólo comparable a la del literato y el artista en general, para entender la trascendencia del hombre en el mundo. En este marco, el científico sería un hombre inteligente, técnico, pero inadecuado para siquiera acariciar la sabiduría. Aquí se debe recordar como en 1277 la Iglesia prohibió varias sentencias hasta entonces aceptadas como verdades en la universidad de Paris. Entre ellas, una que afirmaba que “los únicos hombres sabios son los filósofos”. Más que filosofía mundana, Gomá parece recuperar tradiciones de la filosofía medieval al abordar estos aspectos científicos. 

Lamentablemente, por razones que no se pueden entender en su totalidad desde el exterior, esta visión acientífica (si no anticientífica) de muchos filósofos parece tener aún cierto predicamento. En el fondo es muy vieja, centenaria, pero parece como si no hubiese transcurrido el último siglo. Recordemos que Ortega y Gasset se traslada a Alemania en 1905, donde se sitúa en contacto directo con la ciencia académica. En los siguientes años escribe numerosos ensayos donde muestra un notable dominio de diversos temas científicos, tanto en física y matemáticas como incluso en biología y psicología. Su conocimiento va mucho más allá de los meros hechos históricos de la ciencia, e indica una extraordinaria comprensión de su metodología y aspectos fundamentales. Incluso Ortega invitó y pudo convencer a Einstein para que dictase una serie de conferencias en España, en las que hizo de traductor. ¿Puede extrañar que Ortega haya sido, y aún sea, seguramente, el intelectual español que ha tenido mayor influencia internacional?. Décadas después de Ortega, la distinción que hace Gomá entre científicos y filósofos ya sólo puede ser apreciada en ciertos círculos filosóficos o por lectores con escasa cultura científica. Por contra, uno puede encontrar a numerosos filósofos de la ciencia, positivistas, ontólogos realistas y filósofos analíticos (grupos numerosos en la filosofía moderna) o simplemente filósofos prudentes que han considerado, a lo largo de los siglos XX y lo que llevamos del XXI, que la ciencia es fundamental para el trabajo filosófico. 

Por último, como decía el mismo Ortega —y recuerda y asume como propio Gomá— la filosofía se debe presentar con claridad, evitando el fárrago; pero hacerlo así presenta un grave, predecible problema, que otros filósofos con experiencia prefieren evitar: ¡todo se entiende!


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Víctor Maojo es doctor en medicina e informática y catedrático de inteligencia artificial desde 2006. Ha sido “Fellow” del programa Health Science and Technology de Harvard-MIT y profesor visitante en Georgia Tech, EE.UU. Desde 1993 dirige el Grupo de Informática Biomédica de la Universidad Politécnica de Madrid. Ha coordinado y trabajado en más de 30 proyectos, nacionales y europeos, en temas de inteligencia artificial, informática biomédica, ciencia cognitiva, nanomedicina, tecnologías para el cáncer y colaboración sanitaria en África, entre otros. Ahora coordina el proyecto europeo Africa Build, para mejorar la asistencia sanitaria en varios países africanos mediante el uso de las tecnologías de la información. Ha publicado artículos y contribuciones en las principales revistas y conferencias científicas de su área. En 2011 fue elegido “Fellow” del American College of Medical Informatics (ACMI), la academia americana de informática médica, por sus contribuciones a esta disciplina científica. Fuente:http://www.tendencias21.net/    

1 comentario:

José María Souza Costa dijo...

En retribuición, estoy seguindo su blogue. Hermoso sí, Abrazos